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Ciclismo antiguo

Historias de ganar sin reparar cómo

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En la historia han habido buenos butrones, victorias sin reparar cómo lograrlas

Victorias hay muchas, una por día de competición, que computan doble si cae la general, sin embargo hay desenlaces que marcan y quedan para siempre, en los anales y la memoria, pues lo convencional no siempre se impone, tampoco la lógica.
Aún nos acordamos sobre el final de la pasada Vuelta al Besaya y hablamos de juveniles.


El otro día, nuestro amigo Miguel rascó la memoria de los tuiteros para rememorar aquellas jornadas en las que flotó muy mal rollo por su forma de culminar.


De aquel listado triunfos perpetrados, podríamos decir, con cierta alevosía recordamos muchos.
Leemos varios criticando a Rolf Jaermann por levantarle la etapa a Perico en Saint Gervais, Tour de 1992, un día antes de la histórica etapa de Sestriere, y se olvidan que aquel día cada uno jugó sus cartas, Perico atacando de lejos, una vez Roche se quedó atrás, y el suizo quería llegar al sprint.
Un desenlace de toda la vida.
Lo mismo sucede con Miguel Indurain y Johan Bruyneel camino de Lieja, donde el belga ejerció como se esperaba de él.
Bruyneel tenía prohibido ayudar a un rival de su jefe, Laurent Jalabert, y sólo tuvo que seguir la rueda ganadora.
Que ONCE fuera un equipo español es lo de menos, esto, por suerte, no va de banderas.

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Cuando hablamos de grandes butrones nos referimos a otras cosas, a etapas o clásicas ganadas echándole una cara kilométrica, casi hasta el sonrojo del personal, sacando cualquier excusa para no entrar al relevo, a no ser que hablemos del último, el previo a meta.
Y ahí, hay páginas memorables, algunas del puño y letra de gente tan curiosa como aquel polaco que llegó al podio del Tour haciendo la goma, Zenon Jaskula, aguantando los chorreos de Rominger en Saint Lary para acabar ganando en la cima, y otras del estilo a la de Coussin con Politt en una París-Niza, con el alemán tirando como si no hubiera un mañana sin reparar que su compañero era más rápido sobre el papel, y, a la vista quedó, en el asfalto.
Son casos puntuales que seguro han condicionado otras actuaciones, como la de Fuglsang en la Amstel que gana Van der Poel.
El danés poco menos que se negó a colaborar con Alaphilippe para que éste le llevara al matadero.
Hizo bien Jakob…
En todo caso, tenemos tres testimonios directos de golpes de mano que pasaron a la historia.
Empezamos con Angel Sarrapio en el Tour 1986 y cómo Jaime Mir nos contó el ambiente de aquella meta de Futuroscope tras ganar a Bagot sin dar un palo al agua…
“¡Ángel, Ángel, has ganado, has ganado!”, chillaba Mir mientras no paraba de saltar. Sarrapio, vacío por el esfuerzo, deambulaba entre la gente en la meta expuesto a un ambiente muy poco amistoso. Mir se percató de que allí las miradas eran cuchillos y las manos podían salir a pasear con facilidad cuando se dirigió a Lévitan, el mismo que años antes le había echado efímeramente del Tour, diciéndole: “Felix, Felix, que hemos ganado, etapa para Teka, etapa para España”. “Merde d’Espagne!”, le clavó el responsable de la carrera.
Mir, helado, calló y tiró para el podio. El ambiente era muy tenso. “¿Cómo es posible que nadie se diera cuenta del peligro de Sarrapio?”.  “Vámonos de aquí, que estos te matan”, le dijo, entre gritos de “gitano” y “ladrón”. Ahí estaba también, con piernas afiladas y polo tricolor, José Ramon de la Morena, con su micro de la Cadena Ser, intentando sonsacarle unas palabras al ganador.
El asturiano había engañado con todas las letras a Bagot, quien además se quedó con las ganas del liderato, que le quedó lejísimos a final de la etapa. Curiosamente Bagot era gran amigo de Maurice De Muer, el que fuera jefe de Mir en el Bic. Preguntado por Sarrapio en L’Équipe, Mir recordaba su gesta en la Vuelta del año anterior y tiró por la vía del coraje: “Es un luchador nato”. Se habían olvidado de la casta del asturiano.
Otra fue la Egoi Martínez ante Simon Gerrans, quien hizo fortuna actuando de esta manera, en el Tour de 2018.
Así nos lo recordó Egoi años después…
“Es una victoria a otro nivel. En ese momento la gente que podía ganar esa carrera iba a ser una gran estrella pero que no fue mi caso. Yo gané pero no pude corroborarlo en mis años como profesional. Creo que tardé mucho en encontrar mi sitio en pros. Hasta los dos o tres últimos años no me vi delante. Estuve cerca de cosas buenas, cerca de ganar etapas en la Vuelta, donde fui líder, o del Tour. A tiempo pasado no me lamento, porque creo que si llego a ganar aquella etapa en el Tour las cosas no habrían cambiado tanto. Cuando crucé la meta aquel día supe que había pasado un tren para mí. Gerrans hizo su jugada y le salió bien”
Y acabamos con la primera etapa de Purito en una grande, la llegada de Pla de Beret en la Vuelta de 2013 descrita en un extracto del libro «Estilo Purito»
En la octava etapa Joaquim coge el corte bueno. La carrera va de Cauterets al Pla de Beret. El grupo de cabeza va perdiendo unidades, hasta que el catalán se queda con Aitor Osa en vanguardia…
Esa etapa debió haber sido para Aitor Osa, porque estaba ya decidido desde el coche. Se ve que habían hablado entre los directores. El once tenía la Vuelta a tiro con Isidro y a Banesto la carrera no le estaba resultando.
Yo veía que podía ganarle, pero tenía que acatar órdenes. Todo cambió a falta de dos kilómetros cuando vino Pozo y me dijo: “Dale, a por la etapa”. La etapa era para Osa por favores que se debían unos y otros… Banesto, que no tenían nada por detrás, empezó a tirar a tope y eso cabreó en el once, porque perjudicaba a Isidro en la general.
“Ya le estás ganando la etapa”, me dijo Manolo. A mí se me dibujó una sonrisa en la cara. Yo me veía más rápido y había ido a rueda, no nos vamos a engañar. Pero ojo, que muchos quedaron atrás por el ritmo de Osa y yo aguanté para ganarle la etapa, una etapa en la Vuelta, que no era cualquier cosa.
Imange: Gazzetta di Parma

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Ciclismo antiguo

Milán-San Remo: finales que perduran

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Milán-San Remo Kwiatkowski Sagan JoanSeguidor

El catálogo de desenlaces Milán-San Remo perfila la trascendencia dela cita

¿Cuánto hace que no vemos un sprint en los desenlaces de la Milán-San Remo?

Exactamente desde 2016, desde Arnaud Démare.

Recuerdo esos años, cuando nos preguntábamos, quién rompe San Remo y casi siempre el sprint se imponía.

Kern Pharma

Peter Sagan, Julian Alaphilippe y Michal Kwiatkowski anticiparon los desenlaces precipitados de la Milán- San Remo y desde entonces cada año es una fiesta.

Acontece un par de veces por temporada, dos de esos momentos que ves venir, que anticipas con la seguridad que te van a dejar seco en el sofá: los desenlaces de la Milán-San Remo y el Mundial de ciclismo.

Si en la pugna por el arcoíris suele suceder en las dos vueltas finales -a no ser que tercie un Remco-, en la la primavera acontece en la subida y bajada Poggio.

Una suerte de carrusel de emociones en la que cada gesto, cada trazada y la suerte juegan un papel total para entrar en la historia.

En este magno escenario, han ganado grandes nombres, pero también otros notables ciclistas que tienen en San Remo su mejor logro y que ,en cierto modo, les hace justifica ante la ausencia de fortuna en otros teatros.

En los tiempos recientes recuerdo la victoria de un tipo brillante pero con escaso palmarés como Jasper Stuyven, o los inesperados éxitos de Matt Goos o Gerald Ciolek, hace diez años justo, cuando la lluvia y la nieve obligaron a recortar el tramo central de la carrera.

Es cierto que durante muchos años hemos tenido desenlaces al sprint en Milán-San Remo.

Los años de Zabel, de Freire, incluso los de velocistas como Cipollini o Cavendish, algunas ediciones tuvieron sus cocos en el Poggio pero no lograron romper.

Y es que la clave está ahí, en romper en el Poggio, si no para arriba, para abajo, una tachuela en cualquier carrera que pesa tras casi 290 kilómetros de carrera.

La entrada en las curvas, frenando para no salir despedido, es la mejor imagen de la dureza real del Poggio en cuanto pendiente, otra cosa es la velocidad a la que van las balas.

En todo caso, los años recientes nos han traído ediciones memorables que entran en colisión con eso que muchas veces he leído sobre qué era mejor, ¿la Strade o San Remo? cuando yo creo que no son cosas comparables.

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No me voy muy lejos en el tiempo para marcaros tres desenlaces top de la Milán-San Remo, tres además que son diferentes entre ellos.

En 2014 la  victoria fue para el noruego de casco torcido, Alexander Kristoff

Entonces en el Katusha, el nórdico sabía muy bien que todo lo que no fuera llegar al sprint le iba a complicar la carrera.

Sabedor de las que se lían en el Poggio, él dejó hacer, Nibali fue el intento más brillante, pero sin éxito.

Luego del descenso, ya con la meta en el horizonte, Kristoff adelantó plazas y puso a un ciclista hoy controvertido como Luca Paolini a controlar con tal maestría el grupo que el noruego, hoy en el Uno X, se vio obligado a imponerse con esa fuerza bruta que le caracteriza.

Cuatro años después, hubo quien rompió el grupo en el Poggio y ganó en San Remo

Si en la edición de Kristoff, Nibali se había quedado con las ganas, esta vez no le pasó factura el gran grupo.

Atacó en el momento exacto en el Poggio para coronar con lo justo y descender hasta la Via Roma con tiempo para celebrarlo con Caleb Ewan maldiciendo su suerte.

Y vamos a por la última que quiero reseñar, la de 2017 y el sprint increíble, con roce incluido, entre Peter Sagan, Julian Alaphilippe y Michal Kwiatkowski, un ciclista mayúsculo en estos escenarios, ganador en San Remo tras soldarse a Sagan en el Poggio, cuajar un descenso impecable y la rúbrica en la volata final.

Como veis tres momentos, tres desenlaces diferentes pero todos poniendo en común que la Milán-San Remo es eso, una carrera mágica.

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Ciclismo antiguo

La semana fantástica de Claudio Chiapucci acabó en la Milán-San Remo

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Chiapucci demostró que se puede ganar Milán-San Remo atacando de lejos

Veamos quién era ese Claudio Chiapucci de 1991 en la Milán-San Remo.

Recordar que era el el año posterior a su explosión en el Tour, todos le atribuían su segunda plaza fruto de la escapada bidón del primer día, aquella de Futuroscope.

Casualidad o no, el de Uboldo aguantó hasta muy al final y a Lemond le fue de 24 horas para acabar remontándole antes de llegar a París.

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Esa primavera del 91, todos miraban con curiosidad a Claudio Chiapucci, aunque el suyo no era un nombre que sonara en la salida de la Milán-San Remo.

Aquella tarde de sábado en marzo puso colofón a la 82 edición de la Milán-San Remo, «la más fácil y la más difícil» como me ha dicho muchas veces Eduardo Chozas.

Fácil porque se va mil y el terreno no es quebrado.

Difícil porque hay mil momentos clave y pasa todo tan rápido que acaba ganando siempre el más listo.

Sin embargo la San Remo que gana Claudio Chiapucci pasaría no sólo por la inteligencia en carrera, que también, y sí por un monumento a la fe y el esfuerzo plasmados en una escapada hoy impensable.

Bajo una pertinaz lluvia que en marzo, entre Lombardía y Liguria es heladora, Chiapucci manda a Bontempi arriesgar en la bajada del ¡¡¡Turcchino!!!!.

El descenso que hace el veloz Guido hace estragos y, cuando el pelón enfila la carretera de la costa, ya con San Remo muy al final, la carrera va partida: por delante circula Chiapucci y con él otros perros del calado de Van der Poel padre, es decir Adrie, Lejarreta, Mottet y Sorensen.

Poco después entran elementos tan importantes como Nidjam y Marie, el gran prologuista francés.

Empieza ahí la trituradora de carne, un ritmo endiablado en cabeza que, combinado con el desconcierto de atrás, abre un hueco de cuatro minutos que en ningún momento presagian que esa escapada podía ser la buena.

Pero iba camino de serlo.

En el Capo Mele, Chiapucci impone marcheta y saca de la quiniela de San Remo al mismísimo Mottet.

Luego en la Cipressa, hace lo propio con el resto, salvo Rolf Sorensen, un danés de esos que podríamos llamar ciclista de culto.

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Con un minuto escaso, Chiapucci y Sorensen se plantan en la base del Poggio, en el que Claudio, el gran Claudio, tiene un ataque, otro, reservado para Rolf.

Chiapucci coronaría solo el Poggio y de ahí hasta la meta de San Remo

El mismo Chiapucci de Val Louron, meses después, firmaba un éxito antológico, el mismo que esa misma semana había ganado un sprint a los velocistas y una cronoescalada en nuestra querida Setmana Catalana poco antes.

Así era Don Claudio, un rival íntimo de Miguel que quisimos casi tanto como al mismísimo Indurain.

Imagen: RTBF

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Ciclismo antiguo

Sean Kelly, 7 París-Niza en blanco

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¿Quién puede igualar a Sean Kelly en la París-Niza?

Qué bonita era la París-Niza cuando el líder iba de blanco, cuando la veía con Miguel Indurain, con Laurent Jalabert, con VDB y con King Kelly.

De esos años guardamos imágenes imborrables que protagonizaron los más grandes del momento porque en esta carrera no ganaba un cualquiera, aunque más complicado veo que cualquiera iguale a Sean Kelly en el palmarés de la París-Niza.

Jean de Gribaldy siempre tuvo ojitos para su querido Sean Kelly, ese irlandés trabajador, de raíces campesinas, cuyo talento impresionó a uno de los grandes directores de la historia del ciclismo, trayéndoselo ya en 1976, mucho antes de empezar su gran ciclo en París-Niza.

Fichar por el Flandria fue el primer paso de Kelly para convertirse en el gran dominador de toda la historia de la carrera hacia el sol, la París-Niza, en un periodo de dominio que no sólo impresiona por la propia carrera, siete triunfos seguidos, también por la historia del ciclismo en general.

Corriendo en el equipo de Gribaldy, nuestro querido irlandés tomó buena nota de cómo el «ganalotodo» Freddy Maertens gestionó su triunfo en la carrera que se distinguía por su maillot blanco.

Entre otras sutilezas, Kelly asistió ante su compañero belga a una genial gestión de las bonificaciones para sacar el premio más grande posible.

A los pocos años el maestro Maertens vio cómo el alumno le tomaba el rebufo y le superaba en la historia.

Sean Kelly firmó su primer triunfo en la París-Niza en 1982, líder camino de Saint-Étienne, cinceló su primer trofeo en el que sería su feudo por años, la cronoescalada al Col d´ Èze, epílogo habitual durante tantos años en la carrera.

Gilbert Duclos Lassalle y Jean Luc Vandebroucke acompañaban al astro irlandés en la primera travesía blanca.

A la siguiente, 1983, Kelly no sólo gestionaba como Maertens, también era capaz de dar golpes de teatro que dejaban secos a sus rivales como la subida a Tournon o la etapa de Miramas, repitiendo en Mandelieu, para desespero de Zoetemelk, y renovando corona el Col d´ Èze.

Ese era Sean Kelly, guante de seda, golpes demoledores en la carrera con la que se mimetizó durante años, abriendo el repertorio a todo tipo de triunfos, a través de múltiples exhibiciones

Como en 1984, cuando demostró que no sólo daba lecciones de cara al liderato y sí por el puro y simple gozo del público, como en la llegada en la que se impone al sprint a Eddy Planckaert en Bourbon-Lancy, lejos aún de los momentos decisivos de la carrera.

Estos llegarían, por ejemplo, en el Chalet-Reynard, donde Eric Caritoux, semanas antes de ganar la Vuelta a España, le mantuvo controlado el rebaño de rivales, entre los que se contaban Hinault, Millar, Vichot y Rooks,

1985  sería una edición extraña para Kelly, en una carrera marcada por el frío intenso, el irlandés ganaría su cuarta París-Niza sin triunfo de etapa.

La presión de su compatriota Stephen Roche le llevó a ir a lo práctico, a pesar de que en el Col d´Èze, Roche diera cuenta de Kelly por un segundo.

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Ya con los colores del Kas, Sean Kelly renovaría a lo grande su dominio en la carrera, con una edición que no tuvo otro líder que su persona.

Desde el prólogo de París al epílogo en las alturas de Niza, en el Col d´Èze, Kelly no dejó nada para los demás: en el podio le acompañaron dos integrantes del cajón del Tour de ese año, Urs Zimmermann y Greg Lemond, casi nada.

1987 y Kelly sumaría su sexto triunfo: una carrera marcada por una igualdad terrible con Roche, en vísperas de sus grandes triunfos, que se rompería por un pinchazo de Stephen en el sector matinal de la jornada final.

La última victoria de Kelly llegaría al año, en una edición marcada por la muerte meses antes del diector de la carrera, Jacques Anquetil.

En ruta, Kelly homenajea a maitre Jacques con un triunfo final que selló, no podía ser de otra manera, en el Col d´ Èze.

Y es que esta cima, que está tan presente también hoy, en la jornada express por los alrededores de Niza, es sin duda el sitio que deberíamos escoger para tomar medida del monumento que Sean Kelly le hizo a la París-Niza, pues tomando el inicio de subida a diez de la cima, el irlandés tiene aún hoy el mejor registro de siempre 19´45´, el que marcó en la edición de 1986.

Tras sus tiene triunfos, empequeñecen los cinco de Anquetil y los tres de Merckx, Zoetemelk y Jalabert.

Imagen: Paris-Nice

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Bartoli en 5 esenciales

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Cuando estaba en forma, Michele Bartoli era un huracán

De esos ciclistas que seguro, pase lo que pase, recordarás con el tiempo, no importa cuánto pase, cuándo lo pienses, Michele Bartoli fue uno de los ciclistas que más me marcó en los noventa.

Y no sabría decir un motivo en concreto, quizá fuera esa amalgama de imágenes, de omnipresencia en la carrera, un ciclista al que le encantaba que le diera el aire, que firmó en una Lieja, una de las victorias más increíbles que le recuerdo a alguien que competía en minoría.

Recupero la rueda de Michele, y ahí van mis cinco rasgos…

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Corredor competitivo en muchos frentes

En dos años, Michele Bartoli fue capaz de ganar el Tour de Flandes y la Lieja-Bastogne-Lieja.

Su polivalencia en clásicas quedó probada en casi todos los terrenos, pues pasó de largo de Roubaix.

En las grandes, tentó un poco en el Giro 1998, donde logró su primer gran triunfo, en una etapa de 1994, pero quedó claro que las generales eran demasiado para él.

Una pose que rozaba lo pornográfico

Su forma de correr, ese ánimo ofensivo, maridó perfectamente con su acople a la bicicleta.

Cuando se agarraba de abajo y se erizaba como un gato se desataba la tormenta.

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Un palmarés de capricho

Su medio centenar de triunfos no sólo es cosa de cantidad, y sí de calidad.

Bartoli ganó cinco monumentos y pudo haber sido alguno más.

Abrió la cuenta en el Tour de Flandes, con un ataque demoledor en la capilla, cuando ésta era decisiva en la carrera, un poco como ahora la Het Nieuwsblad.

Le siguieron dos Lieja-Bastogne-Lieja y ya más mayor, sendos Giros de Lombardía.

Ojo con el valor y la dificultad de ganar un monumento, que Michele sumó hasta cinco.

San Remo y Mundial, sus asignaturas pendientes

En ese bagaje de lujo, le quedó la «pena» de no llevarse ni la Milán-San Remo ni el Mundial.

Especialmente doloroso fue su bronce en Valkenburg, cuando Camenzind se le adelantó, siendo el gran favorito.

Su cara en el podio era un poema, el mundial para cualquier ciclista es lo increíble, para un italiano, el viaje al cielo.

¿Una carrera? Lieja de 1997

Aquello fue un abuso, una carrera de esas que nunca olvidas, un frenesí de no sé cuántos kilómetros en un pulso a tres con Bartoli entre dos ONCE, Zulle y Jalabert, para más señas.

Escapados con ambos, el italiano no se cortó ni un pelo, entró a los relevos y encajó todos los golpes hasta que, a menos de un kilómetro de meta, hizo del muro de Ans la tumba deportiva de Jalabert.

Aquel día, el bicho fue demasiado, como lo sería Vandenbroucke para él un par de años después.

Imagen: L´Equipe

 

 

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