Mundo Bicicleta
Pedaleando por el techo del mundo
El Semo La, en el Tíbet chino, les esperaba en el techo del mundo
En el techo del mundo. Así se podían sentir, en la montaña más alta del planeta que se puede ascender en bicicleta: el Semo La, en el Tíbet chino. La fecha, 14 de julio de 2005 y allí estaba en su cima la expedición catalana a este reto: Xavier Romero, Manel García y Jordi Pons, nuestro protagonista de hoy (en la foto, en el centro). Querían demostrar que el Semo La era unos 150 metros más alto que el Khardung La (Tíbet indio) -el «Highest Motorable (y ciclable) Pass»- que figura en el Libro Guiness de los récords. Y lo consiguieron y así lo certificaron.
Aquel mes de julio, saturados de estudiar fotografías aéreas y mapas, volvieron al Tíbet donde tuvieron la satisfacción de ascender y medir el puerto ciclable que probablemente sea el camino para vehículos más alto del planeta: el Semo La, 5565 m, 206 m más alto que el Khardung La, que en la medición dio 5359 m en lugar de los 5602 m que erróneamente figuraba en muchos lugares.
En el puerto tomaron muchos datos de los satélites y los grabaron en un GPS profesional durante una hora, para tener pruebas irrefutables del hecho. La ascensión al Semo La fue muy dura. Fue un día de mucho viento y frío. Y lo hicieron sin poner pie a tierra en este gigantesco puerto, tal y como nos explica Jordi Pons.
Nacido en Barcelona, biólogo y profesor de ciencias, y gran amante de la bicicleta de carretera y montaña, a pesar que «de pequeño no tuve ni bicicleta y no fue hasta que tuve 20 años que me pude comprar una«. Recuerda que su primera gran aventura en bici fue ir a Burdeos y ya desde entonces no paró. Con su bici recorrió desde los Pirineos y los Alpes hasta la Península de Kamchatka (2003), pasando por el Himalaya (2002) y participó en maratones y triatlones como el de Embrunman, en 1989.
Es coautor de «Altimetria dels ports de Catalunya» (1991) y es un gran aficionado a la escritura en épicos relatos donde nos explica sus aventuras extremas, como en el libro que auto editó «Pedasalcel, buscando los puertos más altos del Planeta», basado en sus viajes en bici por el Himalaya. «Pedasalcel» fue precisamente el nombre de este proyecto, porque «montar en bici nos saca, literalmente, los pies del suelo, y pensábamos subir lo más arriba posible, buscando el lugar más alto del planeta donde se pueda ir sin motor ni tocando los pies en el suelo, sino pedaleando».
Y eso que a aquella altitud pedalear por aquellas pistas les costaba más que caminar y tenían que mantener una velocidad mínima para no caer, añadido todo a una vasta zona donde no había poblaciones, con lo que eso suponía de falta de alimentos, recambios, suministros y abrigo, y donde las aguas eran salobres. La bici que utilizó fue una de montaña con doble suspensión, bielas de 180 mm y Rotor.
Aquel 14 de julio, día de la ascensión y medida del gran puerto, hicieron 73 km por encima de los 5100 metros, una buena paliza. «Realmente la ilusión ayuda mucho en las montañas».
Jordi, explícanos tus mayores proezas encima de la bici:
Prefiero mejor hablar de recuerdos: con mi primera bici, que era de paseo, me fui hasta Burdeos, con 20 años. ¡Vaya aventura! Luego acabé la Marmotte en 1990, con un «hierro». También he subido el Angliru, donde no puse pie a tierra pero tuve que hacer alguna “S”: la rampa al final de la Cueña de les Cabres es monstruosa. Y luego los grandes viajes: de Lhasa a Katmandú (y campo base tibetano del Everest) en bici de carretera el 2002. En bici de montaña la travesía por Kamchatka (Siberia oriental) el 2003 y este recorrido para medir los puertos más altos del mundo en el 2005.
¿Qué problemas pueden surgir en una aventura de estas características?
Un viaje en bici por el Himalaya comporta muchas molestias y gastos en los aeropuertos para llegar a tener tu propia bici en buen estado en el punto de partida. Pero esto no es nada comparado con los trámites burocráticos que hacen falta para que te dejen viajar de forma autónoma las autoridades chinas que ocupan el Tíbet. Superado todo esto sólo queda pedalear y ya no parece tan difícil.
¿Cómo fue la experiencia?
Pocos lugares están tan aislados del resto del mundo como el Tíbet. Esto añade un aliciente al que quiera recorrer en bici este desolado país. El exotismo se agradece, pero la falta de oxígeno, de comodidades y de comida, hacen que no sea un lugar para un viaje de placer y menos aún en bici. Fue una experiencia dura donde nos dejamos una parte de nosotros mismo, 7 kg exactamente.
¿Seguiste algún entreno específico?
Jo hacía unos 6 mil km al año. No es mucho y para hacer este tipo de travesías no hace falta ser un superhombre. Lo puede hacer cualquier persona bien entrenada y aclimatada.
¿Cuánto tardasteis en hacer la ruta?
Fue muy larga. Cogimos hasta siete aviones para llegar y necesitamos cuarenta días. Hicimos entre 30 y 100 km diarios.
Por Jordi Escrihuela
Mundo Bicicleta
Col de Turini, del motor al Tour
El Col de Turini estará en el cierre del Tour en la Costa Azul
En el cierre del Tour 2024, la jornada penúltima, con entrada y salida por el mapa de los Alpes Marítimos, hará alto en varios puertos y entre otros el Col de Turini
Los puertos de la Provenza y la Costa Azul, situados estratégicamente en la entrada de los Alpes marítimos, o en la salida, según cómo se miren o dependiendo de la carrera y de cómo los afronten, siempre han sido respetados y admirados, y siempre han sido sinónimo de batalla en sus cuestas, aportando su sal y su pimienta a competiciones como el propio Tour.
Podemos hablar del arco de Sospel y su trilogía de Niza: puertos como Braus (1002 m), Castillon (706 m) y La Turbie (480 m), continuando por otros como el Espigoulier (728 m), el Esterel (314 m) y sobre todo el gran Turini (a 1607 m), que han sido escenarios donde los adversarios continuamente se han tanteado y en muchos de ellos han habido luchas decisivas, llegando incluso algunos corredores a hacerse con el maillot de líder en estas cuestas en las que sus cunetas suelen estar abarrotadas de gente.
Citar los puertos provenzales es evocar lugares donde las rampas se retuercen y giran sobre sí mismas, donde las curvas las marcan los arbustos, donde los ángulos agudos se muestran sin contemplaciones, mientras los corredores caracolean, girando sus cabezas buscando la carretera y siempre intentando seguir los muros de contención para evitar el precipicio.
Por eso estos cols siempre provocan muecas entre los participantes, algo, por otro lado, bastante normal en Niza, la capital del Carnaval galo.
Y llegamos al Col de Turini…
Como Turini, que vuelve a la competición, sobre dos ruedas sin motor, nada menos que después de 46 años de haberlo hecho por última vez, en 1973 y en el Tour, con victoria para de uno de los nuestros que supo «encarrilar» muy bien su pedaleo dirección a su cima.
Estamos hablando, en efecto, del recordado Vicente López Carril, un histórico del ciclismo español.
Así, podemos decir que el corredor gallego fue el último ciclista en coronar el puerto en primera posición, en una edición en la que quedó 5º de la general, después de haber hecho podio el año anterior.
De esta manera, Turini, más reconocido y popular en el mundo del rally porque en él se disputa uno de los más famosos del mundo como es el mítico Rallye de Montecarlo, cambia el motor por los pedales y en el que los ciclistas, ese próximo 16 de marzo, habrán de acometer más de 30 lacets, horquilla sobre horquilla, curvas cerradas, giros de 180º, en una exigente ascensión de 15 km con una pendiente media del 7,3% y donde probablemente se decida el ganador de esta edición de la París-Niza.
Una espectacular subida y en la que, por esas fechas, suele ser habitual que haya presencia de nieve.
Ya veremos.
Los aficionados, ese día, descubriremos un puerto para el ciclismo de ensueño, una de las carreteras serpenteantes más escénicas que existen, para disfrutar mientras contemplemos un paisaje de fantasía, ascendiendo por la ladera de la montaña y con hermosas vistas al mar Mediterráneo.
Un puerto de cine.
El Turini fue, cómo no, todo un descubrimiento de Jacques Goddet, «una sensacional novedad» como él mismo exclamó cuando lo dio a conocer como primicia en el Tour de 1948 «con su interminable pendiente».
A pesar de haber entrado muy poco en las competiciones de ciclismo (Tour del 48 con victoria para Louison Bobet, del 50 para Jean Robic y la recordada del 73 de López Carril), en sus curvas se han escrito épicas páginas de la historia de la ronda gala, como en aquella etapa de la edición del 48, cuando Louison Bobet, que había abandonado el año anterior, estuvo a punto de hacer lo propio el día antes en San Remo, ya que se encontraba enfermo, pero durante aquella jornada, provocado por un ataque de Roger Lambrecht, que era nada menos que su delfín, Louison resucitó.
Acompañado y ayudado por un gran Apo Lazarides que protegió eficazmente el maillot amarillo de su líder y amigo, y además alumno de Vietto, se escaparon a siete kilómetros de la cima para lanzarse después a tumba abierta a pesar de los cuatro kilómetros de descenso pedregoso.
Louison Bobet triunfó finalmente en Cannes recuperando siete minutos a Bartali.
El italiano, su adversario más peligroso, se encontraba en ese momento a 21 minutos.
Como curiosidad, el prestigioso L’Equipe, al dar la novedosa noticia de la inclusión de este bonito puerto en la París-Niza de 2019, publicó una foto errónea del Turini en sus páginas, confundiéndolo con el no menos bello y escénico Col de Braus, conocido como el «alambique», el «tirabuzón», «kriss malayo» o simplemente «cric», algo que para ser el célebre diario no deja de ser algo bastante imperdonable.
¡Ay! Si el pobre René Vietto levantara la cabeza…
Ciclismo antiguo
Mende siempre será la cima Jalabert
Aquel día en Mende, Jalabert puso en jaque el quinto Tour de Indurain
Mende, dia D ¿qué te parece que llamen al lugar Montée Laurent Jalabert?
«Si te soy sincero me da bastante igual, quizá hubiera tenido sentido llamarle así al año siguiente pero…»
A Jalabert, aquel día hacia Mende, le secundaba el mejor Melchor Mauri jamás visto junto al australiano Neil Stephens.
Con ellos Massimo Podenzana, Dario Bottaro y Andre Peron. Los seis habrían de abrir un hueco más allá de los nueve minutos.
En Banesto no daban crédito.
Las piernas de los gregarios de Indurain al unísono no enjuagaban el desperfecto. Surgieron entonces varias tesis. A cola del pelotón se fraguaba la ayuda de otros equipos. El manejo de José Miguel Echávarri dio frutos apetecidos para mantener a raya la afrenta de Jalabert.
Mundo Bicicleta
En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo
«En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo; ante este gigante, sólo podemos quitarnos el sombrero y saludar con modestia»
La frase de Henry Desgrange, el padre del Tour, exclamada en 1911, define a la perfección lo que el ciclista siente cuando se tiene que enfrentar al gigante alpino en un terreno grandioso, inexpugnable hasta aquel entonces, donde incluso los más grandes campeones empequeñecen ascendiendo por su carretera ganada a los hielos, que cubren tres cuartas partes del año alcanzando los siete metros de manto blanco bajo las órdenes del general Invierno.
Territorio hostil, en su cumbre a 2645 metros sobre el nivel del mar reina el silencio y solo nos queda admirar. Y meditar. Por encima de la cota 2000 hay poca vida en sus laderas, quizás alguna marmota que se despereza del letargo hibernal, pero la actividad humana es prácticamente nula. Es el triunfo de la naturaleza sobre el hombre, en toda su expresión, un monumento hecho montaña donde solo llegar hasta allí arriba supone una victoria y ganar, la gloria, tocando el cielo con las manos.
Así debió sentirse Émile Georget -igual que Neil Armstrong cuando pisó la Luna-, al ser el primer hombre en pedalear por el túnel abierto en su cima, porque el francés, a diferencia del norteamericano, no puso pie durante las 2 h y 38 minutos que invirtió en toda su ascensión, «una gesta sin precedentes en los anales del ciclismo», tal y como tituló L’Auto en su portada del 11 de julio de 1911.
Siguiendo con la analogía, el mismo diario aquella fecha podría haber definido la épica etapa como un pequeño paso para el ciclista pero un gran salto para el ciclismo mundial y el Tour, que con aquella montaña adquiría una nueva dimensión.
El túnel que la mayoría de vosotros conocéis ya estaba abierto en aquellos años, ya que fue nada menos que en 1891 cuando se construyó para comunicar a los vecinos de la Saboya con los de la Provenza, bajo 90 metros de piedra y roca y 365 de largo, tantos como días tiene el año. Poco se podían imaginar que 20 años más tarde alguien montado en aquel invento reciente sería capaz de semejante hazaña.
Le habrían tachado de loco, de lunático, pero así fue para asombro de los aficionados a este increíble deporte que se engancharon a un espectáculo sin igual en el que los ciclistas «fueron capaces de ser alados y elevarse hasta unas alturas donde ni siquiera llegan las águilas», como también pronunció en su día el propio patrón de la Grand Boucle.
Por aquí volaron Fausto Coppi en el Tour del 52 «escalando como un teleférico deslizándose por su cable de acero» (Goddet), Charly Gaul en 1955, Bahamontes en el 64 o Anquetil dos años más tarde en una de sus mejores vuelos.
El Galibier es un paso de montaña casi tan viejo como la propia Humanidad. Se dice que esta ruta se fue trazando siguiendo los pasos de contrabandistas y vendedores ambulantes que desafiaban el frío y las ventiscas de nieve incluso en verano. Acceder a uno de los otros valles era como hacerlo a la cara oculta de la Luna, a un territorio desconocido, otro mundo.
Sin embargo no fue hasta 1979 cuando el coloso da su estirón definitivo y crece nada menos que 89 metros, alcanzando los 2645 actuales. En efecto, el viejo túnel se resintió de una sus bóvedas y amenazaba con desplomarse de un momento a otro.
Se cerraron sus grandes portalones de madera durante 25 años y se construyó una nueva carretera para cruzar el paso en forma de curvas diseñadas «a la mula», mil metros más de escalada al 10%, convirtiéndose en el tramo más duro de toda la ascensión, siendo Lucien Van Impe, aquel mismo año, el primero en estrenarlo pasando en solitario en cabeza.
Aunque las puertas del túnel fueron abiertas de nuevo en el año 2003, después de las reformas que ya permitían el paso incluso de autocares, el Tour prescinde de él y prefiere el nuevo tramo que lleva a la cima, para disfrute de los aficionados que sienten en aquellas nuevas rampas toda la épica de los esforzados de la ruta que se convierten en gigantes cuando hollan su cumbre, igual que lo seréis vosotros si superáis el miedo escénico del cartel «Col du Galibier: 35 km», saliendo de St Michel de Maurienne. Más que un fuera categoría, un puerto de otro planeta.
Por Jordi Escrihuela
Imagen: Ciclismo Épico
Mundo Bicicleta
Mi querido Miguel Delibes
La bicicleta y el ciclismo ocuparon grandes ratos de la vida de Miguel Delibes
Cuenta El País que Miguel Delibes tuvo siete hijos, dieciocho nietos y dos bisnietos.
Nosotros sabemos que Miguel Delibes fue un genio de la arquitectura dela letra y un apasionado, un fiel seguidor de la bicicleta y el ciclismo que hace unos meses nos describió Angel María de Pablos en compañía de Peio Ruiz Cabestany
No fue por eso extraño que aquí nos hiciéramos eco de la primera pieza que La Biciteca publica en su renglón “Re-ciclados” que no es otra que “Mi querida bicicleta” firmada por el literaro como testimonio y pieza de que esta máquina fluye y construye los sueños en la vida de muchas personas.
Porque Delibes no crece con los años, ni evoluciona con el tiempo, se hace, se construye a través de la bicicleta.
Así lo dejó escribo en este manual. Su vida son capítulos en forma de eslabones, los eslabones de la cadena que mueve su bicicleta.
Aprendió a ir en ella, en círculos, sin apoyarse, hasta que el sol cayó, sin saber cómo aterrizar. Con ella supo disimular la debilidad, conoció el amor, consumó ese amor y tuvo hijos y nietos que se envenenaron de tal cariño.
Delibes siempre dijo que el oscuro deseo de cualquier persona era coronar primero el Tourmalet, como si en el gen hispano existiera ese componente de escalador, de sufridor de la vida.
Como decimos La Biciteca se apresuró en reeditar esta pequeña joyita que viene ilustrada por Luis Horna en un todo, un círculo, donde letras y trazos saben hilar una narración sencillamente prodigiosa por su sinceridad.
Un cuadro íntimo, en el que la bicicleta desnuda a uno de los grandes de las letras castellanas.
Imagen: Rutas Pangea
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