Ciclismo antiguo
Tour 1986: La hazaña de Chozas tuvo el preludio de Sarrapio
Días antes de Chozas, Sarrapio dio la campanada en el mítico Tour 86
Este tercer lunes de confinamiento Teledeporte nos trae aquella famosa etapa del Tour de 1986 que acabó con la monumental victoria de Eduardo Chozas en Serre Chevalier, arriba del Col de Granon, la llegada más alta de la historia del Tour, hasta entonces.
Si el domingo disfrutamos de la cabalgada de Perico con Hinault, esta vez toca Eduardo Chozas, un ciclista enorme, con un palmarés que lo dice todo, en una edición mítica, de esas que marcan un antes y un después en la historia del ciclismo.
Pero días antes de la victoria de Eduardo Chozas en el Tour 86, hubo una que fue también icónica, la de Angel Sarrapio que Jaume Mir, auxiliar esos días en Teka, nos contó en el libro que tuvimos el honor de escribir sobre su singular historia…
Un día clave en @LeTour’86
La etapa la ganó @eduardochozas y pasaron muchas más cosas.
15:55 @LeTour’86: Gap – Le Granon#QuédateEnCasaConTDP@eduardochozas se queda. pic.twitter.com/hH7O0ohEnm
— Teledeporte (@teledeporte) March 30, 2020
Pasaron los años, diez exactamente. Mir en otro Tour, Mir en el Tour de 1986. Su labor ahora era para el Teka, el equipo de su amigo Santiago Revuelta, otra de las personas de su vida, que cuyo nombre muchos años después sigue presente en cualquier sobremesa. En aquel Tour, el famoso de LeMond e Hinault, con este manteniendo la zozobra hasta el final sobre si sería fiel a la palabra dada, corría con Teka un asturiano de Arenas de Cabrales que destacó siempre por sus largas escapadas. Tras sufrir un accidente gravísimo en la Vuelta a Asturias en el 84 se rehizo y protagonizó, al año siguiente, una cabalgada en solitario de 200 kilómetros camino de San Remo, y a las pocas semanas ganó en solitario una etapa de la Vuelta a España en Sant Quirze del Vallès.
Era Ángel José Sarrapio y su nombre aún resuena en la Francia más chovinista como el español que engañó a un francés de la forma más sutil que se recuerda. “Hay días que se aparece la virgen”, le dijo el asturiano, el percherón, a Javier de Dalmases cuando cruzó primero la meta del entonces incipiente parque de Futuroscope, mientras era aseado por Mir. Sarrapio acababa de ganar la décima etapa del Tour, ante la incredulidad de todos.
La historia fue la típica de una jornada de transición. En el kilómetro 60 de etapa, el asturiano se unió a la rueda del francés del Fagor Jean-Claude Bagot para hacer camino hacia el nuevo parque temático en los aledaños de Poitiers. La ventaja rápido superó los cuatro minutos y en esos guarismos se movería casi hasta el final, aunque condicionada por la caída en el pelotón de un nombre importante como Robert Millar, que calmó los ánimos de la caza, sobre todo del Panasonic holandés.
La cosa iba bien, todo normal, hasta que el director del Teka, José Antonio González Linares, viendo que iban a llegar escapados, aconsejó a su corredor que fuera conservador en los relevos hasta prácticamente omitirlos. La jugada empezaba a ser redonda: Sarrapio racaneaba porque sabía que Bagot estaba cerca de ser líder y este, aunque se desgañitara, no sacaba más de su compañero.
A 20 de meta Sarrapio, quien desde días antes venía arrastrando una bronquitis, empezó a hacer lo que se llama “teatro del bueno”, fingiendo fatiga extrema, sacando los pies de sus rastrales, realizando estiramientos y poniendo cara de ir extenuado. Aquello fue la gota que colmó el vaso de la confianza de los franceses, que dijeron a Bagot: a tope hasta meta.
Fue tan buena la escenificación de Sarrapio que en el coche de Fagor, imprudentes ellos, empezó a correr el champagne a tres kilómetros de pisar la recta final. Mientras, González Linares a lo suyo: “Ángel, los dos sois un plomo al sprint, haz que vas mal y tendremos una oportunidad”. Y Sarrapio volvía a poner cara de circunstancias mientras estiraba los muslos. Bagot se giraba, lo miraba, y siempre, casualmente, Sarrapio se tocaba la rodilla o resoplaba. Bagot, mientras, echaba toda la carne en el asador, se arrimaba hacia los laterales de la carretera, que le diera el aire. Se abría hacia el otro lado, imploraba un relevo: el de Cabrales, con cara de circunstancias, que no entraba, no entraba. Luego otra vez a “meterle cuneta”.
Cuando la cámara de meta enfocó a los dos escapados en la larguísima recta que llevaba hasta las mismas puertas de Futuroscope, todos dieron por ganador a Bagot. El francés tensó primero, pero Sarrapio respondió. A menos de un kilómetro volvió a acelerar: Sarrapio ahí, presto.
La broma se acabó cuando Sarrapio, no contento con seguirle, le tomó la aspiración y le dio el último relevo a unos 200 metros de meta. “Coup de théâtre”, que gusta decir en Francia. El españolito se cargó las ilusiones del galo el día de la fiesta nacional. “¿Cómo infravaloró de esa manera Jean-Claude al español?, ¿cómo midió sus fuerzas teniendo en cuenta la llegada en alto?”, se preguntaban, si bien conviene aclarar que, aunque la etapa era tenida por llana e intrascendente, la meta picaba para arriba, como se suele decir.
“¡Ángel, Ángel, has ganado, has ganado!”, chillaba Mir mientras no paraba de saltar. Sarrapio, vacío por el esfuerzo, deambulaba entre la gente en la meta expuesto a un ambiente muy poco amistoso. Mir se percató de que allí las miradas eran cuchillos y las manos podían salir a pasear con facilidad cuando se dirigió a Lévitan, el mismo que años antes le había echado efímeramente del Tour, diciéndole: “Felix, Felix, que hemos ganado, etapa para Teka, etapa para España”. “Merde d’Espagne!”, le clavó el responsable de la carrera.
Mir, helado, calló y tiró para el podio. El ambiente era muy tenso. “¿Cómo es posible que nadie se diera cuenta del peligro de Sarrapio?”. “Vámonos de aquí, que estos te matan”, le dijo, entre gritos de “gitano” y “ladrón”. Ahí estaba también, con piernas afiladas y polo tricolor, José Ramon de la Morena, con su micro de la Cadena Ser, intentando sonsacarle unas palabras al ganador.
El asturiano había engañado con todas las letras a Bagot, quien además se quedó con las ganas del liderato, que le quedó lejísimos a final de la etapa. Curiosamente Bagot era gran amigo de Maurice De Muer, el que fuera jefe de Mir en el Bic. Preguntado por Sarrapio en L’Équipe, Mir recordaba su gesta en la Vuelta del año anterior y tiró por la vía del coraje: “Es un luchador nato”. Se habían olvidado de la casta del asturiano.
De vuelta al hotel, salvadas las entrevistas y las ceremonias de podio, el equipo se sentó alrededor de la meta para cenar con ganas de gresca. Querían el bigote de Mir, y este no pudo negarse. Tras Viejo y Ocaña, le tocaba el turno a Sarrapio, pero este le dijo: “Tranquilo, Mir, porque no tengo intención de raparte el bigote”. Sí, el asturiano, “un trozo de pan” para muchos, le indultó.
Aquel Tour tuvo otro momento estelar para el Teka de Revuelta: fue la jornada del col de Granon, la que marcó el cambio de paso entre LeMond e Hinault y coronó a Eduardo Chozas, ganador por mucho tiempo de la etapa de Tour que acabó a mayor altitud, a más de de 2.400 metros, por uno de los contrafuertes del Galibier.
Extracto del libro «Secundario de lujo»
Imagen: Demarraje Web
Ciclismo antiguo
Adiós, maestro Javier de Dalmases
Sin Javier de Dalmases perdemos un excelente relator de ciclismo
Hace ya un tiempo que hablé por última vez con de Javier de Dalmases, jubilado de El Mundo Deportivo.
Le invitamos al podcast, pero declinó.
El ciclismo —decía— le quedaba lejos.
Y sin embargo, había sido su casa durante más de treinta años.
Tres décadas en un rotativo histórico, más que centenario, que fue impulsor de carreras, promotor de actividad y espejo de un deporte que respiraba verdad.
Hoy, por desgracia, convertido en un panfleto para los ciegos del fútbol.
Leo que Javier ha muerto.
Y lo ha hecho joven, demasiado pronto, llevándose consigo un trozo de lo mejor que ha dado este oficio en el ciclismo.
Javier escribía de maravilla.
Hilvanaba historias con sencillez, con método, con claridad.
Le daba a esto de escribir otra dimensión: cuidaba la ortografía, el estilo, la estética.
Y lo hacía desde el terreno, narrando grandes carreras in situ, como quien pinta un cuadro desde el borde de la carretera.
Era un personaje.
Uno de los periodistas de peso en nuestra pequeña esfera ciclista, con proyección internacional y su nombre impreso en libros que aún rondan por casa desde que tengo uso de razón.
Un grande que se nos va.
Le conocí por primera vez en una llegada de la Vuelta a España, en Cerler, hace casi treinta años.
Zülle y Jalabert se disputaban una carrera que días antes había dejado Miguel Indurain, casi de manera prematura.
Recuerdo a Javier con su cuaderno en la mano, el gesto serio, la mirada limpia.
Su carácter era como su escritura: transparente, preciso, de calidad.
Le veo aún, enfadado con un periodista francés, no sé bien por qué, pero con esa pasión que solo tienen los que aman lo que hacen.
Con él se apagan un poco las luces de un tiempo en el que el ciclismo era el mejor caldo para las crónicas más ricas, más humanas, más verdaderas.
Pocos deportes retratan mejor la vida.
Y Javier lo hacía con maestría.
Descanse en paz, maestro.
Ciclismo antiguo
Gianni Bugno no ganaba por fuerza: ganaba por estética
Gianni Bugno: la elegancia que dudó un segundo y perdió un Tour y los que vinieron
Ya lo veis ahí, con la tricolore, maillot eterno, Gianni Bugno.
Hay ciclistas que ganan carreras, y otros que ganan miradas.
Gianni Bugno fue de los segundos.
Aquel italiano nacido en Suiza, con la raya al lado perfecta y la planta de actor francés, podía estar deshecho por dentro, pero por fuera era mármol.
Vestido con la tricolore, subiendo Alpe d’Huez sin casco, con gafas de espejo y el gesto impasible, parecía más modelo de Armani que campeón de Italia.
Ese maillot duró unos meses, pero dejó más huella que muchas temporadas enteras.
Con él ganó Burgos, San Sebastián y Zúrich antes de coronarse campeón del mundo en Stuttgart.
Pero aquel verano también dejó la escena que cambió su historia: el Tourmalet.
Indurain bajó a toda máquina, Chiapucci hizo de puente… y Bugno, Gianni el bello, dudó.
Esperó al coche. Un parpadeo. Dos minutos. Y adiós Tour.
Desde ahí, las trayectorias se cruzaron.
Indurain se vistió de amarillo para cinco años; Bugno empezó a vivir de recuerdos, y qué recuerdos.
Porque un año antes había hecho lo que casi nadie: ganar el Giro de inicio a fin.
Líder desde Bari hasta Milán, tres semanas de rosa sin un solo día flojo. Mottet, Giovanetti, Lejarreta… todos quedaron a más de seis minutos de un Bugno que no sudaba, simplemente rodaba. “No me llaméis campeón —decía—, eso sería ofender a Bartali y Coppi”.
Pura elegancia también para quitarse mérito.
Luego llegaron sus grandes días menores: aquel Alpe d’Huez de 1991 que ganó sabiendo que el Tour no era suyo, el sprint largo y demoledor de Benidorm, el Flandes del 94 donde dejó clavado a Museeuw con una arrancada de 300 metros.
Gianni no ganaba por fuerza: ganaba por estética.
Quizá le faltó sangre, o le sobró belleza.
Quizá dudó cuando había que morir un poco más.
Pero si hay una imagen que resiste los años, es la suya: agarrado del manillar plano, sin gesto de dolor, elegante incluso en la derrota.
Porque hay campeones que ganan, y otros, como Gianni Bugno, que nunca dejan de parecerlo.
Ciclismo antiguo
Los 10 maillots más bonitos de la historia del ciclismo
Los maillots que vistieron nuestros mejores recuerdos de ciclismo
Ahí está Perico, con el inolvidable Francis Lafargue y es que en la memoria de ciclismo, los maillots son mucho más que tela y publicidad.
Son piel, historia y símbolo.
Cada generación guarda el suyo, ese que, al verlo, despierta el ruido de una fuga o el eco de una meta en alto.
Aquí va mi lista, tan subjetiva como sentimental
Como digo el Reynolds de Perico ocupa el primer lugar.
Ese degradado de azules, limpio y elegante, fue la bandera de un ciclismo español que soñaba a lo grande.
Lo ves y hueles a los Alpes, a Delgado escapando con Rooks camino de Alpe d’Huez.
Luego llegó Banesto, sí, pero el encanto de aquel Reynolds era puro y sincero.
Por detrás, el Z de Lemond, ese cómic convertido en maillot.
Azul degradado, la Z gigante y una modernidad que anticipó los noventa.
Lemond lo llevaba con una elegancia natural que hacía parecer que el ciclismo era, también, cuestión de estilo.
Y hablando de arte, el La Vie Claire de Tapie, Hinault y Lemond sigue siendo el cuadro más famoso sobre ruedas.
Mondrian reinterpretado en lycra, geometría pura que hizo del ciclismo un lienzo en movimiento.
Más atrás en la lista, el ONCE de 1990, amarillo y verde, fue un rayo de optimismo español en tiempos de Lemond y Bugno.
Diseñado con Etxe Ondo, nació para brillar… y lo hizo hasta en Japón.
El azzurri de la nazionale italiana no necesita explicación: cada puntada lleva un pedazo de orgullo patrio. Lo han vestido Bugno, Bettini, Nibali… cuando aparece esa maglia, sabes que la carrera se pone seria.
El Leopard de Andy Schleck y Cancellara es la elegancia moderna: limpio, blanco, negro, sin estridencias.
Minimalismo puro en tiempos de saturación publicitaria que creo marcó la tendencia.
El Molteni de Merckx es historia viva.
Marrón, sobrio, con una franja oscura: el ciclismo en su forma más pura.
Detrás, el olor a grasa, a salami y a gloria.
El campeón belga, en cualquier espalda, es poesía sobre dos ruedas.
Cuando Wellens gana en el Tour, se celebra por partida doble, por el ciclista y por esas franjas negro-amarillo-rojo nunca fallan, y cuando Bélgica se viste de celeste, roza la perfección.
Vamos con Castorama, el maillot-mono de Fignon y Guimard fue locura francesa, humor gráfico y talento.
Y el Team GB del Mundial de Cavendish, con su Union Jack estilizado, marcó la era moderna del ciclismo británico.
Son solo maillots, dicen. Pero cada uno es un pedazo de nuestra memoria ciclista.
Ciclismo antiguo
DEP Luis Zubero
Luis Zubero podía hablar de diez años del ciclismo que muchos sólo podemos imaginar
Luis Zubero se ha marchado a los 77 años, y con él se va un pedazo del ciclismo vasco de verdad, de aquel que olía a grasa, a tubular caliente y a lluvia en los puertos de Euskadi.
Nacido en Zeberio en 1948, Zubero fue corredor del mítico equipo KAS, siete temporadas vestido de amarillo limón, cuando el ciclismo era una escuela de vida más que un escaparate.
Entre 1968 y 1976 rodó junto a los gigantes —Merckx, Poulidor, Thévenet, Ocaña—, y en sus piernas quedaron cuatro Tours, dos Giros y una Vuelta.
Su palmarés cabría en pocas líneas, pero su historia ocupa muchas más. Campeón de España amateur en 1967, olímpico en México y dos veces ganador en 1970, Zubero representó esa casta de ciclistas que no necesitaban alardes para ser grandes.
Fue decimoquinto en el Tour del 70, segundo en Grenoble tras Merckx, y aun así hablaba de aquel día con la modestia de quien se sabía afortunado por simplemente estar allí, pedaleando entre los mejores.
Pero su verdadera carrera empezó después de colgar la bici.
En 1977 abrió Ciclos Zubero, en el corazón de Bilbao, y convirtió aquel taller en un santuario para generaciones enteras. Entre llaves Allen y cuadros de acero, enseñó que una bicicleta no era sólo un objeto, sino una forma de entender la vida.
“Los buenos amigos que me ha dado el ciclismo, eso ha sido lo mejor”, decía, y en esa frase se escondía todo su legado.
Zubero tenía alma de mecánico poeta.
Hablaba de los conos, de las ruedas Clément o de una holgura milimétrica como quien describe una sinfonía.
Miraba el ciclismo moderno con una sonrisa entre irónica y tierna: “Desde cadetes ya tienen bicis de tope de gama… nosotros las hacíamos rodar con cariño”.
Era un hombre del detalle, del esfuerzo y de la conversación amable al borde del mostrador.
Hasta el final siguió saliendo en bici.
Las eléctricas, decía, le habían salvado: “Ahora subo Morga y llego a casa más a gusto que nunca”.
Y uno imagina que sí, que allá arriba, donde el viento sopla limpio y las cumbres se confunden con el cielo, Luis Zubero sigue pedaleando despacio, disfrutando del camino.
Porque hay ciclistas que nunca se bajan de la bici.
Imagen: Diario Noticias
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Manel
24 de enero, 2024 En 10:15
Recuerdo el Tour de ese año 1986. Los españoles ganaron 5 etapas (de memoria y sin wikipedia, Cabestany, Sarrapio, Chozas, Delgado y Julian Gorospe). Desconocía que Sarrapio había sufrido una bronquitis días atrás, pero si recuerdo su racanería a la hora de dar relevos a Bagot.
Por si alguien no lo sabe, (ya que lo mencionas en el post), Javier de Dalmases, era el periodista especializado en ciclismo para «El Mundo Deportivo». Una auténtica enciclopedía.
Sin duda, esa fue la mejor victoria de un gregario como Sarrapio, que siempre lo recuerdo en el equipo Teka, un clásico de los 80s.