Opinión ciclista
¿Y si Miguel Induráin hubiese fichado por la ONCE?
Publicado
3 años atrásen
Por
Escrihuela

Indurain en la ONCE: ¿Asaltar el 6º Tour, ganar por fin la Vuelta o ir a por clásicas y Mundial?
Lo reconocemos. Nos encantan estos ejercicios de ciclismo ficción e Indurain es un caramelo, la ONCE sería la guinda.
Nos gusta crear ucronías y hacernos preguntas del tipo: “¿Qué hubiera pasado si…?”


Fantasear con historias alternativas, hechos que no sucedieron pero que podrían haber ocurrido perfectamente.
Ahora que está tan de moda hablar de universos paralelos (o multiversos) en los que cada decisión cuenta, partiendo siempre de nuestro mundo real.
Por eso es nuestro propósito recrearnos con la fascinante idea de qué habría pasado si Induráin, aquel lejano mes de diciembre de 1996, hubiese fichado por la ONCE.
Pongámonos en situación, todo viene por este apunte que encontramos en Facebook.
Estamos en Torrelavega, donde Manolo Saiz está pasando las fiestas navideñas.
Todo hace pensar que Miguel Induráin se retira, que cuelga la bici, que lo deja.
Pero él aún espera una última llamada.
Suena el teléfono en casa de los Saiz.
Lo coge Manolo con una sensación parecida a tener un nudo en la garganta.
_¿Diga?
Al otro lado de la línea está nada menos que el campeón navarro.
_Acepto, Manolo. ¿Cuándo empezamos?
A la ONCE, en aquel momento, le acaba de tocar, de golpe, el cuponazo, la lotería de Navidad y hasta la del Niño.
Eso sí, aquel boleto les ha costado la nada despreciable cifra de 600 millones de pesetas.
El director de la ONCE llevaba manteniendo contactos con Induráin durante las últimas semanas.
Mucho se había especulado sobre su posible fichaje.
Hacía unas cuantas semanas, una noche, se habían sentado en torno a una mesa en Vitoria.
En aquella cena, existían aún importantes diferencias económicas entre lo que Miguel deseaba y lo que ofrecía el equipo ONCE.
Pero el dinero no iba a ser problema.
Induráin lo que necesitaba principalmente era confianza.
Y la encontró en las propias de palabras de Manolo Sáiz que le profesó: “Quiero trabajar al menos un año más contigo y, sobre todo, ayudarte a ganar el tan deseado sexto Tour”.
En esa conversación Miguel se encontró reconfortado.
Sabía, sin lugar a la menor duda, que aún atesoraba calidad en sus piernas para optar al Tour y que podría elegir el mejor calendario para prepararlo de la mano de la ONCE.
Además Manolo le prometió llevarse al equipo a su hermano Prudencio y a su fiel escudero Marino Alonso.
¿Qué más podía pedir?
Aquella llamada de teléfono cerró el fichaje bomba de la década y la noticia corrió como la pólvora por todo el planeta ciclista.
Hubo una gran explosión de alegría entre los aficionados, si bien muchos arrugaron la nariz, sembrando muchas dudas, a la hora de creer que tanto Jalabert como Zulle fueran a sacrificarse por su nuevo líder.
Hay que recordar que el francés y el suizo eran los vigentes números 1 y 2 de la UCI.
Nacex te envía la bici al fin del mundo
¿Cómo encajarían Zulle y Jalabert la llegada de Induráin?
Pero en aquella ONCE mandaba Manolo Saiz.
Otros vieron con esta maniobra una jugada maestra con tal de desestabilizar a Banesto, el equipo rival que le había amargado el Tour del 95.
Una especie de “vendetta”, decían.
Dicho esto, a partir de aquí, y con la nueva temporada, se abría un sinfín de posibilidades para el futuro más inmediato de Miguel Induráin.
Pero esta vez con la túnica amarilla de la ONCE.
Lo nunca visto.
¿Tour, Vuelta o Mundial?
Es en este momento cuando entramos de lleno en las diversas ramificaciones de los universos paralelos y en cómo los aficionados, prensa y demás seguidores podemos fantasear creando nuestras propias ucronías.
Algunos creen que de haber seguido en el 97, los Telekom y Festina, que iban como motos cargados de EPO, habrían acabado de sepultarlo en el Tour, con un recorrido mucho más exigente y montañoso que el anterior.
Es cierto que en el julio francés se hubiese encontrado con el mejor Ullrich de la historia, además diez años más joven que él.
Y no sólo al káiser alemán, también enfrentándose a un Pantani desatado en los Alpes.
Piensan que 1997 ya no era el momento para que Miguel ganara aquel durísimo Tour, que no estaba ya en esa predisposición ni física ni mentalmente.
Quizás si hubiera llegado bien preparado -el Induráin del Tour del 95 o del Dauphiné del 96-, podría haber optado a estar entre los cinco primeros, en medio de aquella brutal guerra desatada entre Telekom y Festina.
Seguro que incluso brillando puntualmente en alguna etapa, pero después de tres semanas de desgaste Induráin no habría ganado un sexto Tour con la ONCE.
Muchos son los que opinan que lo mejor hubiese sido orientar su temporada para ganar la Vuelta y por fin llevarse ese preciado triunfo con pleno en las tres grandes, como los grandes campeones.
Aunque es algo que tampoco habría tenido fácil, por supuesto.
Pero en este último caso, tendría que haber sido Manolo Sáiz el que consensuara con él este calendario y no obligarle a correr la gran ronda española como le hicieron en Banesto:
“Conmigo como director quiero que participe en la Vuelta, pero si lo hace lo sabrá desde enero y no un par de meses antes”.
Estaba claro.
O quizás no tanto.
No son pocos los que piensan que quizás con Manolo Sáiz no se habría llevado bien.
Porque… ¿qué podía ofrecerle que Induráin no supiera?
Miguel era el que mejor se conocía a sí mismo y Manolo seguramente le hubiera hecho correr de diferente manera, a la caza de emboscadas, con otras tácticas de equipo o buscando los cortes por el viento en los abanicos.
Pero Induráin nunca compitió de esa manera.
Nunca lo hizo.
Uno tampoco se imagina a Manolo, dentro del coche, siguiendo a Induráin en una contrarreloj: “¡Venga Miguel! ¡Baja un piñón! ¡Aprieta, aprieta!”.
No lo veis, ¿verdad?
Por eso muchos aficionados siguen insistiendo que si se hubiese quedado un año más, y corriendo con la ONCE, tendría que haber fijado carreras más a su alcance en aquel momento.
Más atractivas y que, sobre todo, faltasen en su palmarés.
Quizás ganar el Mundial de Donostia o intentar vencer en la Lieja.
¿Por qué no?
Carreras que seguro le hacían muchísima ilusión.
Como disputar las grandes clásicas.
Pero no creemos que Induráin estuviera dispuesto sólo a esto si continuaba un año más, porque lo que le motivaba a seguir era para volver a ganar el Tour.
Eso está claro.
Sólo el Tour le valía la pena tanto sacrificio.
Pero con 33 años, con una generación de jóvenes como Ullrich y Pantani, con el ritmo de ascensión que éstos impusieron en el Tour del 97, lo hubiera tenido harto complicado.
Tenemos que recordar cómo, por ejemplo, el alemán reventó a todos en la subida a Ordino-Arcalís.
Quizás contra el reloj hubiese tenido sus opciones pero Ullrich también destrozó a sus rivales en la crono de Saint-Étienne, donde Induráin lo habría tenido muy difícil para batirle.
Por todos estos motivos muchos creen que lo mejor para Miguel hubiese sido correr las clásicas de primavera y luego la Vuelta.
Con esto, piensan que habría sido suficiente para completar una temporada redonda y poner broche de oro a su carrera deportiva.
Pero siguiendo con nuestra onírica fantasía, seguro que existe un universo paralelo ahí fuera en el que Miguel Induráin sí ganó su sexto Tour con el maillot de la ONCE.
¿Vosotros qué opináis?
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Sea como fuere, al margen de lo que se dijo en redes, lo que leímos en medios de comunicación, en los comentarios a la noticia del atropello, nos da la pista de cómo están las cosas.
Más allá del delito en sí (por fortuna, sin consecuencias de gravedad para los implicados), lo que más me aterroriza del atropello del #Bala son los comentarios q se están haciendo en los medios. Y me da miedo pq estos mierdas caminan entre la gente normal sin levantar sospechas. pic.twitter.com/8UqJd2ZVFR
— Nicolás Van Looy (@nico_vanlooy) July 2, 2022
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Orbea Girona Gravel Ride: En busca de ese punto épico
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28 de junio, 2022Por
Iban Vega

En 78 kilómetros, la Orbea Girona Gravel Ride rodea Les Gavarres
El gravel pretende el ciclismo democrático, en el que todos tengan su terreno, su opción, la Orbea Girona Gravel Ride es el guiño de la Sea Otter Europe a ese ciclista que sale sin mirar el reloj porque la vista se pierde en el paisaje.
Por eso Girona Gravel Ride plasma en un recorrido de 78 kilómetros, en forma circular, con salida y llegada en la Sea Otter Europe, combinando todos los elementos del gravel: leyenda y suciedad, con dureza contenida, belleza en el paisaje y un punto de exploración.
Son 78 kilómetros y poco más de 770 metros de desnivel
No se buscan machadas, ni héroes, se requieren exploradores, con ganas de ver y experimentar un ciclismo que no es una moda, es una forma de entender la vida.
Orbea Girona Gravel Ride, las raíces
La vinculación de Girona con el ciclismo es un binomio que viene de largo.
Jordi Cantal, inventor también de la Pirinexus, entabló en su día amistad con los no pocos ciclistas profesionales que se instalan en Girona.
Algunos como David Millar, excéntrico, un historia en sí misma, y Michael Barry le preguntaban por algo diferente…
«Me pedían ir por pistas en pretemporada, no necesariamente por sendas de mountain bike y sí por lugares singulares que les evadiese de tanta carretera» rememora Jordi.
Han pasado más diez años de aquellas salidas de amigos, por medio de sitios inexplorados por muchos y hoy esas pistas son el «sofrito» de la prueba gravel de la Sea Otter Europe.
Orbea Girona Gravel Ride, el recorrido
Son 78 kilómetros para «disfrutar del gravel, con dificultad contenida y dos tramos tan solo de cierta dificultad técnica. Son sólo dos porque el objetivo es abrir el abanico a la mayor cantidad de gente que quiera disfrutar de una matinal de ciclismo tranquilo alejado del asfalto«.
La salida se toma mirando al Pirineo, desde el recinto de la Sea Otter Europe, dirección norte.
Son kilómetros llanos, en el sentido del río Ter, pistas cómodas y anchas.
La pista sigue su curso hasta que se gira a la derecha, en sentido a Les Gavarres, tras bordear el bello pueblo de Monells, un precioso conjunto medieval.
La primera subida se sitúa en la zona de Montnegre y luego dirección a Sant Miquel, un pequeño castillo que oteaba los valles hace varios siglos, aunque sin llegar al mismo.
Lo cierto es que el asfalto también aparece en alguna zona, hay algo más de veinte kilómetros, pero son tramos tranquilos, con el objetivo de enlazar sectores de tierra.
También se pasa cerca de otro punto emblemático entre los ciclistas del lugar, Els Angels.
El camino aquí ya es de vuelta, y por el Valle de Sant Daniel, siguiendo el río Galligants, el ciclista estará de nuevo en el recinto de la Sea Otter.


Entrada de nuevo a Girona
Se prevé que los corredores más veloces acaben la ruta en unas tres horas, y los que quieran paladear mejor cada recodo en cuatro o cuatro y media.
El gravel gana terreno «hace unos dos años que suena, a raíz de la Strade Bianche y mira qué recorrido a realizado. El sterrato, la tierra, tiene atractivo, es épico y hasta cierto punto heroico. A la gente le gusta» nos confiesa Jordi.
«Soy cada vez más amante del ciclismo clásico frente al carbono» añade.
Y concluye «que haya un poco de suciedad siempre está bien«.
La Orbea Girona Gravel Ride ofrece ese punto épico en vuestra vida ciclista
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Marino Lejarreta siempre viajó en la clase noble del Giro
Publicado
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15 de mayo, 2022Por
Iban Vega

En el Giro Marino Lejarreta hizo grande su historia
El marationano Marino Lejarreta, el bien llamado “junco de Berriz, ha sido una de las grandes personalidades del ciclismo español en el Giro de Italia. E
l ciclista vizcaíno firmó siete participaciones en la grande rosa y todas las concluyó entre los diez primeros.
A esa benigna estadística, cabe añadirle que en cuatro de esas ediciones, Lejarreta concluyó las tres grandes el mismo año.
Su historia con Italia viene de dejos, del mismo momento que comprendió que allí podría tener una salida natural a su talento en una grande que le iba como anillo al dedo.
En ese tiempo conoció con monstruos como Saronni, Moser, Hinault, Roche y Visentini, entre otros.
Corría el año 83, el joven Marino debutaba en el Giro recién llegado de una Vuelta memorable en la que tuvo que declinar ante Hinault. Al fin, el de Berriz se veía en el Giro: “Llevaba cinco años de profesional pero hasta la fecha nunca había estado en el Giro, sí en alguna clásica italiana. Era una prueba que me apetecía mucho conocer”.
Con los colores del Alfa Lum, cierto sinsabor recorrió el cuerpo de Marino en su debut. Fue la edición que ganó Saronni y el recorrido dejó mucho que desear. “Fue una carrera muy suave –recuerda-. Se desvirtuó algo la idea que tenía de la carrera con esos grandes puertos de los que tanto había oído hablar”. En el balance, amén del sexto puesto, destaca la segunda plaza en Val Gardena donde perdió ante Mario Beccia, “me ganó al sprint tras haberlo intentado a 2 kilómetros” rememora. Un año después ganaría en ese mismo escenario, “mi día más feliz en Italia” admite. Allí vivió también uno de sus días más duros: “Bajábamos con frío y nieve y lo pasé muy mal. No controlas la bici, te duelen las manos y nunca ves el final”.
Para Marino “el ciclismo que se ve en el Giro es el típico italiano, muy de clásicas. Se ejerce un gran control por parte de los equipos de velocistas y uno se da cuenta que luchar contra eso es absurdo. La batalla suele platearse al final, sobretodo cuando la televisión entra en directo”.
Ese ciclismo a la italiana también se prolonga en las cuentas. Marino, muy querido siempre en Italia, no escatima elogios: “El público italiano es ciclista de toda la vida. No suele ser muy joven, pero sí muy entendido. Posiblemente sea el mejor que haya”. De sus siete Giros se declara admirado por “las Tres Cimas de Lavaredo. Estábamos a un kilómetro de meta y veía tanta gente montaña arriba que pensaba que habían subido más allá de meta”, para su desgracia el gentío se acaba en meta.
El Mortirolo es la subida más dura, pero fue en la Marmolada donde vivió un auténtico calvario en 1991. Ese día descubrió a uno de los corredores que más le ha impresionado: Franco Chioccioli. Lo mismo reconoce de Gianni Bugno, “ganó su Giro con una pierna” recuerda, y de Bernard Hinault.
Marino en el Giro
1983: 6º
1984 y 1987: 4º
1985 y 1991: 5º
1989: 10º
1990: 7º
Dos etapas ganadas
Ciclismo antiguo
El casi pleno de Miguel Indurain en el Giro de Italia
Publicado
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14 de mayo, 2022Por
Iban Vega

Indurain en el Giro: dos victorias y una tercera plaza
Sólo con esa estadística tan apabullante, uno toma conciencia de la naturalidad con la que ganaba el mejor ciclista español de la historia. Una naturalidad, sea dicho, no exenta de sufrimiento y obstáculos.
Indurain tuvo su estreno en el Giro en 1992, llegaba como ganador del Tour y un saco de incógnitas sobre sus opciones.
Preparar su segundo asalto a la Grande Boucle era su único objetivo en Italia pero, ganó: “Llegué con la incertidumbre propia de quien llega a una carrera que no conoce. Todos me comentaban que era una carrera muy a la italiana, donde los italianos atacaban mucho. Mi idea era preparar el Tour, aunque si la carrera se ponía tiro no se podía desaprovechar. Una vez salvamos la primera parte nos dimos cuenta de que podríamos luchar por la victoria”.
Se vistió de rosa en Arezzo y reforzó su liderato un día después en la crono de Sansepolcro.
Reconoce que “no fue una victoria fácil por que en definitiva no dejas de ser un rival para todos los italianos”, pese a ello reconoce haberse sentido “muy bien acogido por el público.
En alguna ocasión se oía hablar de alianzas entre corredores italianos –sobretodo en su segundo Giro- pero al final cada uno fue a lo suyo”.
Recuerda haberse sentido muy impresionado por los Dolomitas: “Son realmente impactantes por la cantidad de roca que se ve en las montañas y el gran ambiente que rodea la carrera. Son puertos que no tienen nada que envidiar a los del Tour”.
Un puerto, por encima del resto, es el más duro a su entender: el Mortirolo.
Pero no es el único: “El Stelvio no tiene tanto desnivel pero su longitud lo hace muy duro. La característica de las etapas de montaña del Giro es que los puertos se suceden casi sin descanso”.
Mortirolo y Stelvio son dos cimas que entraron en aquella fantástica jornada de ciclismo que fue la 15ª etapa del Giro de 1994 entre Merano y Aprica.
Un día extraordinario que hizo vivir a Miguel todos los estados del ciclismo, de la euforia del Mortirolo al calvario del Valico di Santa Cristina. Sobre aquel día ha sido peguntado mucho: “Fui muy bien, pero se me olvidó hidratarme y lo pagué caro”.
Indurain pasó de acariciar el rosa que vestía Berzin a despedirse de él, en espacio de media hora fruto de una tremenda pájara que sepultó sus opciones en el que podía haber sido su tercer Giro.
Sobre lo que rodea a la carrera está totalmente de acuerdo con que nos contó Marino Lejarreta hace unos días: “Para Italia el Giro es una fiesta. En mi época veíamos pueblos enteros que dejaban de trabajar por ver la carrera. No obstante la gente no sólo vive el Giro, sino todo el calendario en general. Sea en el norte o sur, siempre hay mucho seguimiento”.
Miguel en el Giro
1992 y 1993: 1º
1994: 3º
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