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Ciclismo antiguo

Charly Gaul, el ciclista que hizo grande Luxemburgo

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Cuando la carretera miraba al cielo, Charly Gaul trepaba como un ángel

Charly Gaul, el famoso ciclista de otros tiempos, oriundo del Ducado de Luxemburgo, y más concretamente nacido en la localidad de Pfanffentnal, con data el 6 de diciembre de 1932, es decir casi 90 años, fue un corredor de los que dejaron huella en los anales históricos del deporte de las dos ruedas y muy particularmente a raíz de sus actuaciones sobresalientes en las altas cumbres.

Podemos afirmar que fue una estrella rutilante que brilló con cierta soltura en estas lides del pedal  cuando la carretera enfilaba cuesta  arriba, hacia la cima de turno. En su época la supremacía desplegada en esta modalidad podía paragonarse o ponerse en paralelo a la realizada en campaña por nuestro conocido representante español apelado Federico Martín Bahamontes.

Años más tarde, surgió en este campo y como escalador también nato el malogrado italiano Marco Pantani, que se mostró igualmente muy belicoso en los puertos de alta montaña. Campeones de esta índole no surgen así como así todos los días. Son estrellas que surgen de manera intermitente en el firmamento rutero.

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Un meteoro llamado Gaul

Sabido es que este pequeño Ducado de Luxemburgo, situado en frontera al lado de Francia, Bélgica y Alemania, no era tierra de campeones. Como excepción cabía señalar a un tal François Faber, que se permitió el lujo de ganar el Tour del año 1909, y, años más tarde, a Nicolás Frantz, más popular en los ambientes ciclistas, que llegó a París como vencedor en las ediciones pertenecientes a los años 1927 y 1928. En aquel diminuto país, sin apenas tradición ciclista, surgió inesperadamente aquel famoso meteoro llamado  Charly Gaul, que pronto se hizo valer en los foros internacionales.

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Para los que hemos tenido la oportunidad de seguir de cerca las hazañas vividas en aquellos tiempos de antaño, cuando el deporte de la bicicleta se valía más de la individualidad del individuo más los protagonismos colectivos, léase movimiento actual, nos es fácil recordar con cierto entusiasmo aquellas gestas un tanto heroicas escritas sobre el asfalto por los verdaderos esforzados de la ruta. Queremos hacer mención ahora de este corredor luxemburgués de excepción que en estas fechas precisamente son coincidentes con el décimo aniversario de su muerte acontecida en el 2005.

Cabe afirmar sin lugar a dudas que Gaul, con su estatura de un metro con 73 y un peso liviano de 64 kilos, fue y ha sido el corredor ciclista de más prestigio que ha dado el Gran Ducado, más que los mismos hermanos Schleck, compatriotas fugaces si se quiere.

Es razón más que suficiente el anotar sus dos victorias absolutas en el  Giro de Italia, y  una en el Tour de Francia, en un plazo corto de tiempo, entre los años 1956 y 1959, en su época pletórica dorada. Su carrera activa y básica se centró en el periodo comprendido entre  la temporada de 1953 y su final en 1965; es decir, traducido en trece años dándole a los pedales, una faceta que se encuadra dentro de la normalidad. En el compendio de este tiempo logró oficialmente 52 victorias que engrosaron a su historial, una cifra de todas a todas nada despreciable.

Ágil como una gacela cuesta arriba

El luxemburgués tenía una capacidad de resistencia admirable dentro de unos cánones de excepción. Cultivó severamente su mejor arma que era la montaña. En aquellos tiempos las altas cumbres diseminadas a lo largo de las pruebas de largo kilometraje tenían un peso específico incalculable y hasta decisivo. Los futuros vencedores se valían de aquel privilegio. Hoy, en cambio, el prisma de la contienda marca otros derroteros y otras estrategias. A Gaul, sí lo recordamos, daba gusto el verle pedalear, el contemplar  su marcha  frenética cuando atacaba sin piedad a sus adversarios más directos, imprimiendo sobre sus piernas un ritmo acelerado y sin pausa. Nuestro Federico Martín Bahamontes, su rival más contundente, sabía bien de sobras lo que Gaul alentaba cuesta arriba. Sin pecar de ser exagerados, diremos que los dos marcaron en este sentido un hito positivo y emotivo a favor del ciclismo.

El Giro y el Tour, su hoja de ruta

A Charly Gaul los cronistas le asignaron variados adjetivos o apodos de elogio. El más elocuente fue aquel cuya transcripción se transparentaba bajo el título: “El ángel de las montañas”. Dentro del esfuerzo que realizaba, aparecía con su rostro inmutable y pétreo que no delataba el dolor que sufría su físico cuando la carretera se enfilaba hacia la cima perdida de un puerto. Contemplar su ágil pedaleo y hasta al son musical de su ritmo constante, era un espectáculo único que no olvidaremos. Todo nos hacía imaginar que salvaba la distancia con sendas alas invisibles atadas a los pies. Era un espectáculo digno que daba cierta conmoción  para los que sentimos de cerca las grandezas que encierra este viejo deporte.

Por encima de todo, Gaul, aparte de ser un escalador excepcional, se desenvolvía más holgadamente en las carreras por etapas de largo kilometraje. Aunque sus prestaciones fueron ya conocidas y justamente divulgadas, destacó su tercer puesto en el Tour de Francia del año 1955, tras el francés Louison Bobet y el belga Jean Brankart. Consiguió, además, el Gran Premio de la Montaña, título que repitió al año siguiente.

El Tour que le fue más propicio fue el de l958, que venció sin paliativos sobre el italiano Vito Favero y el francés Raphael Geminiani, con victorias en las dos etapas de contrarreloj individual con meta en la cima del Mont Ventoux, y, días más tarde, en Dijon. Apuntamos, además de corrido, un majestuoso y victorioso recital llevado a cabo en el corazón de los Alpes, en la etapa que finalizó en Aix-les-Bains.

Recordamos también el protagonismo llevado a cabo por aquel dúo  denominado Bahamontes-Gaul, con una estocada certera lanzada en el collado de Romeyère, en la etapa Saint-Étienne-Grenoble. Fue en aquella memorable jornada en donde el toledano Bahamontes vistió la camiseta amarilla como líder del Tour, que llevaría con toda honra hasta París ante el pasmo de miles y miles de aficionados. Eso en el año 1959, un Tour que no se nos va de la memoria.

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El Giro de Italia, con todo, fue una prueba siempre apetecida por el corredor luxemburgués. Dio la campanada en el año 1956, gracias a la célebre etapa de las Dolomitas, en la cual se afrontó el temido Monte Bondone. En aquella jornada dantesca hubo de todo: lluvia, granizo, nieve y desatadas borrascas de viento.

El resultado fue que más de la mitad de participantes abandonaron la contienda, incapaces de resistir las pésimas condiciones climatológicas. Gaul, el gran vencedor del día, pasó de ocupar una vigesimocuarta posición desdibujada en la clasificación general a conquistar la camiseta rosa que distinguía al líder, llegando a Milán en apoteosis. Tenía tan sólo 24 años. Volvió a ganar en 1959. Logró por dos veces ser tercero en los años 1958 y 1960, y un cuarto en 1961.

Colofón final

Abandonó quizá algo pronto el duro deporte ciclista: a los 33 años. Un anuncio cayó un tanto de sorpresa; sin hacer ruido, en silencio. Se puede afirmar para los que tuvimos la suerte de conocerle personalmente, que era, por encima de todo, un hombre sencillo y sin alardes de pedantería como les acurre a tantos otros, sumergidos en la fama.

Era un hombre modesto y a la vez impenetrable; con aquella frialdad que su faz reflejaba frente a los sufrimientos que le ofrecía la ruta. No se nos olvida su diminuta e inconfundible figura, cuando se perdía como una exhalación tras unas revueltas en acusada pendiente. Fui testigo afortunado, singularizo diciéndolo, como seguidor cercano a sus proezas ciclistas, especialmente en el Tour de Francia, que me compensó con un buen signo.

Charly Gaul, con sus recitales, nos mostró las excelencias que me ha brindado este deporte. Es para mí una satisfacción el haber podido plasmar, siquiera someramente, algo en torno a este campeón a todas luces un tanto singular y muy propio en sus actitudes.

Por  Gerardo Fuster

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1 Comentario

1 Comentario

  1. Vicente Díez

    25 de enero, 2022 En 20:00

    Creo que Gaul falleció antes de 2005, pues en el homenaje que se hizo a los vencedores vivos del Tour, ya comentaban que recientemente (año 2003), Gaul había fallecido y que poco antes, se había vuelto uraño y solitario. El decano de aquel homenaje fue Ferdi Kubler. Hoy lo es F. Bahamontes.
    En cuanto a su sobrenombre fue «el Ángel de la Nieve», por el Giro 1956 y no «el Ángel de la Montaña». Fue más completo que Federico, pero éste le superaba en las cimas, la mayoría de ocasiones.

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Ciclismo antiguo

París-Niza 1989, el primer gran Indurain

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Con esa victoria en la París-Niza, Miguel Indurain se postulaba en los escenarios grandes

En el baúl del recuerdo, mirándolo ahora, y gracias a la invitación de los amigos de Pedal Vintage, uno se percata del valor que tuvo aquella París-Niza de 1989 para Miguel Indurain.

El mocetón ya había dado algunas claves de su clase, un crecimiento contenido bajo las recomendaciones de reputados médicos que hablaban del portento que estaban cultivando en el inolvidable Reynolds.

El año anterior, 1988, había formado parte del equipo que acompañó a Perico en su Tour, con ese famoso capítulo del Peyresourde en el que empezó a descolgar a gente y casi se quedó solo.

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A las pocas semanas ganaría la primera de sus tres Voltas.

Pero el año 1989 fue otra cosa, fue pisar suelo francés y seguir su idilio con el país vecino, donde ya había triunfado en un Tour de la CEE, lo que hoy sería el Avenir.

En esa París-Niza, Miguel Indurain anticiparía cosas que habrían de pasar durante los años venideros.

El inicio en París, lo ganó el prologuista por excelencia, Thierry Marie, pero con Indurain ceca, a cinco décimas de segundo, y por delante de los dos grandes favoritos, Laurent Fignon y Stephen Roche.

El navarro ya había puesto el pie en la carrera y de ahí nadie le apartaría, ni siquiera una mala crono por equipos de 58 kilómetros en medio de una carrera de una semana de duración.

Aquel era otro ciclismo.

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Pese a la mala crono por equipos, y eso que Reynolds iba con Gorospe y Mauri, entre otros, Indurain utilizó un par de jornadas consecutivas para de remontarle el minuto veinte que el joven Laurent Bezault, el «nuevo Jeff Bernard» le llamaron, le había tomado al final de aquel test colectivo.

Fueron dos movimientos tan significativos como premonitorios.

En el Mont Faron, Indurain se pone en cabeza del grupo de los grandes desde el inicio, y hace de la preciosa subida a orillas del Mediterráneo el primer gran filtro de la carrera.

Uno a uno, un goteo sin fin tras la estela del ciclista del Reynolds que le sacó los colores hasta el mismo Stephen Roche, el gran favorito, toda vez que Laurent Fignon se había retirado (ganaría en San Remo a los pocos días.

Al día siguiente, una jornada de media montaña hace el resto. a poco de coronar el Col de Vignon, el vigente ganador del Tour, Pedro Delgado hace destrozo en el pelotón y lanza a su compañero cuesta abajo.

Miguel Indurain cogería al fugado, su futuro compañero en Banesto, Gerard Rué, y entre ambos disparan la diferencia hasta más allá del minuto.

Con el navarro de líder, sólo quedaba defender la renta en el Col d´Eze ante el «hiperespecialista» Stephen Roche quien se queda a 13 segundos de la gesta.

Sin saberlo, había perdido el irlandés ante el inminente monstruo del ciclismo, un poderío latente que en ese 1989 despertó del todo, incluso en el Tour, en un lugar llamado Cauterets.

Imagen: @crstobalcabezas

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Ciclismo antiguo

Briançon, Lieja & Valkenburg, las 3 esquinas del ciclismo

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Grandes vueltas, monumentos, ciclocross… esto ocurre en Lieja, Briançon y Valkenburg

Hay lugares en el bello globo bendecidos por la naturaleza, la belleza o el azar. En ciclismo hay tres en concreto que beben de su ubicación y extraordinaria tradición. Supongo que podréis añadir alguno más, pero a mi se me ocurren estos tres: Lieja, Briançon y Valkenburg.

La primera la conocéis de sobra, es noticia una vez al año, fijo, cuando no más.

Es la cuna de la decana, la Lieja-Bastogne-Lieja porque era el trayecto que encajaba para que los periodistas fueran y vinieran en tren el día de carrera, siguiendo al pelotón.

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Por Lieja además pasa el Tour de forma recurrente, si no es directamente, en tránsito

Por Lieja discurrió incluso una edición de la Vuelta a España y en Lieja se han jugado varios campeonatos del mundo.

Incluso Lieja ha albergado el mundial, recuerdo uno en tiempos de Mariano Cañardo cuando los italianos monopolizaban la contienda.

Luego está Briançon, ahí en el valle, encajada entre Izoard y Galibier, en medio de un océano de cimas con nieves perpetuas, en una encrucijada, cerca de Italia, de Sestriere, la puerta al valle de Aosta.

Briançon y su ciudadela han visto el mismo año el Giro y a las pocas semanas el Tour de Francia 

Si no es final de etapa, es ciudad de paso. En el olimpo de los lugares ciclistas, está tocada.

Ciudades bendecidas por el ciclismo: Lieja, Briançon y… Valkenburg.

Aunque si queréis que os seamos sinceros, lo de Valkenburg es rizar el rizo.

Encajada en el Limburgo, la ceja de las Árdenas donde los Países Bajos dejan de ser bajos.

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En el corazón de la vieja europa la ciudad neerlandesa es al ciclismo lo que Old Trafford al fútbol, la catedral del circo de las dos ruedas, un idilio del lugar, de la gente y el paisaje con la bicicleta.

Valkenburg tiene por descontado el ciclismo anualmente siendo ciudad de paso, mil veces, y meta de la Amstel Gold Race, la fiesta nacional neerlandesa de la bicicleta y el ciclismo.

Valkenburg ha puesto en el mapa un enclave como el Cauberg, la violenta subida en la que Philippe Gilbert hace estragos, habiendo ganando varias veces la Amstel Gold Race y siendo, incluso, campeón del mundo.

La ciudad del Valkenburg, modesta en dimensiones y población ha sido sede de los Campeonatos del Mundo de ciclismo en carretera cinco veces. Nada más y nada menos.

Cinco mundiales de ciclismo han acontecido en Valkenburg

Viajamos a 1938 y conocemos a marcel Kint, alemán, que se convierte en campeón mundial.

Diez años después, y tres ediciones más allá, por el paréntesis de la Segunda Guerra Mundial, Valkenburg corona a Alberico Schotte, el belga que sacó petróleo de la increíble rivalidad de Bartali y Coppi, anulados en un marcaje imposible.

Año 1979. Jan Raas, el especialista en la Amstel, saca oro de Valnkenburg que bate al sprint a Thurau y Bernaudeau.

Ya en el 98, Oskar Camenzind, suizo de Mapei, se corona campeón el día que todos miraban a Michele Bartoli bajo el diluvio de septiembre limbugués.

El Tour tambièn ha aterrizado por Valkenburg, dos veces además. Ganaron Giles Delion, prometedor francés, en 1992, y Matthias Kessler, alemán de final infeliz, en 2006.

Pues bien, con este bagaje, con una infinidad de carreras, pruebas y eventos relacionados con las dos ruedas, el Campeonato del Mundo de ciclocross aterrizó hace cinco años en Valkenburg.

Imagen: G.Demouveaux

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Ciclismo antiguo

1994: La Flecha Valona que cambió el ciclismo

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Nada fue igual tras la Flecha Valona de 1994 y los azules haciendo pleno

La primera parte de los noventa se tiene como la época más oscura de la historia del ciclismo y muchos toman la Flecha Valona de 1994 como el cénit.

No son pocos los testimonios que hablan de un ciclismo psicodélico, de corredores que no corrían, volaban, de cosas raras, de podencos hechos caballos de carreras,…

Testimonios no faltan.

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Dos son elocuentes. Greg Lemond justifica parte de su declive por las dos velocidades de aquel ciclismo, un salto de rendimiento que apuntaba una sustancia cuyas siglas eran EPO. David Millar habla en su libro de sus primeras carreras como algo inalcanzable, no había ni roto a sudar que el pelotón ya les había dejado de rueda.

#DiaD 20 de abril de 1994

En el año 94, la Vuelta a España seguía disputándose en abril.

En la antesala de la misma estaba el tríptico de las Ardenas, pero en orden diferente al actual. Una semana después de Roubaix, se corría la Lieja, luego la Flecha Valona y finalmente la Amstel, posteriormente vendría la Vuelta que en esa ocasión dominaría a placer Tony Rominger.

La Flecha Valona se presentaba como la reválida para Eugeny Berzin. El ruso de rubia cabellera había ganado en Lieja días antes y era la punta de lanza del potente Gewiss. Por nombres el equipo celeste copaba las apuestas, sin embargo, los italianos no querían ganar, querían sencillamente coparlo todo.

En el llano que precedía el muro de Huy, Berzin, que iba insultantemente fácil, tomaba unos metros sin que nadie osara seguirle, salvo sus dos compañeros Moreno Argentin y Giorgio Furlan. En la cima de Huy Argentin culminaba la masacre, siendo primero por delante de sus dos colegas.

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Ellos ruedan y nosotros nos quedamos. Hacen que ir en bici parezca sencillo, no necesitan ni preparar estrategia alguna” dijo Gérard Rué, el gregario de Miguel Indurain, preso de la incredulidad.

Los peores temores que circulaban por el pelotón se hacían realidad y las sospechas no tardaron en plasmarse cuando al día siguiente en una conversación entre Michele Ferrari y varios periodistas, en una pedanía de Lieja, el galeno afirmaba sin pudor:

Si yo soy ciclista y sé que hay una sustancia que mejora el rendimiento y otros la usan, yo también la utilizaría. La EPO no es mala, sólo lo es si abusas de ella, como si te atiborras de zumo de naranja”.

En efecto, el ciclismo de dos velocidades ya era un secreto publicado y público, la caja de pandora se había abierto, estallaría en pocos años…

Imagen: Cronoescalada

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Ciclismo antiguo

Amstel Gold Race by Jan Raas

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Nadie dominó la Amstel Gold Race como Jan Raas

Jan Raas fue una de las esas buenas figuras que tuvo el ciclismo a finales de los setenta y principios de la siguiente, que hizo de la Amstel Gold Race su feudo, se la llamó «Amstel Gold Raas».

Nacido en 1952, fue posiblemente el primer ciclista con pinta de intelectual.

Todo un espejo donde se miró el maître Fignon.

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Fue posiblemente el gran valedor de esa megaestructura neerlandesa llamada Ti Raleigh comandada por Peter Post.A Raas la victoria le gustaba más que a un tonto un lápiz 

Era perrete, parecía italiano más que ciudadano del respetable reino neerlandés.

Gustaba, además, de tomar el pelo a los rivales.

Su último gran triunfo fue en el Tour de 1984, una etapa donde puteó con tino al visceral Marc Madiot, hasta que le rebañó la victoria toda vez que le había asegurado que no estaba para dar relevos.

Sin embargo tuvo gestos encomiables, como cuando renunció al amarillo en un prólogo muy condicionado por la furiosa lluvia.

Eso sí, al día siguiente se empleó a fondo para vestirlo en buena lid.

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Éste era Jan Raas

Integraron con él el Ti Raleigh, Gerrie Knetemann, Henk Lubberding y un ciclista de apellido impronunciable, Bert Oosterbosch, quien posiblemente alimente parte del exorcismo presente que mantienen en Países Bajos frente al dopaje.
El de Eindhoven pudo ser por edad y ciclo competitivo uno de los pioneros en el uso de EPO.
Hay opiniones encontradas, pero lo que es constatable es que fue encontrado muerto por paro cardiaco a la edad de 42 años.
Con el tiempo Raas sería mentor de otro gran equipo holandés, la Buckler, ese bloque de los noventa compuesto por tremendos gigantones, el origen del actual Jumbo.

En 1977 Jan Raas ganó su primera Amstel, poco después de hacerlo en San Remo

Abrió por entonces el mejor periodo jamás logrado a título individual en la fiesta ciclista nacional y holandesa.
En sus orígenes, la Amstel debió partir de Amsterdam para acabar en la zona del Limburgo, lo que viene a ser la única montaña del plano estado bañado por el mar del Norte.
Las primeras salidas se tuvieron que ir finalmente a Breda, donde la rendición.
Mucho más joven que sus coetáneas valonas, la Amstel nació en 1967 si bien antes su creador, Herman Krott, logró que la empresa cervecera patrocinara un equipo amateur.
La Amstel surgió en cierto modo como culminación a los muchos critériums que poblaban el calendario nacional.
Eran muchos pero casi sin entidad.
Los Países Bajos que tan buenísimos ciclistas tenían necesitaban un acontecimiento de primer orden.
Si Limburgo es su hábitat, el Cauberg, su faro.
Raas tiene aquí su lugar fetiche, pues al margen de ser campeón del mundo, encadenó cuatro éxitos aunque alguno embarrado en la polémica como en un raro transitar de los coches de carrera que le acabó por beneficiar frente a Francesco Moser en 1979.
El ciclo de Raas lo interrumpió Bernard Hinault, cuando lo relegó a la quinta plaza una vez batió a De Vlaeminck.
Al siguiente Raas volvería a ganar.
Cinco veces campeón, el fenomenal ciclista tulipán es destacadísimo recordman de esta carrera pues lejos se ubican Knetemann, Merckx y Jaermann, dos veces ganadores, y Gilbert, con triple corona cervecera

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