Ciclismo antiguo
Así sobrevivió Andy Hampsten al desastre del Gavia
Publicado
7 meses atrásen
Por
Iban Vega

Para Andy Hampsten el infierno blanco del Gavia fue la puerta de la gloria
¿Qué pudo haber sucedido en aquella tarde de mayo en el Gavia cuando la gran nevada sobrevino sobre un pelotón del que emergió un ciclista americano con gafas de esquiador llamado Andy Hampsten?
Lo cierto es que en tiempos modernos, los que nos ha tocado vivir, cuando vemos una jornada en el alambre de la suspensión o recorte por mor de la meteorología, siempre nos acordamos de Giro 1988 para agarrarnos a eso de que «cualquier tiempo pasado fue mejor».
Lo hicimos el día que el Giro recortó la etapa de Cortina de la pasada edición o aquella que llovía tanto hace un año largo y el pelotón presionó para que se acabara recortando.
El ciclismo actual, puesto negro sobre blanco sobre el que un día conocimos, no sale bien parado en este campo, pero a veces nos preguntamos si no hubo días en los que se jugó con fuego.
Nos pasó el día que Visconti ganó en el Galibier bajo una tremenda nevada en el mismo Giro, a los pocos días Nibali hacía lo propio en Lavaredo bajo un manto.
También cuando Nairo se vistió de azul «Tirreno» en la cima del Terminillo.
Sin embargo, el día que el ciclismo pudo rozar la calamidad fue ese del Giro de 1988 y la famosa etapa del Gavia.
Fue un cinco de junio, primavera en los Dolomitas, a sabiendas de lo que ello puede conllevar, más cuando la tarde antes a esa jornada todos los informes apuntaban a un tiempo apocalíptico en la subida al Gavia.
Por la mañana, a sabiendas que la cosa se iba a poner fea, Mike Neel, director deportivo del Seven Eleven, planea una logística especial.
A trescientos metros de la cima del Passo di Gavia, sitúa un coche con bebidas calientes para los corredores
Arriba del todo, aposta un segundo vehículo cargado de ropa seca.
Antes de llegar allí, el fin del mundo.
Ya en el tramo sin asfaltar del principio, el escapado Johan Van der Velde trepa en medio de una nevada que convierte la ruta en un lodazal.
La suya es una aventura feroz, que ha pervivido en el tiempo y el recuerdo del aficionado, pero no tendría el final perseguido, pues en el grupo de contraataque salieron los capos, con Erik Breukink en cabeza, y Andy Hampsten con él para conquistar el Gavia más indomable de la historia.
Aunque Van der Velde fue el primero en coronar, sería cazado por neerlandés y americano al pararse en la cima para abrigarse ante un descenso que se anunciaba horrible
Perico no trató ni ponerse los guantes ante la inutilidad de sus manos ateridas de frío y humedad, lo hizo en medio de aficionados que prestaron -no creo que con acuse de recibo- sus anoraks a los ciclistas.
La bajada presentaba curvas cerradas con pendientes del 16%, un reto que dejaba la monstruosa subida en una anécdota, una cuestión de supervivencia que los del Seven Eleven supieron prever mejor que otros.
Al margen de los coches en la cima del Gavia, Andy Hampsten se había untado de vaselina de la cabeza a los pies, sabedor que iba a soportar un poquito mejor el frío que los demás.
El resultado lo vimos, Hampsten llegó con Breukink escapado a la meta de Bormio para empezar a encarrilar un Giro histórico, pues sería el primero que ganaría un estadounidense, algo tan único que no hemos visto repetirse.
A media hora de los ganadores llegaron los preferidos de la afición, Visentini & Saronni, como muestra de las diferencias que se abrieron ese día.
El Gavia, un puerto con más de sesenta años de tradición en el Giro había pasado a la historia para ser recordado anualmente, cada vez que el pelotón afronta una jornada que entra en los cánones de los extremos del frío.
«Poco sabíamos del Gavia y ni si siquiera quisimos reconocerlo por adelantado. De repente me vi en pistas de tierra y en medio de paredes de seis metros de nieve. Me sentí como Fausto Coppi» dijo Imerio Massignan, el primero en coronarlo el año 1960.
Imagen: Ciclismo épico
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Ciclismo antiguo
Pocos ciclistas impactaron como Jan Ullrich
Publicado
2 días atrásen
10 de agosto, 2022Por
Iban Vega

Jan Ullrich fue tan poderoso como efímero en lo más alto del podio
No hace mucho dijimos que Jan Ullrich fue lo más brutal que vimos desde Miguel Indurain y, 25 años después de su Tour, seguimos en las mismas.
Quiso el azar que a segunda mitad de los vilipendiados años noventa viera la colisión de los dos talentos más grandes que ha tenido este deporte en los últimos cuarenta años: Miguel Indurain y Jan Ullrich.
Fue un choque muy desigual, reducido al Tour de 1996, una de las ediciones que flotan en la polémica perenne con un danés sentenciando la carrera en Hautacam ¿Os suena la película?
Al margen de todo ello, aquella carrera tuvo un ganador real y otro moral.
En el declive de Indurain, emergió un corredor que podía hacerlo todo, tirar del grupo de los mejores por kilómetros y llegar con ellos hasta el final, un escalador potente y pesado, de desarrollo largo, una bruta bestia, que diría Ares, que en la contrarreloj no hacía presos.
Jan Ullrich explotó de tal manera, en esos días, que sigo pensando que fue uno de los motivos para que Miguel Indurain diera un paso al lado.
¿Qué habría sido del Tour 1997 si ambos hubieran estado de dulce?
No lo sabremos, aunque una cosa es cierta, lo que vimos en aquella edición, hace 25 años de eso, pasó a los anales como una de las palizas más hirientes jamás vistas.
El tramo que va desde Andorra a Saint Etienne es un chorreo en toda regla, como yo creo que nunca he visto nunca más.
Con Riis lejos del nivel de antaño, ya en la primera de los Pirineos, Ullrich ejerce de patrón sin el uno a la espalda.
En Arcalis, se acabarían las bromas. el alemán, campeón de su país ese año, abrió gas y destrozó los sueños de Pantani y Virenque en su terreno: les envió más allá del minuto en una etapa concluida tras 250 kilómetros.
A los pocos días en Saint Etienne, «diferencias Indurain» con éste retirado
Ullrich le tomó más de tres minutos en 55 kilómetros a ambos escaladores en una exhibición en la que Olano, especialista total, estuvo casi en los cuatro minutos de pérdida.
Esas eran las carnicerías que dejaba Ullrich a su paso, golpes de efecto que a veces le jugaban malas pasadas, como cuando salía a rueda de Pantani, volando en Alpe d´Huez, para reventar y pasar a controlar los daños.
Su reinado se presumía largo y duro, pero nada hubo de eso.
Ullrich quedó rápido apeado del trono, esa mala cabeza que mostró en etapas como en los Vosgos, la ineptitud de Virenque aquel día le salvó, le traería de cráneo durante toda su vida.
Ver a aquel ciclista de 1997 fue lo más parecido a Indurain que recuerdo, 25 años después lo sigo pensando.
Aunque no volvería a ganar el Tour, hizo pequeños los registros de Poulidor batallando hasta el final y de buena lid con Pantani -memorable su ataque en la Madeleine- y Armstrong, en los Tours que no salen en los libros.
Queríamos acordarnos de este monstruo que esperemos esté mucho mejor y muy alejado de los entornos en los que le hemos visto no hace tanto tiempo.
Imagen: NDR
Ciclismo antiguo
«Monsieur Anquetil, no le pedimos que pierda, sólo que no despliegue todo su potencial»
Publicado
2 días atrásen
10 de agosto, 2022Por
Iban Vega

A Jacques Anquetil le pidieron que no abusara de los rivales
Ese día a Anquetil le llegó una propuesta tremenda.
En Lugano cuando el cielo luce azul, el sol entra por entre las crestas del Ticino y el agua refleja una luz que no calienta, pero sí reconforta.
Una luz de esas que llena el alma e inspira.
Lugano, en el vértice italiano de la confederación helvética, acoge su gran premio, una suerte de mundial oficioso contra el crono que Jacques Anquetil tuvo a bien dominar durante más de media década.
Encantados, pero asustados, los organizadores del evento, no saben cómo aproximarse a la estrella normanda.
Jacques, maitre Jacques, el señor del reloj, el estilista que cinceló la imagen perfecta del hombre sembrado sobre la máquina, la perfección perenne que medio siglo después seguirá como los cánones clásicos, sin perturbarse por las modas.
Temor, como decimos en los garantes del evento.
Temor porque sospechan que el astro va a copar la clasificación.
Sinuosos se escurren ante Anquetil.
Le vienen a decir: “No decimos que pierda, sólo que no despliegue el potencial de su enrome talento”.
Eso tenía un precio, una media verdad que no mintiera al público, pero que le hiciera humano, que le diera emoción. Anquetil pacta un precio por su no victoria.
El pacto de bambalinas no saldría de entre los firmantes, pero Anquetil riza el rizo.
Tiene en Ercole Baldini, italiano, elegante, querido en la zona y uno de los mejores bajadores de los tiempos, su posible gran rival.
Al final sería Gianni Motta el segundo.
De cualquiera de las maneras, con Ercole pacta otra prima, parte del premio de éste por “no desplegar el potencial de su talento”.
Ya son dos bolos más el fijo de salida.Pero el día pinta fenomenal, la gente aclama a maitre Jacques y al final gana, porque no podía ser de otra manera, es el mejor y los arreglos, tan traídos en la época, no funcionan.
Le maitre se lo guisa y se lo come, se lleva el premio del primero, sin necesidad de ofender a la concurrencia, dándole pábulo a una cierta emoción.Todo queda como lo establecido, Jacques Anquetil es siete veces ganador en Lugano, esas marcas que nadie osaría igualar, porque como el tiempo demostró no son de este mundo.
Ésta es una de las historias de «La soledad de Anquetil», el excepcional libro de Paul Fournel dedicado al primer quíntuple ganador del Tour de Francia.
Ciclismo antiguo
La inédita y olímpica historia de Christa Luding y Clara Hughes
Publicado
3 días atrásen
9 de agosto, 2022Por
Iban Vega

Christa Luding y Clara Hughes han sido campeonas olímpicas de ciclismo e invierno
La historia por poco sabida no merece ser omitida. El día que los Juegos Olímpicos coreanos echaron el cierre, hace ua cuatro años, con una fenomenal final de 50 kms de esquí nórdico, queríamos acordaros de dos campeonas olímpicas que las cuñas de Eurosport nos recordaron esos días porque lo fueron de invierno y verano, y en verano lo consiguieron en las pruebas de ciclismo. Hablamos de Christa Luding y Clara Hughes.
La primera era alemana del este, la antigua RDA, en tiempos en los que los mapas de geografía política en Europa borraron fronteras marcadas desde el mismo final de la Guerra Mundial.Christa Luding fue patinadora y ciclista de velocidad. Es una de nuestras campeonas olímpicas.
Christa Luding fue fija en los podios de los ochenta e inicios de los noventa
Su leyenda empieza como patinadora de velocidad. Medio kilómetro y kilómetro, medallas de oro en Sarajevo 1984 y Calgary 1988.Ese mismo año sería plata en la final de velocidad en Seúl 88, la primera olimpiada coreana y la anterior a la de Barcelona, en el 92, como la de Albertville, donde sería bronce de patinaje velocidad en 500 metros.
Clara Hughes es una leyenda en Canadá
La otra protagonista es de Winnipeg. Es una leyenda, una celebridad en un país de honda tradición olímpica, como es Canadá.De hecho, Clara Hughes fue la abanderada en los juegos de Vancouver 2010.
Los juegos de casa, como Chris Hoy en Londres.Para tal honor, Hughes, subcampeona del mundo de contrarreloj en Tunja, año 1995, donde Indurain y Olano, ya había pisado podios olímpicos.
En Atlanta, año 1996, se colgaría dos medallas de bronce en las carreras de carretera, crono y ruta, pero con el tiempo se pasaría a patinadora de distancias más largas que Luding.Hughes ganaría medallas desde Salt Lake City, año 2002, a Vancouver, año 2010.
Por medio, en Turín, 2006, entraría en la galería de campeonas olímpicas: oro en los 5000 metros.
Con la final de hockey hielo aún resonando, las emociones del frío y deslizante, hemos querido tener una esquinita de estos preciosos juegos en este mal anillado cuaderno que es El Velódromo.
Imagen: Olympics
Ciclismo antiguo
El día que Greg Lemond sí batió a Sean Kelly
Publicado
6 días atrásen
6 de agosto, 2022Por
Iban Vega

Ese mundial de Chambery condenó a Kelly ante Lemond
Sitúense. Década de los ochenta, años vintage.
Tiempos de transición, de respeto real y cariño sincero hacia el ciclismo. Guimard diría que los últimos tiempos de inocencia.
El pelotón es poblado por leyendas vivientes.
Nos centramos en dos. Un americano de grácil pedaleo y afortunado sino, Greg Lemond. Enfrente el mejor ciclista del momento, Sean Kelly, un corredor cuyo bagaje excede los límites de la estadística.
En 1989 el Campeonato del Mundo se desarrolla en la ciudad francesa de Chambery, la puerta de los Alpes, un sitio mágico, de montañas preciosas y duendes escondidos.
La jornada es lluviosa y fría. El mundial, siempre en el ocaso del verano rara vez se corre bajo tanta agua. Aquel día descargó el cielo sobre los corredores, tanto que pasarían unos años hasta ver ediciones tan húmedas.
Oslo a los cuatro años y Valkenburg a los nueve le harían honor.
La carrera se decide en un sprint, qué sprint.
Uno entre un millón, Greg Lemond, sorpresivo ganador del Tour un mes antes ante el desconsuelo de Laurent Fignon, lo hizo, ganó a Kelly en una llegada explosiva, casi icónica, en un ambiente espeso y húmedo, con huesos asomando bajo el maillot calado, imitando eso que griegos inventaron en la Victoria de Samotracia, la técnica de los paños mojados para descifrar la anatomía.
Sean Kelly vs Greg Lemond. Un duelo desigual si en grandes clásicas nos fijamos y asimétrico si añadimos mundiales.
Kelly llegaba como ganador de la recién creada Copa del Mundo, fue cuatro veces verde en el Tour, ganador de una Vuelta.
Kelly amasó victorias parciales sobre Lemond en San Remo, Lombardía y Lieja. Le sacó del podio de la Roubaix de 1985.
Sólo en una clásica Lemond rompió la tiranía de Kelly, el Gran Premio de las Américas de ese mismo año cuando se clasificaron cuarto y quinto respectivamente.
Greg pudo con Sean en esa clásica y en todos los mundiales en los que se cruzaron.
Sean nunca pudo con Greg cuando el arco iris amanecía en el horizonte.
La carrera tuvo otro protagonista, Dimitry Konishev, un jovenzuelo soviético que clavó la carrera siempre en vanguardia.
Posiblemente él fuera, con su plata colgando de la nunca, el tipo más feliz del podio francés. Lemond ya había sido campeón del mundo, Kelly nunca lo sería. El ciclismo, caminos paralelos, caminos cruzados, siempre tuvo estas cosas, estos azares.
Lemond nunca ganó a Kelly hasta que lo hizo, y en un Campeonato del Mundo.
Una historia discreta pero latente que explica por ejemplo lo que este año le ha pasado a Peter Sagan, quien nunca fallaba hasta que se vio en el sprint de San Remo.
Historia y foto tomadas de greglemondfans.wordpress.com


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