Mundo Bicicleta
#LaVuelta 9: El doble doble de David De la Cruz
La novena etapa de la Vuelta a España, con llegada a la cima del Alto del Naranco (600 metros de altitud) en los confines de la vista panorámica de la capital asturiana de Oviedo, nos aportó dos acontecimientos de relieve para todos nosotros, los que seguimos de cerca las vicisitudes del deporte del pedal. El primero fue el triunfo brillante de etapa llevado a cabo por el ciclista catalán David De la Cruz (27 años), oriundo precisamente de la localidad de Sabadell, que llevaba días tratando de encontrar la ocasión propicia para ganar siquiera una etapa, pero sin la suerte apetecida. Siempre había algo que se interponía a última hora a sus intenciones. Esta vez, asestó el ataque, aunque algo tardío, a tres kilómetros de la meta, librándose de la compañía incómoda del belga Devenyns, cuando faltaban tan sólo seiscientos metros para redondear su victoria en la línea de llegada emplazada en el bien conocido, repetimos, cumbre del Alto del Naranco.
Con contundente efectividad, pudo cruzar la meta con 27 segundos de margen sobre su último compañero de fuga, culminando así su gloriosa intervención. Sin embargo, adicionamos a todo lo dicho, un segundo hecho, con más resonancia si cabe, que juzgamos sumamente trascendente cara a la repercusión que ha tenido en el veredicto final de la etapa. Nos referimos al zarpazo, golpe contundente, que protagonizó el corredor sabadellense, que en última instancia, cupiéndole el honor también de desbancar automáticamente el puesto de líder a nada menos al colombiano Nairo Quintana, que pasa a ocupar el segundo lugar de la clasificación general, con una desventaja, aunque mínima, de 22 segundos. Este golpe tan contundente llevado a cabo con ímpetu por De La Cruz le ha valido todo el asombro desplegado por parte de los miles y miles de aficionados, que apostados al borde de la carretera presenciaron y aplaudieron con ardor el paso fulgurante y dinámico impuesto por los sufridos hombres del pedal.
La etapa constaba de cierta y no ignorada dureza: dos puertos de segunda categoría y tres de tercera categoría, una buena carga para el ciclismo de hoy. Titulamos a continuación la relación de los puertos que se sumaron a la cita: San Isidro (2ª), San Emiliano (3ª), San Tirso (3ª) y Manzaneda (3ª), que no asustaron a los concurrentes por estar un tanto algo alejados de la meta. No valía la pena irrumpir pronto con el hacha de guerra. Tan sólo fue flor de cultivo para los ciclistas que habían estado más bien grises y que deseaban intentar algo para lucirse cara a los medios informativos. El último y decisivo puerto fue el denominado comúnmente Alto del Naranco, en cuya cima estaba colocada la meta. Este monte constituía a todas luces el eslabón más cotizado de la jornada y que contribuyó a romper más en serio las hostilidades.
Adelantemos que hubo una docena de corredores que empujaron hacia adelante con el deseo, repetimos, de hacerse notar. El pelotón muy compacto no reaccionó. Tenía otros pensamientos. En el perfil final estaba concretamente el objetivo de los ciclistas que podía repercutir con más pretensiones sólidas en la clasificación general. Hacemos referencia, claro está, a la subida al Alto del Naranco, con una distancia en el ascenso de 6 kilómetros apenas y un porcentaje medio del orden del 4%, que no es mucho. No había que darle más vueltas al asunto.
De los doce corredores en fuga, cosa que aconteció en el kilómetro 10 de la etapa, decidieron a su vez escaparse de este conglomerado, entrometidos ya en la parte más decisiva, los belgas Dries Devenyns y Jan Bakelants, a los que se adicionó algo más tarde su compatriota Edward Theuns, los tres pertenecían a una misma bandera, un factor que les enaltece en gran manera. Esta escaramuza fue debidamente neutralizada como asimismo lo fue en plena subida al Naranco, la del ciclista flamenco Thomas De Gendt, un batallador nato en cualquier carrera en la cual participa.
En los tres últimos kilómetros el escenario cambió de decorado. Efectivamente surgieron el español David de La Cruz y Dries Devenyns, que volvían a la carga. Lo decimos porque los mencionados dos ciclistas figuraban en la escapada inicial protagonizada por la docena de hombres que evadieron con entusiasmo al principio. Se pasaron en realidad toda la etapa integrados en la primera línea de la carrera, un mérito que no debemos oscurecer. Luego sucedió lo que ya hemos expuesto.
Cabe afirmar rotundamente que nos quedan por delante todavía nada menos que una docena de etapas; varias de las cuales no son de configuración sencilla o llana. Por tanto esa clase de cábalas o argumentos concernientes al futuro vencedor de la ronda española no pueden en este momento exponerse así como así. Nos faltan elementos de base. En el fondo esta prueba por etapas se ha sumergido en una esfera en donde se encierra mucha emotividad y a la vez incertidumbre. Existen, eso sí, algunos favoritos, que no son muchos. Lo recalcamos.
Resulta, todos lo sabemos, que el hasta hoy líder, el colombiano Nairo Quintana, líder por un día, ha perdido la corona que ha pasado inesperadamente a manos en propiedad del corredor David de La Cruz, que posee un historial más bien modesto y que es profesional desde el año 2010. Hasta ahora que sepamos, ha estado dedicado a ayudar a los que la dirección técnica de su escuadra decidía. Ha desempeñado el clásico trabajo que los italianos denominan “gregario”, una labor por necesidad muy extendida en la actualidad. Pertenece a esos atletas del pedal que se dedican a no hacer ruido y a realizar el trabajo encomendado por los que forman parte del consejo directivo o responsables de la entidad rodada, una labor que no luce a la vista, por ejemplo, de los medios informativos. Las multitudes aplauden a los favoritos y no se percatan de que hay esforzados de la bicicleta que hacen su trabajo sin vanagloriarse de su modesta función. Para nosotros estos protagonistas silenciosos, repetimos, merecen todo nuestro respeto y hasta admiración.
Para terminar queremos exponer que David de La Cruz pertenece al equipo Etixx-Quick Step, con sede en el Ducado de Luxemburgo. Sus expertos descubrieron o intuyeron que este ciclista de Sabadell tenía madera en sus piernas y de ahí que fuera fichado en el curso de la temporada del 2015, fecha lo lejana. Desde luego, como punto final, divulguemos que es un buen escalador, una cualidad que se hace pagar hoy en el mundo de las dos ruedas.
Por Gerardo Fuster
Imagen tomada del FB de La Vuelta
Mundo Bicicleta
Col de Turini, del motor al Tour
El Col de Turini estará en el cierre del Tour en la Costa Azul
En el cierre del Tour 2024, la jornada penúltima, con entrada y salida por el mapa de los Alpes Marítimos, hará alto en varios puertos y entre otros el Col de Turini
Los puertos de la Provenza y la Costa Azul, situados estratégicamente en la entrada de los Alpes marítimos, o en la salida, según cómo se miren o dependiendo de la carrera y de cómo los afronten, siempre han sido respetados y admirados, y siempre han sido sinónimo de batalla en sus cuestas, aportando su sal y su pimienta a competiciones como el propio Tour.
Podemos hablar del arco de Sospel y su trilogía de Niza: puertos como Braus (1002 m), Castillon (706 m) y La Turbie (480 m), continuando por otros como el Espigoulier (728 m), el Esterel (314 m) y sobre todo el gran Turini (a 1607 m), que han sido escenarios donde los adversarios continuamente se han tanteado y en muchos de ellos han habido luchas decisivas, llegando incluso algunos corredores a hacerse con el maillot de líder en estas cuestas en las que sus cunetas suelen estar abarrotadas de gente.
Citar los puertos provenzales es evocar lugares donde las rampas se retuercen y giran sobre sí mismas, donde las curvas las marcan los arbustos, donde los ángulos agudos se muestran sin contemplaciones, mientras los corredores caracolean, girando sus cabezas buscando la carretera y siempre intentando seguir los muros de contención para evitar el precipicio.
Por eso estos cols siempre provocan muecas entre los participantes, algo, por otro lado, bastante normal en Niza, la capital del Carnaval galo.
Y llegamos al Col de Turini…
Como Turini, que vuelve a la competición, sobre dos ruedas sin motor, nada menos que después de 46 años de haberlo hecho por última vez, en 1973 y en el Tour, con victoria para de uno de los nuestros que supo «encarrilar» muy bien su pedaleo dirección a su cima.
Estamos hablando, en efecto, del recordado Vicente López Carril, un histórico del ciclismo español.
Así, podemos decir que el corredor gallego fue el último ciclista en coronar el puerto en primera posición, en una edición en la que quedó 5º de la general, después de haber hecho podio el año anterior.
De esta manera, Turini, más reconocido y popular en el mundo del rally porque en él se disputa uno de los más famosos del mundo como es el mítico Rallye de Montecarlo, cambia el motor por los pedales y en el que los ciclistas, ese próximo 16 de marzo, habrán de acometer más de 30 lacets, horquilla sobre horquilla, curvas cerradas, giros de 180º, en una exigente ascensión de 15 km con una pendiente media del 7,3% y donde probablemente se decida el ganador de esta edición de la París-Niza.
Una espectacular subida y en la que, por esas fechas, suele ser habitual que haya presencia de nieve.
Ya veremos.
Los aficionados, ese día, descubriremos un puerto para el ciclismo de ensueño, una de las carreteras serpenteantes más escénicas que existen, para disfrutar mientras contemplemos un paisaje de fantasía, ascendiendo por la ladera de la montaña y con hermosas vistas al mar Mediterráneo.
Un puerto de cine.
El Turini fue, cómo no, todo un descubrimiento de Jacques Goddet, «una sensacional novedad» como él mismo exclamó cuando lo dio a conocer como primicia en el Tour de 1948 «con su interminable pendiente».
A pesar de haber entrado muy poco en las competiciones de ciclismo (Tour del 48 con victoria para Louison Bobet, del 50 para Jean Robic y la recordada del 73 de López Carril), en sus curvas se han escrito épicas páginas de la historia de la ronda gala, como en aquella etapa de la edición del 48, cuando Louison Bobet, que había abandonado el año anterior, estuvo a punto de hacer lo propio el día antes en San Remo, ya que se encontraba enfermo, pero durante aquella jornada, provocado por un ataque de Roger Lambrecht, que era nada menos que su delfín, Louison resucitó.
Acompañado y ayudado por un gran Apo Lazarides que protegió eficazmente el maillot amarillo de su líder y amigo, y además alumno de Vietto, se escaparon a siete kilómetros de la cima para lanzarse después a tumba abierta a pesar de los cuatro kilómetros de descenso pedregoso.
Louison Bobet triunfó finalmente en Cannes recuperando siete minutos a Bartali.
El italiano, su adversario más peligroso, se encontraba en ese momento a 21 minutos.
Como curiosidad, el prestigioso L’Equipe, al dar la novedosa noticia de la inclusión de este bonito puerto en la París-Niza de 2019, publicó una foto errónea del Turini en sus páginas, confundiéndolo con el no menos bello y escénico Col de Braus, conocido como el «alambique», el «tirabuzón», «kriss malayo» o simplemente «cric», algo que para ser el célebre diario no deja de ser algo bastante imperdonable.
¡Ay! Si el pobre René Vietto levantara la cabeza…
Ciclismo antiguo
Mende siempre será la cima Jalabert
Aquel día en Mende, Jalabert puso en jaque el quinto Tour de Indurain
Mende, dia D ¿qué te parece que llamen al lugar Montée Laurent Jalabert?
«Si te soy sincero me da bastante igual, quizá hubiera tenido sentido llamarle así al año siguiente pero…»
A Jalabert, aquel día hacia Mende, le secundaba el mejor Melchor Mauri jamás visto junto al australiano Neil Stephens.
Con ellos Massimo Podenzana, Dario Bottaro y Andre Peron. Los seis habrían de abrir un hueco más allá de los nueve minutos.
En Banesto no daban crédito.
Las piernas de los gregarios de Indurain al unísono no enjuagaban el desperfecto. Surgieron entonces varias tesis. A cola del pelotón se fraguaba la ayuda de otros equipos. El manejo de José Miguel Echávarri dio frutos apetecidos para mantener a raya la afrenta de Jalabert.
Mundo Bicicleta
En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo
«En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo; ante este gigante, sólo podemos quitarnos el sombrero y saludar con modestia»
La frase de Henry Desgrange, el padre del Tour, exclamada en 1911, define a la perfección lo que el ciclista siente cuando se tiene que enfrentar al gigante alpino en un terreno grandioso, inexpugnable hasta aquel entonces, donde incluso los más grandes campeones empequeñecen ascendiendo por su carretera ganada a los hielos, que cubren tres cuartas partes del año alcanzando los siete metros de manto blanco bajo las órdenes del general Invierno.
Territorio hostil, en su cumbre a 2645 metros sobre el nivel del mar reina el silencio y solo nos queda admirar. Y meditar. Por encima de la cota 2000 hay poca vida en sus laderas, quizás alguna marmota que se despereza del letargo hibernal, pero la actividad humana es prácticamente nula. Es el triunfo de la naturaleza sobre el hombre, en toda su expresión, un monumento hecho montaña donde solo llegar hasta allí arriba supone una victoria y ganar, la gloria, tocando el cielo con las manos.
Así debió sentirse Émile Georget -igual que Neil Armstrong cuando pisó la Luna-, al ser el primer hombre en pedalear por el túnel abierto en su cima, porque el francés, a diferencia del norteamericano, no puso pie durante las 2 h y 38 minutos que invirtió en toda su ascensión, «una gesta sin precedentes en los anales del ciclismo», tal y como tituló L’Auto en su portada del 11 de julio de 1911.
Siguiendo con la analogía, el mismo diario aquella fecha podría haber definido la épica etapa como un pequeño paso para el ciclista pero un gran salto para el ciclismo mundial y el Tour, que con aquella montaña adquiría una nueva dimensión.
El túnel que la mayoría de vosotros conocéis ya estaba abierto en aquellos años, ya que fue nada menos que en 1891 cuando se construyó para comunicar a los vecinos de la Saboya con los de la Provenza, bajo 90 metros de piedra y roca y 365 de largo, tantos como días tiene el año. Poco se podían imaginar que 20 años más tarde alguien montado en aquel invento reciente sería capaz de semejante hazaña.
Le habrían tachado de loco, de lunático, pero así fue para asombro de los aficionados a este increíble deporte que se engancharon a un espectáculo sin igual en el que los ciclistas «fueron capaces de ser alados y elevarse hasta unas alturas donde ni siquiera llegan las águilas», como también pronunció en su día el propio patrón de la Grand Boucle.
Por aquí volaron Fausto Coppi en el Tour del 52 «escalando como un teleférico deslizándose por su cable de acero» (Goddet), Charly Gaul en 1955, Bahamontes en el 64 o Anquetil dos años más tarde en una de sus mejores vuelos.
El Galibier es un paso de montaña casi tan viejo como la propia Humanidad. Se dice que esta ruta se fue trazando siguiendo los pasos de contrabandistas y vendedores ambulantes que desafiaban el frío y las ventiscas de nieve incluso en verano. Acceder a uno de los otros valles era como hacerlo a la cara oculta de la Luna, a un territorio desconocido, otro mundo.
Sin embargo no fue hasta 1979 cuando el coloso da su estirón definitivo y crece nada menos que 89 metros, alcanzando los 2645 actuales. En efecto, el viejo túnel se resintió de una sus bóvedas y amenazaba con desplomarse de un momento a otro.
Se cerraron sus grandes portalones de madera durante 25 años y se construyó una nueva carretera para cruzar el paso en forma de curvas diseñadas «a la mula», mil metros más de escalada al 10%, convirtiéndose en el tramo más duro de toda la ascensión, siendo Lucien Van Impe, aquel mismo año, el primero en estrenarlo pasando en solitario en cabeza.
Aunque las puertas del túnel fueron abiertas de nuevo en el año 2003, después de las reformas que ya permitían el paso incluso de autocares, el Tour prescinde de él y prefiere el nuevo tramo que lleva a la cima, para disfrute de los aficionados que sienten en aquellas nuevas rampas toda la épica de los esforzados de la ruta que se convierten en gigantes cuando hollan su cumbre, igual que lo seréis vosotros si superáis el miedo escénico del cartel «Col du Galibier: 35 km», saliendo de St Michel de Maurienne. Más que un fuera categoría, un puerto de otro planeta.
Por Jordi Escrihuela
Imagen: Ciclismo Épico
Mundo Bicicleta
Mi querido Miguel Delibes
La bicicleta y el ciclismo ocuparon grandes ratos de la vida de Miguel Delibes
Cuenta El País que Miguel Delibes tuvo siete hijos, dieciocho nietos y dos bisnietos.
Nosotros sabemos que Miguel Delibes fue un genio de la arquitectura dela letra y un apasionado, un fiel seguidor de la bicicleta y el ciclismo que hace unos meses nos describió Angel María de Pablos en compañía de Peio Ruiz Cabestany
No fue por eso extraño que aquí nos hiciéramos eco de la primera pieza que La Biciteca publica en su renglón “Re-ciclados” que no es otra que “Mi querida bicicleta” firmada por el literaro como testimonio y pieza de que esta máquina fluye y construye los sueños en la vida de muchas personas.
Porque Delibes no crece con los años, ni evoluciona con el tiempo, se hace, se construye a través de la bicicleta.
Así lo dejó escribo en este manual. Su vida son capítulos en forma de eslabones, los eslabones de la cadena que mueve su bicicleta.
Aprendió a ir en ella, en círculos, sin apoyarse, hasta que el sol cayó, sin saber cómo aterrizar. Con ella supo disimular la debilidad, conoció el amor, consumó ese amor y tuvo hijos y nietos que se envenenaron de tal cariño.
Delibes siempre dijo que el oscuro deseo de cualquier persona era coronar primero el Tourmalet, como si en el gen hispano existiera ese componente de escalador, de sufridor de la vida.
Como decimos La Biciteca se apresuró en reeditar esta pequeña joyita que viene ilustrada por Luis Horna en un todo, un círculo, donde letras y trazos saben hilar una narración sencillamente prodigiosa por su sinceridad.
Un cuadro íntimo, en el que la bicicleta desnuda a uno de los grandes de las letras castellanas.
Imagen: Rutas Pangea
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