Ciclismo antiguo
Eric Vanderaerden, el clasicómano de los ricitos de oro
Eric Vanderaerden ganó uno de los Tours de Flandes más duros de la historia
Hablar de Eric Vanderaerden es hacerlo del núcleo duro de los ochenta, ese ciclismo de Hinault, Lemond, Fignon,… de Guimard sin camiseta dirigiendo los ciclistas, de los chanchullos de Tapie, de Pino, Marino, Perico,… de nostalgia pura y dura, que no esconde que tras esa cortina, hubo una generación de corredores de un gran talento que, en su medida, pudieron expresarse con fortuna.
Y Eric Vanderaerden era uno de esos ciclistas, un trotón, el típico ciclista endurecido por los terrenos del Flandes oriental, más allá de los confines de Lovaina, que se hizo un nombre en una época donde todo estaba carísimo.
Ganador de seis etapas y maillot verde del Tour de 1986 más otras tres en la Vuelta, el arco de triunfos de Vanderaerden también tuvo monumentos, un par tan solo, pero sí de los que dejan huella y recuerdo.
Porque sólo hay que preguntar a los flamencos más entrados en edad, esos que ese fin de semana veían casi en manga corta el volar de Gilbert por sus caminos, cómo fue el Tour de Flandes de 1985 para que les entre la tiritona sólo pensarlo.
Ese año el cielo y el clima se conjuraron contra los insensatos que pusieron un pie sobre la plaza de San Nicolás para tomar la salida en De Ronde.
De los 173 que salieron de ahí, llegaron 24.
Eric Vanderaerden ya vestía los colores del mítico Panasonic y figuraba en algunas quinielas. El Panasonic además tenía muchas y buenas bazas.
No obstante rebeldes siempre tuvo el pelotón, y el vigente ganador de San Remo, Hennie Kuipper quería evitar la llegada en grupo como fuera.
Lejos, antes incluso de Muur, Kuipper se fue por delante tomando una distancia interesante hasta que la reacción vino por detrás desde los Panasonic.
Vanderaerden se soldó a la rueda del duro australiano Phil Anderson que le tenía a la estela de Kuipper antes del Muur.
Subiendo éste, sin solución de continuidad, Vanderaerden se fue por delante y aprovechó el secante de Anderson sobre Kuipper para ganar en solitario su De Ronde.
A los dos años, en Roubaix, todos miraban a dos corredores, Sean Kelly y Eric Vanderaerden.
Aquella carrera, fue lo que acostumbraba a ser el infierno hace unos años, un lodazal insufrible, donde las caídas estaban al orden del día y aparecían cuanto menos se esperaban.
Kelly, de amarillo Kas, se fue al suelo porque el magnífico prologuista francés, Thierry Marie, se había caído por delante.
Fue justo cuando Vanderaerden se marchó en solitario del grupo principal, porque veía que los escapados se le iban de las manos.
Y es que por delante, la fuga del día corría visos de ser buena. Pratric Versluys, Ruddy Dhaenens y Jean-Philippe Vandenbrande eran tres titanes que sobrevivían a todo, a caídas, como la de Dhaenens, campeón del mundo a los tres años, el empuje de los favoritos y las lluvias intermitentes que salpimentaban sus harapientos cuerpos.
Vanderaerden tomó la regla e hizo cálculos para cumplir con precisión el guíón: a veinte de meta salta, les coge cinco kilómetros después y les gana en la recta, que no velódromo. Tan sencillo de decir como imposible de hacer para la mayoría.
Ciclismo
Greg Lemond fue el primer moderno de la historia del ciclismo
Con Greg Lemond el ciclismo entró de lleno en una modernidad que sigue vigente
El Tour de 1989 está muy en boca de todos.
Una edición de esas que no se olvida, treinta años después, cifra redonda.
¿Qué estabas haciendo cuando Lemond remontó a Fignon en la misma línea de meta de París
Aquella tarde de julio, un niño ojiplático soñaba con ver, con tocar aquello, al otro lado de la televisión.
Laurent Fignon arrojaba motivos sobrados para ser el tipo más odiado del pelotón, con los años cambiamos, curiosamente esa percepción.
Todos íbamos con Greg Lemond, ese americano, hijo del milagro de salir vivo de un accidente de caza, que había estado más allá que acá, y que consiguió ganar el Tour, tres semanas, más de veinte etapas, tres mil no sé cuántos kilómetros, por ocho míseros segundos.
El gran golpe de Greg Lemond ese día, en ese momento, fue mucho más allá
Aquel era un corredor roto por la mitad desde el accidente, un ciclista que pocas semanas antes, leí, lloraba en una cama de un hotel del Giro porque no se encontraba a sí mismo.
Era la viva imagen de la impotencia, un corredor que había sido prodigio, campeón del mundo, podio y ganador del Tour, que tenía problemas para llegar con el cierre.
Hoy un Tour como el de 1989 sería impensable, un ciclista que sacó la cabeza a pesar de todo: ese Lemond, abandonado a su suerte por un equipo, el ADR, que pasaba por ser del montón, que no le acompañó en casi ningún momento decisivo, si descontamos la crono por equipos del inicio,
Una aventura de supervivencia que cambió la suerte del ciclismo, lo hizo moderno, más a imagen y semejanza de lo que tenemos hoy.
Los campeones corales, que brillaban en Niza, Roubaix y Lieja antes de atreverse con el Mundial y el mismísimo Tour.
Eso pasó a ser una reliquia del pasado.
Curiosamente, hasta Wiggins y Thomas, Greg Lemond había sido el último ganador del Tour en preparar Roubaix con cierta ambición.
Sin embargo el Tour de 1989 y Greg Lemond cabalgaba a lomos de ese caballo llamado ciclismo moderno.
Su entrada en el ciclismo europeo no fue sencilla.
Lo vio Hinault y lo reclamó para Francia, Lemond aterrizó con una mano delante y otra detrás.
Pero no se amilanó, pasó el invierno de su vida cincelando lo que sería un campeón moderno, extraordinariamente completo, ambicioso, que supo ser compañero cuando correspondía, y buscar su suerte llegado su turno.
Y en el Tour de 1989 instaló la suerte del campeón, sí, pero también una suerte de ganancias marginales que acabaron por darle el éxito, cuando todos apostaban a francés, de gafas de intelectual y coleta emblemática.
Salió con un manillar de triatleta que a los pocos días todos usaban, pero antes sacó provecho de cada pasaje de la carrera, corriendo en el filo, explotando el nerviosismo de Fignon, que veía pasar los días y no lo distanciaba y la ansiedad de Perico por resolver el desastre de Luxemburgo.
Y ganó, bajó el mismo arco de meta de toda aquella edición, demostrando que el ciclismo requería de campeones a tiempo completo para y por el Tour.
Con Greg Lemond nació el ciclista que armó su campaña alrededor del Tour, como nunca antes se había visto.
Lo de Stephen Roche ganando Giro y Tour, más mundial el mismo año, quedaba lejísimos.
El ciclismo moderno, el que que se introdujo con Lemond, obliga a centrar objetivos, a especializarse, a ser eficaz en lo poco pero bueno que se emprenda.
Al año siguiente Greg Lemond sólo lograría una victoria, la general del Tour de Francia, ni etapas, ni vueltas de una semana, ni avalorios.
De su ciclismo bebería Miguel Indurain y llevaría al extremo Lance Armstrong, el otro americano que ganaría el Tour, aunque lo suyo no quedara en los anales.
Si el ciclismo tuvo un punto de inflexión, ese lo firmó Lemond, Greg Lemond, uno de esos corredores cuyo recuerdo nos reconcilia con la sorpresa y la constante innovación, esa palanca de cambio que hoy sigue siendo clave.
Ciclismo antiguo
Kuiper valía para Roubaix y Alpe d´ Huez
En el palmarés de Hennie Kuiper hay una variedad asombrosa
Hace 50 años, camino de Roubaix, sonaban las hostias de De Vlaeminck, Moser, Merckx, Raas y Hennie Kuiper, nuestro hombre de hoy.
Kuipper es holandés y podría escribir un libro sobre las cabronadas del infierno del norte, que son muchas, variadas y sorprendentes. Hasta 1983 Kuiper fue nueve veces top ten en las diez que había tomado la salida y ese año estaba dispuesto a torcer la historia.
A su undécima Roubaix Kuiper llegaba mejor que nunca. Había sido un invierno de perros, con lluvia y frío, tremendo viento, jornadas de entrenamiento que te costaban años de vida, normal y deportiva. Sin embargo Kuiper se declaraba presto, a tope: “Entrené mejor que nunca, muy duro”. La carrera no le fue a la zaga. Se salió a mil por hora y hasta Arenberg la sucesión de acontecimientos fue tal que el desgaste psicológico empezaba a pesar en las piernas y encima cabía entrar en la recta.
De aquí salieron dieciséis unidades. Entre otros, se sostenían en vanguardia Francesco Moser, Gilbert Duclos-Lasalle, Yvon Madiot, Alain Bondue, Stephen Roche y el mentado Kuiper por cuya cabeza rondaba la necesidad de romper aquello cuanto antes a la vista de su pobre sprint en caso de llegar juntos.
Dicho y hecho, en el Carrefour de l´ Arbre Kuiper pone toda la carne en el asador. Es un todo o nada, la forma de rematar esas ediciones que otras veces le dejaron con las ganas de ganar. Kuiper se marcha solo y mete metros a sus perseguidores. La cosa parece hecha. El rocoso holandés vuela hacia meta. Parece que el triunfo que precisaba su palmarés de culto estaba por llegar. Sin embargo en Roubaix los elementos son insospechados.
A seis kilómetros de meta un imprudente fotógrafo en la cuenta no da el paso a atrás toda vez ya había encuadrado su ídolo. Kuiper trata de esquivarlo y revienta el tubular en un recoveco entre adoquines. Otra vez, fantasmas de antaño aparecen, pero en esta ocasión los coches, esos que en Roubaix tardan una eternidad en devolverte a la ruta, aparecen rápido y le reponen la bicicleta con el tiempo suficiente de llegar solo, empañado en polvo, gaznate seco, y ambiente fresco, al velódromo más querido.
Hennie Kuiper fue un ciclista de los que podríamos llamar de culto. Estos días que tantas vueltas le damos a la polivalencia de muchos ciclistas, cabría reivindicar figuras como Kuiper.
Sumó 83 triunfos en 16 temporadas, entre otros fue campeón olímpico en Múnich, aquella que derramó tanta sangre por la sinrazón terrorista, y del Mundial de 1975. Además pisó dos veces el podio del Tour, donde ganó en Alpe d´ Huez y se quedó a un paso de ganar los cinco monumentos, sólo le faltó Lieja, curiosamente ese que dicen ser el más afín para los vueltómanos.
Imagen tomada de www.cadenceperformance.com
Ciclismo antiguo
La Plagne siempre brilla en el Tour
El regreso del Tour a La Plagne es el homenaje a una cima con poca pero jugosa historia
En la presentación del Tour, en las imágenes de La Plagne, el director de la carrera hizo un pequeño inciso sobre la presencia del actor Alain Delon en uno de los coches que seguían la carrera.
Fue algo efímero, pero significativo, y es que pocas cimas tienen tan poca pero tan densa tradición en el Tour de Francia como La Plagne.
La cumbre alpina regresa a la mejor carrera 23 años después del éxito de Michael Boogerd en 2002, curiosamente la vez de las tres visitas que menos dio que hablar este sitio.
Ese día el neerlandés sobrevivió a una larga escapada, logrando su mejor éxito el Tour de Francia, él que nunca fue un gran fondista de tres semanas, con la primavera siempre entre sus objetivos.
Eran los días de dulce de Lance Armstrong en el Tour de Francia, camino de su cuarta victoria.
Aunque en el Tour, esa fue la última efeméride de La Plagne en la carrera, tenemos un antecedente más reciente, la llegada del Dauphiné de hace tres años y la increíble gesta de Mark Padun, que ganara en solitario ese día, como lo garía al siguiente, firmando un logro ta inédito que no se volvería a repetir.
En todo caso, son las dos primeras veces de La Plagne en el Tour la que nos interesan.
Hete aquí aquella edición de 1987 con una primera carrera entre Laurent Fignon y Anselmo Fuerte, ganada por el francés en el sprint final.
Por detrás el juego del gato y el ratón entre Pedro Delgado y Stephen Roche estuvo entre la épica y la comedia.
Lo primero porque el segoviano llevó al irlandés a todos los límites y lo segundo por la salida en helicóptero y con mascarilla de Roche de la cima, llevándose unos minutos de descanso clave para las etapas que habrían de venir,
Inferior en la crono final, Perico estaba obligado a apuntalar el maillot amarillo logrado en Alpe d´Huez, y la mejor manera era llevar a su rival a los extremos, no logró casi diferencia, pero aquella jornada quedó en los anales casi tanto como la de ocho años después.
Ese día vimos la que considero la mejor exhibición en una subida que jamás he visto.
La protagonizó Indurain y sobre la misma hay mucha literatura, pero valga sólo esa imagen de la fila india desgajándose uno a uno para explicar el golpe que aquella jornada propinó el navarro a la carrera.
Nunca volvimos a ver nada igual, y lo vimos en La Plagne.
Ciclismo antiguo
Superbagnères fue el mejor día de Pedro Delgado
La mejor carrera de Pedro Delgado fue aquella que no acabó ganando
Cuando hoy, año 2024, miramos atrás y recordamos las emociones que nos deparó el Tour de hace 35 años, con Pedro Delgado al lado de la extraña pareja Fignon & Lemond, somos conscientes que el ciclismo hace tiempo que nos robó el corazón.
Aquella fue la memorable carrera resuelta por ocho segundos, tras tres semanas, entre parisino y californiano, entre dos ciclismos, dos formas entender la vida, que colisionaron en su mejor esplendor.
Pero aquella fue también la carrera de Pedro Delgado, posiblemente, su mejor actuación de siempre y eso que acabó tercero.
Para ponernos en situación hay un nombre pequeño en el mapa, pero enorme de significado, Luxemburgo, aquella salida traicionera que dejo al campeón saliente, el dorsal uno, noqueado ya de inicio.
El retraso de Pedro Delgado en Luxemburgo explica buena parte de la carrera, para lo bueno y lo mano.
«Joder, siempre me recordáis lo mismo, sed un poco originales» nos comentó una vez Perico, inquirido por aquella experiencia.
Pero es que la historia te regala momentos singulares que treinta años después, en el ciclismo el milímetro, suenan a chanza.
Y así vemos que aquel arranque arruinó, finalmente, la carrera del campeón vigente, Lemond y Fignon eran muy buenos para andar regalándoles minutos, pero al mismo tiempo le espoleó a la mejor jornada de los llamados «periquistas».
Muy desplazado en la general, la crono por equipos acabó de hundirle en la general, Pedro Delgado sabía que los Pirineos tenían la llave de su regreso al frente.
Tras Cauterets, aquella jornada que presentó a Miguel Indurain en sociedad, dos años antes de hacer la carrera suya por cinco ediciones, en Reynolds, entonces ya con el copatrocinio de Banesto, trazaron la estrategia más agresiva para la jornada de Superbagneres.
Describen Superbagneres en la obra que Libros de Ruta ha traducido brillantemente de aquella edición –Tres semanas, ocho segundos– como una estación humilde, una recta en medio de la montaña, bloques pasados de moda y lugar desapacible.
Pero es que aquel ciclismo era así, más humilde, más humano, mucho más cercano.
Podríamos decir que Luxemburgo obligaba y la jornada con Tourmalet, Aspin, Peuyrerourde y final en la citada estación tenía que devolver a Delgado a donde le correspondía.
Y se puso manos a la obra, con un ataque de largo radio que tuvo dos compañeros que habla del nivel de las grandes gestas que hicieron el Tour lo que es.
El ciclista de la coleta, el mismo que cuatro años antes perdía inexplicablemente toda una Vuelta en la sierra de Segovia, a manos de Pedro Delgado, Robert Millar entró al trapo, y con ellos el tibio, Charly Mottet, de hecho el mejor clasificado de los tres y líder virtual durante muchos pasajes de la jornada.
[Haciendo camino, los tres firmaron una memorable hoja de ciclismo y antología del esfuerzo.
Un monumento que sigue en nuestra mirada y en el recuerdo, el asidero que nos recuerda que este deporte es bello como ninguno, trasladando la locura por cimas y valles, pueblos, calles, virajes y en cada tramo de esos que la emoción se palma en la cuenta, incluso cuando lo ves por la televisión.
Un calambre de felicidad.
Perico se distinguía por un ataque feroz e incuestionable cerca de meta, no cuando las vallas, pero cerca, aquella jornada, obligado por una coyuntura tan adversa que lo tuvo fuera de carrera durante días, desterró aquellos ataques con la algarabía de meta ya sonando.
Fue sin duda el mejor día de su carrera, a nuestro juicio.
Le valió para conquistar el podio que finalmente haría suyo, una tercera plaza que pergeña en esa pequeña historia de cábalas sobre cuántos Tours debió ganar Perico.
Eso se lo dejamos a quienes quieran jugar a hacer cuentas, por de pronto recordar aquella jornada es evocar el ciclismo que nos atrapó hasta el día de hoy.
Por cierto que Superbagneres vuelve en el Tour 2025…
Imagen: Parlamento Ciclista
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