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Ciclistas

7 x 13. El hombre de los imposibles es Vincenzo Nibali

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Chris Froome gusta y no. Gusta porque se le ve un tipo sencillo, natural, que no ofende cuando habla, es cauteloso y mide tiempos. Cae bien en ese sentido. Pero no gusta porque gana y machaca, es robótico, casi inmutable. Fabian Cancellara suele gustar porque no escatima, especular no va con él  y es el icono moderno de santuarios como Roubaix y Flandes. Nairo cae bien porque empieza a ganar, otro gallo cantará cuando su dominio pueda ser hegemónico. Mark Cavendish no suele ser amado, es fanfarrón y ambicioso, cruje los micros cuando las cosas no le rotan y ve la paja en el ojo ajeno. Quizá al verle morder el polvo hasta haya ganado parroquia, pero no mucha, no crean.

Siempre en la línea de bueno y malo, la elite ciclista se percibe en muy diferente grado según logros y laureles. Siempre se dijo que Francia era del segundón Raymond Poulidor frente al matemático ganador Jacques Anquetil. También se afirmó el hartazgo que provocó el puño de hierro de Eddy Merckx sobre sus rivales. No siempre ganar es calor de público y cariño, no siempre les asegura el favor del respetable. No hay matemática fija, pero por lo que fuere generalmente el segundón tiene el maillot popular, al menos en los corazones y aunque ello no compute en palmarés, sí puede ser explotado en lo económico, pues el carisma vende y crea marca.

Miremos por ejemplo a Purito, un corredor provisto de grandes podios y segundos puestos, pero ansioso por algo grande, único. Sin embargo la gente le quiere, le aprecia, salvo, eso sí, las normales excepciones. Y como Purito, Vincenzo Nibali, excelente exponente del corredor de antaño trasladado al tiempo presente.

Kern Pharma

Porque Nibali es el hombre de los imposibles. Ahora que escribimos ebrios de la retórica de Arribas en el libro de Luis Ocaña, sólo en este italiano insular, de Sicilia, vemos algo equivalente a esas empresas imposibles que en los setenta tuvieron lugar para casi nunca volver. Con Nibali por ejemplo una carrera de segundo orden, como la Tirreno-Adriático cobró dimensión de gran vuelta. Sí aquella jornada, mil veces repetida, en las inmediaciones de Sant Elpidio. Jornada de chuzos de canto, de dureza extrema, de hombres con mayúsculas. En rampas inhumanas, resbaladizas de agua y aceite de coches ahumados por un 30% de desnivel. Ahí, en ese entorno, Nibali demostró que el muro del Team Sky tenía grietas y propinó a Chris Froome la única derrota que se le conoce en 2014.

Porque Nibali siempre creyó y no se intimidó por el cartel que los hombres de negro llevaron al Giro. Trabajó sin desmayo desde el primer día, en los descensos, en pestosas subidas, buscando la suerte, minando la moral, ganando desde el minuto uno. Y sí, lo logró, la aureola de Bradley Wiggins, quien le ganara en el Tour nueve meses antes, languideció con su brillo de tiburón que nunca perdona, de ciclista indomable, inquebrantable. Luego sí, el Giro fue un paseo, ante rivales declaradamente inferiores, pero dejen, dejen, que tuvo que sortear hasta densas nevadas para coronarse en Brescia, para ganar esa carrera que le daba insomnio ganar.

Y luego la Vuelta donde el rosa fue rojo hasta que un milagro, madre cómo se tiene que ver, llamado Chris Horner, le desplazó en un final de carrera que se le hizo eterno. Pero dentro de la locura, en el cajón de intangibles que mueve su corazón al menos tuvo arrestos para sacar de donde no había para atacar veinte veces en el Angliru. No hubo suerte per su grandeza estuvo ahí, entre la niebla, en la cumbre de la nueva Vuelta.

Pero hay días en que esa grandeza que cuesta ganar y cimentar años se tambalea. Porque en Florencia, en el Campeonato del Mundo Nibali fue clave en el desenlace una vez fue reenganchado al pelotón de los mejores tras un escandaloso remolque tras coche que en cualquier arbitraje coherente merecería castigo. Fue cuarto, pero es que quizá ni tendría que haber estado ahí adelante. Se cayó por el aguacero, el mismo para todos, y luego fue clave para que Rui Costa arribara primero. Son cosas del ciclismo. Un día grande, al siguiente menos. Para 2014 quiere ganar el Tour, a priori, negro sobre blanco, lo tiene complicado, pero no lo olviden estamos ante el hombre de los imposibles.

#13×13 es el relato de perfiles, paisajes y momentos que describen el año que se nos escapa.

Foto tomada de www.demotix.com

PD Iniciamos la lectura de «El Tour de Francia y las magnolias del Doctor Jekyll», gentileza de nuestros amigos de La Biciteca

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Ciclistas

5 desenlaces de capo en los monumentos

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Ganar en los monumentos es tan complicado, que hacerlo de forma contundente tiene valor doble

Me encanta la expresión italiana de «capolavoro» para retratar esas victorias que dejan huella en el aficionado. victorias que si se producen en alguno de los cinco monumentos valen por dos e incluso por tres, si se logran sin dudas ni titubeos, demostrando superioridad en un entorno de competitividad total.

En estos años creo que han habido jornadas en la que se veía de lejos el ganador.

Los tres Lombardías de Tadej Pogacar o las dos Liejas de Remco Evenepoel están en ese nivel, pero hemos querido ir un poco más allá y recordar esas jornadas en las que el ganador ya se daba por seguro de lejos… 

Kern Pharma

La Lieja 2015 de Valverde

Es cierto que las cuatro victorias de Alejandro Valverde en la Lieja-Bastogne-Lieja han sido para enmarcar, en términos de estrategia y sprint en condiciones de fatiga máxima, pero la que gana en 2015 es una exhibición rotunda.

La forma en la que el murciano controló el desenlace, sabiéndose favorito y vigilado, fue suprema, un punto más en su grandeza.

Les controló desde adelante en el Muro de Ans, dejó hacer a Dani Moreno y a 500 metros de meta se fue a por él, cerró el hueco y se dispuso a lanzar el sprint que acabó ganando.

Parece sencillo, porque así lo hace, pero sin duda que la complejidad de esos momentos explica la enormidad de ganar en los monumentos.

La Lieja 2011 de Gilbert

Ese año había un coco en el pelotón  y respondía al nombre y apellido de Philippe Gilbert.

El belga se incrustó entre los dos Schleck y les mantuvo a raya hasta el mismo sprint final.

Nunca hubo opción para los hermanos luxemburgueses, el Gilbert aquel venía de ganar Amstel y Flecha, era favorito y ejerció como tal.

Incontestable.

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La San Remo 2019 de Alaphilippe

Está lejos este Alaphilippe de aquel de hace cinco años, pero es que ese ciclista fue superlativo, en especial aquellos días.

Su rueda estaba marcada, venía de ganar Strade y de batir a los velocistas en un sprint de Tirreno, pero ello no fue suficiente para que ejerciera con solvencia hasta la misma Via Roma.

Jugó, literalmente, con los rivales en una carrera que se precia de ser la más complicada de ganar entre los monumentos.

La Roubaix 2015 de Degenkolb

Qué ciclista aquel John Degenkolb en 2015, antes de aquel maldito accidente entrenando.

Ganador en San Remo, dobló Roubaix a las pocas semanas como Van der Poel el año pasado.

Ese día el alemán sacó remató el córner, quedando cortado en un primer término, pero remontando desde atrás, cogiendo el primer grupo y batiéndoles al sprint.

La San Remo 2014 de Kristoff

El noruego tuvo años muy buenos y en especial en ese ciclo, cuando todo le salía.

Su victoria en la Milán-San Remo fue una exhibición de equipo, con un Luca Paolini de excepción en la Via Roma para dejarle sembrado el camino.

Qué poco estético ha sido siempre Kristoff, con ese casco torcido, pero qué jodida fuerza de la naturaleza cuando estaba inspirado.

Este año, en Flandes y Roubaix, he vuelto a tener esa sensación de asistir a algo único y brutal, el control y aniquilación de competencia que ha ejercido Mathieu Van der Poel en ese sentido, ha rescatado esos momentos en los que ganar uno de los cinco monumentos parece la cosa más sencilla del mundo.

 

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Ciclistas

Mola Pidcock, mola mucho Tom Pidcock

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El pequeño pero curioso bagaje que está construyendo Tom Pidcock no es desdeñable

He leído de quienes han estado cerca de él que Tom Pidcock es gallo, tiene ego, cierto aire de suficiencia e incluso de distancia.

He leído eso y me lo creo, incluso diría, que lo celebro porque en esa expresión sobrada de ciclista top se prolonga una actitud en carrera que sólo puede gustarte, y al final estamos aquí para valorar a esta gente si son buenos o malos ciclistas, no si en la vida cotidiana resultan más o menos amables.

Tom Pidcock siempre ha sido una estrella, mucho antes de pisar el Ineos y destacar en el World Tour.

Kern Pharma

Con ese «cuerpo escombro», que diría Alix, ha logrado granjearse éxitos y notoriedad por donde ha pasado, por una forma de correr que no genera indiferencia, más bien todo lo contrario, cualquier amante del ciclismo tiene que estar encantado con lo que hace Tom Pidcock en la carretera.

Él siempre se mueve, arriesga y ataca, e importa más bien poco quién sea el rival.

Lo demuestra cada invierno en ciclocross cuando se mete en las cuitas de Van Aert y Van der Poel, entre los dos, como la cuña que calza una mesa.

Lo evidenció el año pasado saliendo a por Pogacar en Amstel y Remco en Lieja

En ambas ocasiones salió desplazado hacia atrás, pero no se escondió.

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Exactamente igual que ayer en la Amstel Gold Race.

Con la duda de Van der Poel activaría el rodillo, él no espero y se metió en una fuga de «mortales», eso es Hirschi, Benoot, Vansevenant…

No escatimó el relevo, tampoco rehuyó algún «ataquito» por si acaso y en el sprint se sacó la espina de esa llegada de hace tres años, aquí mismo, con Wout Van Aert.

A Tom Pidcock le vemos muchas veces a remolque, cerrando huecos, algo descolgado, pero también le vemos y con la misma intensidad que cuando coge el mando y no se deja nada.

Como dijimos el año pasado tras la Lieja es «Juan sin miedo», ha construido un carisma sólido, y apuntalado por la hinchada anglosajona, basado en presencia en carrera y triunfos, pocos, pero muy buenos.

Imagen: FB Amstel Gold Race

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Ciclistas

El día y la Amstel que merecía Tom Pidcock

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Esta Amstel es un bálsamo para Pidcock e Ineos

Habiendo sido tercero y segundo, a Tom Pidcock no le valía otro resultado que la victoria en la Amstel Gold Race.

Simbólica, en este sentido, la imagen de Tom Pidcock abrazándose con Michal Kwiatkowski en la meta de la Amstel, ganador dos veces aquí, como su los saberes para ganar la clásica de la cerveza se transmitieran en el seno del equipo.

A inicios de año, nos preguntamos en este mal anillado cuaderno cuál sería el día grande de Tom Pidcock este año.

Kern Pharma

¿Cuál sería su Alpe d´Huez o Strade Bianche en 2024?

Pues bien lo ha sido la Amstel Gold Race, la carrera que le negó fortuna a Tom Pidcock mediante dos fuera de serie.

Hace tres años frente a Van Aert, en un photofinish muy discutible y el pasado ante Pogacar, intratable.

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Esta vez Pidcock fue el más listo de la clase.

En una jornada en la que Mathieu Van der Poel no pareció en su prime, se apresuró a sacarlo de la ecuación rápido.

En estas carreras hay un momento en el que si Van der Poel no se ha ido solo, el tema se revuelve y el pronóstico se torna incierto.

Así, fue, en un corte de cortes, Pidcock se metió con gente que no racanea como Vansevenant, Hirschi y Benoot para hacer hueco y jugarlo todo al sprint final, sabedor que es muy fuerte en estas lides.

Su victoria es agua de mayo caída en abril sobre el palmarés de un Ineos que ha dado un claro paso atrás en su presencia en el pelotón, que yo no hegemonía.

Es el tercer triunfo, ojo del equipo inglés, pero qué triunfo, toda una Amstel Gold Race que el equipo británico ya tenía en sus vitrinas, una carrera que un soplo a un equipo sin duda en apuros.

El imperio sigue de pie…

Imagen: @Eltiodelmazo

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3 clasicómanos que se aproximarían a Mathieu Van der Poel

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Lo que está logrado Mathieu Van der Poel empieza a ser muy serio

En vísperas de una carrera fetiche para Mathieu Van der Poel como la Amstel Gold Race, le he dado vueltas como el otro día con Pogacar en esfera de las vueltas, a otros corredores que yo haya visto y me recuerden lo que está haciendo el neerlandés: hacer de clásicas tan exigentes e impredecibles tantas veces como Flandes y Roubaix su casi seguro coto del éxito.

Llevo viendo ciclismo hace más de treinta años, he visto clasicómanos que me han impresionado de forma puntual -Alaphilippe en la San Remo que gana-, otros alguna vez más, pero lo de Mathieu Van der Poel excede a la amplia mayoría y sólo se podría medir con tres nombres, cuya sola pronunciación habla del tamaño de la obra que está construyendo el campeón del mundo.

Tom Boonen, el «pedrusquero» perfecto

Es posiblemente el más bueno de todos, al que Mathieu Van der Poel mejor se podría equiparar.

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Tom Boonen hizo de las piedras una obra de arte alargada en muchos tiempos estado con el mejor de siempre en Roubaix, Roger De Vlaeminck, y entre los más grandes en De Ronde, entre los que ya se ubica el mismo Van der Poel.

Por su forma de abordar los adoquines, de volar sobre ellos, de mover el cuerpo, de hacer de su estructura sobre la bicicleta un todo perfecto y demoledor, el belga me pareció un maestro en estas lides, un tipo del que seguro el actual coco se ha inspirado alguna vez.

Boonen tenía velocidad pero era muy fuerte, como para ganar en Roubaix con la solvencia que lo hizo el domingo Van der Poel y en Flandes condicionaba a los rivales y resultó decisivo para que un tal Devolder se llevara dos ediciones seguidas.

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Fabian Cancellara, en todos los terrenos

Si Boonen era elegancia, conocimiento táctico y efectividad, Cancellara tenía un punto de fuerza que le hacía temible, lo suyo era intimidad a los rivales.

El suizo amasó un palmarés similar a Tom, mostrando una evolución mucho más significada, pues no tenía el sprint del belga.

Eso le llevaba a victorias por derribo de los rivales, hasta que, no podía dejarlos a todos detrás, pero batía al sprint, como con el pobre Sepp Vanmarcke en sendas «majors» del adoquín.

Johan Museeuw, el inspirador

Sin duda el primer gran especialista de estas carreras que he visto.

Se apoyaba mucho en el equipo -ahí está esa famosa Roubaix de 1996-, pero también en su fuerza bruta y en el conocimiento del lugar.

Nunca dio la sensación de poder total que exhibe en la actualidad Mathieu Van der Poel, como si todo lo que puede influir en la carrera lo hará, pero a su favor, sin embargo, era grande torciendo situaciones complicadas de carrera.

Museeuw bebió de los grandes de los ochenta y creció viendo a los mejores de épocas anteriores y lo transmitió en carrera, dotando de un innegable romanticismo sus éxitos.

Pero si hemos de valorar lo que estamos viendo ahora es otro nivel, son máquinas que no dejan nada al azar, ciclistas a los que nada parece afectarles, ni siquiera en las heridas de las manos…

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