Ciclismo antiguo
En el Pordoi de Fausto Coppi
En el Pordoi Fausto Coppi goza de memoria eterna
«Escenario inmortal«. Así definían nuestros amigos Juanto y Ander el mítico Passo Pordoi en un artículo publicado en Pedalier tras ver la senda que abrió Fausto Coppi.
Un puerto que lo describían como épico más por su historia y belleza que por su dureza contenida.
En efecto, estar en esta cima legendaria, a 2239 metros de altura, uno tiene la sensación de formar parte de la historia del ciclismo y más concretamente de la del Giro de Italia.
Si entras en el hotel Savoia, el primer refugio que hay subiendo desde Arabba, podrás contemplar en su interior, colgados de la pared, fotos y recortes de periódicos antiguos con las crónicas de las hazañas de Fausto Coppi en el Pordoi.
Y muy cerca de aquí está el reciente monumento dedicado a Gilberto Simoni, inaugurado el 3 de julio de 2011, con motivo del «Gibo Simoni Pordoi Day», una fiesta en su honor, como homenaje por su reciente retirada de la competición y en su puerto preferido: el Pordoi.
Lo más curioso es que el monumento es una bici auténtica de Gibo (una Wilier), protegida por una estructura metálica con forma de ciclista y asentada sobre una gran roca, que además contiene una placa con la lista de todos los corredores del Giro que han ganado la Cima Coppi en los años que el Pordoi era el punto más alto de la carrera.
Y ahí está la bici y nadie osa ni tocarla.
Pero el auténtico tesoro para el cicloturista es pararse y hacerse una foto junto al magnífico monumento a Fausto Coppi que hay en la cima, tanto para el que lo ha ascendido por la vertiente de Arabba, la más bella, con sus 33 tornanti, vueltas y revueltas marcadas en orden numérico y señalando siempre la altura, o bien por el que lo ha hecho por la de Canazei también con sus 27 curvas, eso si no tiene que esperar su turno y hacer fila ante la cantidad de grupos de ciclistas que quieren inmortalizar el evento.
La escultura está enmarcada con un telón de fondo magnífico: las montañas del Grupo del Sella y es obra del joven maestro italiano, artista y restaurador, Lorenz Martino. Nacido en mayo de 1976 y con sólo 23 años recibe el encargo de la Comune di Canazei (Val di Fassa) de crear un monumento dedicado al «Campeón de Campeones» en el Pordoi.
Sin duda, por su gran habilidad artística, ya demostrada desde su infancia, le confían esta gran obra, aunque su especialidad es la madera, al joven Lorenz le gusta experimentar con diferentes materiales y decide que su trabajo será en bronce.
Se lanza de cabeza con mucha ilusión en esta nueva experiencia y se pasa un mes entero dibujando el proyecto, modelando y creando, hasta que después de varios meses, en julio del año 2000, completa su obra, una prueba de la capacidad artística de este joven maestro.
Creada con 600 kg de arcilla y después fundida en bronce, la escultura tiene unas dimensiones de 2.30 por 2.20 metros y descansa sobre un enorme bloque de piedra, con un peso total de más de dos toneladas.
El monumento a «Il Campionissimo» representa a Coppi en el centro del plano con una perspectiva elipsoide, saliéndose de la escena en plena carrera, flanqueado por el público, los tifossi que le dan alas entre la multitud. Grazie mille, Lorenz!
Por Jordi Escrihuela
Ciclismo antiguo
Cancellara en 5 esenciales
Fabian Cancellara perteneció al grupo de ciclistas más fuertes que he visto nunca
Ahí le veis, a la izquierda, según la marcha, del grupo de su querida Strade Bianche, Cancellara tiene detrás a Sagan y a un lado a Nibali, Kwiatkowski, Valverde, Oss y Ulissi.
Qué fuerte que este post de Fabian Cancellara se etiquete ya con el tag de ciclismo antiguo, pero son siete, ya, los años que llevamos sobre el campeón suizo.
Lo dejó pocos meses después de esa foto, os acordaréis, siendo campeón olímpico de contrarreloj en Rio de Janeiro en un ejercicio sublime de llegar, volar y acertar en el último gran objetivo de su carrera.
Aquel día dejó atrás, con cierta solvencia, a Tom Dumoulin -dos veces subcampeón olímpico- y Chris Froome, recién llegado de ganar su tercer Tour de Francia.
Desde entonces no han sido pocas las veces que nos hemos acordado de Fabian Cancellara y seguro que en el fondo nos hemos preguntado qué habría logrado en este ciclismo de locos que vivimos hoy en día.
En todo caso, he venido aquí a hablar de los cinco rasgos que más distinguen al último gran ciclista suizo de la historia.
Una fuerza sin igual
Pocos corredores transmitieron la sensación de poder sobre la bicicleta que logró imprimir Fabian Cancellara.
Quizá Indurain y Ullrich se pudieran medir a su potencial rodador y poderío en la máquina.
Fabian Cancellara era un corredor que tenía que intimidar, y mucho.
Polivalencia en el llano, clásicas y cronos
Pocos ciclistas han logrado desplegar un palmarés así en carreras llanas.
Fabian Cancellara era bueno en los muros de Flandes, pero en especial brilló con la carretera lisa, con ritmos que sobrepasaban a muchos de sus rivales para conquistar tanto siete monumentos como numerosas contrarrelojes.
Por suerte Cancellara no se centró en el Tour
Aquella famosa etapa de Hautacam, cuando le hizo un servicio a los Schleck, sobre el papel, que al final benefició a Carlos Sastre, abrió la posibilidad de verle disputar el Tour.
Había rendido muy bien en un entorno como el Tourmalet.
Afortunadamente no hizo caso de esos cantos y Cancellara siguió a lo suyo, a hacer un botín inmenso entre Flandes y Roubaix en una legendaria rivalidad con Tom Boonen.
Evolución táctica evidente
El primer Fabian Cancellara sólo sabía ganar solo y a lo bruto, pero con el tiempo, cuando su ataque no resultaba lo fulminante que en 2010, supo readaptarse y ganar tirando de pizarra.
Así logró sus últimas victorias en Roubaix y Flandes, con maniobras medidas y un trabajo táctico impensable en sus grandes días de antes.
En especial muy bonita la victoria de París-Roubaix 2013, eliminando rivales por el camino y rematando en un glorioso sprint ante Vanmarcke.
¿Un día? El oro olímpico
Y cierro con la misma historia con la que abrí, Fabian Cancellara en campeón olímpico.
Ese día llegó en un escalón inferior de favorito y se impuso a gente por encima en los pronósticos firmando una despedida acorde a la grandeza a uno de los mejores ciclistas de los tiempos recientes.
Ciclismo antiguo
Indurain en Alençon, el inicio de una gran historia
La crono de Alençon enfocó a Indurain hacia su primer Tour
Aquella tarde en Alençon, las cosas eran como de costumbre, Perico era la baza declarada de Banesto, Lemond dominaba el Tour y a Miguel Indurain se le seguía considerando un outsider atractivo para luchar por la general de la gran carrera.
Había pasado un año de su gran explosión en Luz Ardiden, ante el gran Lemond, pero menos de la Vuelta a España de abril que no pudo ganarle a Melcior Mauri.
El Tour 1991 no había empezado bien para los españoles
Como en una especie de déjà vû, Greg Lemond se había aupado con dos minutos en la general sobre Perico y Miguel tras un inicio eléctrico en Lyon.
Aún recuerdo las columnas llenas de ira de Pedro González en el Marca contra la estrategia del Banesto.
La contrarreloj entre Argentan y Alençon fue un sábado al mediodía, más de 70 kilómetros disputados a la hora del culebrón en el primer canal.
Indurain salió a jugar y cómo lo hizo, su camino hasta Alençon sería como un punto de no retorno, nada tras ese día sería igual.
Como bin describe Carlos Tiguero en «La estela de Miguel Indurain en 101 imágenes», se conocía el recorrido de reconocerlo durante el Circuito de La Sarthe, el mes de abril anterior.
Indurain rodó y rodó sin desesperar, pues Erik Breukink tomó el mando de la crono desde el inicio hasta los últimos puntos kilométricos, pero en un momento determinado, el navarro tomaría la cabeza para ganar en Alençon su primera contrarreloj y postularse para lo que vendría después.
El rapaz que Echávarri y Unzué llevaban tiempo minando sacó el talento que se le presumía a pasear.
Miguel Indurain lograba su primera contrarreloj en el Tour de Francia sobre unos hoy impensables 70 kilómetros entre Argentan y Alençon, en pleno corazón del hexágono.
Fue una victoria pírrica, si la comparamos con las que habrían de venir, pero simbólica: La «porta coeli» del mejor ciclista que he visto nunca, pues a los pocos días, seis para ser más exactos, asaltaría el Tour en Val Louron para extender un dominio de cinco años sin titubeo.
Ciclismo antiguo
5 caídas que pusieron el ciclismo en un segundo plano
Las caídas siempre forman parte del juego del ciclismo, pero no por ello nos acostumbramos
Las caídas en ciclismo son rutina, un eslabón de la carrera que siempre hay que contemplar, aunque sean indeseables.
En la historia de este deporte ha sido decisivas muchas veces, pero en ocasiones han sucedido algunas que han dejado la competición al margen por su gravedad y consecuencias,
Vienen unas cuantas a la mente, aquella de Jalabert en el Tour 94 por culpa de un gendarme muy asomado, manda huevos, la mortal de Casartelli, un año después, el atropello de Darrigade a un árbitro de carrera en La Cipale, con funesto resultado para el segundo.
Caídas que yo no he visto, pero de las que he leído, como la del joven Monseré, campeón del mundo, atropellado por un coche o la de Zoetemelk en una Midi Libre por un vehículo mal aparcado
Yo he traído cinco que me parece icónicas del ciclismo que no vimos y un par, muy seguidas en el tiempo, que presenciamos en directo y nos amargaron el día.
Win Van Est, en las profundidades del Aubisque
Así nos contó hace años Gerardo Fuster una de las caídas más icónicas en la historia del ciclismo:
El ciclista holandés se lanzó en el descenso “a tumba abierta”, tal como se suele difundir en los ámbitos de la bicicleta. Imaginaba él que podría recuperar siquiera parte del tiempo perdido y mantener sobre sus espaldas la ilusionada camiseta amarilla. En un tramo de la bajada el holandés, empujado por su alto temperamento, prosiguió en su tentativa imprimiendo a los pedales una fuerza de alto riesgo.
Tanto fue así hasta que llegó el momento crítico, que se situaba aproximadamente a dos kilómetros de pasada la cumbre. Allí fue el punto en que la bicicleta dominó al hombre, acarreando el accidente que afectaría gravemente al belicoso corredor. En una de tantas curvas cerradas que tenía el aludido puerto, el ciclista Van Est, empujado por la celeridad del momento, salió despedido tangencialmente de la carretera para precipitarse en las profundidades y en la espesura de un angosto barranco.
Se había caído a 70 metros de profundidad en un barranco del Aubisque, la imagen del rescate lo dice todo.
Todo cambió para Roger Rivière
Tour de 1960, el siguiente al de Bahamontes, la carrera andaba entre Roger Rivière y Gastone Nencini.
En el descenso del Col du Pejuret, el francés arriesgó y acabó caído.
Recuerdo este extracto sobre aquel fatal día…
Su compañero Rostollan deshizo parte del recorrido para acercarse a su líder, inmóvil, pávido, quieto en una postura imposible. Los médicos tomaron rápido la medida del accidente. El ciclista postrado no reaccionaba, no podía mover las piernas. Tenía una doble fractura de médula. Rivière el ciclista que paró un país, antes incluso que Anquetil empezara su reinado, estaba en jaque. Nunca más volvió a ser ciclista.
El drama de Luis Ocaña
¿Cuántas veces se ha preguntado el aficionado qué habría sucedido con Ocaña de no haberse cegado en el Tour de 1973 contra Merckx?
Con una carrera muy decantada a su favor, con el gran capo derrotado, Luis Ocaña no tuvo suficiente y salió a reventar el Tour en los Pirineos.
Los dos, Merckx y Ocaña, arriesgaron tanto que en la bajada del Col de Mente, bajo el diluvio, se fueron al suelo.
Merckx cayó y Ocaña, también. El primero estaba a siete minutos y necesitaba arriesgar, el otro tenía el Tour ganado con aguantar la compostura, pero también arriesgó. Merckx se levantó y prosiguió. Ocaña también, pero cuando se disponía a montar en su máquina llegó Zoetemelk y lo arrolló, al poco le golpeó Agostinho, y finalmente Guimard. Cuatro golpes. Luis ya no se levantaría.
Ahí se acabó el que debió ser el segundo Tour del gran Ocaña.
Vuelta a Polonia, una de las caídas más increíbles en la historia reciente del ciclismo
Entrando en caídas mucho más recientes, el mundo del ciclismo, y del deporte, pues fue portada en noticiarios que reportaban sobre el Covid, se paró cuando Fabio Jakobsen se estrelló contra las vallas y la base del arco de meta en un sprint contra Dylan Groenewegen.
El riesgo que se tomaba en esas llegadas, la llegada en ligero descenso… todo fue caldo de cultivo para un desenlace que por suerte se completó con el milagro de ver de nuevo a Jakobsen competir y ganar una etapa, incluso en el Tour de Francia.
Lombardía pudo haber sido el epílogo ciclista de Evenepoel
Pocos días después de lo que Jakobsen en Polonia, Remco Evenepoel sufrió otra brutal caída en el Giro de Lombardía.
Favorito destacado, a Remco se le fue la bicicleta en un descenso que acababa en un puente conflictivo en la base de Sormano.
El belga estuvo nueve meses sin volver a competir, pero pudo rehacerse de unas lesiones brutales, demostrando que los campeones no son sólo aquellos que ganan, también lo son las personas capaces de reconstruirse de golpes que te cambian la vida.
Ciclismo antiguo
Dopaje ¿Acaso cambia algo la confesión de Ullrich?
La relación de Ullrich con el dopaje era tan evidente que no necesitaba de una confesión
Pues ya lo ha dicho, en una entrevista previa a un documental de cuatro partes, Jan Ullrich ha admitido que el dopaje no le era extraño.
Como los caballeros del Sith cuando admiten conocer el lado oscuro de la fuerza, la oficialidad por su boca de sus prácticas dopantes ha llegado a los titulares.
Incluso para Jan Ullrich, con todo lo que le rodeó y todo lo que conllevó su salida del ciclismo, se esperaba una admisión pública, como si el ciclismo fuera el único deporte que debiera pasar cada poco por el confesionario.
Lo cierto es que cualquier repaso a la vida deportiva de Jan Ullrich invitaba a pensar que el dopaje había sido moneda de cambio, era evidente: revelaciones alrededor suyo, la trama organizada del Telekom & T Mobile y la probada vinculación con Eufemiano, un tipo que pasó de ser un gurú a radioactivo, como el amigo Maynar.
Hoy mismo hablábamos de ese ciclismo de los noventa, de lo podrido que estaba y de lo mucho que nos gustaba, al punto que hablamos de él con nostalgia y admiración.
Una alquimia complicada de explicar porque simplemente sucede…
es cierto, admito que tengo muy condicionado el criterio aunque en el fondo todos sabemos que lo que había en la rebotica no molaba nada
— JoanSeguidor (@JoanSeguidor) November 24, 2023
Y en efecto, Jan Ullrich me gustaba, me gustaba mucho, era un espectáculo verle correr, incluso siendo cinco veces segundo en el Tour.
Además siempre se hizo querer Hace unos días Lance Armstrong tuvo a Ullrich en su podcast desde Mallorca en compañía de Bruyneel e Hincapie, en una conversación que con ojos de hace veinte años era como sentarse con el enemigo.
Una de las primeras cosas que Lance Armstrong soltó en la retransmisión fue que había numerosas personas que le preguntaban por cómo estaba Jan Ullrich, el rival que con el tiempo se convirtió en amigo.
Quiero pensar que el aprecio que el americano le demuestra al alemán es real, es sincero, no tengo elementos para creer lo contrario, porque en cierto modo sintetiza un poco quién era y quién es Jan Ullrich, un tipo querido por muchas personas, que no hace tanto estaba en una espiral de alcohol y drogas que parece superada, al menos en apariencia.
Para el Ullrich que aterriza en el ciclismo de los noventa, el dopaje era como parte del entrenamiento, una percepción compartida por mucha gente del momento, al punto que espera no se le quite la victoria del Tour de 1997, pues se siente legítimo ganador del mismo.
Él es culpable de haberse dopado, pero siente que merece mantener ese título
Así de liadas están las cosas, como para emitir y escuchar juicios de valor.
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5 caídas que pusieron el ciclismo en un segundo plano
Jesús Eguizábal
24 de mayo, 2021 En 11:50
jesus_eguizabal@hotmail.com