Mundo Bicicleta
Trek Émonda SL7 Disc: la coleccionista de puertos
Comodidad con ligereza nos dan la clave del placer de la escalada con la Trek Émonda SL7 Disc
Tocamos el tubo horizontal de la Trek Émonda SL7 y el ruidido del carbono en nuestras manos hace las primeras delicias.
Esta Trek Émoda SL7 es una bicicleta sobria, de líneas clásicas.
Es de la familia de escaladoras de Trek, la firma de Waterloo, Wisconsin, que nos explicó no hace tanto cómo tratar el carbono para sacarle las mejores prestaciones.
Sacamos la máquina de la baca y apreciamos que la ligereza es un aliado en esta aventura.
Colosos de los Pirineos nos esperan allí arriba, entre las brumas matinales y un fresquito que invita a montar la flaca.
Apoyamos nuestra Émonda en la pared y apreciamos esa geometría sobria que decimos, sencilla, sin altivez.
Buscamos respuestas, rendimiento y la bicicleta se nos abre como un libro.
Es una libro de páginas blancas que escribimos en rampas del ocho y nueve por ciento, falsos llanos que conectan tramos duros, hasta llegar a esa paella llena de coches, una curva de 260 grados que nos encara al Pic de Midi.
Es el Tourmalet, y en sus faltas deshojamos las virtudes de una máquina echa para comer kilómetros.
Esta Émoda es cómoda, ligeramente reclinados empezamos a subir: mano en la parte alta del manillar, un encintado que permite ir casi sin guantes y un pedaleo cómodo, fluido que trepa por la loma.
Miramos abajo, al asfalto, y nos recuerda su nombre…
El horizontal es un tubo plano, el resto son formas redondas.
La subida es más sencilla con esta burra, está hecha para desniveles que afrontas sin temor a quedarte clavado.
Juegas con las coronas traseras, un cambio electrónico, arriba y abajo, la máquina responde a cada demanda, aprovechas los momentos que la cadena no va en tensión y la cosa fluye.
¿Su peso? son 7,7 kilos, eso con frenos de disco habla de lo apurado que está el trabajo en esta máquina.
Es como si a este diamante lo hayan lijado por cada recodo que podía ser lijado.
Salvas los desniveles más elevados con el piñón de desahogo, una corona grande pero eficaz.
Dos, tres tramos a lo sumo reclaman ponerte de pie sobre la máquina, lo demás sentando, con esa corona que da un plus en la pedalada, una pedalada que sigue siendo firme, que no es molinillo, que exige vatios, pero que no consume el físico.
Es una sensación placentera, te ves fácil sobre el tapiz de un puerto mítico, subes bien porque la máquina en su entraña está concebida para tirar metros verticales, ganar altura y coger distancia.
Su casette de doce velocidades proporciona buena cadencia, armonía con el entorno.
Y es todo muy de Trek, desde la línea de la máquina, al acople del asiento, ese encaje que le quita sufrimiento al cuadro.
Un cuadro que da la rigidez necesaria en la bajada, ahí donde afloran las grandes prestaciones de preciosidad.
Entras rápido en la curva, y la bicicleta responde, luego, en las rectas te ofrece buenas puntas de velocidad sin necesidad de forzar, es la propia inercia, el devenir de las cosas.
Una pieza para grandes jornadas, que sabes que va a responder, que combina esa comodidad que buscamos los que estamos en esto por puro placer, con las prestaciones de un carbono ultraligero.
Un detalle para todos los públicos: cables por fuera, sin necesidad de esconderlo todo, menos estético, quizá, más funcional, desde luego, cualquier problema o avería se solucionará más fácil.
La puesta a punto en nuestra tienda de confianza, Corbike
Una bicicleta que demuestra que el trabajo viene de lejos, pues no supone grandes novedades frente a los modelos anteriores.
Los Pirineos nos dieron la medida, la Sierra de Madrid, con nuestro tester Dani Luque, lo corroboró.
Todo sobre esta preciosidad, aquí
Ciclismo antiguo
Mende siempre será la cima Jalabert
Aquel día en Mende, Jalabert puso en jaque el quinto Tour de Indurain
Mende, dia D ¿qué te parece que llamen al lugar Montée Laurent Jalabert?
«Si te soy sincero me da bastante igual, quizá hubiera tenido sentido llamarle así al año siguiente pero…»
A Jalabert, aquel día hacia Mende, le secundaba el mejor Melchor Mauri jamás visto junto al australiano Neil Stephens.
Con ellos Massimo Podenzana, Dario Bottaro y Andre Peron. Los seis habrían de abrir un hueco más allá de los nueve minutos.
En Banesto no daban crédito.
Las piernas de los gregarios de Indurain al unísono no enjuagaban el desperfecto. Surgieron entonces varias tesis. A cola del pelotón se fraguaba la ayuda de otros equipos. El manejo de José Miguel Echávarri dio frutos apetecidos para mantener a raya la afrenta de Jalabert.
Mundo Bicicleta
En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo
«En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo; ante este gigante, sólo podemos quitarnos el sombrero y saludar con modestia»
La frase de Henry Desgrange, el padre del Tour, exclamada en 1911, define a la perfección lo que el ciclista siente cuando se tiene que enfrentar al gigante alpino en un terreno grandioso, inexpugnable hasta aquel entonces, donde incluso los más grandes campeones empequeñecen ascendiendo por su carretera ganada a los hielos, que cubren tres cuartas partes del año alcanzando los siete metros de manto blanco bajo las órdenes del general Invierno.
Territorio hostil, en su cumbre a 2645 metros sobre el nivel del mar reina el silencio y solo nos queda admirar. Y meditar. Por encima de la cota 2000 hay poca vida en sus laderas, quizás alguna marmota que se despereza del letargo hibernal, pero la actividad humana es prácticamente nula. Es el triunfo de la naturaleza sobre el hombre, en toda su expresión, un monumento hecho montaña donde solo llegar hasta allí arriba supone una victoria y ganar, la gloria, tocando el cielo con las manos.
Así debió sentirse Émile Georget -igual que Neil Armstrong cuando pisó la Luna-, al ser el primer hombre en pedalear por el túnel abierto en su cima, porque el francés, a diferencia del norteamericano, no puso pie durante las 2 h y 38 minutos que invirtió en toda su ascensión, «una gesta sin precedentes en los anales del ciclismo», tal y como tituló L’Auto en su portada del 11 de julio de 1911.
Siguiendo con la analogía, el mismo diario aquella fecha podría haber definido la épica etapa como un pequeño paso para el ciclista pero un gran salto para el ciclismo mundial y el Tour, que con aquella montaña adquiría una nueva dimensión.
El túnel que la mayoría de vosotros conocéis ya estaba abierto en aquellos años, ya que fue nada menos que en 1891 cuando se construyó para comunicar a los vecinos de la Saboya con los de la Provenza, bajo 90 metros de piedra y roca y 365 de largo, tantos como días tiene el año. Poco se podían imaginar que 20 años más tarde alguien montado en aquel invento reciente sería capaz de semejante hazaña.
Le habrían tachado de loco, de lunático, pero así fue para asombro de los aficionados a este increíble deporte que se engancharon a un espectáculo sin igual en el que los ciclistas «fueron capaces de ser alados y elevarse hasta unas alturas donde ni siquiera llegan las águilas», como también pronunció en su día el propio patrón de la Grand Boucle.
Por aquí volaron Fausto Coppi en el Tour del 52 «escalando como un teleférico deslizándose por su cable de acero» (Goddet), Charly Gaul en 1955, Bahamontes en el 64 o Anquetil dos años más tarde en una de sus mejores vuelos.
El Galibier es un paso de montaña casi tan viejo como la propia Humanidad. Se dice que esta ruta se fue trazando siguiendo los pasos de contrabandistas y vendedores ambulantes que desafiaban el frío y las ventiscas de nieve incluso en verano. Acceder a uno de los otros valles era como hacerlo a la cara oculta de la Luna, a un territorio desconocido, otro mundo.
Sin embargo no fue hasta 1979 cuando el coloso da su estirón definitivo y crece nada menos que 89 metros, alcanzando los 2645 actuales. En efecto, el viejo túnel se resintió de una sus bóvedas y amenazaba con desplomarse de un momento a otro.
Se cerraron sus grandes portalones de madera durante 25 años y se construyó una nueva carretera para cruzar el paso en forma de curvas diseñadas «a la mula», mil metros más de escalada al 10%, convirtiéndose en el tramo más duro de toda la ascensión, siendo Lucien Van Impe, aquel mismo año, el primero en estrenarlo pasando en solitario en cabeza.
Aunque las puertas del túnel fueron abiertas de nuevo en el año 2003, después de las reformas que ya permitían el paso incluso de autocares, el Tour prescinde de él y prefiere el nuevo tramo que lleva a la cima, para disfrute de los aficionados que sienten en aquellas nuevas rampas toda la épica de los esforzados de la ruta que se convierten en gigantes cuando hollan su cumbre, igual que lo seréis vosotros si superáis el miedo escénico del cartel «Col du Galibier: 35 km», saliendo de St Michel de Maurienne. Más que un fuera categoría, un puerto de otro planeta.
Por Jordi Escrihuela
Imagen: Ciclismo Épico
Mundo Bicicleta
Mi querido Miguel Delibes
La bicicleta y el ciclismo ocuparon grandes ratos de la vida de Miguel Delibes
Cuenta El País que Miguel Delibes tuvo siete hijos, dieciocho nietos y dos bisnietos.
Nosotros sabemos que Miguel Delibes fue un genio de la arquitectura dela letra y un apasionado, un fiel seguidor de la bicicleta y el ciclismo que hace unos meses nos describió Angel María de Pablos en compañía de Peio Ruiz Cabestany
No fue por eso extraño que aquí nos hiciéramos eco de la primera pieza que La Biciteca publica en su renglón “Re-ciclados” que no es otra que “Mi querida bicicleta” firmada por el literaro como testimonio y pieza de que esta máquina fluye y construye los sueños en la vida de muchas personas.
Porque Delibes no crece con los años, ni evoluciona con el tiempo, se hace, se construye a través de la bicicleta.
Así lo dejó escribo en este manual. Su vida son capítulos en forma de eslabones, los eslabones de la cadena que mueve su bicicleta.
Aprendió a ir en ella, en círculos, sin apoyarse, hasta que el sol cayó, sin saber cómo aterrizar. Con ella supo disimular la debilidad, conoció el amor, consumó ese amor y tuvo hijos y nietos que se envenenaron de tal cariño.
Delibes siempre dijo que el oscuro deseo de cualquier persona era coronar primero el Tourmalet, como si en el gen hispano existiera ese componente de escalador, de sufridor de la vida.
Como decimos La Biciteca se apresuró en reeditar esta pequeña joyita que viene ilustrada por Luis Horna en un todo, un círculo, donde letras y trazos saben hilar una narración sencillamente prodigiosa por su sinceridad.
Un cuadro íntimo, en el que la bicicleta desnuda a uno de los grandes de las letras castellanas.
Imagen: Rutas Pangea
Mundo Bicicleta
El ciclista del Xorret de Catí
En la cumbre de Xorret del Catí espera un ciclista como en el Tourmalet
Xorret de Catí, «la cima de los Jiménez». Un puerto chiquito pero matón, como lo denominan los que han osado a enfrentarse a sus duros 4 km de ascensión desde la población alicantina de Castalla, sin desmerecer de modo alguno su otra vertiente, la de Petrer, uniendo ambos pueblos salvando el magnífico medio natural de la Sierra del Maigmó.
Nos trasladamos al año 1998 y la Diputación de Alicante decide promocionar el Hotel de su propiedad que hay después de coronar el puerto por su vertiente más dura. Por tanto, la aparición de esta montaña en el mundo del ciclismo y más concretamente en la Vuelta a España, inédita hasta aquel momento, respondía más bien a un motivo comercial, más que deportivo o geográfico, pero no deslució estos dos últimos dos conceptos, ya que la ascensión fue una sorpresa mayúscula para todo el pelotón.
En septiembre de aquel mismo año, días antes de correr aquella etapa marcada en rojo en el calendario, el pánico se apoderaba de los corredores. Sólo los Kelme, que habían estado concentrados en dicho hotel, lo conocían, asegurando que se habían retorcido en sus breves pero brutales rampas al 18, 22 y hasta el 23% de desnivel. Datos que lo hacían muy temible.
Hasta Álvaro Pino tuvo que responder ante los medios informativos sobre la gran dureza de la subida: «Es dura, ciertamente, pero tiene 3 km. No vayamos a hacer un Tourmalet del Xorret de Catí».
El primero en dignificar este puerto ganando aquí, después de coronar y bajar los 3.400 m de distancia que le separaban de meta, fue el añorado «Chaba» Jiménez. Después, casualidades de la vida, fue otro Jiménez, Eladio Jiménez, quien recogía el testigo de su tocayo de apellido ganando nada menos que en dos ocasiones, en el año 2000 y 2004. Aún recuerdo sus declaraciones después de ganar su primera etapa: «Es un puerto que si lo entras pasado, al poco rato parece que no avanzas».
Anteriormente a su segundo triunfo, el 26 de febrero del 2003, el entonces presidente de la Diputación de Alicante, Julio de España, tuvo el honor de inaugurar el Monumento al Ciclista en una jornada festiva en la que participaron niños de 40 colegios, para homenajear a ambos ciclistas. Sus nombres quedaron grabados en una placa en la propia piedra que soporta la escultura.
Situada a unos 300 m de la meta, cerca del Área Recreativa y justo delante del parking del Hotel, el monumento fundido en bronce y con unas medidas de 5x3x2 se ha convertido por derecho propio en lugar de visita obligada para todo aquel cicloturista que afronte sus endiabladas rampas y se fotografíe junto a este «Monumento al Valor», como lo definieron en su día los amigos Ander y Juanto, porque valor, y mucho, hay que tener para ascender hasta aquí.
El Ciclista, prácticamente de tamaño natural, nos recuerda a otro gran Ciclista: el Gigante del Tourmalet. La obra pertenece al escultor alicantino Vicente Ferrero Molina nacido en el año 1944 y toda una eminencia en Bellas Artes: catedrático, doctor, ex-director del Museo de Bellas Artes de Alicante y miembro del Consell Valencià de Cultura.
El lugar volvió al mapa de la Vuelta a España, en año 2009, ganando el gallego Gustavo César Veloso, de momento el último español en inscribir su nombre en la placa homenaje a los ciclistas, pues le siguieron dos franceses, David Moncoutié y Julian Alaphilippe.
En 2023 tendremos un nuevo nombre en la cima de los Jiménez…
Por Jordi Escrihuela
-
Ciclismo4 días atrás
Indurain y Pinarello: una ruptura histórica
-
Ciclismo6 días atrás
Sigue habiendo gente que quiere que Pogacar pite
-
Wout Van Aert2 días atrás
Van Aert es el perdedor de esta Milán-San Remo
-
Ciclistas1 semana atrás
Roglic es lo que necesita Vingegaard para ganar a Pogacar en el Tour
-
Ciclismo1 semana atrás
Juan Ayuso y Carlos Rodríguez, el ciclismo es también esto
-
Mathieu Van der Poel2 días atrás
Mathieu Van der Poel hace fácil la Milán-San Remo
-
Ciclistas1 semana atrás
No valoramos el papel de Jonas Vingegaard
-
Tadej Pogacar6 días atrás
Milán-San Remo y Tour de Flandes, empieza la otra temporada de Pogacar