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Ciclismo antiguo

¿Por qué es injusto llamar «eterno segundón» a Raymond Poulidor?

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Que la palabra «segundón» acompañe a Raymond Poulidor es una gran injusticia

Con Mathieu Van der Poel saboreando sus horas en amarillo, el mismo color que Raymond Poulidor una pudo lucir en su querido Tour, queríamos acordarnos porqué llamar «eterno segundón» a la leyenda de Limoges es algo muy injusto.

A la parte estadística, que luego describiremos, queremos acordarnos de la figura de Raymond en Francia.

Recuerdo a Jaume Mir decirme «si Raymond Poulidor fuera por una acera, y Jacques Anquetil por la contraria, no lo dudes se irían todos a la primera«.

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En efecto, no hubo ciclista en Francia como Poupou, nadie que llenara los corazones como él, nadie que representara la Francia rural que emergió de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial.

Ahí Raymond Poulidor no era un segundón, era Dios.  

Cuando murió hace año y medio largo, leímos no pocos titulares sobre su  muerte y ese adjetivo de forma perenne, el «eterno segundón», una cuña que puede parecer atrayente pero que creo que no le hace justicia.

Sólo mirar el palmarés de Raymond Poulidor nos da la medida de que éste no era el «eterno segundón».

Por ello recuperamos esta pieza de nuestro querido Gerardo Fuster, el hombre que esbozaba una sonrisa cuando hablaba de ciclismo…

Este post está firmado en enero de 2016 y lo traemos al presente por que justifica plenamente nuestra percepción de que llamar segundón a Poulidor es una completa injusticia:

Cavilando entre las muchas historias que ha vivido el Tour en su pasado que no nos ha de volver, no podemos por menos que escribir algo concerniente  a este ciclista de otros tiempos llamado Raymond Poulidor, al que se le denominó popularmente como “El eterno segundón”, apelativo de la que se hizo justo acreedor a raíz de sus actuaciones precisamente en el Tour de Francia, prueba en la que participó en nada menos catorce ocasiones.

Logró concluir en todas las ediciones en las que concurrió salvo en dos en las que se vio obligado a abandonar por sufrir sendos accidentes, concretados en los años 1968 y 1973.

No dejó de ser un hecho singular el de que este bravo ciclista que alcanzó una gran popularidad en su país, en su Francia, se vio ante la imposibilidad de saborear la satisfacción de ganar siquiera un Tour de Francia.

Coincidentes en su camino se interpusieron muy particularmente su compatriota Jacques Anquetil y el belga Eddy Merckx.

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Los dos, nadie lo ignora,  fueron dos figuras indiscutibles del ciclismo de aquel entonces. Por cinco veces cada uno, fiel demostración, se adjudicaron la ronda gala.

Otra circunstancia que choca en esta exposición que realizamos es que Poulidor, al que llamaban familiarmente con el sobrenombre de “Pou Pou, cuando las multitudes le vitoreaban en el lugar que fuera, ni siquiera tuvo la  compensación siquiera de poder lucir la camiseta amarilla de líder, aunque hubiera sido por una sola jornada. No en vano había concurrido, repetimos, catorce veces en tan prestigiosa prueba sin lograr vestir la casaca de oro.

Lo fundamental es constatar que Poulidor, oriundo de una pequeña aldea agrícola que cuenta con un poco más de 400 habitantes, denominada Masbaraud-Mérignat, emplazada en el departamento de Creuse, en la zona de Limousin, centrosur de Francia, unos confines familiares que bien conocemos, logró pisar podio, ocupando el segundo lugar, en los Tours de 1964, 1965 y 1974, y ser tercero en 1962, 1966, 1969, 1972 y 1976, un balance realmente significativo que marca un hito honorable en la historia del Tour.  Nos señala, eso sí, una voluntariosa constancia digna de elogio y hasta de admiración. Es una faceta  a tener en cuenta. Anotamos como inciso una prolongada vida dándole a los pedales. Hemos contabilizado dieciocho temporadas; y sin mucha suerte que digamos.

Nos viene a la memoria cuando en el Tour de 1962, el primero en el cual participó y que se adjudicó Jacques Anquetil, cuando logró ser el tercero absoluto a pesar de haber sufrido una seria lesión por caída en una mano, que le obligó a cubrir la mayoría de etapas con el dedo escayolado.

Otro hecho llamativo fue que al cabo de dos años, en 1964, perdía el Tour por el escaso margen de 55 segundos con respecto al mismo Jacques Anquetil, su antagonista y a la vez tormento. Otro dato a tener en cuenta fue el último Tour en el que se alineó, en 1976, con victoria absoluta del belga Lucien Van Impe.

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Poulidor había cumplido los 40 años, edad, pues, longeva. Aún tuvo arrestos para clasificarse en  un valioso tercer lugar en París, una gesta gloriosa alcanzada en vigilias de de retirarse definitivamente del deporte activo.

Raymond Poulidor no ha sido únicamente un corredor destacado y dedicado a competir  en carreras de largo kilometraje por etapas, sino que también ha dado muestras de su capacidad combativa con la suma de sugestivos triunfos, incluso en competiciones de un solo día. De manera sucinta enumeramos a continuación sus victorias más destacadas al margen de lo que hizo en el Tour de Francia, que ya acabamos de señalar.

Veamos:

-Burdeos-Saintes (1960)

-Campeón de Francia carretera (1961)

-Milán-San Remo (1961)

-Mont Faron (1962)

-Flecha Valona (1963)

-Gran Premio de las Naciones-contrarreloj (1963)

-Gran Premio de Lugano-contrarreloj (1963)

-Vuelta a España (1964)

-Critérium Nacional de Ruta (1964, 1966, 1968,1971 y 1972)

-Escalada a Montjuïc (1965,1967 y 1968)

-Subida a Arrate (1966 y 1968)

-Critérium Dauphiné Libéré (1966 y 1969)

-Setmana Catalana (1971)

-París-Niza (1972 y 1973)

-Gran Premio Midi-Libre (1973)

¿Qué nos manifestó Raymond Poulidor?

Como colofón final a lo escrito quisiera destacar un suceso que tocó su faceta humana y que pudimos vivir muy en directo en virtud de mi labor  periodística  desarrollada en el Tour de Francia del año 1968. Aconteció en el curso de un accidente sufrido en la etapa Font Romeu-Albi, a raíz de una aparatosa caída con la consiguiente fractura de nariz.

Sus adversarios más directos aprovecharon este contratiempo para atacarle sin reparos.

Una vez llegado a la meta, con la faz desfigurada y cubierta de sangre, exclamó Poulidor con verdadero pesar y desasosiego:

“Yo jamás comprenderé como ante un accidente de esta índole, que nadie desea para sí, haya sido una sin razón al atacarme sin piedad y sin perdón. No me cabe en la cabeza lo que supone el arremeter contra un hombre herido y maltrecho”

Poulidor, aunque resistió lo que pudo, se vio obligado a dejar la carrera; de abandonar muy a pesar suyo.

Nosotros recordábamos con crecido sentimiento aquella frase doliente que salió espontáneamente de sus labios, frase que hemos querido reproducir en estas columnas con evidente pesar y crecida nostalgia. No se nos pasó por alto y ahí su fiel reproducción.

Entre los innumerables pensamientos ciclistas, muchos en danza,   conservaba esta frase viva en un rincón de mi cerebro.

De ahí, un poco por carambola, que me haya extendido en este reportaje al exponer a la luz lo que significó la trayectoria de este corredor llamado Raymond Poulidor, tan admirado por los miles y miles de aficionados franceses, y, por otros,  oriundos de varios otros países.

Fue popular, y todavía lo es en la época actual de retiro.

Ahora, en algunas etapas del Tour, lo vemos en las pantallas de la televisión, entremezclado  entre los seguidores de prestigio que tienen la oportunidad de acercarse al Tour.

“Pou-Pou” suele vestir una camisa de tonalidad amarilla, aquel color que nunca le fue propicio en sus años mozos como ciclista y más concretamente en la ronda francesa.

De Poulidor podemos decir que ha sido siempre solícito y educado en el curso de nuestros encuentros y de nuestras conversaciones.

Tiene un espíritu abierto y no esconde su juego ante las frases que se le formulan.  Es de espíritu más bien locuaz. Aunque pasen las fechas del calendario siempre es solícito en contestar sin olvidarse de ciertos detalles acerca de la persona que le pregunta.

Es todo un signo que nos valora su persona y su  amistad. Es algo que no se nos olvida de él; de este protagonista de hoy plasmado en las páginas de “El Cuaderno de Joan Seguidor”.

* Sobre la imagen: Los tres primeros clasificados en el Tour del año 1974.

En el centro figura el belga Eddy Merckx, que lograba su quinta victoria en la ronda gala.

A la izquierda del documento, está el francés Raymond Poulidor, el segundo clasificado, y en el margen derecho, el español Vicente López Carril, con un meritorio tercer lugar, que bien recordamos.

Documento gráfico editado por la antigua publicación “Miroir du Tour 1974”.

Por  Gerardo  Fuster 

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3 Comentarios

1 Comentario

  1. Uno de Banyoles

    22 de enero, 2016 En 18:15

    Gerardo Fuster nos relata una vivencia ciclista personal de muchos quilates en su excelente, emotivo y nostálgico artículo «La derrota hizo grande a Poulidor». D. Gerardo conserva viva en un rincón de su cerebro la frase que hace de «Pou-Pou» un entrañable ciclista, una gran persona convertida ya en leyenda. Muchas gracias, D.Gerardo.

  2. Fernando García Amorena

    22 de enero, 2016 En 18:40

    Poulidor fué uno de mis referentes en mis años mozos del pedal.
    Siento una gran admiración por él como ciclista y como persona. Por ello estoy encantado de unirme a este pequeño homenaje que le dedica joanseguidor.
    Gerardo, ha sido emocionante.
    Gracias y un saludo
    Fernando

  3. Gerard

    23 de enero, 2016 En 16:33

    Interesante relato sobre este eterno segundón. Me ha llamado la atención que sebretirara a la avanzada edad de los 41, hecho significativo en la historia del ciclismo, lo cual habla sin palabras de su férrea tenacidad

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Ciclismo antiguo

1994: La Flecha Valona que cambió el ciclismo

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Nada fue igual tras la Flecha Valona de 1994 y los azules haciendo pleno

La primera parte de los noventa se tiene como la época más oscura de la historia del ciclismo y muchos toman la Flecha Valona de 1994 como el cénit.

No son pocos los testimonios que hablan de un ciclismo psicodélico, de corredores que no corrían, volaban, de cosas raras, de podencos hechos caballos de carreras,…

Testimonios no faltan.

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Dos son elocuentes. Greg Lemond justifica parte de su declive por las dos velocidades de aquel ciclismo, un salto de rendimiento que apuntaba una sustancia cuyas siglas eran EPO. David Millar habla en su libro de sus primeras carreras como algo inalcanzable, no había ni roto a sudar que el pelotón ya les había dejado de rueda.

#DiaD 20 de abril de 1994

En el año 94, la Vuelta a España seguía disputándose en abril.

En la antesala de la misma estaba el tríptico de las Ardenas, pero en orden diferente al actual. Una semana después de Roubaix, se corría la Lieja, luego la Flecha Valona y finalmente la Amstel, posteriormente vendría la Vuelta que en esa ocasión dominaría a placer Tony Rominger.

La Flecha Valona se presentaba como la reválida para Eugeny Berzin. El ruso de rubia cabellera había ganado en Lieja días antes y era la punta de lanza del potente Gewiss. Por nombres el equipo celeste copaba las apuestas, sin embargo, los italianos no querían ganar, querían sencillamente coparlo todo.

En el llano que precedía el muro de Huy, Berzin, que iba insultantemente fácil, tomaba unos metros sin que nadie osara seguirle, salvo sus dos compañeros Moreno Argentin y Giorgio Furlan. En la cima de Huy Argentin culminaba la masacre, siendo primero por delante de sus dos colegas.

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Ellos ruedan y nosotros nos quedamos. Hacen que ir en bici parezca sencillo, no necesitan ni preparar estrategia alguna” dijo Gérard Rué, el gregario de Miguel Indurain, preso de la incredulidad.

Los peores temores que circulaban por el pelotón se hacían realidad y las sospechas no tardaron en plasmarse cuando al día siguiente en una conversación entre Michele Ferrari y varios periodistas, en una pedanía de Lieja, el galeno afirmaba sin pudor:

Si yo soy ciclista y sé que hay una sustancia que mejora el rendimiento y otros la usan, yo también la utilizaría. La EPO no es mala, sólo lo es si abusas de ella, como si te atiborras de zumo de naranja”.

En efecto, el ciclismo de dos velocidades ya era un secreto publicado y público, la caja de pandora se había abierto, estallaría en pocos años…

Imagen: Cronoescalada

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Ciclismo antiguo

Amstel Gold Race by Jan Raas

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Nadie dominó la Amstel Gold Race como Jan Raas

Jan Raas fue una de las esas buenas figuras que tuvo el ciclismo a finales de los setenta y principios de la siguiente, que hizo de la Amstel Gold Race su feudo, se la llamó «Amstel Gold Raas».

Nacido en 1952, fue posiblemente el primer ciclista con pinta de intelectual.

Todo un espejo donde se miró el maître Fignon.

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Fue posiblemente el gran valedor de esa megaestructura neerlandesa llamada Ti Raleigh comandada por Peter Post.A Raas la victoria le gustaba más que a un tonto un lápiz 

Era perrete, parecía italiano más que ciudadano del respetable reino neerlandés.

Gustaba, además, de tomar el pelo a los rivales.

Su último gran triunfo fue en el Tour de 1984, una etapa donde puteó con tino al visceral Marc Madiot, hasta que le rebañó la victoria toda vez que le había asegurado que no estaba para dar relevos.

Sin embargo tuvo gestos encomiables, como cuando renunció al amarillo en un prólogo muy condicionado por la furiosa lluvia.

Eso sí, al día siguiente se empleó a fondo para vestirlo en buena lid.

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Éste era Jan Raas

Integraron con él el Ti Raleigh, Gerrie Knetemann, Henk Lubberding y un ciclista de apellido impronunciable, Bert Oosterbosch, quien posiblemente alimente parte del exorcismo presente que mantienen en Países Bajos frente al dopaje.
El de Eindhoven pudo ser por edad y ciclo competitivo uno de los pioneros en el uso de EPO.
Hay opiniones encontradas, pero lo que es constatable es que fue encontrado muerto por paro cardiaco a la edad de 42 años.
Con el tiempo Raas sería mentor de otro gran equipo holandés, la Buckler, ese bloque de los noventa compuesto por tremendos gigantones, el origen del actual Jumbo.

En 1977 Jan Raas ganó su primera Amstel, poco después de hacerlo en San Remo

Abrió por entonces el mejor periodo jamás logrado a título individual en la fiesta ciclista nacional y holandesa.
En sus orígenes, la Amstel debió partir de Amsterdam para acabar en la zona del Limburgo, lo que viene a ser la única montaña del plano estado bañado por el mar del Norte.
Las primeras salidas se tuvieron que ir finalmente a Breda, donde la rendición.
Mucho más joven que sus coetáneas valonas, la Amstel nació en 1967 si bien antes su creador, Herman Krott, logró que la empresa cervecera patrocinara un equipo amateur.
La Amstel surgió en cierto modo como culminación a los muchos critériums que poblaban el calendario nacional.
Eran muchos pero casi sin entidad.
Los Países Bajos que tan buenísimos ciclistas tenían necesitaban un acontecimiento de primer orden.
Si Limburgo es su hábitat, el Cauberg, su faro.
Raas tiene aquí su lugar fetiche, pues al margen de ser campeón del mundo, encadenó cuatro éxitos aunque alguno embarrado en la polémica como en un raro transitar de los coches de carrera que le acabó por beneficiar frente a Francesco Moser en 1979.
El ciclo de Raas lo interrumpió Bernard Hinault, cuando lo relegó a la quinta plaza una vez batió a De Vlaeminck.
Al siguiente Raas volvería a ganar.
Cinco veces campeón, el fenomenal ciclista tulipán es destacadísimo recordman de esta carrera pues lejos se ubican Knetemann, Merckx y Jaermann, dos veces ganadores, y Gilbert, con triple corona cervecera

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El Tourmalet, Indurain, Chiapucci…

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1991, en aquella subida y bajada al Tourmalet no sólo sucedió el gran salto de Miguel Indurain

No sé cómo, aunque puedo imaginarlo, el otro día el algoritmo me recomendó echarle un ojo a este vídeo que me llevó directo al Tour 1991, el Tourmalet, Indurain, Chiapucci y cia.

Dicen que el tiempo da perspectiva, que alejarte de proporciona mejor visión de los sucedido y sin duda de las consecuencias y en esta ocasión pude corroborarlo.

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Ver aquella grabación me gustó, con los cortes de voz de Pedro González en TVE y Javier Ares y Luis Ocaña en las retransmisiones de radio de José María García.

Total que me papeé toda la subida y bajada a aquel histórico paso por el puerto más emblemático del Tour de Francia, una jornada que 33 años después sigue siendo histórica por lo mucho que pasó en aquella subida.

Recordad que la carrera venía de España, de Jaca, donde la hinchada se había decepcionado fuertemente con la actitud de los Banesto por no empezar a asediar el liderato de facto de Greg Lemond, dorsal 1 y gran favorito.

De hecho, durante un momento de la subida, el narrador de TVE, Pedro González, afirmaba que al americano se le veía seguro y fuerte, con visos de salir de amarillo aquella jornada de 250 kilómetros.

Sin embargo, Luis Ocaña no tenía tanta confianza en el americano, su lenguaje corporal no invitaba al optimismo y acertó.

Estábamos presenciando un cambio generacional en toda regla y no éramos conscientes de ello.

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Con Chiapucci abriendo camino en el Tourmalet, e Indurain siempre pegado a su rueda, Perico ya había cedido, Fignon nadaba contracorriente y Lemond acabaría descolgado.

Los de la generación del 64 -a la que perteneció también nuestro invitado del otro día, Raúl Alcalá, aunque en esa etapa ya se había retirado- habían derribado la puerta a por el trozo gordo del pastel.

Y no se irían en unos años, encabezados por Miguel Indurain.

Sin saberlo en esos instantes, estábamos viendo un cambio de orden y la marcación de las jerarquías en ese mismo orden, puesto que el momento de duda de Gianni Bugno, una vez pasado el descenso del Tourmalet le sacaría para siempre de las quinielas del Tour de Francia.

El Tourmalet siempre ha sido mágico, el gran anfiteatro del ciclismo, ha tenido mejores y peores ediciones, pero aquella tarde de julio de 1991 fue el gran «revolucionario» del ciclismo que nos asaltaba y marcaron los años más felices viendo este deporte.

Por suerte, mirándolo ahora, aquella magia, el cosquilleo anterior a las grandes carreras sigue y sólo espero que esa llama no se apague.

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Francesco Moser, “signore Roubaix”

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En la leyenda de Moser, Roubaix es un lugar esencial

La historia es caprichosa, como muchas veces hemos dicho, y situamos a corredores en nuestro imaginario en una faceta que, aunque siendo cierta, no es la única que vistió su leyenda, sucede con Moser y Roubaix.
Por eso cuando la imagen más divulgada de Francesco Moser es la de ese ciclista ancho, profunda mirada, pelo negro, angulada cara y perfil corpulento, sobre la rompedora máquina con la que destrozó el récord de la hora en las altitudes de Ciudad de México, sólo es eso, una faceta, un perfil ideal, una forma de recordar un corredor que fue mucho más y logró mucho más.

Moser también tiene un Giro, el de 84, una carrera marcada por las múltiples influencias que concurrieron para que ganara un italiano ante la insolente juventud que despertaba de Laurent Fignon, que a todas luces fue el ganador moral de aquella carrera. Público hostil, helicópteros que empujaban en las cronos,… Moser tenía que ganar por lo civil o lo criminal. Así lo hizo.

Pero hay una tercera faceta, conocida aunque quizá menos por muchos, las clásicas, y es que Francesco Moser, ese ciclista de porte elegante, rodar agresivo y tremenda ambición, tiene en su palmarés nada menos que seis monumentos: tres Roubaix, dos Lombardías y una San Remo, un botín que le sitúa entre los mejores de siempre, especialmente en el Infierno del Norte, donde sólo le superan De Vlaeminck y Boonen.

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De hecho Moser es el tercer mejor ciclista del mundo sobre los afilados adoquines encadenando, y eso sí que es difícil, por lo imprevisible de la carrera, tres triunfos consecutivos, logrados en un tiempo en el que las clásicas tenían grandes nombres de todos los tiempos, aunque especialmente uno, Roger De Vlaeminck, ese que llamaban el Gitano, que nunca tuvo amigos, ni siquiera en su propio equipo.

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Así las cosas en la Roubaix del 78, Moser, arco iris a la espalda, arco iris que ganó en Venezuela, se presentó ante “Monsieur Roubaix” como alternativa ganadora a la mejor carrera del año.
El italiano, listo como el hambre, jugó sus bazas sin esperar instrucciones del gran jefe. Realizó dos ataques, primer a 23 de meta y luego a 18 para romper la resistencia de Maertens y Raas, mientras el influjo de De Vlaeminck se hacía notar.

Moser llegó solo al velódromo y De Vlaeminck echaba fuego. “Este tipo es un desagradecido” escupía por esa boca que no dejaba indiferente, como cuando dijo que las cuatro Roubaix de Boonen tenían menos mérito que las suyas.

Cabreado, el gitano cambió de equipo, a sabiendas que su tiempo, aunque glorioso, era caduco frente a las hechuras del joven Moser.
El belga al Gis, Moser en el Sanson.

En 1979 le ganaría por la mano otra Roubaix, dejándose segundo, sintomático.

Al año Francesco renovaría la corona en el infierno tras reaccionar a un ataque de largo radio protagonizado por Thurau. Moser arrastró a su sombra, De Vlaeminck, y a Duclos Lasalle. Les acabaría dejando. Era la tercera.

Pero si Roubaix fue el foco de su enemistad con De Vlaeminck, Lombardía fue otra de las cabezas de esa hidra de mil cabezas que fue su relación con Giuseppe Saronni.

En una rivalidad que para Italia era reverdecer los tiempos de Coppi y Bartali, Moser y Saronni entablaron su enemistad desde el momento que corrieron juntos el mundial haciendo de todo aquello que compitieran un corralillo de gallos enfermizos.

En ese clima se corría en la Italia a caballo entre los setenta y los ochenta y en ese clima Moser se llevó dos Lombardías, uno de ellos delante de Hinault, y San Remo, entrando solo en la Via Roma, tras desplegar toda su sabiduría en el descenso del Poggio.

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