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Ciclismo antiguo

Vicente Blanco, también como «el cojo»

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Fue en la Vuelta a Francia del año 1910, cuando un tal Vicente Blanco, se inscribió en la prueba con el afán de hacer algo que sobrepasara los límites de lo considerado en aquellos tiempos como normal. En Bilbao, de donde era hijo, le llamaban “El cojo”, a raíz de un accidente que sufrió de joven en una empresa siderúrgica en la cual trabajaba.

Aquejado por esta dolencia física, siguió las recomendaciones que le formuló un médico rural con el que mantenía una buena amistad y confianza. El galeno en cuestión le recomendó que practicara la bicicleta con el fin de acelerar su rehabilitación. El mal que le embargaba, con todas las recomendaciones, no le desapareció así como así. Mientras hacía uso de los pedales, una vez consagrado como ciclista, nadie advertía su defecto físico. Los impulsaba como un molinillo y con un encendido vigor.

Cuando se apeaba de su caballo de hierro, léase bicicleta, su figura se empequeñecía en gran manera al verle andar. Parecía tambalearse sobre sus pies al imprimir un movimiento intermitente un tanto peculiar, un poco a saltos. En fin, un caminar desgarbado. Su pierna, la afectada, no daba más de sí. Le faltaba soltura. Se llegó a decir acerca de su persona que su estampa inspiraba más bien lástima, un sentimiento disimulado de piedad para los que le veían. Lo bueno del caso es que con anterioridad, el entusiasta Blanco, apenas había montado en una bicicleta. Su amigo médico, protector fortuito, fue el que realmente le lanzó hacia aquella dura actividad vivida sobre la carretera.

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Blanco se dio a conocer con alguna que otra victoria valiosa. De ahí que se decidiera pronto dar un paso que le colocara en un lugar más honorable. “El cojo”, sin contar con apenas con la ayuda de nadie, emprendió camino rumbo a París, con intención de alinearse en la línea de partida del Tour de Francia. Su ida a la capital de Francia a modo de entreno, lo hizo montado en bicicleta, la misma bicicleta con la que había ganado los dos Campeonatos de España de carretera en los años 1908 y siguiente.

Se fue a nuestro vecino país sin importarle el desafío en el cual se enfrentaba. Consideraba que podría tener posibilidades de éxito al contar en su haber con los dos títulos nacionales citados. En realidad era un pensamiento utópico y sin base sólida, dado que no era lo mismo el conseguir dos títulos nacionales en un par de jornadas aisladas que entrar en lucha en la ronda gala, acarreando muchos días con no pocas penalidades e inclemencias. Le empujaba simplemente un encendido entusiasmo e ilusión que se escapaba de toda lógica. Simplemente un golpe de corazón.

Blanco se lanzó a la aventura apoyado por la Federación Atlética Vizcaína, su único recurso moral y económico. Un factor esencial pero insuficiente. Se alineó en aquel Tour de 1910, cubriendo tres primeras etapas sin ayuda hacia su persona. En la cuarta etapa se vio obligado a abandonar en los alrededores de la ciudad de Belfort, enfermo y físicamente agotado. No olvidemos lo que había representado para él el trasladarse en bicicleta desde nuestro suelo patrio hasta París, el lugar de inicio del célebre Tour. Fue una aventura de mérito que no llegó a más, pero digna para contar.

Mucho se ha escrito acerca de las gestas de los ciclistas españoles en el campo internacional, en donde un día se nos abrieron las puertas que nos llevarían a conquistar una fama que no teníamos. Los primeros pasos no fueron nada fáciles para nuestros corredores que sin apenas medios materiales se lanzaron a una aventura de gran envergadura como fue el concurrir en el Tour de Francia, una ilusión que nos venía contra viento y marea, pero necesaria para que nuestro ciclismo progresara y se pudiera colocar en línea preferente.

Por Gerardo Fuster

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Ciclismo antiguo

Adiós, maestro Javier de Dalmases

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Sin Javier de Dalmases perdemos un excelente relator de ciclismo

Hace ya un tiempo que hablé por última vez con de Javier de Dalmases, jubilado de El Mundo Deportivo.

Le invitamos al podcast, pero declinó.

CCMM Valenciana

El ciclismo —decía— le quedaba lejos.

Y sin embargo, había sido su casa durante más de treinta años.

Tres décadas en un rotativo histórico, más que centenario, que fue impulsor de carreras, promotor de actividad y espejo de un deporte que respiraba verdad.

Hoy, por desgracia, convertido en un panfleto para los ciegos del fútbol.

Leo que Javier ha muerto.

Y lo ha hecho joven, demasiado pronto, llevándose consigo un trozo de lo mejor que ha dado este oficio en el ciclismo.

Javier escribía de maravilla.

Hilvanaba historias con sencillez, con método, con claridad.

Le daba a esto de escribir otra dimensión: cuidaba la ortografía, el estilo, la estética.

Y lo hacía desde el terreno, narrando grandes carreras in situ, como quien pinta un cuadro desde el borde de la carretera.

Era un personaje.

Uno de los periodistas de peso en nuestra pequeña esfera ciclista, con proyección internacional y su nombre impreso en libros que aún rondan por casa desde que tengo uso de razón.

Un grande que se nos va.

Le conocí por primera vez en una llegada de la Vuelta a España, en Cerler, hace casi treinta años.

Zülle y Jalabert se disputaban una carrera que días antes había dejado Miguel Indurain, casi de manera prematura.

Recuerdo a Javier con su cuaderno en la mano, el gesto serio, la mirada limpia.

Su carácter era como su escritura: transparente, preciso, de calidad.

Le veo aún, enfadado con un periodista francés, no sé bien por qué, pero con esa pasión que solo tienen los que aman lo que hacen.

Con él se apagan un poco las luces de un tiempo en el que el ciclismo era el mejor caldo para las crónicas más ricas, más humanas, más verdaderas.

Pocos deportes retratan mejor la vida.

Y Javier lo hacía con maestría.

Descanse en paz, maestro.

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Ciclismo antiguo

Gianni Bugno no ganaba por fuerza: ganaba por estética

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Gianni Bugno: la elegancia que dudó un segundo y perdió un Tour y los que vinieron

Ya lo veis ahí, con la tricolore, maillot eterno, Gianni Bugno.

Hay ciclistas que ganan carreras, y otros que ganan miradas.

Gianni Bugno fue de los segundos.

CCMM Valenciana

Aquel italiano nacido en Suiza, con la raya al lado perfecta y la planta de actor francés, podía estar deshecho por dentro, pero por fuera era mármol.

Vestido con la tricolore, subiendo Alpe d’Huez sin casco, con gafas de espejo y el gesto impasible, parecía más modelo de Armani que campeón de Italia.

Ese maillot duró unos meses, pero dejó más huella que muchas temporadas enteras.

Con él ganó Burgos, San Sebastián y Zúrich antes de coronarse campeón del mundo en Stuttgart.

Pero aquel verano también dejó la escena que cambió su historia: el Tourmalet.

Indurain bajó a toda máquina, Chiapucci hizo de puente… y Bugno, Gianni el bello, dudó.

Esperó al coche. Un parpadeo. Dos minutos. Y adiós Tour.

Desde ahí, las trayectorias se cruzaron.

Indurain se vistió de amarillo para cinco años; Bugno empezó a vivir de recuerdos, y qué recuerdos.

Porque un año antes había hecho lo que casi nadie: ganar el Giro de inicio a fin.

Líder desde Bari hasta Milán, tres semanas de rosa sin un solo día flojo. Mottet, Giovanetti, Lejarreta… todos quedaron a más de seis minutos de un Bugno que no sudaba, simplemente rodaba. “No me llaméis campeón —decía—, eso sería ofender a Bartali y Coppi”.

Pura elegancia también para quitarse mérito.

Luego llegaron sus grandes días menores: aquel Alpe d’Huez de 1991 que ganó sabiendo que el Tour no era suyo, el sprint largo y demoledor de Benidorm, el Flandes del 94 donde dejó clavado a Museeuw con una arrancada de 300 metros.

Gianni no ganaba por fuerza: ganaba por estética.

Quizá le faltó sangre, o le sobró belleza.

Quizá dudó cuando había que morir un poco más.

Pero si hay una imagen que resiste los años, es la suya: agarrado del manillar plano, sin gesto de dolor, elegante incluso en la derrota.

Porque hay campeones que ganan, y otros, como Gianni Bugno, que nunca dejan de parecerlo.

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Ciclismo antiguo

Los 10 maillots más bonitos de la historia del ciclismo

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Los maillots que vistieron nuestros mejores recuerdos de ciclismo

Ahí está Perico, con el inolvidable Francis Lafargue y es que en la memoria de ciclismo, los maillots son mucho más que tela y publicidad.

Son piel, historia y símbolo.

Cada generación guarda el suyo, ese que, al verlo, despierta el ruido de una fuga o el eco de una meta en alto.

CCMM Valenciana

Aquí va mi lista, tan subjetiva como sentimental

Como digo el Reynolds de Perico ocupa el primer lugar.

Ese degradado de azules, limpio y elegante, fue la bandera de un ciclismo español que soñaba a lo grande.

Lo ves y hueles a los Alpes, a Delgado escapando con Rooks camino de Alpe d’Huez.

Luego llegó Banesto, sí, pero el encanto de aquel Reynolds era puro y sincero.

Por detrás, el Z de Lemond, ese cómic convertido en maillot.

Azul degradado, la Z gigante y una modernidad que anticipó los noventa.

Lemond lo llevaba con una elegancia natural que hacía parecer que el ciclismo era, también, cuestión de estilo.

Y hablando de arte, el La Vie Claire de Tapie, Hinault y Lemond sigue siendo el cuadro más famoso sobre ruedas.

Mondrian reinterpretado en lycra, geometría pura que hizo del ciclismo un lienzo en movimiento.

Más atrás en la lista, el ONCE de 1990, amarillo y verde, fue un rayo de optimismo español en tiempos de Lemond y Bugno.

Diseñado con Etxe Ondo, nació para brillar… y lo hizo hasta en Japón.

El azzurri de la nazionale italiana no necesita explicación: cada puntada lleva un pedazo de orgullo patrio. Lo han vestido Bugno, Bettini, Nibali… cuando aparece esa maglia, sabes que la carrera se pone seria.

El Leopard de Andy Schleck y Cancellara es la elegancia moderna: limpio, blanco, negro, sin estridencias.

Minimalismo puro en tiempos de saturación publicitaria que creo marcó la tendencia.

El Molteni de Merckx es historia viva.

Marrón, sobrio, con una franja oscura: el ciclismo en su forma más pura.

Detrás, el olor a grasa, a salami y a gloria.

El campeón belga, en cualquier espalda, es poesía sobre dos ruedas.

Cuando Wellens gana en el Tour, se celebra por partida doble, por el ciclista y por esas franjas negro-amarillo-rojo nunca fallan, y cuando Bélgica se viste de celeste, roza la perfección.

Vamos con Castorama, el maillot-mono de Fignon y Guimard fue locura francesa, humor gráfico y talento.

Y el Team GB del Mundial de Cavendish, con su Union Jack estilizado, marcó la era moderna del ciclismo británico.

Son solo maillots, dicen. Pero cada uno es un pedazo de nuestra memoria ciclista.

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Ciclismo antiguo

DEP Luis Zubero

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Luis Zubero podía hablar de diez años del ciclismo que muchos sólo podemos imaginar

Luis Zubero se ha marchado a los 77 años, y con él se va un pedazo del ciclismo vasco de verdad, de aquel que olía a grasa, a tubular caliente y a lluvia en los puertos de Euskadi.

Nacido en Zeberio en 1948, Zubero fue corredor del mítico equipo KAS, siete temporadas vestido de amarillo limón, cuando el ciclismo era una escuela de vida más que un escaparate.

Entre 1968 y 1976 rodó junto a los gigantes —Merckx, Poulidor, Thévenet, Ocaña—, y en sus piernas quedaron cuatro Tours, dos Giros y una Vuelta.

CCMM Valenciana

Su palmarés cabría en pocas líneas, pero su historia ocupa muchas más. Campeón de España amateur en 1967, olímpico en México y dos veces ganador en 1970, Zubero representó esa casta de ciclistas que no necesitaban alardes para ser grandes.

Fue decimoquinto en el Tour del 70, segundo en Grenoble tras Merckx, y aun así hablaba de aquel día con la modestia de quien se sabía afortunado por simplemente estar allí, pedaleando entre los mejores.

Pero su verdadera carrera empezó después de colgar la bici.

En 1977 abrió Ciclos Zubero, en el corazón de Bilbao, y convirtió aquel taller en un santuario para generaciones enteras. Entre llaves Allen y cuadros de acero, enseñó que una bicicleta no era sólo un objeto, sino una forma de entender la vida.

Los buenos amigos que me ha dado el ciclismo, eso ha sido lo mejor”, decía, y en esa frase se escondía todo su legado.

Zubero tenía alma de mecánico poeta.

Hablaba de los conos, de las ruedas Clément o de una holgura milimétrica como quien describe una sinfonía.

Miraba el ciclismo moderno con una sonrisa entre irónica y tierna: “Desde cadetes ya tienen bicis de tope de gama… nosotros las hacíamos rodar con cariño”.

Era un hombre del detalle, del esfuerzo y de la conversación amable al borde del mostrador.

Hasta el final siguió saliendo en bici.

Las eléctricas, decía, le habían salvado: “Ahora subo Morga y llego a casa más a gusto que nunca”.

Y uno imagina que sí, que allá arriba, donde el viento sopla limpio y las cumbres se confunden con el cielo, Luis Zubero sigue pedaleando despacio, disfrutando del camino.

Porque hay ciclistas que nunca se bajan de la bici.

Imagen: Diario Noticias

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DESTACADO: Giro de Italia

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