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Más como Pidcock en ciclismo

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En ciclismo hacen falta más vaciladas de Pidcock en el ciclocross de Sven Nys

Cuando ayer mismo hablábamos de esta generación que se ha hecho con el poder del ciclismo, corriendo a contrapelo, no siempre con la lógica de su lado, pero con el corazón y el cariño del aficionado, nos referíamos a cosas como las de Tom Pidcock en el ciclocross de año nuevo.

En el entorno del Centro de Sven Nys, hay un circuito de ciclocross permanente que cada primero de año abre la campaña de ciclismo.

Es un sitio que, si alguna vez podéis, debéis visitar, una caja de las maravillas con el legado del gran campeón de Baal, cuya sola pronunciación es apelar a todo el ciclocross y su universo.

A diferencia de muchos, Nys puso el ciclocross por delante de todo, si corría MTB o carretera, siempre era sin comprometer sus bolos de invierno para sentar cátedra y elevar el arte de trazar y surcar campas y barrizales a otro estadio.

Tom Pidcock fue el único del «big 3» que rindió visita a la casa del gran campeón

Tenía la carrera en su mano, sí, pero no sentenciada.

Las diferencias con Michael Vanthourenhout y Eli Iserbyt estaban congeladas con el paso de las vueltas, al punto que los dos belgas nunca habían perdido de vista al campeón del mundo.

Eso no fue suficiente para que Pidcock le diera un innecesario hervor de emoción a la cosa, una vuelta de rosca que creo que sólo ocurre en más de un mente de este ciclismo que tenemos la suerte de disfrutar, ahora más que nunca, los doce meses de año.

En la zona de «jorobas» premiaba a los asistentes con bellos saltos, torciendo rueda hasta que, en una de ellas, acabó estampado contra las cintas que marcaban el circuito.

El desconcierto y algún problema mecánico, junto a la escasa ventaja que llevaba, hicieron el resto.

Pidcock fue cazado y finalmente superado por los dos belgas.

Más de uno maldijo la arrogancia del pequeño inglés, del que ya tenemos detalles, destellos de un carácter peculiar, pero al mismo tiempo, para el bien de la competición, su vacilada nos dio un final pletórico en la campaña de ciclocross más mediática que recuerdo.

Tom Pidcock se pasó la semana pasada explorando los límites de su destreza y motor en esta modalidad, persiguiendo a todo tren las estelas de Van Aert y Van der Poel.

El inglés, manifiestamente inferior, ha honrado el maillot irisado con una entrega y resistencia que fueron más allá de lo entendible y ahora, que tenía la carrera en la mano, acabó cagándola de la manera más absurda.

Pues ¿qué queréis que os diga?

Que mola cuando uno se quiere dar un innecesario homenaje y sale trasquilado, al final Pidcock le puso emoción al ciclismo, a la vida.

Es evidente que no estará contento con lo hecho y el resultado, pero su error pasa sin pena pero con gloria en la memoria de los aficionados, y eso también computa en el contrato y el caché.

Tom Pidcock es uno de los ciclistas más brutales que hemos tenido la suerte de ver cómo ha ido creciendo hasta convertirse en algo diferente, ajeno a lo que tanto abunda en ciclismo, es decir profesionales de ocho horas de lunes a viernes completamente entregados a lo que lo que se les pide y se les planifica.

Con él, tenemos petadas extraordinarias pero también días en los que se come el mundo, al extremo de llevar a Van Aert al sprint imposible en una Amstel o ganar en Alpe d´Huez, dejando sorpassos icónicos en la bajada del Galibier.

Más como Tom, más como él, algo diferente e inesperado, que el ciclismo también es esto.

Imagen: Iberobike

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