Ciclismo antiguo
El Tour en Villard de Lans: ¿Alguien emulará a Laurent Fignon?
En Villard de Lans Fignon salió a morder el Tour tras hundirse en el Ventoux
Etapa de recuerdos nítidos, Villard de Lans, un lugar que no es el más duro de los Alpes, ni el más conocido, pero que para los amantes del Tour es recordar ciertos tiempos y nombres.
La escapada de Fabio y Lucho, la de Roche y Perico, el amarillo de Perico, la crono de Breukink…
Villard de Lans fue un sitio clásico en los Tours a caballo de los ochenta y noventa, creo que desde entonces no se ha vuelto a prodigar, con esa silueta tan típica, una subida larga, un falso llano matador y el pico final.
Traemos un extracto del libro de Laurent Fignon, «Éramos jóvenes e inconscientes«, narrando parte del Tour 1987, y en especial las etapas del Ventoux, la que gana Bernard en una cronoescalada que le debió dejar seco para lo que quedaba de carrera, y el final de Villard de Lans, donde el enfurecido rubio armó trisca de la buena, cabreado y frustrado por su hundimiento en el monte pelado.
Villard de Lans es un nombre que nos lleva al ciclismo que nos atrapó, a la escapada de Perico y Roche, el día que Bernard se hundió tras el Ventoux, a la crono que gana Perico con el amarillo recién estrenado de Alpe d´ Huez…
Veremos emociones así??? lo dudo #TDF2020— JoanSeguidor (@JoanSeguidor) September 15, 2020
A aquella fiesta se unieron otros, Perico, Mottet, Roche ante la debacle de Jeff Bernard….
En aquel Tour me sentía asfixiado. Hasta que llegó la muy famosa cronoescalada al Mont Ventoux. Cima mítica. Escenario de todas las representaciones ciclistas. Teatro majestuoso. Frontera simbólica norte-sur. Santuario en memoria de Tom Simpson. Es allí donde Jean-François Bernard llevó a cabo su conocida hazaña, cayendo entre lágrimas en brazos de su gurú, Bernard Tapie, nada más cruzar la meta. El patrón: padre y dueño, contando sus dividendos y centrando en su persona las cámaras del prestigio. El corredor: falso hijo y verdadero esclavo, firmando allí, en el altar de sus sacrificios, el apogeo de una carrera que llevaba en sus genes su propia decadencia antes de hora…
En aquella subida invadida por una multitud histérica yo había decidido poner toda la carne en el asador, absolutamente toda. Estaba concentrado, motivado, tenía sed de victoria. Desgraciadamente no pasó absolutamente nada. Mi golpe de pedal era el de un cicloturista. El vacío, la nada. Todo se aflojó de golpe. Demasiada emoción, demasiados problemas. ¿Qué más puedo añadir, aparte de exhibirme al desnudo? Resultado: 64 de la etapa, a casi 10 minutos de Bernard. Estaba consternado por mi rendimiento.
Mi hijo había nacido el día antes.
Estuve a punto de irme para casa.
Durante la subida, algunos espectadores que conocían la noticia me gritaban: “¡Venga, papá!”. Aquello era violento. No avanzaba, iba sufriendo, era el Ventoux.
Al entrar en el minibús de meta me hundí. “No lo conseguiré”. Lejos de las miradas, lloré durante mucho rato.
Aquella tarde me crucé con un periodista en el hotel y me preguntó: “¿Bernard es su sucesor?”. Le contesté: “Eso quiere decir que usted ya me ha enterrado, ¿no?”. Él: “Igual sí”. Yo: “Entonces tengo un motivo más para demostrarle que se equivoca”.
Estaba en un estado de rabia absoluta. Tenía la clara impresión de que aquello era el fin, que ya no estaba en mi sitio. Más adelante me di cuenta de que, decididamente, tenía necesidad de tocar fondo antes de levantar cabeza. Profundizar en la angustia antes de remontar.
Tras el Ventoux y sus episodios hirientes de ninguna manera podía abandonar. Quería demostrar a todo el mundo que todavía podía asombrar. Estudiamos el perfil de la etapa siguiente y decidimos saltarnos el avituallamiento. Volvíamos a entrar en acción. Aquel día Bernard lo perdió todo. Sus compañeros de equipo quisieron llevarlo hacia delante inmediatamente, pero él, nada alterado, dijo que no, afirmando: “Hay tiempo para empalmar”. Grave error. Por delante se había formado una gran coalición…
En un ataque de orgullo yo me había vuelto a encontrar con unas piernas más o menos decentes. Mi cólera se cebó también con aquellos malditos pulsómetros: apagué el mío para no ver más la información. La cosa me fue más o menos bien. Al día siguiente, en el Alpe d’Huez, acabé sexto. Y al otro día gané en La Plagne una etapa prestigiosa. No obstante, recuerdo que no rodé a fondo. A ver, no me merecía quedar totalmente fuera de juego en aquel Tour. A pesar de haber corrido muy mermado conseguí en París la séptima plaza de la general, con un retraso de 18 minutos: más o menos lo que perdí en las contrarrelojes. Mi regularidad en montaña había sido significativa.
Dos o tres días después de la etapa de los Campos Elíseos, tirado en un sofá, me pregunté seriamente sobre mi capacidad para volver a ganar el Tour…
Imagen: FB Le Mont Ventoux
Ciclismo antiguo
París-Niza 1989, el primer gran Indurain
Con esa victoria en la París-Niza, Miguel Indurain se postulaba en los escenarios grandes
En el baúl del recuerdo, mirándolo ahora, y gracias a la invitación de los amigos de Pedal Vintage, uno se percata del valor que tuvo aquella París-Niza de 1989 para Miguel Indurain.
El mocetón ya había dado algunas claves de su clase, un crecimiento contenido bajo las recomendaciones de reputados médicos que hablaban del portento que estaban cultivando en el inolvidable Reynolds.
El año anterior, 1988, había formado parte del equipo que acompañó a Perico en su Tour, con ese famoso capítulo del Peyresourde en el que empezó a descolgar a gente y casi se quedó solo.
A las pocas semanas ganaría la primera de sus tres Voltas.
Pero el año 1989 fue otra cosa, fue pisar suelo francés y seguir su idilio con el país vecino, donde ya había triunfado en un Tour de la CEE, lo que hoy sería el Avenir.
En esa París-Niza, Miguel Indurain anticiparía cosas que habrían de pasar durante los años venideros.
El inicio en París, lo ganó el prologuista por excelencia, Thierry Marie, pero con Indurain ceca, a cinco décimas de segundo, y por delante de los dos grandes favoritos, Laurent Fignon y Stephen Roche.
El navarro ya había puesto el pie en la carrera y de ahí nadie le apartaría, ni siquiera una mala crono por equipos de 58 kilómetros en medio de una carrera de una semana de duración.
Aquel era otro ciclismo.
Pese a la mala crono por equipos, y eso que Reynolds iba con Gorospe y Mauri, entre otros, Indurain utilizó un par de jornadas consecutivas para de remontarle el minuto veinte que el joven Laurent Bezault, el «nuevo Jeff Bernard» le llamaron, le había tomado al final de aquel test colectivo.
Fueron dos movimientos tan significativos como premonitorios.
En el Mont Faron, Indurain se pone en cabeza del grupo de los grandes desde el inicio, y hace de la preciosa subida a orillas del Mediterráneo el primer gran filtro de la carrera.
Uno a uno, un goteo sin fin tras la estela del ciclista del Reynolds que le sacó los colores hasta el mismo Stephen Roche, el gran favorito, toda vez que Laurent Fignon se había retirado (ganaría en San Remo a los pocos días.
Café para muy cafeteros pic.twitter.com/mDT1mUvCnf
— JoanSeguidor (@JoanSeguidor) April 23, 2024
Al día siguiente, una jornada de media montaña hace el resto. a poco de coronar el Col de Vignon, el vigente ganador del Tour, Pedro Delgado hace destrozo en el pelotón y lanza a su compañero cuesta abajo.
Miguel Indurain cogería al fugado, su futuro compañero en Banesto, Gerard Rué, y entre ambos disparan la diferencia hasta más allá del minuto.
Con el navarro de líder, sólo quedaba defender la renta en el Col d´Eze ante el «hiperespecialista» Stephen Roche quien se queda a 13 segundos de la gesta.
Sin saberlo, había perdido el irlandés ante el inminente monstruo del ciclismo, un poderío latente que en ese 1989 despertó del todo, incluso en el Tour, en un lugar llamado Cauterets.
Imagen: @crstobalcabezas
Ciclismo antiguo
Briançon, Lieja & Valkenburg, las 3 esquinas del ciclismo
Grandes vueltas, monumentos, ciclocross… esto ocurre en Lieja, Briançon y Valkenburg
Hay lugares en el bello globo bendecidos por la naturaleza, la belleza o el azar. En ciclismo hay tres en concreto que beben de su ubicación y extraordinaria tradición. Supongo que podréis añadir alguno más, pero a mi se me ocurren estos tres: Lieja, Briançon y Valkenburg.
La primera la conocéis de sobra, es noticia una vez al año, fijo, cuando no más.
Es la cuna de la decana, la Lieja-Bastogne-Lieja porque era el trayecto que encajaba para que los periodistas fueran y vinieran en tren el día de carrera, siguiendo al pelotón.
Por Lieja además pasa el Tour de forma recurrente, si no es directamente, en tránsito
Por Lieja discurrió incluso una edición de la Vuelta a España y en Lieja se han jugado varios campeonatos del mundo.
Incluso Lieja ha albergado el mundial, recuerdo uno en tiempos de Mariano Cañardo cuando los italianos monopolizaban la contienda.
Luego está Briançon, ahí en el valle, encajada entre Izoard y Galibier, en medio de un océano de cimas con nieves perpetuas, en una encrucijada, cerca de Italia, de Sestriere, la puerta al valle de Aosta.
Briançon y su ciudadela han visto el mismo año el Giro y a las pocas semanas el Tour de Francia
Si no es final de etapa, es ciudad de paso. En el olimpo de los lugares ciclistas, está tocada.
Ciudades bendecidas por el ciclismo: Lieja, Briançon y… Valkenburg.
Aunque si queréis que os seamos sinceros, lo de Valkenburg es rizar el rizo.
Encajada en el Limburgo, la ceja de las Árdenas donde los Países Bajos dejan de ser bajos.
En el corazón de la vieja europa la ciudad neerlandesa es al ciclismo lo que Old Trafford al fútbol, la catedral del circo de las dos ruedas, un idilio del lugar, de la gente y el paisaje con la bicicleta.
Valkenburg tiene por descontado el ciclismo anualmente siendo ciudad de paso, mil veces, y meta de la Amstel Gold Race, la fiesta nacional neerlandesa de la bicicleta y el ciclismo.
Valkenburg ha puesto en el mapa un enclave como el Cauberg, la violenta subida en la que Philippe Gilbert hace estragos, habiendo ganando varias veces la Amstel Gold Race y siendo, incluso, campeón del mundo.
La ciudad del Valkenburg, modesta en dimensiones y población ha sido sede de los Campeonatos del Mundo de ciclismo en carretera cinco veces. Nada más y nada menos.
Cinco mundiales de ciclismo han acontecido en Valkenburg
Viajamos a 1938 y conocemos a marcel Kint, alemán, que se convierte en campeón mundial.
Diez años después, y tres ediciones más allá, por el paréntesis de la Segunda Guerra Mundial, Valkenburg corona a Alberico Schotte, el belga que sacó petróleo de la increíble rivalidad de Bartali y Coppi, anulados en un marcaje imposible.
Año 1979. Jan Raas, el especialista en la Amstel, saca oro de Valnkenburg que bate al sprint a Thurau y Bernaudeau.
Ya en el 98, Oskar Camenzind, suizo de Mapei, se corona campeón el día que todos miraban a Michele Bartoli bajo el diluvio de septiembre limbugués.
El Tour tambièn ha aterrizado por Valkenburg, dos veces además. Ganaron Giles Delion, prometedor francés, en 1992, y Matthias Kessler, alemán de final infeliz, en 2006.
Pues bien, con este bagaje, con una infinidad de carreras, pruebas y eventos relacionados con las dos ruedas, el Campeonato del Mundo de ciclocross aterrizó hace cinco años en Valkenburg.
Imagen: G.Demouveaux
Ciclismo antiguo
1994: La Flecha Valona que cambió el ciclismo
Nada fue igual tras la Flecha Valona de 1994 y los azules haciendo pleno
La primera parte de los noventa se tiene como la época más oscura de la historia del ciclismo y muchos toman la Flecha Valona de 1994 como el cénit.
No son pocos los testimonios que hablan de un ciclismo psicodélico, de corredores que no corrían, volaban, de cosas raras, de podencos hechos caballos de carreras,…
Testimonios no faltan.
Dos son elocuentes. Greg Lemond justifica parte de su declive por las dos velocidades de aquel ciclismo, un salto de rendimiento que apuntaba una sustancia cuyas siglas eran EPO. David Millar habla en su libro de sus primeras carreras como algo inalcanzable, no había ni roto a sudar que el pelotón ya les había dejado de rueda.
#DiaD 20 de abril de 1994
En el año 94, la Vuelta a España seguía disputándose en abril.
En la antesala de la misma estaba el tríptico de las Ardenas, pero en orden diferente al actual. Una semana después de Roubaix, se corría la Lieja, luego la Flecha Valona y finalmente la Amstel, posteriormente vendría la Vuelta que en esa ocasión dominaría a placer Tony Rominger.
La Flecha Valona se presentaba como la reválida para Eugeny Berzin. El ruso de rubia cabellera había ganado en Lieja días antes y era la punta de lanza del potente Gewiss. Por nombres el equipo celeste copaba las apuestas, sin embargo, los italianos no querían ganar, querían sencillamente coparlo todo.
En el llano que precedía el muro de Huy, Berzin, que iba insultantemente fácil, tomaba unos metros sin que nadie osara seguirle, salvo sus dos compañeros Moreno Argentin y Giorgio Furlan. En la cima de Huy Argentin culminaba la masacre, siendo primero por delante de sus dos colegas.
“Ellos ruedan y nosotros nos quedamos. Hacen que ir en bici parezca sencillo, no necesitan ni preparar estrategia alguna” dijo Gérard Rué, el gregario de Miguel Indurain, preso de la incredulidad.
Los peores temores que circulaban por el pelotón se hacían realidad y las sospechas no tardaron en plasmarse cuando al día siguiente en una conversación entre Michele Ferrari y varios periodistas, en una pedanía de Lieja, el galeno afirmaba sin pudor:
“Si yo soy ciclista y sé que hay una sustancia que mejora el rendimiento y otros la usan, yo también la utilizaría. La EPO no es mala, sólo lo es si abusas de ella, como si te atiborras de zumo de naranja”.
En efecto, el ciclismo de dos velocidades ya era un secreto publicado y público, la caja de pandora se había abierto, estallaría en pocos años…
Imagen: Cronoescalada
Ciclismo antiguo
Amstel Gold Race by Jan Raas
Nadie dominó la Amstel Gold Race como Jan Raas
Jan Raas fue una de las esas buenas figuras que tuvo el ciclismo a finales de los setenta y principios de la siguiente, que hizo de la Amstel Gold Race su feudo, se la llamó «Amstel Gold Raas».
Nacido en 1952, fue posiblemente el primer ciclista con pinta de intelectual.
Todo un espejo donde se miró el maître Fignon.
Fue posiblemente el gran valedor de esa megaestructura neerlandesa llamada Ti Raleigh comandada por Peter Post.A Raas la victoria le gustaba más que a un tonto un lápiz
Era perrete, parecía italiano más que ciudadano del respetable reino neerlandés.
Gustaba, además, de tomar el pelo a los rivales.
Su último gran triunfo fue en el Tour de 1984, una etapa donde puteó con tino al visceral Marc Madiot, hasta que le rebañó la victoria toda vez que le había asegurado que no estaba para dar relevos.
Sin embargo tuvo gestos encomiables, como cuando renunció al amarillo en un prólogo muy condicionado por la furiosa lluvia.
Eso sí, al día siguiente se empleó a fondo para vestirlo en buena lid.
Éste era Jan Raas
En 1977 Jan Raas ganó su primera Amstel, poco después de hacerlo en San Remo
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