Mundo Bicicleta
La generación perdida para el récord de la hora
El récord de la hora está viviendo un auténtico renacer. No vamos ahora a repetir lo que ya se ha dicho en tantas ocasiones sobre la época dorada de los Indurain, Boardman, Rominger etc… del pasado, pero no cabe ninguna duda de que la involución surgida a raíz del cambio de normativa para marcar como obligatoria la llamada ‘postura Eddy Merckx’ fue funesta para la prueba.
El pasado lunes, como muchos seguidores de este blog sabrán, el que esto escribe tuvo la oportunidad de charlar con el presidente de la UCI, Brian Cookson, para una entrevista publicada en Ciclo21. En ella, por un par de ocasiones, el máximo dirigente mundial se refirió a esta cuestión y me llamó mucho la atención cuando, casi sin respirar entre frase y frase, aseguraba que podía entender el porqué se tomó la decisión anterior y, a la vez, reconocía que un cambio “muy simple” en el reglamento había dado estos espectaculares frutos.
El récord de la hora es, seguramente, el espectáculo más rentable en todos los sentidos que ahora mismo puede ofrecer el ciclismo fuera de sus grandes citas (y reduzco este elenco a las tres grandes vueltas, los cinco monumentos y el Mundial de fondo en carretera). Piénsenlo. Se celebra en un velódromo, ergo hay que pagar por entrar y verlo en directo. Dura exactamente 60 minutos, por lo que es una auténtica bendición para los programadores de televisión.
Con su indumentaria de Bioracer, el periodista Ruben van Gucht ha sido el último en asaltar el récord. Se quedó en poco más de 42 kilómetros.
Sólo tiene un protagonista, por lo que el impacto publicitario de un sponsor está más que garantizado. Tiene la mística de los récords, por lo que asegura una atención mediática más allá de los medios especializados. Y su protagonista (salvo muy honrosas excepciones como la de Matthias Brändle), son consagrados nombres del pelotón, por lo que el ‘show business’ a su alrededor da para mucho.
El mejor ejemplo lo tenemos muy reciente en la memoria. Jens Voigt pedaleó sus 51,115 kilómetros en una pista abarrotada. Su patrocinador, Trek, supo preparar muy bien el terreno publicitario: ¿recuerdan las llantas a imitación a un reloj? ¿los mensajes escritos en el cuadro de la bicicleta? ¿los vídeos que se hicieron virales?. El corredor, todo un personaje, ayudó mucho. ¡Hasta la industria discográfica podría haber sacado tajada! Su ‘playlist’ de canciones para antes, durante y después del intento fueron una de las cuestiones más comentadas las 24 horas previas al pistoletazo de salida.
Ahora imaginen lo que puede dar de sí un intento de Tony Martin (último en anunciar que se suma a la moda), Fabian Cancellara -¿alguien piensa que Trek no ha aprendido de la experiencia de Voigt?- o Sir Bradley Wiggins al que, no lo olviden, patrocina una plataforma de televisión y tiene esa aura de rockero de la bicicleta que tanto gusta a los publicistas.
Una época dorada, como digo, pero a la vez, la demostración palpable de que el récord de la hora no es más que la punta del iceberg del gran problema que constriñe al ciclismo: el inmovilismo. Toda una generación (o dos) se ha visto privada de luchar por esta marca por una decisión absurda de la UCI: mirar hacia otro lado ante los avances de la técnica y la biomecánica. ¿Qué podrían haber hecho Jan Ullrich, Michael Rich, David Millar, Michael Rogers y tantos otros en esta disciplina? No lo sabremos nunca. Ellos no han tenido la opción de afrontarlo con garantías porque, no nos equivoquemos, batir la marca de Boardman de 49,441 usando la postura Merckx no tenía nada que ver con la verdadera esencia del asunto. El propio Boardman había llegado a superar los 56 kilómetros pulverizando la marca de Indurain (53,040) o Rominger (55,291). Sosenka lo batió, pero ni el checo era la solución al problema ni su registro, que no rompió la barrera de los 50 kilómetros, podía atraer interés alguno.
Y esto ha sucedido en una prueba secundaria. Espectacular, sí; pero muy secundaria. Imaginen si, tal y como tuve ocasión de preguntarle a Brian Cookson en esa entrevista, la reforma del ciclismo profesional introdujera cambios de este calado en otras disciplinas como la ruta. El ciclismo debe de evolucionar con los tiempos. Debe de aprovecharse de los avances en los distintos campos que lo conforman (mecánica, medicina, entrenamientos, tejidos, materiales…) para hacerse más atractivo si cabe. Debe de respetar, claro está, su esencia; pero mirando siempre hacia el futuro.
En caso contrario, como sucedió con la hora, nos podríamos encontrar con una o varias generaciones perdidas. Porque, qué sentido tiene querer igualar generaciones y épocas cuando, a la vez, se aumentan los días de competición, se expanden las carreras por todo el globo terráqueo o se cambia profundamente la morfología de los grandes eventos (fíjense en los trazados de la Vuelta o el Tour de 2015 y compárenlos con la época de Merckx y tendrán un claro ejemplo). Evidentemente, ninguno. Aprendamos todos la lección.
Por Nicolas Van Looy
Imagen tomada de www.diariodenavarra.es
Mundo Bicicleta
Col de Turini, del motor al Tour
El Col de Turini estará en el cierre del Tour en la Costa Azul
En el cierre del Tour 2024, la jornada penúltima, con entrada y salida por el mapa de los Alpes Marítimos, hará alto en varios puertos y entre otros el Col de Turini
Los puertos de la Provenza y la Costa Azul, situados estratégicamente en la entrada de los Alpes marítimos, o en la salida, según cómo se miren o dependiendo de la carrera y de cómo los afronten, siempre han sido respetados y admirados, y siempre han sido sinónimo de batalla en sus cuestas, aportando su sal y su pimienta a competiciones como el propio Tour.
Podemos hablar del arco de Sospel y su trilogía de Niza: puertos como Braus (1002 m), Castillon (706 m) y La Turbie (480 m), continuando por otros como el Espigoulier (728 m), el Esterel (314 m) y sobre todo el gran Turini (a 1607 m), que han sido escenarios donde los adversarios continuamente se han tanteado y en muchos de ellos han habido luchas decisivas, llegando incluso algunos corredores a hacerse con el maillot de líder en estas cuestas en las que sus cunetas suelen estar abarrotadas de gente.
Citar los puertos provenzales es evocar lugares donde las rampas se retuercen y giran sobre sí mismas, donde las curvas las marcan los arbustos, donde los ángulos agudos se muestran sin contemplaciones, mientras los corredores caracolean, girando sus cabezas buscando la carretera y siempre intentando seguir los muros de contención para evitar el precipicio.
Por eso estos cols siempre provocan muecas entre los participantes, algo, por otro lado, bastante normal en Niza, la capital del Carnaval galo.
Y llegamos al Col de Turini…
Como Turini, que vuelve a la competición, sobre dos ruedas sin motor, nada menos que después de 46 años de haberlo hecho por última vez, en 1973 y en el Tour, con victoria para de uno de los nuestros que supo «encarrilar» muy bien su pedaleo dirección a su cima.
Estamos hablando, en efecto, del recordado Vicente López Carril, un histórico del ciclismo español.
Así, podemos decir que el corredor gallego fue el último ciclista en coronar el puerto en primera posición, en una edición en la que quedó 5º de la general, después de haber hecho podio el año anterior.
De esta manera, Turini, más reconocido y popular en el mundo del rally porque en él se disputa uno de los más famosos del mundo como es el mítico Rallye de Montecarlo, cambia el motor por los pedales y en el que los ciclistas, ese próximo 16 de marzo, habrán de acometer más de 30 lacets, horquilla sobre horquilla, curvas cerradas, giros de 180º, en una exigente ascensión de 15 km con una pendiente media del 7,3% y donde probablemente se decida el ganador de esta edición de la París-Niza.
Una espectacular subida y en la que, por esas fechas, suele ser habitual que haya presencia de nieve.
Ya veremos.
Los aficionados, ese día, descubriremos un puerto para el ciclismo de ensueño, una de las carreteras serpenteantes más escénicas que existen, para disfrutar mientras contemplemos un paisaje de fantasía, ascendiendo por la ladera de la montaña y con hermosas vistas al mar Mediterráneo.
Un puerto de cine.
El Turini fue, cómo no, todo un descubrimiento de Jacques Goddet, «una sensacional novedad» como él mismo exclamó cuando lo dio a conocer como primicia en el Tour de 1948 «con su interminable pendiente».
A pesar de haber entrado muy poco en las competiciones de ciclismo (Tour del 48 con victoria para Louison Bobet, del 50 para Jean Robic y la recordada del 73 de López Carril), en sus curvas se han escrito épicas páginas de la historia de la ronda gala, como en aquella etapa de la edición del 48, cuando Louison Bobet, que había abandonado el año anterior, estuvo a punto de hacer lo propio el día antes en San Remo, ya que se encontraba enfermo, pero durante aquella jornada, provocado por un ataque de Roger Lambrecht, que era nada menos que su delfín, Louison resucitó.
Acompañado y ayudado por un gran Apo Lazarides que protegió eficazmente el maillot amarillo de su líder y amigo, y además alumno de Vietto, se escaparon a siete kilómetros de la cima para lanzarse después a tumba abierta a pesar de los cuatro kilómetros de descenso pedregoso.
Louison Bobet triunfó finalmente en Cannes recuperando siete minutos a Bartali.
El italiano, su adversario más peligroso, se encontraba en ese momento a 21 minutos.
Como curiosidad, el prestigioso L’Equipe, al dar la novedosa noticia de la inclusión de este bonito puerto en la París-Niza de 2019, publicó una foto errónea del Turini en sus páginas, confundiéndolo con el no menos bello y escénico Col de Braus, conocido como el «alambique», el «tirabuzón», «kriss malayo» o simplemente «cric», algo que para ser el célebre diario no deja de ser algo bastante imperdonable.
¡Ay! Si el pobre René Vietto levantara la cabeza…
Ciclismo antiguo
Mende siempre será la cima Jalabert
Aquel día en Mende, Jalabert puso en jaque el quinto Tour de Indurain
Mende, dia D ¿qué te parece que llamen al lugar Montée Laurent Jalabert?
«Si te soy sincero me da bastante igual, quizá hubiera tenido sentido llamarle así al año siguiente pero…»
A Jalabert, aquel día hacia Mende, le secundaba el mejor Melchor Mauri jamás visto junto al australiano Neil Stephens.
Con ellos Massimo Podenzana, Dario Bottaro y Andre Peron. Los seis habrían de abrir un hueco más allá de los nueve minutos.
En Banesto no daban crédito.
Las piernas de los gregarios de Indurain al unísono no enjuagaban el desperfecto. Surgieron entonces varias tesis. A cola del pelotón se fraguaba la ayuda de otros equipos. El manejo de José Miguel Echávarri dio frutos apetecidos para mantener a raya la afrenta de Jalabert.
Mundo Bicicleta
En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo
«En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo; ante este gigante, sólo podemos quitarnos el sombrero y saludar con modestia»
La frase de Henry Desgrange, el padre del Tour, exclamada en 1911, define a la perfección lo que el ciclista siente cuando se tiene que enfrentar al gigante alpino en un terreno grandioso, inexpugnable hasta aquel entonces, donde incluso los más grandes campeones empequeñecen ascendiendo por su carretera ganada a los hielos, que cubren tres cuartas partes del año alcanzando los siete metros de manto blanco bajo las órdenes del general Invierno.
Territorio hostil, en su cumbre a 2645 metros sobre el nivel del mar reina el silencio y solo nos queda admirar. Y meditar. Por encima de la cota 2000 hay poca vida en sus laderas, quizás alguna marmota que se despereza del letargo hibernal, pero la actividad humana es prácticamente nula. Es el triunfo de la naturaleza sobre el hombre, en toda su expresión, un monumento hecho montaña donde solo llegar hasta allí arriba supone una victoria y ganar, la gloria, tocando el cielo con las manos.
Así debió sentirse Émile Georget -igual que Neil Armstrong cuando pisó la Luna-, al ser el primer hombre en pedalear por el túnel abierto en su cima, porque el francés, a diferencia del norteamericano, no puso pie durante las 2 h y 38 minutos que invirtió en toda su ascensión, «una gesta sin precedentes en los anales del ciclismo», tal y como tituló L’Auto en su portada del 11 de julio de 1911.
Siguiendo con la analogía, el mismo diario aquella fecha podría haber definido la épica etapa como un pequeño paso para el ciclista pero un gran salto para el ciclismo mundial y el Tour, que con aquella montaña adquiría una nueva dimensión.
El túnel que la mayoría de vosotros conocéis ya estaba abierto en aquellos años, ya que fue nada menos que en 1891 cuando se construyó para comunicar a los vecinos de la Saboya con los de la Provenza, bajo 90 metros de piedra y roca y 365 de largo, tantos como días tiene el año. Poco se podían imaginar que 20 años más tarde alguien montado en aquel invento reciente sería capaz de semejante hazaña.
Le habrían tachado de loco, de lunático, pero así fue para asombro de los aficionados a este increíble deporte que se engancharon a un espectáculo sin igual en el que los ciclistas «fueron capaces de ser alados y elevarse hasta unas alturas donde ni siquiera llegan las águilas», como también pronunció en su día el propio patrón de la Grand Boucle.
Por aquí volaron Fausto Coppi en el Tour del 52 «escalando como un teleférico deslizándose por su cable de acero» (Goddet), Charly Gaul en 1955, Bahamontes en el 64 o Anquetil dos años más tarde en una de sus mejores vuelos.
El Galibier es un paso de montaña casi tan viejo como la propia Humanidad. Se dice que esta ruta se fue trazando siguiendo los pasos de contrabandistas y vendedores ambulantes que desafiaban el frío y las ventiscas de nieve incluso en verano. Acceder a uno de los otros valles era como hacerlo a la cara oculta de la Luna, a un territorio desconocido, otro mundo.
Sin embargo no fue hasta 1979 cuando el coloso da su estirón definitivo y crece nada menos que 89 metros, alcanzando los 2645 actuales. En efecto, el viejo túnel se resintió de una sus bóvedas y amenazaba con desplomarse de un momento a otro.
Se cerraron sus grandes portalones de madera durante 25 años y se construyó una nueva carretera para cruzar el paso en forma de curvas diseñadas «a la mula», mil metros más de escalada al 10%, convirtiéndose en el tramo más duro de toda la ascensión, siendo Lucien Van Impe, aquel mismo año, el primero en estrenarlo pasando en solitario en cabeza.
Aunque las puertas del túnel fueron abiertas de nuevo en el año 2003, después de las reformas que ya permitían el paso incluso de autocares, el Tour prescinde de él y prefiere el nuevo tramo que lleva a la cima, para disfrute de los aficionados que sienten en aquellas nuevas rampas toda la épica de los esforzados de la ruta que se convierten en gigantes cuando hollan su cumbre, igual que lo seréis vosotros si superáis el miedo escénico del cartel «Col du Galibier: 35 km», saliendo de St Michel de Maurienne. Más que un fuera categoría, un puerto de otro planeta.
Por Jordi Escrihuela
Imagen: Ciclismo Épico
Mundo Bicicleta
Mi querido Miguel Delibes
La bicicleta y el ciclismo ocuparon grandes ratos de la vida de Miguel Delibes
Cuenta El País que Miguel Delibes tuvo siete hijos, dieciocho nietos y dos bisnietos.
Nosotros sabemos que Miguel Delibes fue un genio de la arquitectura dela letra y un apasionado, un fiel seguidor de la bicicleta y el ciclismo que hace unos meses nos describió Angel María de Pablos en compañía de Peio Ruiz Cabestany
No fue por eso extraño que aquí nos hiciéramos eco de la primera pieza que La Biciteca publica en su renglón “Re-ciclados” que no es otra que “Mi querida bicicleta” firmada por el literaro como testimonio y pieza de que esta máquina fluye y construye los sueños en la vida de muchas personas.
Porque Delibes no crece con los años, ni evoluciona con el tiempo, se hace, se construye a través de la bicicleta.
Así lo dejó escribo en este manual. Su vida son capítulos en forma de eslabones, los eslabones de la cadena que mueve su bicicleta.
Aprendió a ir en ella, en círculos, sin apoyarse, hasta que el sol cayó, sin saber cómo aterrizar. Con ella supo disimular la debilidad, conoció el amor, consumó ese amor y tuvo hijos y nietos que se envenenaron de tal cariño.
Delibes siempre dijo que el oscuro deseo de cualquier persona era coronar primero el Tourmalet, como si en el gen hispano existiera ese componente de escalador, de sufridor de la vida.
Como decimos La Biciteca se apresuró en reeditar esta pequeña joyita que viene ilustrada por Luis Horna en un todo, un círculo, donde letras y trazos saben hilar una narración sencillamente prodigiosa por su sinceridad.
Un cuadro íntimo, en el que la bicicleta desnuda a uno de los grandes de las letras castellanas.
Imagen: Rutas Pangea
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