Ciclismo antiguo
El día que Javier Mínguez vio ganar a Jöel Pelier
Así fue el singular triunfo de Joel Pelier en el increíble Tour 1989
El Tour de 1989 se significa como uno de los más intensos de la historia. Su hilo nos lleva por algunos de los pasajes más inverosímiles, siendo bueno, como el increíble despiste de Perico en Luxemburgo, la explosión de Miguel Indurain en los Pirineos o la victoria de Greg Lemond en los mismos Campos Elíseos para depresión de Laurent Fignon.
Aquella edición también encerró historias interesantes y hoy traemos una, a pocos días del Mundial, pues implica al que lleva el coche y las riendas de la selección española, obviamente hablamos de Javier Mínguez.
El técnico de Valladolid estaba en esas fechas al frente del equipo BH, si la memoria no me falla en el que fue el penúltimo año que esta mítica marca patrocinó un equipo profesional. Entre sus integrantes un francés de historia curiosa llamado Joël Pelier. Aquel equipo de perfil medio tenía una meta, que Laudelino Cubino, hoy metido a labores de comercial como pudimos verle en el Unibike madrileño, ganara una etapa.
A ese objetivo confió Mínguez todo el percal: que Lale repitiera la victoria de etapa de Luz Ardiden un año antes. Sin embargo en sus filas Pelier guardaba ciertas ambiciones más allá de su rol de gregario. Corría la primera semana, ese viacrucis para los equipos de escaladores. Hablamos exactamente de la sexta etapa. Se llegaba al entonces inconcluso parque temático de Futuroscope, cerca de Poitiers, ese lugar que guarda la iglesia románica perfecta. Entre bastidores Pelier le dice a Mínguez que tiene buenas piernas, que le gustaría intentarlo. Contrariado en un primer momento, el técnico le recoge el guante, “si tan seguro te ves, adelante”.
Y así fue, a 180 kilómetros de meta Pelier ya viaja en solitario. Iba sin saberlo camino de la leyenda. En el horizonte la fuga de Albert Bourlon, la más larga jamás lograda en 1947, de más de 250 kilómetros, la de Pelier empieza más modesta pero gana terreno, minutos y cuota según avanza. Durante cuatro horas y media surca los enormes campos del noreste galo. Con paciencia y un sufrimiento extremo va recibiendo cada una de las noticias que se generan desde atrás donde una jauría le persigue sin descanso. Sin saberlo, en meta le esperaban sus padres, que ese día dejaron a su hermano discapacitado en una residencia, para sorprender a su otro hijo en medio de la nada francesa.
Pelier ganó la etapa. Fue la única que se llevó el BH en ese Tour. No cupo la necesidad de esperar a Cubino. Sin embargo Pelier siempre recuerda con cariño a Mínguez pues dos meses antes una terrible caída le provocó una fractura de sacro. Entre dolores hilarantes y jornadas interminables de hospital y recuperación, Mínguez le fue a ver y le confió “si alguien debe estar en el próximo Tour, debes ser tú”. Así fue y así ocurrió. La vida y el ciclismo a veces son justos.
Pelier apostó por el BH porque su compatriota Philippe Bouvatier le habló bien del equipo. Con problemas de encontrar acomodo en el siempre poblado pero generoso pelotón francés, no hizo ascos a la aventura española y las cosas le salieron bien. Este ciclista metido a funcionario con los años se las tuvo también con Bernard Hinault, cuando recién escapado recibió el aviso del “caimán” para que volviera al pelotón y dejara de molestar. “No me toques” le espetó Pelier al gran capo. Con los años cosecharían una buena amistad.
Esta historia es uno de los veinte capítulos que Richard Moore recoge en su libro “Étape”, una obra que recoge la intrahistoria de otras tantas etapas en el Tour de Francia. Con los testimonios de los implicados (Cavendish, Armstrong, Kuiper,… entre otros) Moore escogió estas veinte jornadas como podría haber escogido otras tantas, sin embargo la obra nos deja la intriga de tantas y tantas cosas que desconocemos del ciclista para que el resultado fuera el que fue. Recomendable.
Ciclismo antiguo
Superbagnères fue el mejor día de Pedro Delgado
La mejor carrera de Pedro Delgado fue aquella que no acabó ganando
Cuando hoy, año 2024, miramos atrás y recordamos las emociones que nos deparó el Tour de hace 35 años, con Pedro Delgado al lado de la extraña pareja Fignon & Lemond, somos conscientes que el ciclismo hace tiempo que nos robó el corazón.
Aquella fue la memorable carrera resuelta por ocho segundos, tras tres semanas, entre parisino y californiano, entre dos ciclismos, dos formas entender la vida, que colisionaron en su mejor esplendor.
Pero aquella fue también la carrera de Pedro Delgado, posiblemente, su mejor actuación de siempre y eso que acabó tercero.
Para ponernos en situación hay un nombre pequeño en el mapa, pero enorme de significado, Luxemburgo, aquella salida traicionera que dejo al campeón saliente, el dorsal uno, noqueado ya de inicio.
El retraso de Pedro Delgado en Luxemburgo explica buena parte de la carrera, para lo bueno y lo mano.
«Joder, siempre me recordáis lo mismo, sed un poco originales» nos comentó una vez Perico, inquirido por aquella experiencia.
Pero es que la historia te regala momentos singulares que treinta años después, en el ciclismo el milímetro, suenan a chanza.
Y así vemos que aquel arranque arruinó, finalmente, la carrera del campeón vigente, Lemond y Fignon eran muy buenos para andar regalándoles minutos, pero al mismo tiempo le espoleó a la mejor jornada de los llamados «periquistas».
Muy desplazado en la general, la crono por equipos acabó de hundirle en la general, Pedro Delgado sabía que los Pirineos tenían la llave de su regreso al frente.
Tras Cauterets, aquella jornada que presentó a Miguel Indurain en sociedad, dos años antes de hacer la carrera suya por cinco ediciones, en Reynolds, entonces ya con el copatrocinio de Banesto, trazaron la estrategia más agresiva para la jornada de Superbagneres.
Describen Superbagneres en la obra que Libros de Ruta ha traducido brillantemente de aquella edición –Tres semanas, ocho segundos– como una estación humilde, una recta en medio de la montaña, bloques pasados de moda y lugar desapacible.
Pero es que aquel ciclismo era así, más humilde, más humano, mucho más cercano.
Podríamos decir que Luxemburgo obligaba y la jornada con Tourmalet, Aspin, Peuyrerourde y final en la citada estación tenía que devolver a Delgado a donde le correspondía.
Y se puso manos a la obra, con un ataque de largo radio que tuvo dos compañeros que habla del nivel de las grandes gestas que hicieron el Tour lo que es.
El ciclista de la coleta, el mismo que cuatro años antes perdía inexplicablemente toda una Vuelta en la sierra de Segovia, a manos de Pedro Delgado, Robert Millar entró al trapo, y con ellos el tibio, Charly Mottet, de hecho el mejor clasificado de los tres y líder virtual durante muchos pasajes de la jornada.
[Haciendo camino, los tres firmaron una memorable hoja de ciclismo y antología del esfuerzo.
Un monumento que sigue en nuestra mirada y en el recuerdo, el asidero que nos recuerda que este deporte es bello como ninguno, trasladando la locura por cimas y valles, pueblos, calles, virajes y en cada tramo de esos que la emoción se palma en la cuenta, incluso cuando lo ves por la televisión.
Un calambre de felicidad.
Perico se distinguía por un ataque feroz e incuestionable cerca de meta, no cuando las vallas, pero cerca, aquella jornada, obligado por una coyuntura tan adversa que lo tuvo fuera de carrera durante días, desterró aquellos ataques con la algarabía de meta ya sonando.
Fue sin duda el mejor día de su carrera, a nuestro juicio.
Le valió para conquistar el podio que finalmente haría suyo, una tercera plaza que pergeña en esa pequeña historia de cábalas sobre cuántos Tours debió ganar Perico.
Eso se lo dejamos a quienes quieran jugar a hacer cuentas, por de pronto recordar aquella jornada es evocar el ciclismo que nos atrapó hasta el día de hoy.
Por cierto que Superbagneres vuelve en el Tour 2025…
Imagen: Parlamento Ciclista
Ciclismo antiguo
¿Os acordáis de Cadel Evans?
Nadie fue tan conservador como Cadel Evans, incluso dando siempre más de lo que tenía
No hace tanto lo teníamos por aquí, una década atrás Cadel Evans era uno de los ciclistas más importantes del pelotón.
Ganador de un Tour y campeón del mundo, su figura fue perenne durante unos cuantos años a pesar de no ser el ciclista más apreciado: Cuando se hablaba de corredores conservadores, lapas, ciclistas que están ahí, sin que les dé el aire, pero sacando rédito de lo ajeno, siempre salía su nombre.
Pero fue así, un hecho claro y nítido en el imaginario del populacho ciclista que un día creció y se asentó y da igual el tiempo que pasé, que siempre surge.
Nosotros hemos hablado con gente del pelotón sobre Cadel Evans y hay de todo, unos respiran mal, otros peor, lo dibujan como un tío introvertido, con sus rarezas poco disimuladas y un carácter complejo aunque también hay gente que lo apreció.
Fue tras Lance Armstrong, uno de los pocos que se pusieron seguridad en el Tour de Francia, fue curioso verle con un gorila, vestido de amarillo, por las metas del Tour que acabaría ganando Carlos Sastre.
Cadel Evans era un corredor serio y trabajador que tuvo muy pocas salidas fuera de tono… salvo cuando le tocan su oso de peluche.
En una entrevista con prensa, alguien le intenta tocar y Evans se pone extremadamente agresivo para lo que supone que toquen tu oso de peluche. pic.twitter.com/lFx1dGXMBb
— Carlos CR (@CarlosCR_) December 9, 2018
Que nadie le tocara el peluche.
Aquella edición le recuerdo también vistiendo una camiseta interior por el Tíbet, cuya bandera se le adivinada en el maillot abierto.
Sea como fuere pocos corredores, desde el punto de vista de aficionado al ciclismo, nos merecen el respeto y admiración de Cadel Evans.
A pesar de esa pose afectada, de esa mirada melancólica, de esa actitud a veces soberbia, nos pareció un extraordinario profesional.
Por un lado trae hasta aquí una extensa trayectoria, iniciada en las ruedas gordas, llegó a ser subcampeón del mundo, siendo uno de los casos de transición del BTT a la carretera que podríamos tomar de éxito.
Esa habilidad de la montaña la plasmó en dos hechos en la carretera, por un lado con muy buenas cronos a lo largo del tiempo, sabiendo domar el arte de rodar por kilómetros y kilómetros…
Por otro lado, en aquella icónica etapa del sterrato, Giro de 2010, en las que los ciclistas acabaron irreconocibles.
Evans ganó aquella etapa, en arcoíris, tras dejar a los Liquigas, Basso y Nibali atrás.
Un día para recordar de un Giro para enmarcar en el que Cadel Evans tuvo su cuota de culpa.
Y es que ese ciclista conservador, que nunca se movía, que iba a remolque sacó muy buenas actuaciones en esa y otras carreras.
Fue campeón del mundo atacando sin atacar, sacando petróleo de la empanada de Purito y Kolobnev en el momento decisivo de Mendrisio, un triunfo que le valió un arcoíris que seguro tiene en un marco en casa junto al amarillo del Tour.
Y es que el Tour que gana Cadel Evans fue de todo menos sencillo, supo estar ahí siempre, sacando provecho a la torpeza táctica y obsesión de los hermanos Schleck por Contador.
Ganó un Tour en la carretera, nadie se lo regaló, apretó cuando debía y consiguió escribir la historia del ciclismo australiano, que es la suya.
Evans ganó ese Tour porque dio lo mejor que tuvo, es decir todo, sin dejar nada, recogiendo de cada recoveco de su cuerpo, mientras otros jugaban a no sé qué.
Y no sólo eso, ese corredor lapa que muchos señalan por la calle, dejó la bicicleta hace seis años con un palmarés que incluye Tirreno y Romandía al margen de un goteo de triunfos parciales y una Flecha Valona.
Y no preguntaremos por lo que pasó esa tarde en Monachil y la eternidad que tardaron en atenderle en un pinchazo mientras Valverde volaba hacia la Vuelta 2009…
Escuchad lo que se nos cuenta desde los coches azules de Shimano.
En todo caso el ciclismo australiano no ha vuelvo a rodar al nivel de Cadel desde su retirada y sólo ya eso da a entender la dimensión de su leyenda.
Imagen: Bendigo Advertiser
Ciclismo antiguo
Luxemburgo vs Bergerac ¿Cuál fue la mejor contrarreloj de Indurain?
En Luxemburgo, Miguel Indurain firmó algo que creo no volveremos a ver
En la retrospectiva que estamos estos haciendo estos días sobre las muchas cosas que nos encandilaron de la eterna figura de Miguel Indurain, eternamente atractiva, traemos aquí sus dos contrarrelojes más célebres: Luxemburgo y Bergerac.
Esto no es una comparativa científica ni estadística, es un canto al momento, a las sensaciones y los recuerdos imborrables que aquellas dos tardes nos dieron.
Una píldora, cuando hablamos con Carlos de Andrés en la parte dura del confinamiento, que no paraba de reponer ciclismo en Teledeporte, le preguntamos…
Alguna otra que te toque la fibra…
«Me hacía mucha ilusión recuperar la crono de Luxemburgo de Miguel Indurain«
Indurain ¿Luxembugo o Bergerac? creo que veis por dónde van los tiros
Vamos a recordar…
El día 13 de julio de 1992 hubo un antes y un después.
Una jornada que marcó a fuego.
Un monumento de sesenta y cinco kilómetros y una hora larga de esfuerzo.
Si “maître Jacques” viviera se habría visto de azul y blanco, sobre una cabra customizada de Banesto y un casco con un triangulo rojo invertido, como un “ceda el paso” a quien lo portara.
Recuerdo perfectamente aquella jornada. Una tarde de julio. La carrera ya lanzada, los favoritos en carretera, y entre ellos el primero en estar operativo Miguel Indurain.
Navarro, ganador el año pasado, las dudas crecieron las jornadas del norte, cuando Lemond y Chiapucci le tomaron ciertos segundos, simbólicos, pero para muchos sintomáticos.
Aquello fue una merienda de negros. Jugársela en los adoquinados de Bruselas no tuvo mayor premio que la consolación frente a lo que acontecería en el pequeño ducado.
“Atención, primer punto, Miguel Indurain mejor tiempo con mucha ventaja” gritaba un Carlos de Andrés casi treinta años más joven -id al 24´12´´-.
Miguel había iniciado la que considero su obra maestra.
Si Luxemburgo había sido fatal para Pedro Delgado tres años antes, aquí, con el uno a la espalda y también en una crono, el de Villava firmaría la que por muchos está considerada la mejor crono de la historia.
Las rutas luxemburguesas, fueran largas, estrechas o en páramo, presenciaron como un ciclista fue capaz de doblar a tres compañeros de pelotón.
El último de ellos, Laurent Fignon había partido seis minutos antes. Ello da dimensión de la hazaña.
En el umbral del arco de llegada Armand de las Cuevas se demoró tres minutos, Gianni Bugno 3´41´´ y Greg Lemond más allá de los cuatro.
Sencillamente devastador.
Aunque Pascal Lino salió ese día de amarillo, el suyo fue un premio testimonial.
Duró lo que el pelotón tardó en entrar en los Alpes.
Dos años después, Bergerac…
Aquella jornada voló Miguel Indurain, lo hizo a tal nivel que se ganó el apelativo de la segunda mejor crono de la historia, porque en la retina teníamos aún reciente la de Luxemburgo, sólo dos años antes, en uno de esos días, 25 primaveras después, que jamás se olvidan.
La crono entre Périgueux y Bergerac figura en los anales por muchas cuestiones.
Lo relató entonces el maestro Javier de Dalmases en las páginas del otrora diario polideportivo, ahora es un folletín del Barça, El Mundo Deportivo, cuyo buceo por su hemeroteca es un placer para el recuerdo y la memoria.
Ese día de julio, con el asfalto derretido y el peligro en cualquier giro, Miguel estuvo a punto de caerse en dos de las primeras curvas, Indurain infringió un correctivo que a catorce días del final sonaba a sentencia.
Sólo Tony Rominger, tres veces ganador de la Vuelta ese año, se mantenía con un halo de esperanza, a dos minutos, más allá de los cuatro caía Armand De las Cuevas, el gregario díscolo, el boxeador inconcluso.
La gesta de Indurain se puede explicar en diversos planos y estadísticas, pero si nos permitís sólo daremos una: el navarro envió más allá de los diez minutos a 123 ciclistas.
Esa forma de pedalear, ese modo de acoplarse a una máquina que rodaba sobre un 54 x 12 se demostró imposible de gestionar para una amplia mayoría de los corredores, por no decir que a todos menos a Rominger, el único que salió en la franja de los dos minutos.
Hasta dobló a Lance Armstrong, una escena que con los años ganaría valor y morbo.
Vistas las dos, qué días aquellos, Luxemburgo es el día D en la carrera de Miguel Indurain, más allá de las diferencias, que fueron más grandes en Bergerac, enviando a dos minutos Rominger y a más de cuatro al resto.
Y es que Luxemburgo fue el inicio, el primer golpe, todos le esperaban pero quizá nadie en ese tono, desmontando los argumentos de rivales que le habían puesto en aprietos días anteriores o que se habían centrado en el Tour.
Indurain ya portaba el uno en Luxemburgo, había ganado un Tour, otros también ganaron un Tour, pero aquello certificó la excelencia y la promesa que aquel ciclo sería largo, muy largo.
Subió el listón y lo mantendría.
Eso ocurrió en Luxemburgo… en Bergerac llovía sobre mojado, nos tuvo tan bien acostumbrados.
Ciclismo antiguo
Yo fui muy de Iñaki Gastón
Iñaki Gastón fue uno de mis ciclistas favoritos en la infancia
En el primer ciclismo, ese que ves de refilón, que vas apreciando paulatinamente, que te coge y te sienta cada tarde frente al televisor, porque te gustan las carreras, los relatos, el paisaje, en ese ciclismo primerizo Iñaki Gastón fue uno de los ciclistas que marcaron el periodo.
Aún le recuerdo en una salida del barrio de Sants de la Volta, al lado del mercado, con Mottet, Fignon, Pino, Perico en el PDM y Sean Kelly, vestido de blanquiverde.
En aquel ambiente, en aquella salida recuerdo a Iñaki en Kelme.
También le vi esperando a salir en la crono de la Escalada a Montjuïc, en el Morrot, cerca de Colón.
Corría para el Clas en esos momentos.
Aquellas sensaciones me las despertó el activísimo Manuel Pérez poniendo esta foto de Iñaki junto a Miguel Indurain, líder del Tour, de su primer Tour, además.
Iñaki Gastón fue corredor profesional durante unos diez años, el bilbaíno tendría una complicada comparación en el presente.
Era como Blanco Villar, como Pepe Recio, un excelente corredor para romper el sprint final.
Gastón era el ciclista que rompía sprints pero que se granjeó un palmarés muy digno, que llegó a ganar dos etapas de la Vuelta a España en la misma edición, que también luce en el palmarés de la Clasica de San Sebastián.
Ese palmarés también incluyó ataques de ultima hora, amargando llegadas masivas, cuando los pelotones no eran cuellos de botella de equipos que bloquean cualquier atisbo de incertidumbre porque se disponen en diferentes filas para situar lo mejor posible a sus líderes.
Hoy ver a alguien hacer lo que hacía Iñaki es imposible, o casi. Gaviria en aquella París-Tours, poquito más.
Como también es inaudito su perfil en este ciclismo que no premia el ciclista de clase media, siempre muy bien valorado.
El Gastón ganador de Kelme e incluso Kas, fue un gregario ejemplar en el Clas, el primer Clas de Tony Rominger, antes del desembarco del Mapei.
Todos recordamos aquella etapa enorme camino del Naranco cuando en el duelo de suizos, Rominger tentó la suerte para ver cómo Alex Zulle se caía en el descenso de La Cobertoria.
Rominger caminaba sobre seguro, delante tenía a Iñaki que tiró de él como si no hubiese un mañana para auparle hacia su segunda Vuelta, una Vuelta que no fue nada sencilla, porque Zulle fue un rival complicadísimo que se batió en los detalles, en la cuneta, y ahí Gastón fue una de las claves.
No sé qué fue de Iñaki, si continúa o no vinculado al ciclismo, pero su foto junto a Miguel me trajo recuerdos, buenos recuerdos, el primer ciclismo, ese que siempre llevas trenzado en la piel, y ese primer ciclismo tuvo, entre otros nombres, el de Iñaki Gastón.
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