Ciclismo antiguo
Ciclismo español, 68 años para ganar el mundial
Vamos a por el mundial, la gran asignatura pendiente del ciclismo español
Ayer lo dejamos en la antesala del mundial, una carrera que al ciclismo español tardó 68 años para ganar un Mundial..
Si en los años 50, un español ya vistió el maillot jaune en París, como síntoma del gran amor por las grandes vueltas a este lado de los Pirineos, tuvimos que esperar al cambio de milenio para estrenarnos en carreras como Giro de Lombardía, Flecha Valona, Lieja- Bastogne- Lieja, Campeonato de Zurich, Giro de Lombardía o Gante- Wewelgem.
Un palmarés asimétrico entre clásicas y vueltas que parece camino de corregirse.
Sin embargo, un hito algo lejano en el tiempo quiso darle, aunque de forma esporádica, continuidad a la obra de Poblet.
En 1992, Federico Echave ganaba el lejano Gran Premio de las Américas en Canadá, logrando así la segunda victoria española en los años de la Copa del Mundo. Si Miguel Indurain había abierto este capítulo en Donostia, un par de años antes, la del corredor de Kortezubi era la primera en terreno foráneo.
En la extinta Copa del Mundo, que la UCI dio sepultura en 2004, hubo otros tres triunfos españoles, los tres precisamente el año del sepelio de este ranking. En 2004 ganaban Oscar Freire, Miguel Ángel Martín Perdiguero y Juan Antonio Flecha, San Remo, San Sebastián y Zurich, respectivamente.
Sin embargo para muro infranqueable, ninguno como el del Campeonato del Mundo.
No fue hasta Colombia en 1995 que el ciclismo español no inició la cuadratura del círculo en la que se halla inmerso.
Si Wewelgem necesitó de 70 años para ser española, el mundial necesito 68.
En 1935, en la novena edición, la localidad belga de Floreffe era escenario de un desenlace que ubicó a Luciano Montero en la segunda plaza.
Luego llegarían las preseas de Ramón Saez, Luis Ocaña, en la olímpica montaña de Montjuïc, y Juan Fernández.
Medallas todas ellas importantes, pero ninguna de matiz dorado y huérfanas de arco iris. En 1995, Abraham Olano, segundo en la anterior Vuelta a España, visitó por fin el preciado maillot acompañado por Miguel Indurain, portador al final de dos platas en esta cita, y Marco Pantani.
Luego vendrían tres títulos de Oscar Freire y otro de Igor Astarloa más el de Alejandro Valverde en Innsbruck, cuatro años han pasado.
Esos odiados adoquines
“Cuando Igor –por Astarloa- y yo veíamos ciclismo por la tele siendo amateurs, disfrutábamos mucho más viendo la Roubaix que la Vuelta a España”.
Estas palabras de Pedro Horrillo, uno de los “abogados del diablo” por las grandes clásicas, resumen perfectamente el carácter universal de la generación que finalmente ha tomado las riendas del ciclismo en España. El cambio más sustancial ha sido sin duda, la variación de actitud ante las grandes citas del pavé.
En torno al Tour de Flandes y la París- Roubaix, creció durante muchos años una leyenda negra que alejaba los primeros espadas el ciclismo español de sus cunetas. Ahora parte de esos primeros espadas se atreve con el reto.
Hasta que Juan Antonio Flecha no probó los cajones de Roubaix y Flandes, sólo el legendario Poblet había estado en uno de ellos.
El mito catalán fue segundo en 1958 y tercero en 1960 en el “Infierno del Norte”.
Cuando Flecha se fugaba junto a Tom Boonen y George Hincapié en 2005 y arribaba tercero al velódromo, se zanjó una ausencia de nada menos que 45 años.
Un par de años después, el catalán oriundo de Buenos Aires, volvió al podio para ser segundo.
En 2008 Flecha rompió el maleficio flamenco logrando la tercera plaza en la Ronde.
Hasta esa fecha, el mejor resultado de un español en los muros de Flandes lo había firmado Jesús Del Nero sin pasar del top ten. Si Luis Otaño, 35º en 1963, hubiera levantado la cabeza. Con todo los larguísimos palmarés de Flandes y Roubaix carecen de nombres españoles entre sus ganadores.
En las semiclásicas belgas cabe anotar presencia española y también reciente.
La Gante- Wewelgem cayó en saco hispano de la mano de Oscar Freire.
Hasta 2005, una vez vista la vergonzosa “persecución tras moto” protagonizada por Nico Mattan, ninguno había estado en el podio.
Entonces tuvimos a Flecha segundo, quien en 2010 rompió la squía en la antigua Het Volk, hoy Het Niueuwsblad.
Siguiendo con el calendario belga, originales han sido las tres victorias seguidas de Oscar Freire en la Flecha Brabanzona.
Tres triunfos que contrastan con la ausencia total de resultados en el E3. Fran Ventoso logró en 2010 inaugurar el casillero en la París-Bruselas.
Italia y Ardenas, pocas pero buenas
A pesar de haber sido siempre mucho más afines, las clásicas de las Ardenas junto a las grandes italianas habían ofrecido hasta hace bien poco un balance más bien pobre. E
n el caso de las transalpinas, existe un tremendo vacío desde las dos victorias en San Remo de Miquel Poblet, prolongadas por Freire hasta en tres ocasiones. Por el medio, muchas y meritorias actuaciones de corredores como Pérez Francés, Perurena, Juan Fernández e incluso Angel Edo, pero ningún podio y mucho menos, ningún éxito.
Para ausencia de triunfos por eso, el Giro de Lombardía, donde resaltaron los podios de Marino Lejarreta y Samuel Sánchez hasta que Joaquim Rodríguez hizo diana en la última edición. En otra de las citas notables, tradicionalmente en el otoño, del calendario italiano, la Milán- Turín, se impuso Poblet en 1957. Marcos Serrano lo haría en 2004, mismo año de la victoria de Juan Antonio Flecha en el Giro del Lazio.
Las Ardenas siempre han sido, dice la leyenda, un territorio más apropiado para el corredor español, históricamente agonístico, buen “grimpeur” y osado bajador, que los adoquines de la primera parte de la primavera. Eso es lo que dice el mito, por que la realidad ha sido más bien cruda.
Hasta 2003, con Igor Astarloa, no se logró mediar con éxito en la Flecha Valona. Y hasta 2006, con Alejandro Valverde, no se ganó la decana por excelencia, la Lieja- Bastogne. Lieja. ¡104 años después de su creación!.
A todo esto, la Amstel Gold Race sigue sin ganador español, aunque sí integrantes en el podio…
Ciclismo antiguo
Cuando Banesto se quedó con Amaya
La fusión entre Banesto y Amaya juntó a Indurain y Antonio Martín por unos meses
Aquella historia se produjo en el otoño de hace treinta años, un paso inesperado en aquel entonces, la fusión de dos de los mejores equipos españoles, Banesto y Amaya, que estos días recordamos en plena vorágine entre Soudal y Jumbo.
La historia la contó bien entonces Carlos Arribas en El País, con todos los protagonistas en la crónica, explicando una acción que evidenciaba que los años de muchos equipos en el ciclismo española habían tocado a su fin.
Si tres temporadas antes, podíamos tener hasta once equipos nacionales en la Vuelta, en 1994 el filtro dejó sólo a cinco, además del Banesto, que hizo desaparecer Amaya del mapa, la ONCE como gran rival, el Kelme como eterno aspirante al trono de los grandes y la suma de Deportpublic y Artiach, pues el Clas había pasado a la panza del Mapei, con una buena parte de sus activos (Rominger, Olano y Escartín).
Es curioso que aquel Mapei que empezaba a ser grande sea el germen de lo que hoy es el Soudal-Quick Step.
Volviendo sobre aquel movimiento, que Banesto absorbiera parte de Amaya era en la práctica la unión de la gran estrella del momento, Miguel Indurain, con la gran promesa del ciclismo español, Antonio Martín Velasco.
Aquel camino compartido duró unos meses, pues el ciclista madrileño murió atropellado mientras entrenaba coincidiendo con la disputa Ruta del Sol.
Del Amaya, Banesto no sólo tomó al de Torrelaguna, y se trajo a los hermanos Zarrabeitia, Juan Antonio y el también prometedor Mikel que sería segundo en la última Vuelta en abril, año 1994, Jesús Montoya, Vicente Aparicio, Santiago Crespo y un viejo conocido de la estructura de Echávarri, Melcior Mauri.
El nuevo superequipo español manejaba un presupuesto de 2000 millones de pesetas y llegó a tener hasta 29 ciclistas, entre los que emergían ciclistas del filial como Ángel Casero o Santiago Blanco.
Así las cosas, fue curioso el carrusel de declaraciones por todas las partes esos días.
Fracasadas sus negociaciones con Freixenet, Mínguez vio bueno el cobijo de Echárvarri, mientras en la ONCE se lamentaban en el golpe que se le propinaba al equilibrio del pelotón español, no en vano los amarillos tenían en ciclistas internacionales (Zulle, Jalabert y Breukink) sus principales líderes.
El mago Echávarri, con Miguel Indurain coronado tres veces ganador del Tour y dos del Giro daba un golpe de teatro certero y eficaz, juntando un equipo que le proporcionaba el fondo de armario necesario para competir en las tres grandes.
Lo que estos días estamos viendo con el Soudal y Jumbo, ya lo vivimos en España, Banesto y Amaya confluyendo en unos nombres y dando salida a otros también importantes, como Lale Cubino que se fue a Kelme u Oliverio Rincón a la ONCE.
Todos estos movimientos recordadlos estos días, si lo de Soudal y Jumbo se acaba confirmando.
Imagen: La Guía del ciclismo
Ciclismo antiguo
DEP Francis Lafargue y las historias que nunca sabremos
Figuras como Francis Lafargue explican mi amor por el ciclismo
De la foto que ilustra este artículo me gusta todo, Perico en medio con ese maillot, el más bonito de la historia del ciclismo, interpelado no sé por quién y con Francis Lafargue detrás.
Sabéis que Francis ha fallecido este jueves, nuestro pésame para toda su familia y abundante grupo de amigos, como hemos podido ver.
Para los de mi generación, Francis Lafargue era algo así como el amigo que sabías que iba a tener a tus ídolos perfectamente cuidados.
En tiempos en los que salir más allá de los Pirineos era una aventura, tiempos en los que no teníamos ni idea de otros idiomas y pensábamos que Alpe d´Huez estaba en otro planeta, sólo oír que Perico, Laguía, Indurain y Gorospe estaba con Francis Lafargue antes y después de cada etapa, que los ayudaba por los vericuetos de algo tan complicado y gigante como el Tour, sólo oír su nombre nos calmaba.
Han pasado muchos años de aquella época, años ochenta y noventa, pero en especial los ochenta, tiempos de descubrimiento del ciclismo al que España estaba ajeno, el Tour de 1983, mágica edición que recordamos hace un año con su gran protagonista, Ángel Arroyo.
Con la muerte de Francis Lafargue recaigo en lo que otras veces hemos comentado en este mal anillado cuaderno y es que perdemos historia hablada y viva del ciclismo.
Recuerdo con mucho cariño el par de días que he podido hablar con Fede Bahamontes con calma, porque le saqué aquello que buscaba, le preguntaba y tenía respuesta a unas inquietudes que poco a poco pierden quienes las responda.
Es un poco lo que dice Carlos Arribas en su obituario de Francis, un texto escribo con la ternura y cariño que sólo él puede transmitir.
Leo ha historia cómo Francis Lafargue abordó a José Miguel Echávarri en la Plaza del Castillo de Pamplona y les veo ahí, jóvenes e inquietos tramando con toda la ilusión lo que sería el gran éxito del Tour de 1983.
Esas cosas, esos encuentros, esa intrahistoria que explica tan bien la historia que vemos, nos la estamos perdiendo mirando siempre adelante, siempre vigilantes del presente y futuro inmediato, sin saber que por lo que pasamos han pasado ya muchos antes.
Me apena la pérdida de Francis, como la de otros personajes de este circo que he tenido la suerte de conocer y a los que siempre recurriré en los momentos de incertidumbre, pues al final el ciclismo, a pesar de todo lo que le ha rodeado, sigue siendo sentimiento, recuerdo y emoción.
Imagen: Lorenzo Ciprés
Ciclismo antiguo
Ulrrich en 5 esenciales
Pocas fuerzas de la naturaleza he visto equiparables a Jan Ullrich
Cuando Jan Ullrich subió el Angliru, el primero de la historia, lo hizo hace casi un cuarto de siglo al lado del líder Abraham Olano, cuando el maillot era dorado.
Recuerdo aquel día, hicieron más ruido el puerto y sus desniveles que los propios nombres de la jornada, y eso que hubo quien se coronó para la eternidad, como el Chaba Jiménez, ganador entre la niebla y el tétrico final que debió protagonizar Pavel Tonkov.
Jan Ullrich fue contemporáneo del Chaba, dos corredores diametralmente diferentes pero con algo en común, agitaban la admiración de la gente como nadie.
Quería por eso hablaros del alemán en cinco esenciales.
Explosión y ocaso muy rápidos
En el ciclismo actual nos impresionamos por la proliferación de ciclistas jóvenes con la lección muy bien aprendida, pero no son ni de lejos los primeros en saltar a la fama muy jóvenes.
Jan Ullrich irrumpió entre Indurain, Rominger, Jalabert, Zulle y Riis a la edad de 22 años y los puso firmes desde el primer Tour que corrió en cabeza.
De hecho al año, ganaría la carrera de una forma tan aplastante y completa que muchos entendimos que aquel reinado iba a para largo,… hasta que llegó un tal Lance Armstrong.
Condiciones físicas como pocos
La sensación que en ciclismo he asistido a dos fuerzas de la naturaleza se plasma con Jan Ullrich y Miguel Indurain.
Ambos han exhibido unas condiciones que no recuerdo en muchos más, con un poder en cada pedalada que hacía temblar la concurrencia.
Como Ullrich tuviera el día, poco se podía hacer.
Un desastre táctico
Era tan el poder del alemán sobre la bicicleta que su capacidad táctica nunca fue su fuerte.
Se brindó a duelos al sol en escaladas ante gente como Marco Pantani y Richard Virenque de los que salió muy perjudicado y achicando agua.
A diferencia de Indurain, Ullrich no manejó la pizarra con la destreza que se le supone a superclase.
Con los años su duelo con Armstrong hizo más acusada esa sensación.
Los inviernos de Ullrich eran muy largos
La vuelta a la competición cada mes de febrero era un reguero de fotos y periodistas hablando del estado físico de Jan Ullrich y lo redondo que a veces lucía.
Si en plena forma, era como un cuchillo en la mantequilla, lo vemos en la imagen que ilustra el artículo, su cara redondeada por los excesos del invierno fueron un clásico de las primeras carreras.
¿Un día?
De entre las jornadas que nos dio el alemán destaco una en la que no logró el objetivo pero que habla de su calidad.
Al día siguiente de su desfondamiento en Les Deux Alpes, armó un ataque en plena Madeleine que sólo siguió Pantani y no miró para atrás en momento alguno.
Ganó la etapa, pero no recuperó el amarillo, aunque dejó un sello imborrable sobre aquel infausto Tour de 1998.
Imagen: Narración Deportiva
Ciclismo
Lejarreta en 5 esenciales
Cuando hablamos de Lejarreta, lo hacemos de los valores mismos del ciclismo
Con la Vuelta en efervescencia y con ese Conexión Vintage que acaban de dedicarle y que quiero ver, queremos echar una mirada a uno de los corredores más queridos y apreciados que he disfrutado desde que veo ciclismo: Marino Lejarreta.
Le llamaban el «Junco de Bérriz», junco porque nunca se doblaba ni se doblegaga, sacando os mejores valores de este deporte como pocos han logrado hacer
En la conclusión del Vintage de Paco Grande, Benito Urarburu, quien estuvo en el estudio hablado de Marino y su trayectoria, habló del enorme carisma alcanzando por un ciclista que no tuvo el mejor palmarés de su tiempo.
Marino Lejarreta convivió con egos enormes, en una historia llena de muchos nombres queridos y seguidos en aquel pelotón español.
Marino convivió con Perico, Pello, Alvaro Pino, Fede Etxabe, Eduardo Chozas, Alfonso Gutiérrez y una larga lista que habla de la cantidad y calidad que se manejaba a este lado de los Pirineos, durante los años ochenta.
Pero vamos con el vasco, vamos con Marino Lejarreta y los cinco elementos que quiero destacar.
Humildad en la competición
Todo lo que Marino representaba era humildad, una ambición tranquila, honesta y sincera, un ciclista que voló muy alto en lo deportivo, que compitió con lo que tuvo, sin que nunca ofendiera a nadie.
Ejemplo de sacrificio
Seguimos con los valores más evidentes del ciclismo para hablar de Marino.
Conocidas fueron sus temporadas con las tres grandes en escasos cuatro meses, cuando la cosa arrancaba con la Vuelta en abril y finalizaba con el Tour en las postrimerías de julio.
Acostumbraba a hacer dos grandes bien o muy bien, y «flojear» un poco en la otra, pero ello no le sacó nunca de las quinielas de outsider.
Pionero en el extranjero
A inicios de los ochenta Marino fue uno de los grandes nombres del ciclismo español en irse a Italia y conocer de primera mano lo que allí se cocía.
Aprendió mucho y cuando volvió a España, entonces un país aún lejos de las grandes potencias, supo transmitir esos aires de modernidad.
Clave en la explosión del equipo ONCE
Aunque dejó el ciclismo de forma abrupta, por una caída en Amorebieta, Marino Lejarreta fue uno de los personajes que le dio relevancia y peso al primer equipo ONCE en el pelotón.
De amarillo, fue protagonista en grandes momentos, como la etapa que ganó en el Tour, en Millau, la Vuelta en la que colaboró para que Melcior Mauri se llevara el amarillo o en el Giro de Franco Chioccioli, que por algún instante pensamos que tenía opciones serias de disputar.
La Vuelta del 83
Cuarenta años después, podemos seguir diciendo que Marino Lejarreta fue sin duda uno de los grandes protagonistas en la que muchos consideran la mejor Vuelta de la historia.
Un mal paso en unos abanicos le dejaron fuera del concurso de una general en la que sin embargo brilló de inicio a fin, siendo el primer ganador de la historia en los Lagos de Covadonga, plantándole cara a un tal Bernard Hinault.
Defendía ese año el dorsal uno que le vino de rebote por el positivo de Angel Arroyo un año antes y lo hizo hasta el final, saliendo en la foto de días tan icónicos como el de Ávila y la masacre de Hinault.
Hoy a Marino le vemos como entonces, con pelo blanco, pero con el mismo poso de tranquilidad, humildad y cercanía de siempre, sabedor que buena parte de nuestros mejores recuerdos de ciclismo pasaron por sus piernas.
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