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Ciclismo antiguo

Entre Bahamontes y Loroño convivieron dos mundos

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Pasaje de «Viva la Vuelta» en el que se habla de la rivalidad Loroño vs Bahamontes

Mientras que Bahamontes es conocido internacionalmente por sus hazañas en el Tour de Francia, carrera que ganó en 1959 y en la que triunfó seis veces en el premio de la montaña, Jesús Loroño forjó su palmarés sobre todo en España, por lo que es un personaje prácticamente desconocido más allá de los Pirineos.

Su rivalidad con Bahamontes marcó toda una época del ciclismo español, en la que los loroñistas y los bahamontistas discutían enconadamente intentando convencerse mutuamente de que Jesús era un corredor más completo y Bahamontes era el mejor escalador.

Nacido en un caserío de Larrabetzu, en la provincia de Vizcaya, el octavo de nueve hijos, Loroño tenía 11 años cuando estalló la Guerra Civil.

CCMM Valenciana

El pueblo estaba cerca del Cinturón de Hierro, la línea defensiva establecida por la República alrededor de Bilbao, donde Jesús se dedicaba a cavar trincheras por un duro al día.

Era demasiado joven como para ser internado en un campo de prisioneros, un destino que padecieron cinco de sus hermanos cuando el País Vasco cayó en manos de los sublevados.

Cuando su padre murió en 1941, Loroño tuvo que ponerse a trabajar duro, yendo en bicicleta al monte para cortar leña y ayudando en el caserío.

Empezó a competir en carreras de la zona, para las que entrenaba medio a escondidas, por las noches, bajo la amenaza de su madre de tirar la bicicleta por un barranco, porque temía que su hijo fuera a pillar una tuberculosis sudando en las frías y húmedas noches vascas.

Cuando estaba a punto de emigrar a Chile, donde ya vivía uno de sus hermanos, Loroño fue llamado al servicio militar, donde tuvo la suerte de tener a un aficionado al ciclismo como capitán, quien le animó a seguir entrenando.

Un día de 1947 Loroño pidió permiso para participar en una carrera de la zona, pero se le denegó; el capitán le dijo que solo se lo concedería si era para ir a Asturias a enfrentarse con los profesionales en la clásica Subida al Naranco, que Fermín Trueba había ganado los dos años anteriores.

Como difícilmente podía plantearse desobedecer órdenes, Loroño acabó en Oviedo tomando la salida de la prueba junto con los cracks de la época en lo que por entonces era una prueba de dos días, y sin dinero suficiente en el bolsillo para pagarse el viaje de regreso.

Con su tercera posición el primer día ganó dinero suficiente para cubrir sus gastos y confianza a raudales para afrontar la segunda etapa. Los ciclistas más curtidos miraban asombrados a aquel fornido joven vasco de cabellera negra y rizada y facciones marcadas que se atrevía a atacar al pie del Naranco.

En lugar de descolgarse acabó ganando no solo la etapa, sino también la clasificación general e incluso el premio de la combatividad.

Loroño acababa de ponerse en órbita, aunque el momento no era muy oportuno

El ciclismo español estaba todavía muy lejos de su plena recuperación, tal y como el fiasco del Tour de 1949 había demostrado.

Cuando Loroño debutó en la prueba francesa, en 1953, ganó la montaña y una etapa en los Pirineos; conseguiría su mejor clasificación, quinto, en 1957.

Tuvo la desgracia de correr en una época en que los ciclistas españoles cuando iban al extranjero estaban demasiado obsesionados con hacer acopio de recambios de calidad que no se podían encontrar en España como para dedicarse en cuerpo y alma al trabajo de equipo.

Hay motivos de sobra para pensar que, si hubiera tenido el apoyo adecuado, Loroño había conseguido mucho más, quizá llegando incluso a igualar las hazañas de su rival, quien gozó de más y mejores oportunidades.

Lejos de los verdes valles del País Vasco, Bahamontes había nacido en la Meseta calcinada por el sol, cerca de Toledo, donde desde muy joven trabajaba de repartidor, tirando de un carrito con su bicicleta.

En una entrevista concedida cuando cumplió 70 años, Bahamontes recordaba su infancia durante los años del hambre: “Trabajaba en el estraperlo y comía mondas de patata fritas y gatos asados como si fueran conejos. A los 17 años cargaba mi bicicleta con sacos de patatas de 150 kilos.

Y yo solo pesaba 56”.

Un trabajo agotador que lo iba a curtir de cara a su futura carrera como ciclista.

La fama le llegó en 1954, cuando Bahamontes ganó la montaña en el Tour de Francia al año siguiente de que lo hiciera Loroño, y 17 años después de Berrendero.

La historia de cómo se detuvo en la cima de un puerto para tomarse un helado mientras esperaba la llegada del pelotón hoy en día forma parte de la leyenda.

De hecho estaba perpetuando una tradición entre los ciclistas españoles; en los años 30 Berrendero y Ezquerra a menudo paraban para tomarse una cervecita rápida en la cima de los puertos. Hacerse con el premio de la montaña solo se consideraba inferior a ganar la general del Tour, ya que comportaba publicidad y contratos lucrativos.

La general se daba por perdida de antemano, y apuntar a las victorias de etapa se consideraba un desperdicio de energía que era mejor reservar para acumular puntos en la montaña.

Desde sus inicios como ciclista, Bahamontes fue etiquetado como un personaje.

Su silueta enjuta se distinguía con facilidad tan pronto como saltaba del pelotón: espalda recta, manos en el centro del manillar, marcando un ágil ritmo de pedaleo con movimientos acompasados de la cabeza. Su táctica habitual era lanzar una primera aceleración para ver cómo reaccionaban sus rivales. Entonces volvía a aumentar el ritmo, que pocos querían o podían seguir, ya que sabían que más tarde pagarían por ello.

A pesar de que eran rivales directos, Bahamontes y Loroño se vieron obligados durante años a compartir equipo.

Para buscar un símil moderno, imaginen que Óscar Sevilla y Aitor González, tras su choque en la Vuelta de 2002, se hubieran visto obligados a seguir en el Kelme y a participar en las mismas carreras en vez de separarse.

La atmósfera habría sido irrespirable. Bahamontes y Loroño fueron más comedidos en una época en que conseguir una plaza en el equipo nacional era el sueño de todo ciclista.

No obstante, su rivalidad no fue del todo negativa: según Ángel Giner, biógrafo de Bahamontes, “un héroe, ya sea ciclista o guerrero, nunca puede llegar a tal grado sin un enemigo al que vencer”.

Al forzarlos a compartir equipo se ponía aún más de relieve hasta qué punto sus personalidades eran incompatibles.

Costa Blanca- Diputació Alacant

Loroño, el León de Larrabetzu, era un hombre reservado, enormemente orgulloso, a quien el fervor de sus seguidores vascos empujaba a dar hasta su último gramo de fuerza.

El Águila de Toledo era voluble y volátil, inclinado a actuar según extraños caprichos y aparentemente insensible a cualquier expectativa que se hubiera depositado en su persona.

Un día se elevaba a la altura de su apodo y dejaba a todo el mundo boquiabierto con sus portentosas escaladas de los puertos más exigentes, y al siguiente se comportaba como una gallina aturullada.

Su retirada del Tour de 1957 constituye otro hecho legendario: alegando que le dolía el brazo a causa de una inyección de calcio que le habían administrado aquella mañana, se quitó las zapatillas e invadió el pedazo de prado donde una familia francesa tomaba pacíficamente su piscolabis, sentándose en posición fetal y haciendo oídos sordos a todas las requisitorias que le lanzaron.

No estaba dispuesto a menearse, ni por su madre, ni por su mujer, ni por España, ni por Franco. Pero los aficionados acabaron perdonándolo, porque a un genio siempre se le perdonan sus momentos de debilidad.

Extracto de libro “Viva la Vuelta” publicado por Cultura Ciclista

Imágenes tomadas de www.euskomedia.org i pedaleoluegoexisto.blogspot.com

 

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Ciclismo antiguo

Eddy Merckx en el Giro: cinco triunfos y enormes polémicas

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La corona de Merckx en el Giro tiene cinco joyas

Eddy Merckx, para muchos el mejor ciclista de la historia y del Giro, por ende, nació en 1945 en Meensel-Kiezegem, Bélgica.

Dicen que desde los ocho años ya andaba en bici y tenía como ídolo a Stan Ockers, una figura del Tour de Francia.

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El Tour lo era todo para mí”, diría años después.

Su verdadero nombre es Edouard Louis Joseph Merckx y fue ciclista profesional entre 1961 y 1978.

Durante esos años se ganó el apodo de “El Caníbal” porque quería ganarlo todo, y casi lo logró: 525 victorias en su carrera, incluyendo cinco Tours de Francia, cinco Giros de Italia y una Vuelta a España.

También ganó tres mundiales, casi todas las clásicas (menos la París-Tours) y batió el récord de la hora.

Un monstruo en vida.

Merckx y e Giro, binomio lleno de aristas

Su relación con el Giro fue especial: lo ganó cinco veces y dejó huella en cada participación.

En Italia lo adoran casi tanto como en Bélgica.

Eso sí, su carrera no estuvo libre de polémicas.

En tres ocasiones dio positivo en controles antidopaje (fencamfamina, norefedrina y pemolina), aunque él siempre defendió su inocencia.

A pesar de eso, su legado sigue siendo enorme.

Se retiró en 1978 y desde entonces ha recibido todos los honores:

Barón en Bélgica, Comandante de la Legión de Honor en Francia, y el trofeo UCI al mejor ciclista del siglo XX.

Hay velódromos, calles, estatuas, libros, cómics y hasta una marca de bicicletas con su nombre.

De vez en cuando, aún aparece como comentarista en carreras o sólo se deja ver para revuelo del personal.

“El Ogro de Tervueren” no solo está en lo más alto de la lista de los mejores ciclistas de todos los tiempos: es una leyenda viva.

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Ciclismo antiguo

Hace 90 años la Vuelta a España ya rodaba

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La efeméride de los 90 años de la Vuelta merece ser reconocida

Puede que ya estemos a 1 de mayo, y que el 29 de abril haya quedado unos días atrás, pero hay aniversarios que merecen ser contados aunque lleguen con algo de retraso. Porque ese día, hace 90 años, comenzó una de las historias más emocionantes del deporte español: la primera edición de la Vuelta a España.

CCMM Valenciana

Amanecía en Madrid. El sol se colaba entre los árboles de la Puerta de Hierro y una multitud se apretujaba para ver partir a los valientes que iban a dar forma a una carrera que nadie sabía todavía cuánto duraría… pero que estaba a punto de comenzar su leyenda.

Los periódicos de aquel día retrataban como podían el ambiente, los rostros, las esperanzas. Un fotomontaje reunía a los que, sobre el papel, llevaban el peso de las ilusiones españolas.

Federico Ezquerra, delgadísimo, parecía una figura de papel. Luciano Montero tenía la mirada perdida, como si algo ya lo distrajera de la meta. Y Vicente Trueba, casi ausente, ido, como si el cuerpo estuviera ahí pero la cabeza no. Se notó: esa no fue su carrera.

Pero había uno que destacaba, y no solo por llevar una camiseta oscura que rompía con el blanco casi obligatorio. Mariano Cañardo, el ídolo, el favorito de la gente. Elegante, fuerte, de rostro anguloso y ojos llenos de energía.

Llevaba el dorsal número uno, y con él, las esperanzas de toda una afición que había escrito su nombre con tiza por miles de kilómetros: Viva Cañardo, decían los arcenes, los muros, las cunetas.

Niños, ancianos, madres y padres gritaban su nombre al paso. Espachurraban la tiza en el suelo como si con eso pudieran empujar sus sueños hasta el cielo. Era un sentimiento colectivo, casi religioso, ese fervor por Mariano.

Y no era para menos. Cañardo era ya un campeón nacional consolidado. Había ganado la Volta a Catalunya cuatro veces, tenía en su palmarés campeonatos de España, la Vuelta al País Vasco… y hasta un noveno puesto en el Tour de Francia, en tiempos en que cruzar los Pirineos era como atravesar el mundo.

Aquel 29 de abril de 1935, a primera hora, se dio el pistoletazo de salida hacia Valladolid. Pronto, en el Alto de los Leones, Leo Amberg lanzó el primer ataque de la historia de la Vuelta. Y Mariano no tardó en colocarse donde debía: al frente, marcando el paso, pegado a la rueda del belga Antoon Dignef.

Pero el infortunio se cruzó en su camino. Los tubulares de Cañardo parecían hechos de mantequilla: pinchó una y otra vez. Mientras él lidiaba con el asfalto, Dignef volaba hacia la historia.

Ganó la etapa en Valladolid y se vistió de líder. De naranja. Ese maillot que Mariano, pese a todo, nunca llegaría a lucir.

No por eso dejó de ser gigante. Ni dejó de merecer el amor de la gente. Mariano no ganó esa etapa, ni la Vuelta, pero su leyenda empezó justo ahí, en ese arranque lleno de gloria y mala suerte.

Días antes de la carrera, con su estilo discreto, había dicho poco sobre su forma física. Evitó hablar de rivales. Pero debajo de la modestia, había ambición. Sus piernas sabían que podían.

Y aunque esa edición no fue para él, su historia, su coraje y su nombre quedaron grabados para siempre en los libros del ciclismo. Como un pionero, como un héroe de otra época.

Feliz aniversario, querida Vuelta. 90 años después, y con la edición femenina a punto de arrancar en Barcelona.

 

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Ciclismo

DEP Joaquín Galera

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Hermano de Manuel Galera, Joaquín llegó a ganar una etapa del Tour

Poco a poco nuestros mayores se nos van y en este caso Joaquín Galera, una de las figuras más destacadas del pelotón español en los años sesenta y no era sencillo estar en este nivel, entonces el ciclismo español tenía muy buenos ciclistas. .

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Nacido en 1940 en Baúl, una pedanía del municipio de Baza, en la provincia de Granada, Galera dejó una huella imborrable en el deporte nacional, tanto por sus logros sobre la bicicleta como por su compromiso con la memoria de su hermano.

Joaquín Galera fue ciclista profesional entre 1961 y 1972, y durante más de una década formó parte de equipos emblemáticos como Kas, Licor 43, Fagor, La Casera-Bahamontes y Karpy.

Su carrera internacional fue especialmente brillante en el Tour de Francia, prueba que disputó en cuatro ocasiones: 1964, 1965, 1966 y 1969. Su momento más recordado llegó en la edición de 1965, cuando se alzó con la victoria en la 16ª etapa entre Gap y Briançon, jornada en la que el mítico italiano Felice Gimondi vestía el maillot amarillo.

También participó en tres ediciones de la Vuelta a España, en los años 1965, 1970 y 1971, logrando su mejor resultado en 1970 con un destacado octavo puesto en la clasificación general. A lo largo de su carrera, Galera sumó importantes triunfos en competiciones nacionales, como el Campeonato de España de montaña y la prestigiosa Subida a Arrate en 1964. Un año más tarde, en 1965, amplió su palmarés con victorias en la Vuelta a los Valles Mineros y en la Subida al Naranco.

Más adelante, en 1968, se impuso en la exigente Subida a Urkiola, y en 1970 consiguió una victoria de etapa en la Vuelta a Andalucía.

Pero la vida de Joaquín Galera también estuvo marcada por la tragedia.

En 1972, su hermano menor, Manuel Galera, también ciclista profesional, falleció trágicamente durante la Vuelta a Andalucía tras sufrir una caída en el Puerto del Mojón, provocada por una avería en el cambio de su bicicleta.

En el libro de Secudario de Lujo, Jaime Mir nos explicó con pelos y señales aquella horrible caída.

Desde entonces, Joaquín mantuvo vivo su recuerdo organizando el Memorial Manuel Galera, una competición ciclista que se celebró ininterrumpidamente desde 1972 hasta 2004.

Por ella pasaron grandes nombres del ciclismo nacional como Óscar Sevilla y José María Jiménez, quienes también inscribieron su nombre en el palmarés de la prueba.

Con la muerte de Joaquín Galera, el ciclismo español pierde a un corredor combativo, un referente de su generación y una persona profundamente comprometida con los valores del deporte y la memoria.

Su legado, tanto en las carreteras como en el corazón de los aficionados, permanecerá intacto.

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Ciclismo antiguo

Las clásicas e Indurain, una relación no imposible

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Las clásicas podrían haber sido un gran terreno para Miguel Indurain

En estos días en los que, al tener más tiempo, nos llenan las sobremesas largas con las gestas de Miguel Indurain, nos surge una reflexión: ¿qué habría sido del astro navarro si hubiera decidido abrir su carrera también a las clásicas?

Un gran día en Lieja

El 16 de julio de 1995, Miguel Indurain sorprendió al mundo. No lo hizo en las montañas alpinas ni en las llanuras francesas, sino en el ondulado paisaje de las Ardenas. Durante la séptima etapa de aquel Tour Indurain mostró lo que pudo haber sido y nunca fue en las clásicas.

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Era un clasicómano en potencia. Aprovechó el perfil quebrado de esa etapa para arrebatar 50 segundos a sus rivales en una escaramuza que no tenía precedentes. Ese momento quedó grabado en la memoria colectiva española como un hito, ya que mostró un Indurain diferente: agresivo, punzante e imprevisible.

¿Podría haber conquistado las carreras de un día?

Al observar su historial, es lógico preguntarnos si Indurain habría sido un gran corredor en las clásicas. Durante los años previos a su primer Tour (1989-1991), acumuló destacadas actuaciones en pruebas como la Clásica de San Sebastián (1º), Lieja-Bastoña-Lieja (4º) y Flecha Valona (4º, 7º). Tenía la resistencia y, además, cierta velocidad en los momentos decisivos.

Una de las grandes pruebas de su potencial en las clásicas fueron los Mundiales. Indurain siempre compitió al máximo nivel en estas pruebas, logrando tres medallas, incluso cuando ya se encontraba centrado en el Giro de Italia y el Tour. En una línea temporal paralela, es posible que hubiera sumado grandes victorias a un palmarés que, por sí mismo, ya era impresionante.

La Lieja, su carrera más adecuada

De todas las clásicas, la que más se ajustaba a sus características era Lieja-Bastoña-Lieja, donde consiguió un cuarto puesto en 1991. En esa edición, Indurain se metió en un corte que había sido provocado por Claude Criquielion, muy lejos de la meta. Al final, como era habitual en esos años, la victoria fue para Moreno Argentin.

Desde ese día, nunca más vimos a Indurain brillar con la misma intensidad en una clásica. Los adoquines, con su dureza y su peligro, no eran el terreno adecuado para él, pero pruebas como la Amstel Gold Race o Lieja habrían podido ser objetivos posibles.

Lo que jugaba a su favor

Indurain tenía una serie de características que lo habrían hecho muy competitivo en las clásicas:

  • Un físico formidable para afrontar los recorridos duros.
  • Técnica y manejo de la bicicleta impecables, como hemos visto en los momentos más serios de su carrera.
  • Una mente estratégica, con una visión de carrera excepcional y una economía de esfuerzos sin igual.
  • Buena punta de velocidad, mejor de lo que a menudo mostró. Un ejemplo claro es el Mundial en el que ganó al sprint a Ludwig y Museeuw.

Lo que jugaba en su contra

Sin embargo, su planificación para el Tour de Francia, que lo convirtió en un campeón imbatible durante cinco años, se le interponía en su camino. La primavera, con su calendario de clásicas, no se ajustaba a su preparación para el Tour.

La ausencia de clásicas en su palmarés

A pesar de todo, si comparamos a Indurain con otros grandes del ciclismo, su palmarés se queda sin algunas de las clásicas más prestigiosas. Pero todo eso, los tiempos, los rivales, las exigencias… todo era muy distinto a lo que había en el pasado.

Cada época, en definitiva, fue diferente.

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DESTACADO: Giro de Italia

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