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Ciclismo antiguo

Récords ciclistas que no veremos igualar

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Con tantos años de historia es difícil ver caer récords ciclistas en la actualidad

Cuando miramos atrás y vemos las gestas basadas en años de dominio y triunfos de gente como Kelly, Merkcx, Anquetil o el propio Mariano Cañardo con su Volta, nos percatamos de lo complicadísimo que resulta ver actualmente alguien batir los récords ciclistas que siguen y seguirán a niveles imposibles tanto tiempo después.

Vale este apunte, para darle relevancia a la igualada de Cavendish con Merckx en etapas de Tour, la de Boonen con De Vlaeminck en Roubaix o el monumento a las Árdenas que ha erigido Valverde.

Esos récords ciclistas los hemos visto caer, pero me da la impresión que vamos cada vez a menos, pues lo que hay en la historia es brutal.

Kern Pharma

Estos días me topé con la preciosa foto de portada de un joven Sean Kelly que disfrutaba de los laureles en un podio entre París y Niza, una carrera que es.

Al mismo tiempo recuperé la de Eddy Merckx, de hace muchos más años, también ataviado de blanco porque de ese color iba el líder de la primera gran carrera de cada temporada antes que entrara el rodillo de ASO a homogeneizarlo todo en amarillo simplón.

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Y es que Niza es la meta de una carrera que se llama hacia el sol, porque sale de la grisácea París que se despereza de los fríos invernales para ir rumbo al Mediterráneo.

Esa grandísima carrera es pieza angular en la trayectoria de Sean Kelly, un ciclista del que aquí hemos comentado su increíble triunfo en San Remo, hace casi treinta años, y del mundial que le arrebató Greg Lemond en un sprint.

Sin embargo Kelly mucho tiempo después sigue al frente de unos registros insólitos que traemos hoy aquí: ganar siete veces una carrera, una cantidad de éxitos que como ahora os muestro no se ha dado mucho en la historia del ciclismo.

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Para Anquetil, los récords ciclistas del reloj…

El reécord absoluto en grandes eventos lo ostenta, y parece que va para largo, el maestro del crono Jacques Anquetil, quien hizo del otrora prestigiado Gran Premio de las Naciones un coto privado mediante nueve, sí, nueve triunfos.

El 23 de septiembre de 1953, el luego quíntuple campeón del Tour abrió una leyenda alimentada en la carrera de referencia para los grandes en la lucha en solitario.

Tras tres horas y media de esfuerzo y los hoy impensables 140 kilómetros contra el crono, el normando ganaba con más de seis minutos y medio sobre su compatriota Creton.

Con algún que otro paréntesis, siguió fiel a su cita con el cronómetro, hasta los últimos días de su carrera.

Trece años después “Monsieur Chrono” daba su última clase ante alumnos adelantados como Gimondi y Merckx, ninguno de los dos se aproximó a su registro.

Aunque de ámbito doméstico, también es reseñable la hazaña de Constante Girardengo con nueve títulos nacionales de Italia, todos consecutivos, y eso que tuvo una Guerra Mundial, la primera, por medio.

Dios sabe lo que habría pasado sin tamaño conflicto.

Ni Guerra, ni Binda pudieron emularle, y eso que lo intentaron en los años que siguieron a este fenómeno del pleistoceno ciclista.

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Merckx & Kelly, dueños de la primavera 

La  París- Niza tiene su faro en un irlandés que deshojaba tréboles de cuatro hojas.

Entre 1982 y 1988, Sean Kelly encadenó una de las rachas más increíbles de la historia con siete victorias en la ciudad  de la Costa Azul. Eran tiempos dorados y de glamour con la primera gran carrera de la temporada cerrando su concurso en la famosa cronoescalada del Col d´ Eze.

En el camino quedaron entre otros un compatriota, el otro irlandés, y ganador del Tour del 87, Stephen Roche, quien pese a intentarlo sólo pudo consolarse con un par de plazas de plata, él que en 1981 había sido coronado en Niza.

La racha de “King Kelly” fue cortada por un emergente Miguel Indurain en 1989.

El mejor de los tiempos no podía pasar discretamente por este “paseo de la fama”.

Eddy Merckx, quien durante siete años fue el mejor corredor del mundo según el Super Prestige, no sumó siete Milán- San Remo de forma consecutiva, pero a la postre sus siete victorias lucen con luz propia en su enorme palmarés, cosa que no es fácil.

Este prodigio de la ambición metido a ciclista abrió su cuenta en 1966, siendo el más rápido de los quince mejores de esa edición.

Le acompañaron en el podio Durante y Van Springel.

Al año siguiente repetiría. Sin prisa pero sin pausa, con algún año alejado del podio, siguió amasando para conformar el mejor registro de la historia “classicissima”.

Su último triunfo fue en 1976 y llegó solo, con menos de medio minuto sobre Panizza.

Un escalón por debajo, con seis triunfos, se sitúa una colección de campeones que no desmerece lo citado hasta el momento con, como no, Eddy Merckx en la Escalada a Montjuïc, Heiri Suter en el Campeonato de Zurich, Roger De Vlaeminck en la Tirreno- Adriático y Gianbattista Baronchelli en el Giro de los Apeninos.

Neus Cañardo con Mariano JoanSeguidor

Cañardo, el rocoso navarro 

Párrafo a parte merece nuestro héroe nacional en este ambiente de irrepetibles gestas.

Duro e inexpugnable como la hermosa fortaleza de su Olite, Mariano Cañardo ganó siete veces la Volta a Catalunya, en esos años donde el tubular se confundía con un chaleco, y no precisamente por gusto a la moda.

El que quizá fuera el primer gran corredor de la historia de España sigue siendo mentado cada año en la prueba catalana como el mejor exponente de su longeva historia.

El legado del de Olite en esta carrera es tan grande que comprende, además de ocho generales, veinticuatro victorias de etapa. Cañardo hizo de la Volta su Tour, porque además suma hasta cuatro podios.

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Ciclismo antiguo

1994: La Flecha Valona que cambió el ciclismo

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Nada fue igual tras la Flecha Valona de 1994 y los azules haciendo pleno

La primera parte de los noventa se tiene como la época más oscura de la historia del ciclismo y muchos toman la Flecha Valona de 1994 como el cénit.

No son pocos los testimonios que hablan de un ciclismo psicodélico, de corredores que no corrían, volaban, de cosas raras, de podencos hechos caballos de carreras,…

Testimonios no faltan.

Kern Pharma

Dos son elocuentes. Greg Lemond justifica parte de su declive por las dos velocidades de aquel ciclismo, un salto de rendimiento que apuntaba una sustancia cuyas siglas eran EPO. David Millar habla en su libro de sus primeras carreras como algo inalcanzable, no había ni roto a sudar que el pelotón ya les había dejado de rueda.

#DiaD 20 de abril de 1994

En el año 94, la Vuelta a España seguía disputándose en abril.

En la antesala de la misma estaba el tríptico de las Ardenas, pero en orden diferente al actual. Una semana después de Roubaix, se corría la Lieja, luego la Flecha Valona y finalmente la Amstel, posteriormente vendría la Vuelta que en esa ocasión dominaría a placer Tony Rominger.

La Flecha Valona se presentaba como la reválida para Eugeny Berzin. El ruso de rubia cabellera había ganado en Lieja días antes y era la punta de lanza del potente Gewiss. Por nombres el equipo celeste copaba las apuestas, sin embargo, los italianos no querían ganar, querían sencillamente coparlo todo.

En el llano que precedía el muro de Huy, Berzin, que iba insultantemente fácil, tomaba unos metros sin que nadie osara seguirle, salvo sus dos compañeros Moreno Argentin y Giorgio Furlan. En la cima de Huy Argentin culminaba la masacre, siendo primero por delante de sus dos colegas.

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Ellos ruedan y nosotros nos quedamos. Hacen que ir en bici parezca sencillo, no necesitan ni preparar estrategia alguna” dijo Gérard Rué, el gregario de Miguel Indurain, preso de la incredulidad.

Los peores temores que circulaban por el pelotón se hacían realidad y las sospechas no tardaron en plasmarse cuando al día siguiente en una conversación entre Michele Ferrari y varios periodistas, en una pedanía de Lieja, el galeno afirmaba sin pudor:

Si yo soy ciclista y sé que hay una sustancia que mejora el rendimiento y otros la usan, yo también la utilizaría. La EPO no es mala, sólo lo es si abusas de ella, como si te atiborras de zumo de naranja”.

En efecto, el ciclismo de dos velocidades ya era un secreto publicado y público, la caja de pandora se había abierto, estallaría en pocos años…

Imagen: Cronoescalada

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Ciclismo antiguo

Amstel Gold Race by Jan Raas

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Nadie dominó la Amstel Gold Race como Jan Raas

Jan Raas fue una de las esas buenas figuras que tuvo el ciclismo a finales de los setenta y principios de la siguiente, que hizo de la Amstel Gold Race su feudo, se la llamó «Amstel Gold Raas».

Nacido en 1952, fue posiblemente el primer ciclista con pinta de intelectual.

Todo un espejo donde se miró el maître Fignon.

Kern Pharma

Fue posiblemente el gran valedor de esa megaestructura neerlandesa llamada Ti Raleigh comandada por Peter Post.A Raas la victoria le gustaba más que a un tonto un lápiz 

Era perrete, parecía italiano más que ciudadano del respetable reino neerlandés.

Gustaba, además, de tomar el pelo a los rivales.

Su último gran triunfo fue en el Tour de 1984, una etapa donde puteó con tino al visceral Marc Madiot, hasta que le rebañó la victoria toda vez que le había asegurado que no estaba para dar relevos.

Sin embargo tuvo gestos encomiables, como cuando renunció al amarillo en un prólogo muy condicionado por la furiosa lluvia.

Eso sí, al día siguiente se empleó a fondo para vestirlo en buena lid.

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Éste era Jan Raas

Integraron con él el Ti Raleigh, Gerrie Knetemann, Henk Lubberding y un ciclista de apellido impronunciable, Bert Oosterbosch, quien posiblemente alimente parte del exorcismo presente que mantienen en Países Bajos frente al dopaje.
El de Eindhoven pudo ser por edad y ciclo competitivo uno de los pioneros en el uso de EPO.
Hay opiniones encontradas, pero lo que es constatable es que fue encontrado muerto por paro cardiaco a la edad de 42 años.
Con el tiempo Raas sería mentor de otro gran equipo holandés, la Buckler, ese bloque de los noventa compuesto por tremendos gigantones, el origen del actual Jumbo.

En 1977 Jan Raas ganó su primera Amstel, poco después de hacerlo en San Remo

Abrió por entonces el mejor periodo jamás logrado a título individual en la fiesta ciclista nacional y holandesa.
En sus orígenes, la Amstel debió partir de Amsterdam para acabar en la zona del Limburgo, lo que viene a ser la única montaña del plano estado bañado por el mar del Norte.
Las primeras salidas se tuvieron que ir finalmente a Breda, donde la rendición.
Mucho más joven que sus coetáneas valonas, la Amstel nació en 1967 si bien antes su creador, Herman Krott, logró que la empresa cervecera patrocinara un equipo amateur.
La Amstel surgió en cierto modo como culminación a los muchos critériums que poblaban el calendario nacional.
Eran muchos pero casi sin entidad.
Los Países Bajos que tan buenísimos ciclistas tenían necesitaban un acontecimiento de primer orden.
Si Limburgo es su hábitat, el Cauberg, su faro.
Raas tiene aquí su lugar fetiche, pues al margen de ser campeón del mundo, encadenó cuatro éxitos aunque alguno embarrado en la polémica como en un raro transitar de los coches de carrera que le acabó por beneficiar frente a Francesco Moser en 1979.
El ciclo de Raas lo interrumpió Bernard Hinault, cuando lo relegó a la quinta plaza una vez batió a De Vlaeminck.
Al siguiente Raas volvería a ganar.
Cinco veces campeón, el fenomenal ciclista tulipán es destacadísimo recordman de esta carrera pues lejos se ubican Knetemann, Merckx y Jaermann, dos veces ganadores, y Gilbert, con triple corona cervecera

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El Tourmalet, Indurain, Chiapucci…

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1991, en aquella subida y bajada al Tourmalet no sólo sucedió el gran salto de Miguel Indurain

No sé cómo, aunque puedo imaginarlo, el otro día el algoritmo me recomendó echarle un ojo a este vídeo que me llevó directo al Tour 1991, el Tourmalet, Indurain, Chiapucci y cia.

Dicen que el tiempo da perspectiva, que alejarte de proporciona mejor visión de los sucedido y sin duda de las consecuencias y en esta ocasión pude corroborarlo.

Kern Pharma

Ver aquella grabación me gustó, con los cortes de voz de Pedro González en TVE y Javier Ares y Luis Ocaña en las retransmisiones de radio de José María García.

Total que me papeé toda la subida y bajada a aquel histórico paso por el puerto más emblemático del Tour de Francia, una jornada que 33 años después sigue siendo histórica por lo mucho que pasó en aquella subida.

Recordad que la carrera venía de España, de Jaca, donde la hinchada se había decepcionado fuertemente con la actitud de los Banesto por no empezar a asediar el liderato de facto de Greg Lemond, dorsal 1 y gran favorito.

De hecho, durante un momento de la subida, el narrador de TVE, Pedro González, afirmaba que al americano se le veía seguro y fuerte, con visos de salir de amarillo aquella jornada de 250 kilómetros.

Sin embargo, Luis Ocaña no tenía tanta confianza en el americano, su lenguaje corporal no invitaba al optimismo y acertó.

Estábamos presenciando un cambio generacional en toda regla y no éramos conscientes de ello.

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Con Chiapucci abriendo camino en el Tourmalet, e Indurain siempre pegado a su rueda, Perico ya había cedido, Fignon nadaba contracorriente y Lemond acabaría descolgado.

Los de la generación del 64 -a la que perteneció también nuestro invitado del otro día, Raúl Alcalá, aunque en esa etapa ya se había retirado- habían derribado la puerta a por el trozo gordo del pastel.

Y no se irían en unos años, encabezados por Miguel Indurain.

Sin saberlo en esos instantes, estábamos viendo un cambio de orden y la marcación de las jerarquías en ese mismo orden, puesto que el momento de duda de Gianni Bugno, una vez pasado el descenso del Tourmalet le sacaría para siempre de las quinielas del Tour de Francia.

El Tourmalet siempre ha sido mágico, el gran anfiteatro del ciclismo, ha tenido mejores y peores ediciones, pero aquella tarde de julio de 1991 fue el gran «revolucionario» del ciclismo que nos asaltaba y marcaron los años más felices viendo este deporte.

Por suerte, mirándolo ahora, aquella magia, el cosquilleo anterior a las grandes carreras sigue y sólo espero que esa llama no se apague.

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Ciclismo antiguo

Francesco Moser, “signore Roubaix”

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En la leyenda de Moser, Roubaix es un lugar esencial

La historia es caprichosa, como muchas veces hemos dicho, y situamos a corredores en nuestro imaginario en una faceta que, aunque siendo cierta, no es la única que vistió su leyenda, sucede con Moser y Roubaix.
Por eso cuando la imagen más divulgada de Francesco Moser es la de ese ciclista ancho, profunda mirada, pelo negro, angulada cara y perfil corpulento, sobre la rompedora máquina con la que destrozó el récord de la hora en las altitudes de Ciudad de México, sólo es eso, una faceta, un perfil ideal, una forma de recordar un corredor que fue mucho más y logró mucho más.

Moser también tiene un Giro, el de 84, una carrera marcada por las múltiples influencias que concurrieron para que ganara un italiano ante la insolente juventud que despertaba de Laurent Fignon, que a todas luces fue el ganador moral de aquella carrera. Público hostil, helicópteros que empujaban en las cronos,… Moser tenía que ganar por lo civil o lo criminal. Así lo hizo.

Pero hay una tercera faceta, conocida aunque quizá menos por muchos, las clásicas, y es que Francesco Moser, ese ciclista de porte elegante, rodar agresivo y tremenda ambición, tiene en su palmarés nada menos que seis monumentos: tres Roubaix, dos Lombardías y una San Remo, un botín que le sitúa entre los mejores de siempre, especialmente en el Infierno del Norte, donde sólo le superan De Vlaeminck y Boonen.

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De hecho Moser es el tercer mejor ciclista del mundo sobre los afilados adoquines encadenando, y eso sí que es difícil, por lo imprevisible de la carrera, tres triunfos consecutivos, logrados en un tiempo en el que las clásicas tenían grandes nombres de todos los tiempos, aunque especialmente uno, Roger De Vlaeminck, ese que llamaban el Gitano, que nunca tuvo amigos, ni siquiera en su propio equipo.

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Así las cosas en la Roubaix del 78, Moser, arco iris a la espalda, arco iris que ganó en Venezuela, se presentó ante “Monsieur Roubaix” como alternativa ganadora a la mejor carrera del año.
El italiano, listo como el hambre, jugó sus bazas sin esperar instrucciones del gran jefe. Realizó dos ataques, primer a 23 de meta y luego a 18 para romper la resistencia de Maertens y Raas, mientras el influjo de De Vlaeminck se hacía notar.

Moser llegó solo al velódromo y De Vlaeminck echaba fuego. “Este tipo es un desagradecido” escupía por esa boca que no dejaba indiferente, como cuando dijo que las cuatro Roubaix de Boonen tenían menos mérito que las suyas.

Cabreado, el gitano cambió de equipo, a sabiendas que su tiempo, aunque glorioso, era caduco frente a las hechuras del joven Moser.
El belga al Gis, Moser en el Sanson.

En 1979 le ganaría por la mano otra Roubaix, dejándose segundo, sintomático.

Al año Francesco renovaría la corona en el infierno tras reaccionar a un ataque de largo radio protagonizado por Thurau. Moser arrastró a su sombra, De Vlaeminck, y a Duclos Lasalle. Les acabaría dejando. Era la tercera.

Pero si Roubaix fue el foco de su enemistad con De Vlaeminck, Lombardía fue otra de las cabezas de esa hidra de mil cabezas que fue su relación con Giuseppe Saronni.

En una rivalidad que para Italia era reverdecer los tiempos de Coppi y Bartali, Moser y Saronni entablaron su enemistad desde el momento que corrieron juntos el mundial haciendo de todo aquello que compitieran un corralillo de gallos enfermizos.

En ese clima se corría en la Italia a caballo entre los setenta y los ochenta y en ese clima Moser se llevó dos Lombardías, uno de ellos delante de Hinault, y San Remo, entrando solo en la Via Roma, tras desplegar toda su sabiduría en el descenso del Poggio.

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