Ciclismo antiguo
El hombre que nos abrió la puerta del ciclismo
No sé en qué momento, en qué pasaje, se le encendió la luz a Jaime Mir. Debió ser uno de esos momentos de lucidez. Hastiado de ver ciclistas asquerosos, mal vestidos, polvorientos, “con el moco colgando”, pasear por los podios, Mir un día quiso poner solución a ello. Tan sencillo como llevar un peine, una toalla y un suéter limpio. Al día siguiente la prensa retrataba campeones que desprendían glamour, el glamour del esfuerzo y de ser alguien excepcional, que cubría a velocidad de vértigo grandes distancias, una flecha que desafiaba cuestas, frío, lluvia y los elementos. Campeones dignos del dinero que invertían sus patrocinadores.
Dice Mir que bebió de la imperecedera sabiduría de Jacques Anquetil, pero no sólo fue el astro francés quien le guió en la tiniebla del ciclismo de los cincuenta y sesenta. Se hizo autodidacta, tomó de aquí y de allí, se subió al carro de los campeones y sacó la cabeza en el ciclismo de la “belle époque”, en ese ciclismo que nos sabe a gloria porque admiramos y extrañamos.
Y se hizo perenne en nuestra mirada. El tiro de cámara le amaba, los operadores le buscaban. Él por las noches miraba las cintas de la llegada para saber que había cumplido con quien pagaba la fiesta. Si no salía como él quería, no conciliaba el sueño. Entre el público, ahí en la marabunta, era Dios, se crecía y se veía importante, en las distancias cortas descubrimos un tipo introvertido, entrañable y cariñoso. La cara B de una persona cuyas vivencias arrancan desde el mismo que día que aviación italiana machacó Barcelona en la Guerra Civil.
Esto es un pequeño retazo de lo que Mir nos cuenta en el libro que acabamos de sacar con nuestros amigos de Cultura Ciclista. Son más de cincuenta años en vanguardia de todo, innovando, siendo protagonista y sobre todo cara visible del ciclismo con el que crecimos muchos de nosotros. Bien fuera vestido con el naranja de Bic o los azulados de Teka y Festina, “Taxy Key”, pues taxista fue su oficio de raíz, es un libro abierto que alumbra sobre el ciclismo que vivió y explica el que nosotros apreciamos ahora. Él vio a Bahamontes en las laderas del Puy de Dome, huesudo y flaco, sentenciar su Tour. Él vio salir la Vuela de los Países Bajos medio siglo después.
Por sus manos han pasado grandes nombres, quizá seria osado decir que todos, pero sinceramente, nos dejamos pocos de los verdaderamente importantes. Intimó con talentos sin igual como Luis Ocaña o José Pérez Francés, se ganó a confianza de Merckx, Anquetil, Poulidor, … e irrumpió en el ciclismo contemporáneo con una mochila de experiencias y conocimiento que le hizo imprescindible en muchos sitios.
Una mochila en la que hubo otros nombres, ajenos a las dos ruedas, pero de dominio público, tardes de guitarra con Alfredo Landa, compadreo com Xavier Cugat y Maximo Valverde, fotografías con la plana mayor del artisteo patrio… Más de 100 películas le contemplan.
Su relato es ameno, en primera persona, con pasajes en tercera en los que se divaga y se viaja por la entraña de este ciclismo que un día nos abrió las puertas de su mano. Cualquier recuerdo que nos venga de ese tierno ciclismo, siempre tendrá esa cara, de generoso bigote y oscuras gafas. La cara de Jaime Mir
Os invito a conocer más, a saber más…
Ciclismo antiguo
Eddy Merckx en el Giro: cinco triunfos y enormes polémicas
La corona de Merckx en el Giro tiene cinco joyas
Eddy Merckx, para muchos el mejor ciclista de la historia y del Giro, por ende, nació en 1945 en Meensel-Kiezegem, Bélgica.
Dicen que desde los ocho años ya andaba en bici y tenía como ídolo a Stan Ockers, una figura del Tour de Francia.
“El Tour lo era todo para mí”, diría años después.
Su verdadero nombre es Edouard Louis Joseph Merckx y fue ciclista profesional entre 1961 y 1978.
Durante esos años se ganó el apodo de “El Caníbal” porque quería ganarlo todo, y casi lo logró: 525 victorias en su carrera, incluyendo cinco Tours de Francia, cinco Giros de Italia y una Vuelta a España.
También ganó tres mundiales, casi todas las clásicas (menos la París-Tours) y batió el récord de la hora.
Un monstruo en vida.
Merckx y e Giro, binomio lleno de aristas
Su relación con el Giro fue especial: lo ganó cinco veces y dejó huella en cada participación.
En Italia lo adoran casi tanto como en Bélgica.
Eso sí, su carrera no estuvo libre de polémicas.
En tres ocasiones dio positivo en controles antidopaje (fencamfamina, norefedrina y pemolina), aunque él siempre defendió su inocencia.
A pesar de eso, su legado sigue siendo enorme.
Se retiró en 1978 y desde entonces ha recibido todos los honores:
Barón en Bélgica, Comandante de la Legión de Honor en Francia, y el trofeo UCI al mejor ciclista del siglo XX.
Hay velódromos, calles, estatuas, libros, cómics y hasta una marca de bicicletas con su nombre.
De vez en cuando, aún aparece como comentarista en carreras o sólo se deja ver para revuelo del personal.
“El Ogro de Tervueren” no solo está en lo más alto de la lista de los mejores ciclistas de todos los tiempos: es una leyenda viva.