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Ciclismo antiguo

El abominable hombre de Arenberg

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Wilfried Peeters es «la imagen» de la París-Roubaix

Seguro que muchos de vosotros habréis visto esta foto alguna vez.

Los más veteranos, o los más eruditos en historias sobre el ciclismo, sabréis quién es.

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Los más jóvenes, a no ser que también seáis unos estudiosos o apasionados por este tipo de relatos épicos, probablemente desconozcáis de quién se trata y por qué a este ciclista, que más bien parece salido de una peli de terror, apenas lo podemos distinguir entre tanto barro, en la cara, piernas y brazos, incluso no acertamos a saber a qué equipo pertenece con su maillot y culote completamente teñidos de gris.

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Sin duda, se trata de una de las iconografías más memorables, por no decir que es “la imagen”, así, a secas, sin más explicaciones, que nos ha dejado en nuestra memoria colectiva ciclista el legendario testimonio de una de las ediciones más duras de la mítica París-Roubaix.

Una odisea en el tiempo.

Estamos en el “infierno del Norte”, primavera del 2001.

Se corre su 99ª edición, en una jornada que recupera uno de sus mayores distintivos con la presencia de la lluvia y el barro.

Los días previos ha estado diluviando en el infierno, dejando los tramos de pavés convertidos en auténticos barrizales, tal y como mandan los cánones, para goce y disfrute del aficionado.

No así para los corredores,  que sufren en este día como perros, en una de las carreras sobre el adoquín más recordadas de esta clásica entre todas las clásicas, con más barro y más épica de los últimos años.

Salvajada en el Bosque de Arenberg.

De entre el barro, vemos destacar  al gigante Wilfried Peeters del equipo Domo y hombre de confianza de Museeuw, al que casi no se le puede reconocer con ese aspecto.

Ha atacado en Arenberg y se ha formado una auténtica escabechina. Sólo ha podido seguir su rueda Hincapie (USP), pero una inoportuna avería lo deja descolgado de momento.

Peeters se va solo y comienza a hacer camino.

Del Bosque de Arenberg apenas salen una decena de ciclistas supervivientes y con opciones de disputar.

Peeters sigue con su escapada agónica.

Su ventaja cede sobre el adoquín y el fango, pero aumenta sobre el asfalto.

Sufre como un perro.

Por detrás, Musseeuw incordia todo lo que puede a sus perseguidores, con el deseo de que su íntimo amigo gane en aquella bendita y gloriosa locura.

Casi más que hacerlo él mismo que, además, ha pinchado nada menos que cinco veces, pero que no le impide seguir luchando por la victoria, si bien sus opciones han menguado por este motivo.

Verlo rodar por el pavés es todo un espectáculo. Un gustazo.

Sin embargo, Hincapie y Dierckxsens (Lampre) hacen un último sobresfuerzo y dan alcance a Peeters a falta de 15 kilómetros para meta.

Tras ellos, ya casi reagrupados, otros grandes favoritos como Vainsteins, Knaven y el propio Musseeuw, los tres del Domo que, junto a Peeters, son cuatro los integrantes del conjunto dirigido por Patrick Lefevere.

Toda una exhibición la del equipo belga.

Una verdadera lástima para el coloso de Mol que con su escapada había rozado la gloria.

¿Por qué un Suunto 9?

Todos vigilan la rueda del ciclista flamenco.

En ese momento, salta del grupo Servais Knaven, ante la mirada impasible del resto que no llegan a reaccionar.

Tampoco lo hace el “león de Flandes” respetando, lógicamente, a su compañero de equipo, aunque tiene piernas para vencer por tercera vez en el velódromo de Roubaix.

Peeters se sigue lamentando de su mala suerte.

Sólo que hubiera aguantado un par de kilómetros más fugado, habría sido él y no Knaven el que habría llegado en solitario a Roubaix.

La victoria está decidida con Knaven por delante, que ha sido tan astuto como fuerte.

Las trifulcas del Bosque de Arenberg

Musseeuw “huele” el triplete y deja tirados a Hincapie y Dierckxsens que van reventados.

Entra a medio minuto de Servais Knaven.

Vainsteins, que se ha quedado con ellos, los bate fácil en el sprint por el tercer puesto, a 7 segundos de Johan.

El podio final, plagado de grises del Domo… y de barro hasta los ojos.

Nuestro protagonista, nuestro gran héroe Wilfried Peeters, se tiene que conformar con el 5º puesto y declara:

Si hubiera logrado alcanzar los dos minutos de ventaja, no se me habría escapado el triunfo. Tenía muchas opciones para ganar. Ahora, necesitaré tres días para recuperarme del esfuerzo y de la desilusión. Estuve tan cerca…”.

Hoy en día, estampas como aquella jornada, casi han caído en el olvido y es que hasta los grandes monumentos del ciclismo no se libran del evidente cambio climático.

Si no hay lluvia, no hay barro. Sin barrizal, no hay dulce sufrimiento.

Ni épica ni heroicidades.

Y estos días no llueve en Roubaix.

Y tampoco parece que lo hará el domingo.

Foto: @wilfriedpeeters

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Ciclismo antiguo

El ciclismo español en los Juegos Olímpicos

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El ciclismo ha sido un buen semillero para el casillero español en los Juegos Olímpicos

Este es un recorrido apropiado a inicios del año que nos ocupa, un recorrido por los nombres y las gestas del ciclismo español en los Juegos Olímpicos.

Esta es una historia de éxito y buenas alegrías venidas a menos con el tiempo, como hemos visto en Londres, Río -con Purito cerca del podio- y Tokio, donde el ciclismo español no ha dado el brillo de antaño en una cita del tamaño de los Juegos Olímpicos,

Y es una pena porque la cita ha dado mucho de sí para nuestro deporte, desde el mismoJaime Huélamo y su positivo en Múnich 72.

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Paradójicamente, Miguel Indurain es el corredor de fondo con mayor bagaje olímpico.

Se inició siendo un desconocido viviendo las mieles olímpicas en el ocaso de su carrera. Dos ciudades norteamericanas marcan además este periodo.

En 1984 formó parte del combinado que tomó parte en Los Ángeles. Con él participaron el antiguo seleccionado nacional, Paco Antequera, de hecho el único en acabar, fue vigésimo tercero, el velocista Manuel Jorge Domínguez y José Salvador Sanchís. Doce años después y tres olimpiadas más tarde, Indurain volvió, ahora en Atlanta, a tomar parte en unos juegos. Lo hacía decidiendo su suerte poco antes de celebrarse. Acababa de ceder el que debiera haber sido su sexto Tour a Rijs y su rendimiento no brindaba garantías.

Sin embargo, fue en Atlanta donde Miguel Indurain culminó su última gran obra. Fue campeón de contrarreloj por delante de Abraham Olano, con el británico Boardman en tercera posición. La primera crono olímpica tuvo nada menos que al cinco veces ganador del Tour en primera posición.

En la prueba de ruta de Atlanta el desenlace no fue tan oportuno para los intereses españoles. Triunfó el corte formado por Pascal Richard, Rolf Sorensen y Max Sciandri. La delegación española careció de olfato. Melchor Mauri, sexto, fue el mejor de los nuestros. Para entonces, como ahora, la carrera olímpica de fondo era una moneda al aire. Sólo cinco corredores seleccionados por país hacían de ésta una competición ajena, en muchas ocasiones, a toda lógica. Indurain quiso tener a Marino Alonso, pero él sólo no bastó para contener la prueba.

Los otros dos participantes fueron los vigentes campeones del mundo y de España, Abraham Olano y Manuel Fernández Ginés.

Como Indurain, Samuel Sánchez y Joan Llaneras han campeones olímpicos. El mallorquín se colgó el oro en Sydney en su mejor especialidad, la puntuación. Ese año fue también campeón de mundo en Manchester. De hecho, en el mallorquín encontramos una trayectoria que va más allá de ese oro, por que en Atenas se colgó la plata, también a los puntos, mientras que fue diploma, sexto al final en Atlanta, donde formó parte también de la cuarteta de presesión que finalizó quinta. En el capítulo del fondo español destacar la extraordinaria cosecha de Atenas con dos medallas de bronce en ambas persecuciones, en la individual con Sergi Escobar y en la colectiva con Carles Torrent, Asier Maeztu, Carlos Castaño y de nuevo Escobar.
Y cómo no Samuel Sánchez en Pekín, al frente de ese dream team.
Esa madrugada de sábado de agosto un asturiano nos dio un premio mayúsculo nada más empezada la cita pequinesa.
La velocidad por su parte tiene su cenit en una calurosa noche de julio en el velódromo de Barcelona. Sobre los peraltados de madera del Camerún, la ciudad condal vivía con especial efervescencia la medalla de oro de José Manuel Moreno en el kilómetro, la primera de los anfitriones en esos juegos. Nacido en Ámsterdam e hijo de inmigrantes, Moreno radicó su vida en Chiclana de la Frontera. En Barcelona logró su mayor hito, pero no el único, puesto que un año antes fue campeón del mundo en Sttutgart. Estuvo en tres olimpiadas. En Seúl compitió en velocidad, siendo octavo, en Atlanta, también en velocidad cayó en octavos de final. Allí debutó en el kilómetro José Antonio Escuredo, lejos de los mejores, decimotercero. El catalán quemó otros juegos, los De Sydney, para finamente auparse hasta el podio, ya en Atenas, siendo subcampeón olímpico de keirin.
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De Momeñe a Huélamo

Varios ciclistas olímpicos merecen un alto en el camino para ser recordados. El mejor español en la prueba de fondo de Roma 1960 fue José Antonio Momeñe. Vizcaíno de origen, éste fue uno de los desconocidos más ilustres de nuestro ciclismo puesto que en su haber tenemos toda una cuarta plaza en el Tour de 1964, el que ganó Aimar. Pequeño escalador, fino y muy regular, Momeñe fue 16º en la olimpiada romana. Le acompañaron otros como Ignacio Astigarraga y Ramón Sáez, bronce en el Mundial de 1967 y vencedor en varias etapas de la Vuelta. Cuatro años después, en Tokio llegó la quinta plaza de José López. Leonés de la hermosa provincia de Laciana, conocido en el pelotón como “pancho” acuñó el mejor resultado de un corredor español en la prueba de fondo de unos juegos. Fue ese año el de la entrada de la familia Lasa en la historia olímpica. Primero con José Manuel y cuatro años más tarde con Miguel Mari, quien acompañado por Gómez Lucas, González Linares y Jiménez firmó una discreta undécima plaza en la crono por equipos siendo el grupo español el vigente ganador del Gran Prix de Belgique, gran referencia en test cronometrados por equipos de la época.
El ciclismo español pudo haber tenido un podio olímpico de fondo gracias a Jaime Huélamo de no ser por su positivo en Munich 72. El conquense finalizó tercero una prueba que ganó Kuiper. Poco después se supo de su positivo por coralina, sustancia prohibida por el COI pero no por la UCI. De tales lagunas legales salió beneficiado el neozelandés Bruce Biddle, bronce a todos los efectos. Profesional un año después, Huélamo dejaría el ciclismo a los tres años de ser profesional. Otra plaza de mérito fue la lograda por el madrileño Bernardo Alfonsel quien entró décimo en Montreal 76.
En Barcelona 92 la selección española estuvo compuesta por Ángel Edo, Kiko García y Eleuterio Mancebo. El mejor fue Edo, decimoquinto. En la crono por equipos de 100 kilómetros el grupo español finalizó quinto.
A pesar de lo lejanos de esos tiempos, y de las excelentes perspectivas que ofrece el pelotón español en la actualidad cuando hablamos de pruebas de un día, se sigue sin celebrar el oro olímpico en el fondo. En Sydney Oscar Freire, quien llegaba como vigente campeón del mundo, no pudo pasar del 17º puesto. Ese día, tres corredores del mismo equipo, Ullrich, Vinokourov y Kloden anduvieron varios puntos por encima del resto. En la crono australiana Olano se quedó cuarto y por tanto a un paso de rep etir podio. Por delante tuvo a Ekimov, Ullrich y Armstrong.
Ya en Atenas, las colinas de Partenón fueron testigo de la exhibición de Paolo Bettini, con Sergio Paulino soldado a su rueda, y de la desgracia del combinado español. A pesar de contar de nuevo con el titular del mundial, Igor Astarloa, rodeado de Alejandro Valverde y Oscar Freire, nuestras opciones cayeron en picado al ritmo que marcaban las caídas y desplomes.
Otro personaje de amplio recorrido olímpico ha sido Joane Somarriba. La mejor corredora de la historia del ciclismo español debutó en Atlanta con una discreta 21ª plaza en el fondo pero un prometedor resultado en la crono: 13ª. Consumidos cuatro años alcanzó su mejor registro en la crono, quinta.
Su presencia en Atenas se saldó con doble séptima plaza.
A ver cuándo vuelve el ciclismo español a aportar y sumar para la causa en unos Juegos Olímpicos.
Imagen: Eurosport

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Ediciones top del Tour: 1987 con Roche

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Tadej Pogacar mira al 1987 de Roche con Giro, Tour y Mundial

Es cierto que todos hemos hablado mucho de 1998 y Marco Pantani, marcando el límite temporal del último doblete Giro-Tour de la historia pero sin embargo, creo que ahora mismo la efeméride que toma relevancia es la de Stephen Roche en el año 1987 cuando aunó Giro. Tour y Mundial en una misma campaña.

Resumir, por eso, los logros de 1987 de Roche en esa línea no sería justo, pues la campaña del irlandés incluyó otros episodios, como la Lieja-Bastgone-Lieja que pierde a manos de Argentin, que le tuvieron competitivo todo el año.

Qué diferentes fueron, los éxitos de Roche a los de Pogacar este año. 

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El Tour 1987 lo recuerdo como uno de los primeros de los que tengo consciencia y sin vacilar que lo metería entre las mejores carreras jamás vistas.

En aquella mágica generación de los 80, con Lemond en el dique seco y Fignon, lejos de su mejor momento, Pedro Delgado y Stephen Roche se jugaron la carrera hasta la misma crono final.

Dijon y su kilometrada fueron la tumba para las opciones de Perico, quien en ese Tour hizo todo lo posible para distanciarse del irlandés quien, como se vio, caminaba mucho más en la crono.

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Hasta ese día el Tour 1987 fue una sucesión de historias que ponían al filo a los favoritos casi a diario.

Desde la misma cronoescalada al Mont Ventoux, el gran día de Jeff Bernard, la carrera entró en locura con golpes de ida y vuelta entre Perico y Roche.

Al día siguiente, en Villard de Lans, un ataque en un avituallamiento, creo que de Fignon, pilló a Bernard desprevenido y le cayó toda la ira de los rivales.

En los Alpes, entre Alpe d´Huez y La Plagne, Perico puso toda la carne en el asador, pero ese irlandés era listo, muy listo, aguantó lo que no estaba en los escritos, se fue medio desmayado a descansar en La Plagne y acabó levantándole el Tour a poco de París.

Qué ciclista aquel Roche, que inteligencia de guante de seda y carita de niño bueno, disfrazado de una sonrisa que camuflaba el veneno de sus pedaladas.

Semanas antes protagonizó un duelo fraticida con Roberto Visentini en la conquista del Giro y semanas después sería campeón del mundo formando un tándem mágico con Sean Kelly.

Como veis victorias agónicas y sufridas, pro victorias al fin y al cabo.

Ahora a ver si Pogacar las emula con la corona del mundial en Zurich.

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El Tour en Isola 2000

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Veremos si Isola 2000 deja tanto para hablar como cuando Indurain y Rominger

31 años después el Tour de Francia vuelve a Isola 2000, un enclave muy poco frecuentado por la carrera pero que llega en plena efervescencia entre Pogacar y Vingegaard.

Aunque queda el fin de semana, con otra llegada en alto y la crono, a nadie se le escapa que ésta de Isola 2000 es la etapa reina del Tour 2024, en pugna con las de los Pirineos.

Una jornada que toca el techo del Tour y que llega con el debate de qué hará Pogacar y si buscará hacer más daño a Vingegaard, incluso con el Tour muy decantado.

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Será una jornada mini en kilometraje como tanto gusta en la actualidad, en un perfil que conocemos, hacia el sur, similar al de 1993, pero sin el Izoard, porque aquel Tour había llegado a Serre Chevalier el día antes, al lado de Briançon, y se salía desde más al norte.

Es curioso, Tony Rominger y Primoz Roglic, quienes tantas cosas comparten, hayan ganado en Serre Chevalier.

Por lo demás, una etapa casi calcada a una jornada que tenemos muy marcada en la memoria.

Aquel Tour 93 estaba destinado a ser un duelo Rominger vs Indurain, matizado por las diferencias de la primera semana, con una contrarreloj en Lac de Madine de esas que el amigo navarro acostumbraba esos días.

Aquella etapa fue la constatación que había dos cocos en el Tour, la continuidad del Galibier pero ahora en Isola 2000, una estación más al sur, que curiosamente nunca más visitaría el Tour, pero que quedó con letras de oro por el duelo Indurain vs Rominger.

Si os acordáis de la conclusión de aquella etapa, en la recta final de Isola 2000, Pedro González narraba con pasión la más que posible victoria de Indurain.

Rominger tiraba y tiraba, lanzó el sprint, pero no… cuando parecía que le iba a pasar, Miguel miró a su izquierda y detuvo la remontada.

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Isola 2000 ¿Dejó ganar Indurain a Rominger?

Si me fío de la primera sensación, os digo que sí, sin duda, sin vacilar.

Un día antes ambos habían destrozado la carrera por la cara dura del Galibier sentenciando el Tour para el 99% de los favoritos.

Lo normal es que en Serre Chevalier, como dije antes, Indurain dejara pasar primero a su «aliado» suizo ese día, pero ¿Isola 2000?

Cada uno se quedará con su interpretación e impresión, la mía ya la he expresado, aunque pasados los años, no sería tan rotundo como entonces.

Indurain no creo que dejara ganar carreras, no desde el mero hecho de la generosidad por la generosidad, en todo caso, la prebenda se incluía en el plan estratégico de un ciclista que tenía muy claro lo que le interesaba más, la general del Tour, considerando lo demás algo accesorio y prescindible.

Si para ganar el Tour, Indurain hubiera necesitado triunfos parciales, otra historia habríamos visto.

El Tour 2024 llega con un protagonista que ejerce de «Carpanta», todo lo que pueda ganar, a la saca, el contraste es brutal y quienes crecimos en el ciclismo de Indurain, más conservador, como otros que vinieron luego, nos frotamos los ojos ante Pogacar.

Can´t wait sobre lo que va a pasar.

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Cuando Indurain perpetuó el tramo de Pinerolo a Sestriere

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Las veces que Sestriere se cruzó en la vida de Indurain dejó huella

La despedida del Tour en Italia se hizo por un trazado que conocíamos de otras muchas ocasiones, pero me ha hecho gracia que los primeros 50 y pico kilómetros se hicieran prácticamente sobre el mismo tramo en el que Miguel Indurain sentenció su segundo Giro, en 1993.

Porque el tramo entre Pinerolo y Sestriere es uno de los más comunes en la historia del ciclismo a lo largo de los años, pero sólo ese día, una tarde de junio de 1993 se cubrió de forma específica.

Llegaba aquella cronoescalada de 55 kilómetros en el tramo final de Giro de Italia, con Miguel Indurain en clara maglia rosa ante el rush final de la carrera.

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El navarro se tomó con calma la mañana de la crono definitiva de la entonces segunda gran vuelta del año, pues ya se había celebrado la Vuelta.

Se levantó sobre las siete y media, y tras un rápido desayuno se fue a reconocer el primer tramo de la crono, el más sencillo sobre el papel, pero siempre, siempre, picando para arriba.

Tras una comida a mediodía, descansó y planificó con Echávarri la crono para abordarla pasadas las tres y media de la tarde.

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Ya en competición, el navarro no fue el primero en el tramo inicial, pero a partir de la segunda referencia empezó a abrir el melón.

Piotr Ugrumov mantenía el tipo pero el resto empezaba a irse a una distancia importante, en especial Claudio Chiapucci y sobre todos, Maurizio Fondriest.

En la cima de Sestriere, Indurain lograba 45 segundos importantísimos sobre Ugrumov, el rival que venía del anonimato y que estaba en capilla de ponerle al pie de los caballos en la famosa ascensión a Oropa, al día siguiente.

Indurain y Sestriere no se cruzaron muchas veces en la historia, pero su relación tuvo altibajos, desde la bestial etapa del Tour 92, en la que se planteó un maratón alpino que pasa por ser uno de los más duros de la historia, al Tour 96, cuando Riis demostró ir tres, cuatro o cinco puntos por encima del resto.

Imagen: Youtube

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DESTACADO: Juegos Olímpicos

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