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Ciclismo antiguo

Los 10 maillots más top del ciclismo

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En mi top 10 de maillots de ciclismo brilla el Reynolds cuando Perico

Quería recuperar este post sobre los maillots más bonitos que he visto desde que sigo ciclismo, y ya han pasado unos cuantos años.

La lista es completamente subjetiva y sujeta a cambios…

10- El Team GB del Mundial de Cavendish

CCMM Valenciana

La pieza tiene más o menos doce años y fue la que marcó el cambio de paso del ciclismo británico en la década que dejamos atrás.

Lo vistieron grandes como Geraint, Wiggins o Cavendish, quien con ese mismo maillot logró ser campeón del mundo en Copenhague, uno de los peores mundiales que recuerdo.

Cuenta el libro «The Art of the jersey» que se han ganando 52 mundiales con esos colores.

El estampado de la Union Jack en todo el diseño me parece icónico, para recordar, aunque si soy sincero todos los maillots británicos que le sucedieron también me gustan, especialmente, los olímpicos y en concreto el de Londres 2012.

 

9- El Castorama de Fignon y Guimard

Laurent Fignon y Cyrile Guimard tuvieron mucho peligro juntosa, mbos ya habían ideado el diseño de las avispillas del Systeme U y luego tramaron el diseño de uno de los maillots franceses más bonitos.

Dice Fignon en su libro que el diseño es de su mano, simulando los trabajadores de la marca, una manera total de integrarles en el equipo.

Castorama es ciclismo de los noventa en toda su dimensión, la coleta y gafitas de Fignon pero también los prólogos y los manillares de Thierry Marie, una estética adelantada a su tiempo.

8- El campeón belga, da igual quién lo lleve

Vale foto de Philippe Gilbert entrando en la meta del Tour de Flandes que acabó ganando por KO, pero es indiferente, el maillot de campeón belga es un espectáculo, siempre.

La guinda de esta pieza sucede una vez al año, cuando Bélgica saca la celeste, otra maravilla de la estética, un color que escogieron por que el negro de los primeros años les daba mucho calor.

7- El Molteni de Eddy Merckx

Entre los maillots ciclistas, el que hizo popular Eddy Merckx debía estar sí o sí, y no sólo por la enormidad del persona, pues la pieza tiene una elegancia casi contemporánea que se ha traslado con éxito a ropa de vestir.

Maillot marrón con franja central oscura para recordar, como escribe Chris, al más grande, pero también a Gianni Motta y Rudi Altig.

Por cierto, Arcore era la ciudad donde Molteni tenía su fábrica de salami.

6- El Leopard de Andy Schleck y Cancellara

El Leopard fue aquella historia que los Schleck, con la participación de Fabian Cancellara, se sacaron de la manga para irse del Saxo Bank de Riis, donde recalaría Alberto Contador

El maillot es precioso, limpio, simple y elegantísimo, creo que inspirador para lo que vendría después.

Es tan limpio que lo podrían utilizar esos ciclistas que nunca salen con maillots de equipos.

En un ciclismo con prendas atiborradas de patrocinadores, la pieza que se sacaron los Schleck, germen del actual Trek, es una bendición y eso que en estética se podría considerar un paso atrás, por su desnudez, recordando aquellos maillots de lana de hace medio siglo.

La etapa que Andy gana en el Galibier es la sublimación de uno de nuestros maillots favoritos en la historia del ciclismo.

5- La azzurri de la nazionale

Es complicado encontrar un diseño, en el tiempo, de la selección italiana que no sea bonito, es indistinto el color, el matiz, la banderita en uno u otro sitio, este maillot es competitividad, calidad, darlo todo… es Italia en definitiva.

Cuando veas esta prenda volar en un mundial es que las cosas se han puesto serias, cuando veas a uno de ellos levantar los brazos, estrujará su maglia más fuerte que nadie, pues en el fondo llevan la nación en el corazón.

A todo ello, otra cosa que también es interesante señalar, desde que yo tengo memoria, la maglia azzurra lleva marca italiana.

Costa Blanca- Diputació Alacant

4- La ONCE del Tour 90 y 91 

El valiente Eduardo Chozas, entre Perico, Bugno y Lemond es el modelo de esta propuesta.

En un tiempo durante el cual estaba prohibido acudir al Tour vestido de amarillo para evitar ser confundido con el líder, la ONCE se sacó de la manga un maillot eterno que duró dos ediciones de la Grande Boucle, pero que recordamos con cariño.

Como nos contó Manolo Saiz: «Ese maillot nació en 1990 en colaboración con nuestro proveedor de ropa, Etxe Ondo, que tenía bastante venta en Japón. Es un maillot con los colores de la ONCE, verde y amarillo, mientras que las rayas surgen como de un punto de fuga que simula un sol japonés. Fue el  maillot de ciclismo más vendido en Japón«.

3- La Vie Claire de Lemond, Hinault y Tapie

Nunca imaginó Bernard Tapie -os recomiendo su serie en Netflix- que su recuerdo se vincularía tanto a un maillot ciclista, pero cuando emprendió el fichazajo de Greg Lemond, para ponerlo al lado de Bernard Hinault, más una amplia corte de estrellas, la pieza pasó a ser inmortal.

Para muchos el de La Vie Claire es el rey de los maillots ciclistas, no les quito la razón, es imperecedero al paso tiempo, elegante, sobrio… verlo sugiere ciclismo, aunque yo tengo otros favoritos, en especial el de Reynolds y Z.

Piet Mondrian y su «composición en rojo, amarillo y azul» tuvieron su mejor aliado en el ciclismo para acceder a la inmortalidad.

2- El Z de Lemond

Este maillot parte con una ventaja respecto al resto, lo vistió Greg Lemond, el campeón que aún hoy sigue estando vigente en cuanto a estética y modernidad, de arriba a abajo, hasta en los complementos y bicicleta.

Partiendo de ese factor, el maillot de Z, marca de ropa infantil, explica Chris Sidwels en su libro de maillots ciclistas, era revolucionario por su azul degradado, de más oscuro a clarito con una Z central que parecía surgida de un cómic.

Como detalle  fue uno de los primeros maillots ciclistas en usar cremallera central para los días de calor extremo.

1- El Reynolds del Tour de Perico

Sin duda uno de los maillots ciclistas de mi infancia, el que casi todos aspirábamos a tener algún día.

En un tiempo en el que el ciclismo español llegó a tener hasta diez o más escuadras, el maillot de la empresa de papel de aluminio se llevó la palma y entre ellos la versión más avanzada, la de Perico Delgado escapado con Stven Rooks camino de l´ Alpe d´Huez, pues al siguiente Tour ya entraría la publicidad de Banesto.

El maillot es atemporalmente bello, una pasada en su diseño sencillo y súper agradable a la vista con ese escalado de azules.

Los de Banesto tuvieron cierto qué, sobretodo el de 1994-95, pero no llegaron a causar la admitación que nos propuso éste.

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10 Comentarios

1 Comentario

  1. Manel

    14 de noviembre, 2023 En 9:24

    El Renault de Hinault y Fignon. Mítico
    O el Ti-Raleigh, neerlandés de finales 70, principios 80s
    Y el Hueso, español…..

  2. Alberto

    14 de noviembre, 2023 En 17:30

    No se ven los maillot

  3. Jorx

    15 de noviembre, 2023 En 11:24

    El de Castorama siempre me pareció feísimo, y el de Leopardo también.
    Casi que el que más me gusta es el de Banesto que lleva Perico en la foto con Chozas.

    • Iban Vega

      16 de noviembre, 2023 En 8:34

      no hombre no, el maillot del primer Banesto es el más feo de su historia, cuando el azul toma protagonismo es mucho más bonito

  4. Bikenuel

    19 de noviembre, 2023 En 16:23

    Renault, Gewiss, Kelme…

    • Iban Vega

      19 de noviembre, 2023 En 17:17

      de los 3 sólo te compro el de Renault

  5. Eneko Carrillo

    21 de noviembre, 2023 En 9:01

    El del Z y Castorama nunca me gustaron. Incluiría a cambio el del Gatorade y PDM. Coincido en varios, sobre todo en el del campeon belga y ese «da igual quien lo lleve». El debate de los maillots más bonitos y más feos daría para mucho, jeje.

    • Iban Vega

      21 de noviembre, 2023 En 13:23

      qué honor tenerte por estas líneas aunque discrepe en tus 2 elecciones

  6. Geyperman

    25 de julio, 2025 En 13:49

    Yo hubiera puesto el maillot del Renault, que para mí es uno de los más bonitos de la historia.

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Ciclismo antiguo

Gianni Bugno no ganaba por fuerza: ganaba por estética

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Gianni Bugno: la elegancia que dudó un segundo y perdió un Tour y los que vinieron

Ya lo veis ahí, con la tricolore, maillot eterno, Gianni Bugno.

Hay ciclistas que ganan carreras, y otros que ganan miradas.

Gianni Bugno fue de los segundos.

CCMM Valenciana

Aquel italiano nacido en Suiza, con la raya al lado perfecta y la planta de actor francés, podía estar deshecho por dentro, pero por fuera era mármol.

Vestido con la tricolore, subiendo Alpe d’Huez sin casco, con gafas de espejo y el gesto impasible, parecía más modelo de Armani que campeón de Italia.

Ese maillot duró unos meses, pero dejó más huella que muchas temporadas enteras.

Con él ganó Burgos, San Sebastián y Zúrich antes de coronarse campeón del mundo en Stuttgart.

Pero aquel verano también dejó la escena que cambió su historia: el Tourmalet.

Indurain bajó a toda máquina, Chiapucci hizo de puente… y Bugno, Gianni el bello, dudó.

Esperó al coche. Un parpadeo. Dos minutos. Y adiós Tour.

Desde ahí, las trayectorias se cruzaron.

Indurain se vistió de amarillo para cinco años; Bugno empezó a vivir de recuerdos, y qué recuerdos.

Porque un año antes había hecho lo que casi nadie: ganar el Giro de inicio a fin.

Líder desde Bari hasta Milán, tres semanas de rosa sin un solo día flojo. Mottet, Giovanetti, Lejarreta… todos quedaron a más de seis minutos de un Bugno que no sudaba, simplemente rodaba. “No me llaméis campeón —decía—, eso sería ofender a Bartali y Coppi”.

Pura elegancia también para quitarse mérito.

Luego llegaron sus grandes días menores: aquel Alpe d’Huez de 1991 que ganó sabiendo que el Tour no era suyo, el sprint largo y demoledor de Benidorm, el Flandes del 94 donde dejó clavado a Museeuw con una arrancada de 300 metros.

Gianni no ganaba por fuerza: ganaba por estética.

Quizá le faltó sangre, o le sobró belleza.

Quizá dudó cuando había que morir un poco más.

Pero si hay una imagen que resiste los años, es la suya: agarrado del manillar plano, sin gesto de dolor, elegante incluso en la derrota.

Porque hay campeones que ganan, y otros, como Gianni Bugno, que nunca dejan de parecerlo.

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Ciclismo antiguo

Los 10 maillots más bonitos de la historia del ciclismo

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Los maillots que vistieron nuestros mejores recuerdos de ciclismo

Ahí está Perico, con el inolvidable Francis Lafargue y es que en la memoria de ciclismo, los maillots son mucho más que tela y publicidad.

Son piel, historia y símbolo.

Cada generación guarda el suyo, ese que, al verlo, despierta el ruido de una fuga o el eco de una meta en alto.

CCMM Valenciana

Aquí va mi lista, tan subjetiva como sentimental

Como digo el Reynolds de Perico ocupa el primer lugar.

Ese degradado de azules, limpio y elegante, fue la bandera de un ciclismo español que soñaba a lo grande.

Lo ves y hueles a los Alpes, a Delgado escapando con Rooks camino de Alpe d’Huez.

Luego llegó Banesto, sí, pero el encanto de aquel Reynolds era puro y sincero.

Por detrás, el Z de Lemond, ese cómic convertido en maillot.

Azul degradado, la Z gigante y una modernidad que anticipó los noventa.

Lemond lo llevaba con una elegancia natural que hacía parecer que el ciclismo era, también, cuestión de estilo.

Y hablando de arte, el La Vie Claire de Tapie, Hinault y Lemond sigue siendo el cuadro más famoso sobre ruedas.

Mondrian reinterpretado en lycra, geometría pura que hizo del ciclismo un lienzo en movimiento.

Más atrás en la lista, el ONCE de 1990, amarillo y verde, fue un rayo de optimismo español en tiempos de Lemond y Bugno.

Diseñado con Etxe Ondo, nació para brillar… y lo hizo hasta en Japón.

El azzurri de la nazionale italiana no necesita explicación: cada puntada lleva un pedazo de orgullo patrio. Lo han vestido Bugno, Bettini, Nibali… cuando aparece esa maglia, sabes que la carrera se pone seria.

El Leopard de Andy Schleck y Cancellara es la elegancia moderna: limpio, blanco, negro, sin estridencias.

Minimalismo puro en tiempos de saturación publicitaria que creo marcó la tendencia.

El Molteni de Merckx es historia viva.

Marrón, sobrio, con una franja oscura: el ciclismo en su forma más pura.

Detrás, el olor a grasa, a salami y a gloria.

El campeón belga, en cualquier espalda, es poesía sobre dos ruedas.

Cuando Wellens gana en el Tour, se celebra por partida doble, por el ciclista y por esas franjas negro-amarillo-rojo nunca fallan, y cuando Bélgica se viste de celeste, roza la perfección.

Vamos con Castorama, el maillot-mono de Fignon y Guimard fue locura francesa, humor gráfico y talento.

Y el Team GB del Mundial de Cavendish, con su Union Jack estilizado, marcó la era moderna del ciclismo británico.

Son solo maillots, dicen. Pero cada uno es un pedazo de nuestra memoria ciclista.

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Ciclismo antiguo

DEP Luis Zubero

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Luis Zubero podía hablar de diez años del ciclismo que muchos sólo podemos imaginar

Luis Zubero se ha marchado a los 77 años, y con él se va un pedazo del ciclismo vasco de verdad, de aquel que olía a grasa, a tubular caliente y a lluvia en los puertos de Euskadi.

Nacido en Zeberio en 1948, Zubero fue corredor del mítico equipo KAS, siete temporadas vestido de amarillo limón, cuando el ciclismo era una escuela de vida más que un escaparate.

Entre 1968 y 1976 rodó junto a los gigantes —Merckx, Poulidor, Thévenet, Ocaña—, y en sus piernas quedaron cuatro Tours, dos Giros y una Vuelta.

CCMM Valenciana

Su palmarés cabría en pocas líneas, pero su historia ocupa muchas más. Campeón de España amateur en 1967, olímpico en México y dos veces ganador en 1970, Zubero representó esa casta de ciclistas que no necesitaban alardes para ser grandes.

Fue decimoquinto en el Tour del 70, segundo en Grenoble tras Merckx, y aun así hablaba de aquel día con la modestia de quien se sabía afortunado por simplemente estar allí, pedaleando entre los mejores.

Pero su verdadera carrera empezó después de colgar la bici.

En 1977 abrió Ciclos Zubero, en el corazón de Bilbao, y convirtió aquel taller en un santuario para generaciones enteras. Entre llaves Allen y cuadros de acero, enseñó que una bicicleta no era sólo un objeto, sino una forma de entender la vida.

Los buenos amigos que me ha dado el ciclismo, eso ha sido lo mejor”, decía, y en esa frase se escondía todo su legado.

Zubero tenía alma de mecánico poeta.

Hablaba de los conos, de las ruedas Clément o de una holgura milimétrica como quien describe una sinfonía.

Miraba el ciclismo moderno con una sonrisa entre irónica y tierna: “Desde cadetes ya tienen bicis de tope de gama… nosotros las hacíamos rodar con cariño”.

Era un hombre del detalle, del esfuerzo y de la conversación amable al borde del mostrador.

Hasta el final siguió saliendo en bici.

Las eléctricas, decía, le habían salvado: “Ahora subo Morga y llego a casa más a gusto que nunca”.

Y uno imagina que sí, que allá arriba, donde el viento sopla limpio y las cumbres se confunden con el cielo, Luis Zubero sigue pedaleando despacio, disfrutando del camino.

Porque hay ciclistas que nunca se bajan de la bici.

Imagen: Diario Noticias

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Ciclismo antiguo

¿Chava o Heras? yo el segundo

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Si Chava Jiménez era la vedette, Roberto Heras era cabeza de cartel

En la foto, amarillenta ya por los años, posan seis tipos que huelen a otro tiempo: Beloki, Heras, el Chava, Olano y Escartín.

Una alineación de lujo de ese ciclismo de los noventa que vivía aún bajo la sombra de Indurain, cuando España seguía creyendo que todo lo que subía un puerto llevaba ADN navarro.

Allí estaban, los herederos del gigante, intentando sobrevivir a la comparación imposible.

CCMM Valenciana

En medio de todos, dos nombres que aún hoy dividen sobremesas y recuerdos: Roberto Heras y José María Jiménez.

Dos castellanos de pura cepa, vecinos casi de mapa, pero separados por un mundo entero de carácter.

El Chava era chispa, un vendaval con alma de rockstar

Cuando atacaba, lo hacía como si se jugara la vida, y el público se lo compraba entero.

Lo veías subir, retorciéndose, medio desatado, y entendías por qué la gente llenaba cunetas solo por verle pasar. Era el ídolo que no necesitaba ganar para ser querido.

Heras, en cambio, era otra historia

Silencioso, preciso, sin necesidad de aspavientos. Mientras el abulense levantaba brazos, el bejarano miraba el potenciómetro antes de que existieran los potenciómetros.

Frío en carrera, amable fuera de ella, como esos ciclistas que no hacen ruido pero ganan donde hay que ganar.

Sus caminos se cruzaron menos de lo que el recuerdo colectivo cree. Cuando el Chava volaba en el 98, Heras trabajaba para Escartín en el Kelme.

Y cuando el bejarano ganó la Vuelta, el ídolo de El Barraco ya no estaba para pelear.

Aun así, la afición se empeñó en compararlos, como si el ciclismo fuera una cuestión de temperamento.

La prensa, que entendía de ciclismo lo justo, ayudó poco. Se construyó un mito alrededor del Chava tan desbordado como su propio carácter.

Y Heras, que ganó más, fue menos querido. Cuestión de narrativa, que dirían ahora.

Yo, que siempre fui resultadista, me quedo con el del Kelme.

Con ese escalador fino, metódico, que subía como si la montaña le debiera algo. El Chava fue emoción pura, sí, pero Heras fue eficacia.

Entre ambos, nos regalaron una rivalidad breve pero inolvidable, de esas que explican por qué seguimos mirando al ciclismo de los noventa con una mezcla de nostalgia, cariño y un punto de melancólica ironía.

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DESTACADO: Giro de Italia

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