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Ciclismo antiguo

La leyenda de los «forzados de la ruta»

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Bicilab Andorra

Albert Londres fue el primer en hablar de los «forzados de la ruta»

«Los forzados de la ruta», o traducido simplemente en francés : «Les forçats de la route», es una frase que se hizo famosa en su época y que se puede llanamente mantener con el paso de los tiempos; ser actualidad. Para encontrar el origen de esta frase, hay que remontarse al Tour de Francia del año 1924, que fue el que precisamente se adjudicó y consagró de manera definitiva a aquel pionero italiano llamado Ottavio Bottecchia.

La frase se debió a la pluma del célebre periodista Albert Londres, que había despuntado con anterioridad como escritor de sendas novelas muy populares en su época, que tenían un cariz más bien perteneciente al género aventurero. Fue, además, colaborador asiduo del rotativo “Le Petit Parisien”, lo que le permitió introducirse por vía indirecta en la especialidad incluso deportiva, un filón por el cual en un principio no se sintió muy motivado.

Fue con el tiempo que sus escritos se inclinaron paulatinamente ante las incidencias que fue presenciando, día tras día, en la ronda francesa en la época veraniega. Su periódico decidió sumergirle en esos menesteres, cosa que en sus inicios se sintió un tanto desplazado. Su función, bien es verdad, fue el cumplir con una obligación dictada por los dirigentes que llevaban la responsabilidad de la gaceta en cuestión, que conocían bien de sobras sus ya doctas habilidades periodísticas.

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Era un hombre liso que atraía por sus escritos plenos de candente originalidad al transparentar en su crónica diaria las incidencias que iba experimentando en el periplo francés. Observaba y veía con agudeza el torbellino viviente del Tour con sus protagonistas inconfundibles: los sufridos ciclistas, cosa que plasmaba con doble y atractiva intención.

Lo esencial fue que con el paso del tiempo Londres se afianzó en sus narraciones con una fuerza interior sin igual en el transcurso de las varias ediciones del Tour en las cuales cual concurrió con no poco y sí crecido entusiasmo. Demostró a los lectores su particular valía y el significado profundo con que con su mágica pluma describía los movimientos en ruta espoleados por los hombres del pedal.

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La chispa del repórter Londres sonó con más difusión, si cabía, a los cuatro vientos a raíz de la retirada de los hermanos Henri y Francis Pélissier, dos muy populares ciclistas franceses, en compañía de Maurice Ville, que ocupaba entonces el segundo puesto en la clasificación general. El abandono, un abandono muy sonado, se produjo en la población de Coutances, en el transcurso de la tercera etapa Cherburgo-Brest del Tour del año 1924, al discrepar furiosamente contra un comisario por una penalización que se le había impuesto en la vigilia de la etapa al casi intocable y famoso campeón en su tiempo, Henri Pélissier, el hermano mayor de la saga de los Pélissier, toda una institución.

Se le consideraba que había vulnerado el reglamento de la ronda francesa al prescindir en plena carrera de una segunda camiseta que llevaba puesta para protegerse de los fríos. Asediado por el calor impuesto por el astro rey, el sol, Henri se sacó la citada elástica y la echó por los suelos al borde de la calzada. Un comisario que vio la acción no le perdonó este desliz que contravenía el reglamento vigente de la carrera. Fue una medida drástica que Henri no aceptó.

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Aunque desavenencias, dicho sea de paso, siempre las tuvo con los organizadores de cualquier competición ciclista. Tenía aptitudes para la práctica de las dos ruedas, pero su mal carácter y su germánica personalidad muchas veces le desbordaron. Su persona, aquel genio y figura, producto de su continuada disconformidad ya le venía de lejos. Los mismos aficionados, los que le admiraban, bien lo sabían.

En un café provinciano de la localidad que hemos mencionado más arriba, coincidieron en la misma estancia los tres ciclistas retirados con precisamente el aludido escritor Albert Londres, una presencia que imponía cierto respeto. Henri, con su temperamento habitual, arremetió contra los dirigentes del Tour y de manera particular contra Henri Desgrange, otro protagonista con carácter, que posee el mérito de haber fundado e impulsado la gran ronda gala, allí poco antes del año 1903, un hito realmente inolvidable para la historia. No tuvo inconveniente en acusar abiertamente a los directivos que llevaban en aquel entonces las riendas del ciclismo.

Para él era una terrible injusticia la manera que los pobres ciclistas eran constantemente maltratados por los mismos dirigentes de la organización. A todos aquellos esforzados ciclistas que debían soportar mil sacrificios y mil ingratitudes pedaleando por aquellas tortuosas y hasta delirantes carreteras, que les atormentaban día tras día. Acusó a los responsables jefes representativos de no haber tenido más consideración a favor de los atletas del pedal, siempre despreciados, marginados, y no valorados en justa medida y en consonancia con los esfuerzos que venían realizando cotidianamente. Por lo demás, tampoco eran compensados en buena lid, económicamente hablando. Eso se sabía al dedillo en los ambientes y coros del pedal ¡valgan las palabras!

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Albert Londres, observador atento del entorno ciclista y de sus trifulcas, siguió muy de cerca la conversación planteada por los hermanos Pélissier. Digamos que hubo un tercer hermano que completaba la dinastía, un tal Charles, que también destacó con soltura en este deporte, y quizá más adecuadamente en las carreras clásicas de un solo día. No le faltó tiempo a Londres para publicar un extenso artículo puntualizando y defendiendo con ahínco a los pobres y hasta esclavizados ciclistas.

El juicioso escrito, bien es verdad, causó gran revuelo y a la vez tuvo mucho éxito entre los lectores apegados a los medios informativos. El autor puso sobre el tapete aquella frase escueta y contundente en referencia a los corredores ciclistas a los que denominó más comúnmente como “Les forçats de la route”. La palabra “forçats”, indicaba en su lengua de origen, simplemente las labores de los presidiarios condenados a trabajos obligados o forzados. Aquella frase tan alegórica dio la vuelta al mundo. Fueron unas palabras muy contundentes que tocaron la dura realidad con la que se encontraban los ciclistas, que defendían su pan y su prestigio en unas polvorientas y casi intransitables carreteras, en un escenario más bien dantesco y hasta desconocido por los medios de divulgación. Era, en fin, una cruda y triste realidad. Fue, sin embargo, todo un vivo elogio, repetimos, dedicado a aquellos héroes del pedal encerrados casi en un mundo desconocido por las gentes.

Hay que descubrirse vislumbrando las pequeñas y grandes historias que sucedían sin cesar bajo los escenarios de aquel pasado tumultuoso. Como exponente secundario, si queremos nombrar a uno de los novelistas, especializado como profesor en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, llamado Marc Augé, oriundo de la Bretaña francesa, al que tuvimos la feliz oportunidad de conocerle y tratarle personalmente, que inmortalizó a toda costa este duro deporte de las dos ruedas a través de un libro que tituló: “Elogio de la bicicleta”, una publicación de pequeñas dimensiones que siempre consideramos de alto contenido divulgativo y de expansión tal como se desprende de redacción tan acertada y a la vez tan bellamente descrita.

Él, nos referimos al autor Marc Augé, escribía, por ejemplo, que nadie puede hacer elogio de la bicicleta y sus practicantes sin hablar de su propia experiencia. La “bici”, escribía, forma parte de la historia de cada uno de nosotros. Su aprendizaje, su mundo, nos remite a momentos muy emotivos y muy particulares, estelares, cercanos a nuestra infancia y a nuestra misma adolescencia.

Por Gerardo Fuster

Sobre las fotos

El primer documento fotográfico que se acompaña pertenece al periódico “L´Equipe”, agenciada por “Presse Sports”. De izquierda a derecha, figuran el conocido periodista Albert Londres, cubierto con su sombrero, y los ciclistas Henri y Francis Pélissier, y Maurice Ville, en el día de su sonada retirada en el Tour de 1924 .

El segundo documento: Figuraba expuesto en el Musée du Sport. El protagonista es el belga Lucien Buysse, cruzando a pie el alto del Tourmalet, en la edición del Tour de 1926, una imagen delatadora del ciclista vencido por el sufrimiento.

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4 Comentarios

1 Comentario

  1. Gerard

    4 de enero, 2016 En 12:56

    «Les forçats de la route» es un slogan que marcó no sólo una época, sino una manera de enfocar la vida encima de la bicicleta. Bravo a este periodista, que la inmortalizó. Valiosas también las fotografías que condimentan el artículo, hasta el punto de trasladar a uno a esos años legendarios…

  2. Consol

    14 de enero, 2016 En 22:51

    Artículo muy interesante de Gerardo Fuster desde el punto de vista de la Hisroria del ciclismo.

  3. Pere Brunsó

    14 de enero, 2016 En 23:07

    El mundo de la «bici» nos remite, según Marc Augé, a la infancia y a nuestra propia adolescencia. Gerardo Fuster, en un documentado y espléndido artículo, nos remite también a la época de los «forzados de la ruta», así llamados por el periodista Albert Londres. D. Gerardo, en sentido metafórico, también es un «forzado de la ruta», pero prefiero llamarle «esforzado» de la ruta, un esforzado y apasionado de la ruta que lleva en sus piernas ciento setenta mil kilómetros, cuatro veces la vuelta al mundo, sobre la bicicleta que le regaló su amigo el gran campeón Fausto Coppi.Enhorabuena, D.Gerardu, y mi gran admiración.

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Ciclismo

Qué tarde la de Aprica, qué día el de Pantani e Indurain

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Bicilab Andorra

30 años después aquella carretera hacia Aprica sigue soñando con el gran duelo entre Pantani e Indurain

Simpre leo y escucho mucho sobre Pantani, ese ciclista que, como ya hemos dicho muchas, nos hizo sentir cosas que pocos lograron transmitir. Sensaciones que comenzaron en un «kilómetro cero»: aquella etapa con Indurain en Aprica.

No es de extrañar que siga siendo un mito.

Lo que sucede con Pantani es casi esotérico, algo que escapa a la razón, una locura difícil de explicar.
Conocemos su trágico final, y sabemos que el nudo de su vida estuvo marcado por el dopaje. Pero se le perdona. Se mira hacia otro lado, porque su magia todo lo puede. Créeme, lo he escuchado de viva voz de personas de su entorno, romañolos que no solo lo admiran, sino que lo idolatran.

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Tan es así que la segunda etapa de este Tour de Francia, la que va de Cesenatico a Bolonia, será la «Etapa Marco Pantani».
Y todos lo entienden, lo justifican… lo aplauden.

Es que fue tan fuerte lo que nos hizo sentir aquel día, aquel Pantani junto a Indurain camino de Aprica, que esa emoción flota por encima de todo lo demás.

Permitidme recordar aquel día:
Todo sucedió un 5 de junio.
El Giro de 1994 avanzaba por la bota de Italia, con el orden establecido tambaleándose.

Un rubio, un ruso llamado Evgeni Berzin, dominaba la carrera desde los primeros capítulos. Golpe en Campitello Matese, golpe en la crono llana de Follonica.
Indurain, Miguel Indurain, batido en una prueba en solitario. Alarma.

Todo podía volver a su sitio en una etapa que atravesaba el corazón de los Dolomitas.

Veníamos de Merano, donde el día anterior un joven pero calvo ciclista, Marco Pantani, había ganado en solitario. El destino: Aprica. En el camino, tres colosos de altura decreciente.

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Primero el Stelvio, entre pareces heladas e incipiente bruma sin más novedad que el desgaste invisible de los héores.

Luego en el Mortirolo, palabras mayores, estallaría todo.

Desde la base arrancaba Marco Pantani, el chico calvo del día anterior, el jovenzuelo que amenazaba con eclipsar a Claudio Chiapucci.

Con Pantani se fueron Armand De Las Cuevas, el boxeador frustrado, y Berzin, saltarín, rubio, maglia rosa.

Indurain, quieto atrás.

Pasan penosamente los metros, y el ritmo de Pantani es un rodillo.

Caía De las Cuevas, Indurain le superaba por detrás.

Cae Berzin, el yunke navarro le cazaría, lo maduraría y lo dejaría antes de la cima.

En el descenso Indurain va camino de encarrilar su tercer Giro. Alcanzó a Pantani, formando un frente común, con Nelson «Cacaíto» Rodríguez como testigo de aquella hazaña.
Quedaba la tercera subida: la más sencilla, un trámite llamado Valico di Santa Cristina, antes de llegar a Aprica.

Pero el trámite se atragantó.
Pantani atacó, e Indurain se derrumbó. Exhausto, seco, maltrecho.
La ventaja que lo ponía en disposición de ganar el Giro desapareció.

Qué día aquel.

Imagen: Planeta Ciclismo

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Ciclismo antiguo

Entre Heras y el Chava…

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Bicilab Andorra

La de Heras y Chava fue la última gran rivalidad del ciclismo español

Hace 25 años, que si lo pensáis bien, no es tanto tiempo, el ciclismo español cambiaba de siglo con una noticia trágica: la muerte de Pedro González, el narrador de ciclismo anterior a Carlos de Andrés, quien por aquella época comentaba desde la moto mientras seguía a los ciclistas.

En lo deportivo, crecía una rivalidad que, en cierto modo, recordaba un poco a la de Bahamontes y Loroño, solo que ahora entre el Chava Jiménez y Roberto Heras.

El primero era más como el toledano, como Anquetil, salvando las distancias: más genio, de días inspirados, carismático y querido, ídolo de masas.

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De hecho, sigo creyendo, a pesar de muchas respuestas en sentido contrario, que el Chava fue el último gran ídolo del ciclismo español, antes de la generación que habría de venir, con grandes éxitos, pero coexistiendo con los momentos más bajos del ciclismo debido a la mala prensa que generó la lacra del dopaje.

En el lado contrario al Chava, teníamos a Roberto Heras, un poco más Loroño, o Poulidor, si se quiere.

Castellano, más parco en la relación, querido también, pero más frío. El de Béjar fue, como ciclista y por palmarés, mejor que el abulense, pero, sin embargo, mucho menos recordado.

Un servidor, en aquellos días, estuvo enamorado de Roberto Heras, del primero, cuando corría para Kelme, justo antes de dejar sentado a Lance Armstrong en el Joux Plane y de que este reclamara su fichaje para el US Postal.

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Entre Heras y el Chava, siempre fui del primero: más sólido, gran escalador, fondista y con un palmarés del que pocas veces he hablado porque, sinceramente, con todo lo que sucedió con la que es su cuarta Vuelta, quedé bastante hastiado.

Pero volviendo a la rivalidad, fue posiblemente la última gran rivalidad que hemos tenido en el ciclismo español, pues a Valverde y Contador, por ejemplo, aunque se han batido en mil terrenos, siempre los he visto como ciclistas muy diferentes. Incluso diría que, a veces, veo más choque —deportivo, digo— entre Juan Ayuso y Carlos Rodríguez.

Hace 25 años, el ciclismo español vivía de ese antagonismo que duró poco más, porque el Chava no podría seguir por mucho más tiempo.

Hoy, a Roberto Heras no se le ve mucho, pero tiene aureola de campeón y, cuando te cruzas con él por la montaña, se percibe toda la calidad que era capaz de desplegar en la carretera.

Imagen: Dorsal 51

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Ciclismo

Superbagneres, la etapa más bonita del Tour 2025

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Bicilab Andorra

Si hay una etapa del Tour 2025 que despierta recuerdos, es la llegada a Superbagneres.

Esta etapa, en pleno corazón de los Pirineos, tiene un encanto especial y se siente 110% Tour. Es una jornada que encaja con todo y con todos.

En un contexto de ciclismo que premia la montaña, resulta atractiva por ser otra llegada en alto más. Sin embargo, dejando de lado los números y estadísticas, no sé exactamente cuál es el desnivel positivo de la etapa ni me importa; lo que sé es que ya está bien marcada en mi agenda.

Superbagneres representa el repositorio clásico de los Pirineos, un encadenado que probablemente sea el más utilizado en la historia del ciclismo: Tourmalet, Aspin y Peyresourde. Sólo faltaría añadir el Aubisque para rizar el rizo.

CCMM Valenciana

En el ciclismo de los años 80 y 90, esta combinación era una fórmula ganadora, terminando en lugares icónicos como Luz Ardiden, Hautacam, Saint-Lary-Soulan o Val Louron.

Pero hoy volvemos a Superbagneres, una cima muy olvidada que, en las dos ocasiones previas en que estuvo presente antes del Tour 2025, siempre ofreció espectáculo.

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Estos días, recordando la figura de Bernard Hinault, podemos decir que aquí, en Superbagneres, todo cambió.

Fue en el Tour de 1986: Hinault, vestido de amarillo y con una cómoda ventaja, quiso ir a por más en la segunda etapa pirenaica. La primera, con final en Pau, había sido para Perico Delgado, en plena batalla interna del equipo La Vie Claire.

Ese carácter suicida que caracterizaba a Hinault le pasó factura en Superbagneres. Su desfallecimiento marcó el inicio de 40 años de Tour sin victoria para un francés. Greg Lemond ya tenía tomada la medida.

Superbagneres volvió tres años después, en 1989, con una de las mejores actuaciones que recuerdo de Perico Delgado, luchando por recortar el calamitoso tiempo perdido al inicio del Tour en Luxemburgo.

Es curioso lo poco que se ha usado este puerto en el ciclismo profesional, pese a estar tan cerca de los grandes colosos pirenaicos. La última vez que lo recuerdo en competición fue en la Volta a Catalunya de 1996, en una jornada descafeinada por el dominio absoluto del equipo ONCE, con victoria del australiano Patrick Jonker sobre Alex Zülle.

En poco más de medio año, nuestros ojos volverán a posar su mirada sobre una de las cimas más singulares del ciclismo. Pese a su escasa aparición, siempre deja huella, como el Granon o Cauterets: lugares icónicos de los años 80 que han sido rescatados para el presente.

Imagen: A.S.O.

 

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Ciclismo antiguo

1 maillot y 1 ciclista: Gianni Bugno como campeón de Italia

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Bicilab Andorra

La elegancia del primer maillot italiano de Gianni Bugno es atemporal

Aquella figura, derrotada con el paso de los días, pero eterna en la imagen de Gianni Bugno vestido con la tricolor italiana, es una de esas cosas que, pase el tiempo que pase, no se olvidan.

Es más, años después Gianni Bugno volvió a ser campeón de Italia, pero aquella prenda, ya encuadrado en el MG, no lucía igual.

Recordaréis la imagen si tenéis cierta edad, si el contador de años empieza, como mínimo, con un 4.

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En Alpe d’Huez, tirando de Indurain, esquivando la labor impecable de Jean-François Bernard, agarrado de la parte plana del manillar, sin gesto de dolor, encajado en la máquina, sin casco, con gafas de sol y ese maillot de mangas cortas.

Gianni Bugno hizo, ese año, de la prenda tricolor una pieza de colección, pues no la vistió mucho, además.

Ganó el campeonato nacional italiano en Friuli, escapado por delante de Chioccioli, recién ganador del Giro, y Chiapucci, a finales de junio.

Luego corrió el Tour de Francia, que acabó segundo, y la Vuelta a Burgos antes de ganar en solitario la Clásica de San Sebastián, además de triunfar en Urkiola y el Campeonato de Zúrich.

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Ya en septiembre, Gianni Bugno sería campeón del mundo en Stuttgart y nunca más vestiría aquella tricolor.

Fue, por tanto, un maillot que duró un poco más de dos meses, pero que dejó huella.

Pudo haberlo alternado con el amarillo del Tour, pero Indurain le ganó la partida desde el momento en que bajó el Tourmalet y Bugno no tomó la rueda de Chiapucci.

La forma en que lo lució en la Klasikoa podéis imaginarla, mientras que, en Burgos, lo subió al podio, solo superado por Pedro Delgado.

Si para muchos Bugno fue el ciclista más elegante de su generación, con un magnetismo del que se escribieron libros, aquel maillot fue el que mejor representó esa elegancia.

Imagen: Pinterest

 

 

 

 

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