Ciclismo antiguo
Un monumento a Moncho Moliner
Más de seis años de su pérdida, recuperamos este recuerdo a Moncho Moliner
Cuando yo nacía allá por 1979, un tal Mocho Moliner, ya era todo un referente del ciclismo en Castilla León, Galicia, Asturias, Cantabria, País Vasco… He oído y leído mil historias sobre este señor de aspecto serio y gran corpulencia, todos los jóvenes de la época querían correr en el equipo de Moncho. Un director que era muy recto, chaval que no realizaba bien una carrera o no cumplía órdenes, volvía a casa en bici o si estaban muy lejos se chupaba una buena kilometrada.
Cuántos chavales habrán pasado por el bar la farola en Valladolid, a dormir y a comer el filete de ternera a la plancha «vuelta y vuelta» y a pernoctar antes de una carrera. Como todos bien sabemos un amigo suyo Manolo Jiménez, le llevó a una carrera ciclista y Moncho quedó hipnotizado por el mundo del pedal, quedó tan prendado, que fue el primero en España en sacarse el carnet de director deportivo en 1971, por cierto aquella primera carrera ciclista que visitaba, la ganaba un crío de nombre, Javier Minguez.
Tuvo equipos como el Sava, que primero era de juveniles y después también de categoría aficionado. Después pasó a llamarse Mobilette, para luego en 1969 pasar a denominarse Volvo, donde militó, Jesús Suárez Cuevas o Alberto Fernández. En todas las carreras los ciclistas de Moncho siempre se colocaban en primera fila en la salida, la táctica era, «atacar de salida» siempre. En 1974 el equipo cambia de sponsor y pasa a llamarse Granier, donde corría un tal Angel Arroyo, entre otros.
En 1975, Moncho se involucra del todo en el ciclismo y el equipo se convierte en Moliner, por donde pasan los mejores, Cabrero, Delgado, Cubino, Arroyo, López Carril, Ruiperez, Camarillo, Machin, Nistal, Rivas… Así un largo elenco de ciclistas, todos de gran calidad, ya que Moncho siempre quería a los mejores en su equipo.
También pasa por sus manos un chaval cántabro, Manolo Saiz, de que llegó a decir «qué malo era» así como años después le felicitaba por ser uno de los mejores directores del mundo. En 1977 crea el equipo Moliner de aficionados para poder dar continuidad a los juveniles con Javier Minguez de director y un jovencísimo José Luis López Cerron.
Difícil era el día que un Moliner no recogía un premio siempre estaban en los puestos de cabeza. En 1979 incluso llega a tener al Moliner-Vereco en profesionales. Luego después volvería a las categorías de juveniles con él A+DI, Gruas Bellver y aficionados con él Frinca, Cadalsa Sport, descubriendo talentos que luego más tarde darían grandes éxitos al ciclismo español. En marzo se fue un pedazo muy grande del ciclismo español, alguien que siempre ponía todo de su parte sin esperar nada a cambio, solo el respeto y buen trabajo de sus chicos, no tuve el honor de conocerte, una lastima, pero si el poder rendirte este pequeño homenaje con unas cuantas palabras, Moncho donde quiera que estés, GRACIAS Y HASTA SIEMPRE AMIGO!
Esto nos escribió David Martín, tiempo después del fallecimiento de Moncho Moliner hace más de seis años.
SANTI BLANCO (Exciclista profesional y corredor de Moncho)
-Yo conocí a Moncho cuando yo corría en la escuela de ciclismo bejarana en categoría cadete. El venia con el mejor equipo que había en esa categoría en la comunidad.Al año siguiente paseé a correr en su equipo, un paso muy importante en el mundo del ciclismo. En primer lugar, pasé a tener un director deportivo, el cual en cada carrera nos decía como debíamos actuar, a correr como un equipo. Me enseñó moverme dentro de un pelotón, a esperar el momento donde se podía decidir la carrera. También pasé a correr las mejores carreras a nivel nacional. Allí por donde íbamos era una persona admirada y querida por todos dada su trayectoria. Al ciclista nunca le faltaba de nada, para él éramos siempre los primeros. Ese cariño que le procesamos la mayoría que pasamos por sus manos, se vio en una comida que hicimos en Valladolid y en el día de su funeral. Por ser como era y por lo que me enseño, sólo tengo palabras de agradecimiento hacia su persona y siempre estará con nosotros.
LALE CUBINO ( Exciclista profesional y corredor de Moncho)
-Los ciclistas castellanos le debemos mucho a Moncho. Moncho era una persona acomodada de Valladolid, soltero y sin hijos, sus hijos fuimos los ciclistas. Su devoción por nuestro deporte y su buena situación económica propiciaron que se convirtiera en el gran mecenas del ciclismo castellano. La táctica de Moncho siempre fue igual, atacar, atacar… No concebía el ciclismo de otra manera. El nos inculcó el ciclismo de ataque que siempre le gustó tanto. Fue un hombre valiente y por eso le apreciábamos tanto.
JAVIER MINGUEZ (Seleccionador nacional de ciclismo)
Ramón Chamorro Moliner, pero Moncho para todos, ha sido muy importante en la vida de muchas generaciones ciclistas, él empezó por casualidad con un amigo suyo que le llevó a ver una carrera allá por el año 64 y donde yo gané por primera vez. Aquello le gustó y se convirtió en su gran pasión, junto con los amigos del Club Valladolid Ciclista formaron el famoso equipo Sava, a nivel de Valladolid y el año 66 a nivel nacional. Por ahí pasaron infinidad de ciclistas y aquello dio vida a otros equipos y ayuda indispensable para muchos ciclistas de Castilla León. Luego formó su propio equipo Moliner-Vereco, del que fui director de aficionados los años 77 y 78 y con el que dimos el salto a profesionales, conmigo como director y José Luis López Cerron de corredor. Moncho ha sido un padre para los ciclistas y un amigo en general, y para mí en particular alguien con quien compartí parte de mi vida ciclista y al que le debo muchas cosas que él ha transmitido a todas las generaciones, luchar por ganar pero con respeto y educación algo que él había heredado de su familia.
PEDRO DELGADO (Exciclista profesional y corredor de Moncho)
Hola Moncho, aunque te hayas empeñado en dejarnos, me temo que no lo conseguirás. Unos soñábamos con ganar la carrera y tú, con sacar un campeón. Está claro que lo conseguiste en muchos casos, pero en otros les permitiste pasar posiblemente la mejor época de su vida, regalándonos a todos momentos únicos. Con esa edad de los dieciséis a los dieciocho años, tan vulnerable, nos enseñaste a descubrir el mundo, a hacernos hombres y a sufrir para conseguir algo. Tu táctica «atacar de salida» me hizo coger más de una pájara. No conocí otra manera de correr como juvenil. Y para animar el cotarro esas canciones de cante jondo, María Dolores Pradera o Concha Piquer en los viajes que tantas polémicas provocaban frente a nuestros Pink Floyd y compañía. Te amenazabamos con un «así no vamos a ganar», pero nuestras cintas siempre volaban desde la ventana del coche a la cuneta. Gracias por todo Moncho y que te vaya bien!
MANOLO SAIZ (Manager del equipo Aldro Team y exdirector del equipo ONCE y corredor de Moncho)
Yo conocí a Moncho con dieciséis años en una Vuelta a Ampuero, aquí en Cantabria, él siempre venía con su equipo y los chavales y siempre hacían primero o segundo o metía cuatro o cinco corredores en el top ten. Todos queríamos correr con él. Yo tuve la suerte de estar bajo su mando un par de temporadas y aprender mucho, nos trasmitía una filosofía de padre, para mí era más que mi director, era mi amigo, un confidente, recuerdo incluso escribirle cartas personales. Anécdotas podria contar miles, unas simpáticas como los huevos crudos que se comía por la mañana antes del desayuno o aquel día que me llevó a la estación de tren, cuando iba a hacer las pruebas del INEF y me dijo que aprendiera todo lo que pudiera, por qué decía que yo era muy listo y tenía cabeza para el ciclismo, quizá lo decía por qué me podría considerar el patito feo del mundo del ciclismo por mi manera de actuar y revolucionar este deporte. Sin duda ninguna consideró a Moncho mi padre ciclistico, él me enseñó a perder el miedo y saber actuar. Nunca olvidare sus palabras siempre antes de salir a competir «atacar de salida» creo que todos los ciclistas que estuvimos con el, lo tenemos grabado a fuego, sinceramente, nunca te olvidare Ramón, hiciste mucho sacrificio por el ciclismo base llegando incluso a tener un equipo profesional, hoy día algo muy difícil, allá donde estés gracias, gracias y gracias por todo Moncho.
ANGEL ARROYO (Exciclista profesional y corredor de Moncho)
Yo con Moncho aprendí a ser ciclista y persona, él era nuestro padre. anécdotas podría escribir un libro. Pero hay una que aunque me entrara Alzheimer, seguro que no iba a olvidar en la vida. Fue el primer año que corría en Granier y fuimos a Salamanca a hacer la vuelta de los 33 y claro era una carrera llana. No hubo manera de llegar en solitario, que era lo que le gustaba el, llegamos en el pelotón y yo hice entre los primeros y estaba ilusionado y me dice con aquel vozarrón, «¡Estarás contento!». Yo le dije que cuál había entrado y me contestó: «Una patada que te pegue y te pongo en lo alto de aquella antena. Al próximo domingo te vas a quedar en casa por ir todo el día a cola de pelotón sin hacer nada». Así fue, la siguiente carrera me dejo en casa. Fue una lección que aprendí aquel día, nunca más volví a ir a cola de pelotón, siempre a «atacar de salida». Como persona parecía muy recio, pero luego muy humilde y siempre decía que «a mí chicos no les falte de nada». Muchas veces poniendo de su propio bolsillo, sin duda alguna un gran tipo que dio mucho por el ciclismo base, te echaremos de menos Moncho.
JOSE MANUEL CABRERO (Exciclista profesional y corredor de Moncho)
Hablar de Ramón Chamorro Moliner «Moncho”, es para todos los que a lo largo de su trayectoria como director de sus distintos equipos, hemos formado parte de esa familia ciclista, un gran honor. Todos hemos sentido la emoción y el protagonismo de estar entre los mejores y de su mano no pocos llegaron a la cima, siendo grandes en este bello y duro deporte como es el ciclismo. Pedro Delgado, Lale Cubino, Ángel Arroyo, Santi Blanco, por nombrar algunos…
Hablar de Moncho es retroceder en el tiempo, cuando en época de juvenil todo era esperanza, ilusión, motivación, cuando te comías el mundo y nada se oponía en nuestro camino. Moncho nos inculcaba disciplina, respeto y coraje, nos hizo ver lo que era el compañerismo, el trabajo en equipo y tantos valores de los que goza y a los que te obliga este deporte. Eso lo sentíamos todos y cada uno de los que de su mano procuramos y logramos una victoria en algún momento y todos recordamos frases legendarias y típicas suyas como, «atacar de salida» o «los buenos no pinchan»
Yo no grane el Tour, la Vuelta o el Giro, pero recordando a Moncho, sólo siento agradecimiento y orgullo por haber estado entre los grandes y poder decir, «yo estuve allí». Gracias Don Ramón Chamorro Moliner!!
JOSE MIGUEL ORTEGA (Presidente de prensa deportiva de Castilla y León)
Fue en una Vuelta a España de los años ochenta. Habíamos estado cenando unos cuantos colegas y salió Moncho Moliner como tema de conversación. A alguno se le ocurrió hacer un recuento de los corredores que tomaban parte en aquella edición y que, en sus etapas previas al profesionalismo, habían pasado por las manos del director vallisoletano.
Salían cerca de 40: Pedro Delgado, Lale Cubino, Jesús Suárez Cueva, Alberto Fernández, Ángel Camarillo, Isidro Juárez, Carlos Machín, Jesús Hernández Úbeda, Jesús Rodríguez, Ángel Arroyo, Eduardo Chozas, Faustino Rupérez, Guillermo de la Peña…
Ramón Chamorro Moliner, que nos dejó hace unas semanas, cuando iba a cumplir 80 años, le dio al ciclismo mucho más de lo que recibió. Número uno de la primera promoción de directores deportivos, Moncho vivió este deporte con pasión y con generosidad. Lo primero eran los corredores, por encima de otros intereses comerciales o personales.
Dirigió durante casi tres décadas a los mejores cadetes, juveniles y aficionados del país, a figuras que fueron referente mundial cuando pasaron a profesionales. Pero por encima de otras valoraciones, todos ellos coinciden en algo que demuestra que la huella de Moncho ha ido mucho más allá del deporte. “Fue como un padre”, “No sé que hubiera hecho yo en la vida si no hubiese conocido a Moncho”, “Nos enseñó a ser personas antes que ciclistas”…
Muchos de sus antiguos corredores estuvieron presentes en el sepelio y esas valoraciones eran el común denominador en la reunión que mantuvimos después, y a la que también asistieron otros alumnos suyos, que han brillado más como directores, Javier Mínguez y Manolo Sáiz. Incluso Julio Jiménez, el mítico relojero de Ávila, también formó parte de aquella familia deportiva de Moncho Moliner, el día triste de su adiós definitivo.
Personalmente, yo perdí a un amigo especial, con quien me unían cuarenta años de estrecha relación, siempre con el ciclismo como telón de fondo. Durante todo ese tiempo, Moncho Moliner ha estado yendo a comer a mi casa todos los jueves, y cuando ya no podía hacerlo por sus limitaciones, era yo quien le visitaba en la residencia donde vivió sus tres últimos años de vida. Siempre se ha dicho que Moliner se fue del ciclismo desencantado, pero durante esta última parte de su vida, el ciclismo era el tema recurrente de nuestras conversaciones, y se le iluminaba la mirada cuando hablábamos de alguno de sus chicos, como le gustaba seguir llamándoles.
El día que recibió sepultura en el cementerio de Valladolid, muchos de ellos estaban allí, formando parte de su familia. De su auténtica familia.
Imagen tomada de http://masters.abloque.com
Ciclismo antiguo
Lo que fue el inicio de la Volta
El camino de la Volta hasta el presente ha pasado por 102 ediciones
Cuando caminamos por Reina Elisenda, en la zona alta de Barcelona, nos cruzamos con un discreto cartel que recuerda que desde allí, el 6 de enero de 1911, partió la primera edición de la Volta Ciclista a Catalunya
Estos días vivimos la edición 102 de la tercera vuelta por etapas más antigua del máximo circuito, sólo superada, y no por muchos años, por el Tour y el Giro en ese ranking de longevidad
Así las cosas hemos considerado oportuno retroceder a aquellos tiempos del pasado para recordar algunos aspectos y algunos acontecimientos que fueron las primeras pinceladas que contribuyeron a engrandecer a esta competición de alto abolengo que viene desarrollándose en nuestras tierras catalanas.
Su futuro un tanto incierto
Como decimos, la Volta tiene tras de sí un amplio historial deportivo que se inició en los albores del mes de enero del año 1911.
deambular un tanto longevo marcado por la Volta, no deja de ser un acontecimiento muy significativo que conviene rememorar. Bien quisiéramos que esta prueba de nuestro calendario pudiera sobrevivir ante las dificultades que año tras año debe superar con cierta entereza y tesón. Su futuro, desde hace tiempo, resulta un tanto incierto.
Necesita a toda costa para mantenerse en la palestra el apoyo y el aquilatado respaldo de entidades deportivas y no deportivas, con una aportación económica a todas luces eficiente que le permita continuar manteniéndose en la palestra entre las carreras de más solera deportiva mundial. Sin estas ayudas la prueba de por sí desaparecería automáticamente de la tabla internacional, lo cual sería una muy mala noticia. Así de claro.
¿Cuál ha sido la época más idónea?
También quisiéramos resaltar el de que la Volta, por lo general, se acostumbraba a celebrar en su pasado en otras fechas diversas. Concretamente en el mes de septiembre, un mes que nos parecía a todas luces idóneo, más apropiado. Fue la Unión Ciclista Internacional (UCI) la que influyó para se trasladara al mes de mayo, coincidiendo precisamente con un Giro efervescente que como es natural acaparaba la máxima atención ciclista del momento hasta que entraba en liza el Tour de Francia. Y ahora, con todas estas experiencias, ha sido trasladada desde hace algunas temporadas al mes de marzo, un mes algo tempranero, pero que parece idóneo.
Los comienzos de la Volta fueron en verdad increíbles
Centrándonos en los valores históricos de la Volta a Catalunya, más de uno se preguntará qué razón impulsó a unos entusiastas dirigentes para que osaran o se atrevieran a ponerla en marcha en aquella época un tanto ya lejana que se remonta a comienzos del pasado siglo.
Efectivamente, en el año 1908, existía ya en los anales de nuestro ciclismo una carrera que se denominaba la Vuelta a Tarragona. Más de uno tuvo el atrevimiento de poner sobre el tapete la posibilidad de organizar una prueba que tuviera algo más de envergadura y que a la vez fuera más expansiva en su entorno. Entre los iniciadores cabe destacar por encima de todos a don Miguel Artemán, un hombre inquieto y de gran entusiasmo que soñaba en poner en marcha más de una iniciativa un tanto descabellada al son de las gentes. El afirmaba con cierto orgullo que trataba de “inventar cosas”. Era, entre otras varias ocupaciones, redactor especializado de la sección de ciclismo de “El Mundo Deportivo”, un periódico veterano que todavía sobrevive a los movimientos de los tiempos.
Artemán, con otros varios pioneros, repetimos, quiso poner en órbita una prueba de superior categoría, alargando el kilometraje de la misma y con el condicionamiento o premisa de que pudiera abarcar a las cuatro provincias catalanas, con la inclusión de las cuatro capitales: Barcelona, Tarragona, Lérida y Gerona. El planteamiento en un principio tomó buen rumbo, buenas perspectivas. Los fundadores, por suerte, se encontraron desde sus primeros rescoldos muy respaldados por las autoridades políticas, un factor indispensable para esta clase de eventos.
La problemática incidió en otro sentido. Existía una red de carreteras escasa. Era una época todavía de vacas flacas, diríamos con una frase algo vulgar. No había una tela de araña, un tejido, suficiente para enlazar debidamente a las cuatro capitales a las cuales hemos hecho alusión y que se deseaba enlazar. Se salvaban de la “quema”, Barcelona, Tarragona y Lérida, debiendo ser descartada la ciudad de Gerona, emplazada como todos sabemos en la parte norte de Cataluña.
Hubo fuertes pugnas, es natural, en la elección de rutas e itinerarios más convenientes para los hombres del pedal. Al final pudieron disiparse los problemas bajo el empuje de “Club Deportivo”, una entidad que no llevaba muchos años en el alero, pero con deseos de notoriedad y que se hizo oír con el paso de los años a los cuatro vientos. Es lo que interesaba en aquel periodo algo turbulento.
Entre una cosa y otra, la Volta no se puso en marcha hasta el año 1911. Se eligió, ¡quién lo iba a decir!, el gélido mes de enero, con una participación de treinta y tres valientes ciclistas. No se pudo hacer de otra manera. De todos ellos terminarían la prueba, tres días más tarde, once arrojados supervivientes, que soportaron con entereza no pocas penalidades. La prueba salió de la Plaza de Sarriá, un barrio señorial barcelonés en donde las familias acomodadas de la gran ciudad, tenían sendas mansiones en donde solían disfrutar en la época estival de vacaciones. La fecha señalada de partida fue el día 6, el día de la festividad de los Reyes, una jornada atractiva y llena de ilusión para los niños.
Se tomó la dirección con destino a Tarragona. La carrera se vio obligada a interrumpir su pedaleo durante un par de horas en las conocidas costas de Garraf, más concretamente en la ascensión a la cuesta denominada comúnmente como La Maladona, situada poco antes de culminar en la cosmopolita y veraniega localidad de Sitges. Se habían desprendido sobre la carretera, así de repente, abultados pedruscos de la escarpada montaña como consecuencia de las lluvias registradas el día anterior de que llegaran los esforzados corredores. Se anotaron, además, unas muy intensas rachas de viento, dos ingredientes que parecían confabulados en contra de los atletas del pedal.
No recordamos quién, pero alguien se tomó la libertad de decir, con una cantinela un tanto irónica que aquel panorama tan desolador que sufría la caravana multicolor enfrentada a los elementos desatados de la naturaleza, se debía a algún monstruo extraño e irreconocible que se había confabulado desde las alturas en contra de los organizadores y el consiguiente acompañamiento de aquel nuevo evento titulado “La Volta”.
Se puede decir que los escenarios vividos en los días que duró la carrera se vieron abrumados por la abundancia de tormentas intermitentes de agua en los tres días que tuvo la prueba. Algo así como un maleficio más o menos imaginario. Lluvias a borbotones, pedriscos, inundaciones varias e incluso nevadas. Por ejemplo, fue notoria la que se vivió en la localidad de Jorba, en las inmediaciones de la población industrial textil de Igualada. Diríamos en tono un tanto jocoso, que los viejos del lugar que presenciaron el paso de los corredores por los consabidos valles con aguas arremolinadas y desbordadas, de seguro que no se les fue de la cabeza aquellas escenas dantescas que se iban sucediendo sin cesar bajo las siluetas recortadas de los pobres y esforzados ciclistas, montados sobre sus endebles bicicletas de hierro, su única arma.
Masdeu abre la lista de vencedores
Fue precisamente allí, en Jorba, repetimos, en dónde Sebastián Masdeu, el futuro vencedor de la primera edición de la ronda catalana, perdió una zapatilla ante el torbellino de las aguas revueltas que inundaron varios lugares por donde anduvieron los corredores. La suerte, sin embargo, estuvo con él. Efectivamente, un hombre enjuto, amparado por dos fornidos caballos, que tenía la misión de arrastrar con una cuerda a los automóviles que se quedaban atascados en aquel diabólico punto, se apiadó y tuvo el gesto inaudito de cederle una alpargata de las suyas para que pudiera reanudar su pedaleo hacia Barcelona, ciudad que todavía quedaba algo lejos de su alcance.
Era la postrera etapa. Los corredores se trasladaron de Lérida a Barcelona, las dos capitales catalanas, concluyendo la prueba en el velódromo que estaba enclavado en el barrio de Sants, un pequeño estadio ya desaparecido ante la especulación de los suelos. Hay que recalcar que con el pasar de los tiempos, mal que nos pese, muchas construcciones de cierta solera ya no existen por el juego de las permutas, léase, por la especulación o el acoso del progreso, unas circunstancias a todas luces inevitables. Lo que se gana por una parte se pierde por otra. Hay recuerdos que por estas razones encierran una cierta nostalgia en nosotros, hay que decirlo.
A Masdeu, oriundo de Tarragona, se le apodaba más popularmente por “Tarraco”. Cabía señalar el promedio alcanzado en el curso de la prueba que llegó a ser de 23 kilómetros a la hora, cifra nada desdeñable si retrocedemos a lo que representaba estar en el año 1911. Se impuso sobre José Magdalena (2º), que acaparaba en aquel entonces más cartel, y sobre el norteño Vicente Blanco (3º), más conocido por el seudónimo “El cojo de Bilbao”, una figura heroica, especialmente en el Tour de Francia del año 1910. Es de destacar que Masdeu, ganó la primera etapa, volviendo a repetir la victoria en la última, a pesar de aquel incidente comentado más arriba de la alpargata, un accidente que le dio mucha popularidad y justa gloria. De las tres etapas en disputa ganó, pues, en dos. Buen balance.
El primer vencedor de la ronda catalana, económicamente hablando, ganó un total de 975 pesetas, cantidad que apenas llega a los seis euros actuales. Esta ganancia incluía su triunfo absoluto; las dos victorias de etapa, y un resto acumulado al imponerse en alguna que otra prima donada por algún pueblo por donde circulaba la caravana multicolor. Era una moda muy en boga en aquellos tiempos.
Son pequeños retazos los que hemos expuesto con el deseo de divulgar las heroicidades de aquellos corredores que sin apenas medios materiales y económicos se lanzaron en pos de una aventura casi desconocida siempre pedaleando con un extraño fervor por unas rutas tortuosas y en un estado muchas veces deplorable. En este sentido cara al futuro se fue mejorando sensiblemente.
La Volta sufrió algunas interrupciones. Pero procuró no desfallecer del todo frente a las contrariedades bélicas. Del año 1914 al 1919 no se celebró como consecuencia del encontronazo de la Primera Guerra Mundial. En su futuro colaboró activamente la Unión Velocipédica Española (U.V.E), y, más tarde, a partir del año 1923, tomó las riendas con más pasión si cabía la entusiasta y valiosa “Secció de Ciclisme de la Unió Esportiva de Sants”, que se encargó de su organización de una manera más continuada y más meticulosa, gozando de un fondo económica más consistente ante las donaciones anónimas recibidas.
Por Gerardo Fuster
Foto: Tourdegila
Ciclismo antiguo
La Volta que descubrió el Mont Caro
Aquel verano de 1991 acabó con Indurain coronado ganador de la Volta en Mont Caro
Han pasado más de 30 años de la primera vez que muchos supimos del Mont Caro, la llegada clave de la Volta a Catalunya de 1991.
Por aquel entonces, como firma el maestro Javier de Dalmases en su crónica de El Mundo Deportivo, el ciclismo era, como hoy, una gran dualidad: Miguel Indurain y Gianni Bugno.
Ambos se habían visto días antes en el Mundial de Sttutgart, el primero ganado por el italiano, pero no coincidirían en la Volta.
A Catalunya acudió Indurain, el recién coronado ganador del Tour, con la firme intención de renovar su corona de tres años antes.
La carrera que se inició con una crono por equipo en Manresa que acabó en manos de la ONCE -Manolo y sus CRE´s- guardaba la clave para el final.
La primera fue en la crono de Tarragona, 25 kilómetros que Indurain dominó a placer ante el dúo ruso del Lotus, Vassilichenkov y Manoylov para acceder a una plaza que ya no soltaría, incluso con la incertidumbre que suponía la jornada reina de aquella edición.
Al día siguiente la Volta salía de Salou, donde año antes Miguel se había caído, para acabar en el Mont Caro tras 154 kilómetros pasando por Falset, Gandesa y Tortosa, lo más granado de Terres de l´ Ebre.
La carrera transcurrió al trantrán de Banesto alrededor de su líder hasta la misma base del puerto desde el que se ve el mar, de forma nítida y sin rodeos.
Un ritmo que Fabian Fuchs y Marino Alonso, de quien me dicen vive desconectado del ciclismo, sirvió para controlar los primeros intentos de los colombianos, entre otros, aquel Kelme con cara de buena persona que era Néstor Mora.
Más arriba Álvaro Mejía buscó la fortuna que sí encontró Lucho Herrera, quien aprovechó que no era peligroso para la general y tomar ventaja.
Perico tiraba de Indurain hasta que tomó nota que líder iba tan fresco en el control de la carrera que decidió salir a por Herrera y disputarle la etapa.
El segoviano cogió al colombiano, incluso se llegó a ir por delante, pero le kilómetro final del Mont Caro le dejó tan seco, que tuvo que claudicar ante el jardinerito.
Al menos, a Perico le cupo la alegría de pisar la segunda plaza del podio en un copo para Banesto, pues Indurain controló sin problemas los movimientos de Ugrumov y Hampsten por detrás.
Años más tarde, americano y letón se cruzarían en el camino del navarro, aunque eso fue otra historia.
Imagen: TourdeGila
Ciclismo antiguo
3 desenlaces top de la Milán-San Remo
La belleza de la Milán-San Remo reside en los desenlaces más mágicos de toda la campaña
Cada año el ciclismo nos ofrece dos instantes top, dos de esos momentos que ves venir, que anticipas con la seguridad que te van a dejar seco en el sofá: los desenlaces de la Milán-San Remo y el Mundial de ciclismo.
Si en la pugna por el arcoíris suele suceder en las dos vueltas finales -a no ser que tercie un Remco-, en la la primavera acontece en la subida y bajada Poggio.
Una suerte de carrusel de emociones en la que cada gesto, cada trazada y la suerte juegan un papel total para entrar en la historia.
En este magno escenario, han ganado grandes nombres, pero también otros notables ciclistas que tienen en San Remo su mejor logro y que ,en cierto modo, les hace justifica ante la ausencia de fortuna en otros teatros.
En los tiempos recientes recuerdo la victoria de un tipo brillante pero con escaso palmarés como Jasper Stuyven, o los inesperados éxitos de Matt Goos o Gerald Ciolek, hace diez años justo, cuando la lluvia y la nieve obligaron a recortar el tramo central de la carrera.
Es cierto que durante muchos años hemos tenido desenlaces al sprint en Milán-San Remo.
Los años de Zabel, de Freire, incluso los de velocistas como Cipollini o Cavendish, algunas ediciones tuvieron sus cocos en el Poggio pero no lograron romper.
Y es que la clave está ahí, en romper en el Poggio, si no para arriba, para abajo, una tachuela en cualquier carrera que pesa tras casi 290 kilómetros de carrera.
La entrada en las curvas, frenando para no salir despedido, es la mejor imagen de la dureza real del Poggio en cuanto pendiente, otra cosa es la velocidad a la que van las balas.
En todo caso, los años recientes nos han traído ediciones memorables que entran en colisión con eso que muchas veces he leído sobre qué era mejor, ¿la Strade o San Remo? cuando yo creo que no son cosas comparables.
No me voy muy lejos en el tiempo para marcaros tres desenlaces top de la Milán-San Remo, tres además que son diferentes entre ellos.
En 2014 la victoria fue para el noruego de casco torcido, Alexander Kristoff
Entonces en el Katusha, el nórdico sabía muy bien que todo lo que no fuera llegar al sprint le iba a complicar la carrera.
Sabedor de las que se lían en el Poggio, él dejó hacer, Nibali fue el intento más brillante, pero sin éxito.
Luego del descenso, ya con la meta en el horizonte, Kristoff adelantó plazas y puso a un ciclista hoy controvertido como Luca Paolini a controlar con tal maestría el grupo que el noruego, hoy en el Uno X, se vio obligado a imponerse con esa fuerza bruta que le caracteriza.
Cuatro años después, hubo quien rompió el grupo en el Poggio y ganó en San Remo
Si en la edición de Kristoff, Nibali se había quedado con las ganas, esta vez no le pasó factura el gran grupo.
Atacó en el momento exacto en el Poggio para coronar con lo justo y descender hasta la Via Roma con tiempo para celebrarlo con Caleb Ewan maldiciendo su suerte.
Y vamos a por la última que quiero reseñar, la de 2017 y el sprint increíble, con roce incluido, entre Peter Sagan, Julian Alaphilippe y Michal Kwiatkowski, un ciclista mayúsculo en estos escenarios, ganador en San Remo tras soldarse a Sagan en el Poggio, cuajar un descenso impecable y la rúbrica en la volata final.
Como veis tres momentos, tres desenlaces diferentes pero todos poniendo en común que la Milán-San Remo es eso, una carrera mágica.
Ciclismo antiguo
MMR personaliza la bicicleta irisada de Oscar Freire
El arcoíris de Óscar Freire brilla sobre la Adrenaline Aero personalizada por MMR
Óscar Freire, tiene desde este miércoles en su residencia de Torrelavega, la bicicleta más personal y representativa de su carrera. El homenaje de MMR a su trayectoria y destacadísimo palmarés. Su carácter único merecía un objeto irrepetible.
Citar a Freire es situarnos en un récord de tres victorias en los campeonatos mundiales de ruta. Y esa es una mesa solo compartida por Alfredo Binda, Eddy Merckx, Rik Van Steenbergen y Peter Sagan.
La Adrenaline Aero, modelo de alto rendimiento aerodinámico y gran presencia visual de MMR, logra extender su impacto estético con el acabado escogido por Javier González, director de arte de MMR y máximo responsable del proyecto de personalización para Óscar Freire.
El proceso creativo de MMR en la obra de Óscar Freire
Un diseño de MMR basado “un cromado oscurecido con reminiscencias a tendencias de décadas pasadas. El acabado final queda enriquecido por la combinación con el color negro, que le aporta connotaciones de exclusividad y moderación”.
Profundizando aún más “la combinación monocromática se ve contrastada por una bandera arcoíris de colores saturados, un elemento que, aunque clásico, es el protagonista indiscutible del diseño y de la propia carrera de Óscar Freire”.
Un proyecto que se prolongó durante 4 meses, entre la sede de MMR en Avilés y el estudio madrileño Muse Bikes, responsables del pintado “a mano” de esta Adrenaline Aero.
Montaje al completo
La Adrenaline Aero customizada para Óscar Freire se ha configurado con el grupo Dura-Ace Di2 R9270, ruedas Shimano Dura-Ace C50, cubiertas Hutchinson Fusion con perfil 28mm, manillar Vision Metron Aero ACR, potencia FSA ACR 110mm y sillín Selle Italia SRL.
Freire fue un activo colaborador en el desarrollo de productos Shimano y uno de los primeros en probar la tecnología Dura-Ace Di2. La sede central de Shimano en Madrid goza del privilegio de albergar la bicicleta protagonista de una de sus victorias en los campeonatos mundiales de ruta.
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