Ciclismo antiguo
Abraham Olano bailó con la más fea
Publicado
7 meses atrásen
Por
Iban Vega

Pocos ciclistas fueron más profesionales que Abraham Olano
Recuerdo cuando hace un par de años corrió por las redes un polvorín de felicitaciones para Abraham Olano.
50 años cumplió entonces el guipuzcoano.
Curiosamente cada felicitación, cada retweet que sonaba en el espacio, tenía una respuesta, un tufo de reproche que quienes vivimos la época del tolosarra nos recuerda a la de entonces.
Miembro de la generación del setenta, Abraham Olano fue posiblemente el mejor de esa hornada.
Coincidió con Eugeni Berzin, ejemplo de grandeza acompañado por la total desaparición, el vacío.
Hoy vemos al ruso vendiendo coches con una figura que esconde con la que un día fue ganador del Giro.
También Francesco Casagrande, grande pero lejos de sus limites, y Michele Bartoli, enorme en lo suyo, en las Árdenas.
Coincidió con Marco Pantani, sobran palabras, pero el palmarés del romagnolo es menos extenso que el de Olano.
También van en ese lote Erik Zabel, Eric Dekker, Peter Van Petegem y otros rodaron con más o menos fortuna y no buenos finales en todos los casos.
Hace unos años nos felicitó las Navidades desde Gabón, aquí al lado…
Abraham Olano acumula un bagaje que le sitúa entre los mejores ciclistas de la historia del ciclismo español y sin necesidad de haber ganado el Tour, la carrera que marcó su techo.
Ganó el primer mundial para España, sí con la ayuda de Miguel indurain, pero arrimado a la grandeza de un pedaleo que fue grande hasta el final, incluso con la rueda pinchada.
También, el mundial contrarreloj tras la hacerlo en la Vuelta y a ello le añadió muchas e interesantes piezas que para muchos sólo una de ellas justificaría una carrera entera.
Con estas credenciales, a Olano, sin embargo le persigue un fantasma, un estigma, una especie de reproche generalizado porque no llegó a donde no sé quién pensó que debería haber llegado.
Cuando Miguel Indurain colgó la bicicleta todos les miraron
En el Tour de 1997, Olano demostró que nunca ganaría a carrera francesa y que su regularidad, siempre coronaba noveno los puertos, no le valdría en el empeño.
Decepción, amargura, frustración,… cuando se siembra de falsos argumentos el camino, pasa lo que pasa y Olano fue una estrella ahogada en las nunca cumplidas proyecciones, proyecciones que por cierto él nunca lanzó. En la Vuelta del 98 se vio claro, el público en general y su equipo en concreto se decantó por el Chaba Jiménez.
Emoción frente a razón. Momento ante gesta. En los peores instantes de aquella relación imposible, pocos dudaron en ponerse al lado del abulense.
Pero a Olano le quedó un segundo capítulo de ingratitud por parte del ciclismo, ese que le vino desde Unipublic, que prescindió de él cuando se sacó el famoso listado de ciclistas manchados en el Tour de 1998.
Sabiendo lo que se sabía, resultó curiosa la sorpresa mostrada en esos momentos, pero en fin, esto es el ciclismo, esto es la vida y a Olano, felicidades por tus ya 52 primaveras, siempre le tocó bailar con la más fea.
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Ciclismo antiguo
Los rivales de Indurain fueron tan adorables como el navarro
Publicado
5 horas atrásen
20 de agosto, 2022Por
Iban Vega

Cada vez que recordamos uno de los grandes rivales de Indurain sacamos un buen recuerdo
No hace mucho, sacaron en Movistar un documental conducido por el gran Daimiel en el que, ante la ausencia del gran protagonista, Indurain, los rivales tomaban la palabra.
No salieron todos, porque no fueron pocos, pero los que salieron bordan el recuerdo de un tiempo increíble para quienes nos adentramos en el ciclismo durante aquella época.
Faltó, curiosamente, Tony Rominger, un tipo que fuera de la carretera no se ha prodigado mucho, no en la proporción que lo hizo en ella.
El otro día me llamó la atención este comentario -por un hilo que tenía que ver con Roglic-…
Su equipo lo quería, ahí estuvo la clave de sus triunfos
— M.Torrontegui (@torrontegui64) August 8, 2022
El mismo Marcelino Torrontegui terció en favor del ciclista con el que trabajó en los años dorados del Clas.
Ya en el reportaje de Movistar, dejan claro que Rominger declinó salir en la pieza sobre los rivales de Indurain.
No dieron grandes explicaciones, cosa que lamento, porque creo que el suizo fue el rival más temible que tuvo jamás el navarro, aunque la desgracia de los picos de forma les hizo coincidir más bien poco en competición.
Para mí Rominger me genera un recuerdo al nivel de Claudio Chiapucci, Gianni Bugno, Piotr Ugrumov y Alex Zulle.
Todos estos sí que salen y su participación es brutal para entender la obra de Miguel.
Los rivales de Indurain, sus testimonios treinta años después, hablan por el silencio del gran protagonista.
Porque Miguel tuvo muchos contrincantes delante, y escoger el más querido es complicado.
Cada uno en lo suyo fue memorable.
Chiapucci emergió como el eterno rebelde, inconformista incluso ante el portento físico más bestia que ha visto el ciclismo en décadas.
Bugno era la clase e inestabilidad, barnizada de eternidad italiana, un halo de decadencia irisada cuyo sello nunca borró lo que se vio en la carretera, es decir que Gianni fuera tan inferior a Miguel no le resta un ápice de atractivo.
Ugrumov, el despoblado letón, fue el inesperado en esta historia, surgiendo aquella tarde de Oropa y protagonizando la última semana de Tour más bestia que hemos visto jamás.
Y Zulle, con su risa nerviosa, motor infinito y dudas perennes, el suizo aglutinó gran parte del potencial de aquella ONCE para buscarle las cosquillas al rey.
Porque en ese documental hicieron criba, pero los rivales de Indurain fueron muchos más y de toda forma y tamaño, por ejemplo de dimensión colectiva, como la mentada ONCE y de dureza variable: desde Greg Lemond a Marco Pantani pasando por otros menos «amables», como el vikingo Riis.
Sea como fuera ellos escriben la historia como el mismo protagonista, nunca entenderíamos a Indurain sin sus rivales.
Ciclismo antiguo
El amarillo no es un color cualquiera en el ciclismo
Publicado
6 días atrásen
14 de agosto, 2022Por
Iban Vega

Alguien un día dijo que el amarillo fuera el color del ciclismo
Es aleccionador el recordar los orígenes que tuvo la denominada camiseta de color amarillo para distingue al líder del Tour de Francia, la máxima competición internacional con que cuenta el ciclismo.
Fue necesario que pasaran a la historia una docena de ediciones, las primeras, hasta que un personaje desconocido en el cuadro representativo de la organización de la citada prueba, llamado Alphonse Baugé, un ex campeón de medio fondo, le planteara al director de la carrera, Henri Desgrange, la idea de que el gran público pudiera distinguir de buenas a primeras al que era primero en la clasificación general de la carrera por etapas. Nada mejor que implantar una vestimenta distinta que pudiera ser vislumbrada o distinguida desde lejos, siquiera, aunque fugazmente, en el seno del gran pelotón.
Los aficionados, los espectadores de la contienda que se cuentan a miles y miles al borde de la carretera, desean distinguir, dilucidar con sus propios ojos de una manera un tanto obsesiva en dónde se encuentra el ciclista que luce la casaca amarilla de oro, que identifica al líder de la carrera, todo un símbolo que acapara una merecida popularidad. El vestir este color, una tradición ya lejana, suponía alcanzar un anhelado honor que atraía con especial énfasis a las gentes; fuera su portador un ciclista importante o no lo fuera.
El ser el primero en la tabla de una competición de esta índole, automáticamente es algo que siempre se ha bien valorado en su justa medida.
“Era necesario, alguien dijo, que la prenda fuera de tonalidad lindando al amarillo real, un amarillo fuerte y un poco oscurecido”. ¿Y por qué motivo se exigía precisamente esta tonalidad? La decisión vino a raíz de que aquel color era el mismo que imperaba en las páginas del periódico fundador del Tour de Francia: el rotativo “L´Auto”.
También se determinó que se estamparan en la misma camiseta y en letras mayúsculas las siglas H.D., al objeto de rendir homenaje al fundador y director de la mencionada carrera por etapas, un hombre todo genio y figura en su época: el histórico protagonista Henri Desgrange.
Esta fórmula, aunque nueva, también fue imitada algo más tarde por los dirigentes organizadores del Giro de Italia. El líder de la carrera transalpina viene vistiendo de tiempo una camiseta de color rosa, al igual que las hojas del periódico fundador: “La Gazzetta dello Sport”.
El primero en enfundarse la camiseta amarilla en el Tour fue el francés Eugène Christophe, precisamente en el año 1919; es decir, dieciséis años más tarde con respecto a la primera edición, celebrada en 1903. Lo hizo a partir de la cuarta etapa, Brest-Les Sables d´Olonne, la cual conservó sobre sus espaldas hasta la penúltima jornada, en la Estrasburgo-Metz, pasando la elástica de líder a ser propiedad definitiva del belga Firmin Lambot, que fue el vencedor absoluto de aquel Tour.
El bravo ciclista galo Christopher no pudo defender su liderato y la valiosa prenda amarilla al sufrir un inesperado y contundente desfallecimiento. Debió contentarse con ocupar el tercer puesto en la clasificación final, en la apoteosis de París.
Sirva de curiosidad el saber que en el año 1948, el italiano Gino Bartali se adjudicó el Tour por segunda vez tras transcurrida una decena de años.
Hubo una firma de lanas denominada “Laines Sofil” que patrocinó su cometido aportando 10.000 francos por día al que fuera portador de la camiseta amarilla.
Fue a partir del año 1970, en el Tour que ganó con facilidad el belga Eddy Merckx, cuando se dio luz verde para que las empresas colaboradoras pudieran plasmar sus siglas de marca en la misma camiseta de líder, aportando una cantidad económica muy substancial.
Por otra parte, cabe señalar aquí que precisamente el belga Eddy Merckx, vencedor por cinco veces de la ronda francesa (1969, 1970, 1971, 1972 y 1974), ha ostentado un récord muy particular: el vestir y lucir aquella camiseta durante 96 días. Con cinco Tours en su haber la cifra alcanzada fue fácil de conseguir.
A modo de distinción en torno a los ciclistas españoles, nos cabe el honor de mencionar al catalán Miguel Poblet, que fue el primero de nuestros representantes que se vistió de amarillo.
Hemos de retroceder al año 1955, tras adjudicarse la primera etapa que trasladó a los corredores de población de Le Havre, que posee un importante puerto marítimo, a la ciudad norteña de Dieppe, que linda con el Canal de la Mancha.
Poblet lució tal prenda durante un par de días, perdiéndola a manos del holandés Wout Wagtmans. Es curiosidad el exponer que Poblet cerró el mencionado Tour con otra victoria, vivida en el Parque de los Príncipes de París, término de la última etapa. Asistieron en su conclusión más de 70.000 espectadores que aplaudieron con entusiasmo a su ídolo, el francés de Bretaña Louison Bobet, que acababa de conquistar su tercer triunfo consecutivo en la ronda gala, algo que los aficionados de nuestro vecino país y nosotros no hemos olvidado.
Por Gerardo Fuster
Imagen: A.S.O./Charly Lopez
Ciclismo antiguo
Pocos ciclistas impactaron como Jan Ullrich
Publicado
1 semana atrásen
10 de agosto, 2022Por
Iban Vega

Jan Ullrich fue tan poderoso como efímero en lo más alto del podio
No hace mucho dijimos que Jan Ullrich fue lo más brutal que vimos desde Miguel Indurain y, 25 años después de su Tour, seguimos en las mismas.
Quiso el azar que a segunda mitad de los vilipendiados años noventa viera la colisión de los dos talentos más grandes que ha tenido este deporte en los últimos cuarenta años: Miguel Indurain y Jan Ullrich.
Fue un choque muy desigual, reducido al Tour de 1996, una de las ediciones que flotan en la polémica perenne con un danés sentenciando la carrera en Hautacam ¿Os suena la película?
Al margen de todo ello, aquella carrera tuvo un ganador real y otro moral.
En el declive de Indurain, emergió un corredor que podía hacerlo todo, tirar del grupo de los mejores por kilómetros y llegar con ellos hasta el final, un escalador potente y pesado, de desarrollo largo, una bruta bestia, que diría Ares, que en la contrarreloj no hacía presos.
Jan Ullrich explotó de tal manera, en esos días, que sigo pensando que fue uno de los motivos para que Miguel Indurain diera un paso al lado.
¿Qué habría sido del Tour 1997 si ambos hubieran estado de dulce?
No lo sabremos, aunque una cosa es cierta, lo que vimos en aquella edición, hace 25 años de eso, pasó a los anales como una de las palizas más hirientes jamás vistas.
El tramo que va desde Andorra a Saint Etienne es un chorreo en toda regla, como yo creo que nunca he visto nunca más.
Con Riis lejos del nivel de antaño, ya en la primera de los Pirineos, Ullrich ejerce de patrón sin el uno a la espalda.
En Arcalis, se acabarían las bromas. el alemán, campeón de su país ese año, abrió gas y destrozó los sueños de Pantani y Virenque en su terreno: les envió más allá del minuto en una etapa concluida tras 250 kilómetros.
A los pocos días en Saint Etienne, «diferencias Indurain» con éste retirado
Ullrich le tomó más de tres minutos en 55 kilómetros a ambos escaladores en una exhibición en la que Olano, especialista total, estuvo casi en los cuatro minutos de pérdida.
Esas eran las carnicerías que dejaba Ullrich a su paso, golpes de efecto que a veces le jugaban malas pasadas, como cuando salía a rueda de Pantani, volando en Alpe d´Huez, para reventar y pasar a controlar los daños.
Su reinado se presumía largo y duro, pero nada hubo de eso.
Ullrich quedó rápido apeado del trono, esa mala cabeza que mostró en etapas como en los Vosgos, la ineptitud de Virenque aquel día le salvó, le traería de cráneo durante toda su vida.
Ver a aquel ciclista de 1997 fue lo más parecido a Indurain que recuerdo, 25 años después lo sigo pensando.
Aunque no volvería a ganar el Tour, hizo pequeños los registros de Poulidor batallando hasta el final y de buena lid con Pantani -memorable su ataque en la Madeleine- y Armstrong, en los Tours que no salen en los libros.
Queríamos acordarnos de este monstruo que esperemos esté mucho mejor y muy alejado de los entornos en los que le hemos visto no hace tanto tiempo.
Imagen: NDR
Ciclismo antiguo
«Monsieur Anquetil, no le pedimos que pierda, sólo que no despliegue todo su potencial»
Publicado
1 semana atrásen
10 de agosto, 2022Por
Iban Vega

A Jacques Anquetil le pidieron que no abusara de los rivales
Ese día a Anquetil le llegó una propuesta tremenda.
En Lugano cuando el cielo luce azul, el sol entra por entre las crestas del Ticino y el agua refleja una luz que no calienta, pero sí reconforta.
Una luz de esas que llena el alma e inspira.
Lugano, en el vértice italiano de la confederación helvética, acoge su gran premio, una suerte de mundial oficioso contra el crono que Jacques Anquetil tuvo a bien dominar durante más de media década.
Encantados, pero asustados, los organizadores del evento, no saben cómo aproximarse a la estrella normanda.
Jacques, maitre Jacques, el señor del reloj, el estilista que cinceló la imagen perfecta del hombre sembrado sobre la máquina, la perfección perenne que medio siglo después seguirá como los cánones clásicos, sin perturbarse por las modas.
Temor, como decimos en los garantes del evento.
Temor porque sospechan que el astro va a copar la clasificación.
Sinuosos se escurren ante Anquetil.
Le vienen a decir: “No decimos que pierda, sólo que no despliegue el potencial de su enrome talento”.
Eso tenía un precio, una media verdad que no mintiera al público, pero que le hiciera humano, que le diera emoción. Anquetil pacta un precio por su no victoria.
El pacto de bambalinas no saldría de entre los firmantes, pero Anquetil riza el rizo.
Tiene en Ercole Baldini, italiano, elegante, querido en la zona y uno de los mejores bajadores de los tiempos, su posible gran rival.
Al final sería Gianni Motta el segundo.
De cualquiera de las maneras, con Ercole pacta otra prima, parte del premio de éste por “no desplegar el potencial de su talento”.
Ya son dos bolos más el fijo de salida.Pero el día pinta fenomenal, la gente aclama a maitre Jacques y al final gana, porque no podía ser de otra manera, es el mejor y los arreglos, tan traídos en la época, no funcionan.
Le maitre se lo guisa y se lo come, se lleva el premio del primero, sin necesidad de ofender a la concurrencia, dándole pábulo a una cierta emoción.Todo queda como lo establecido, Jacques Anquetil es siete veces ganador en Lugano, esas marcas que nadie osaría igualar, porque como el tiempo demostró no son de este mundo.
Ésta es una de las historias de «La soledad de Anquetil», el excepcional libro de Paul Fournel dedicado al primer quíntuple ganador del Tour de Francia.


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