Ciclismo antiguo
El Giro, Tour y Mundial de Eddy Merckx
En el Mundial de Montreal, Eddy Merckx firmaba el triplete más bestia de la historia
Como un flash caprichoso de la historia, en el Mundial Montreal, Eddy Merck le ponía hace medio sigo la tercera joya a la corona.
Hacía sitio en el armario para su nuevo maillot irisado junto al rosa y amarillo logrados meses antes.
La gesta que Pogacar persigue, sumar Giro, Tour y Mundial, la culminó Eddy Merckx, en Montreal, el sitio donde el esloveno batió alas hace menos de una semana.
El Giro de Italia de 1974 partió del Vaticano.
Recibido por el Papá Pablo VI, el gran campeón empezaba una conquista de varios meses que tenía su primera estación en la Bella Italia.
Aquí se encontró con José Manuel Fuente, el visceral escalador asturiano que puso brillo a la vitrina de trofeos del gran capo belga, aunque en esa edición se quedaría fuera de concurso en las colinas de la Liguria, pasando la general a ser un mano a mano a tres entre el mismo Eddy, contra Felice Gimondi y Gianbattista Baroncchelli.
Éste tendría la maglia rosa en su mano en Tres Cimas de Lavaredo, pero el belga acabó por salvar prenda por 12 segundos.
Por esa diferencia, y por un poco más de medio minuto sobre el tercero, Eddy Merckx ganaría un Giro que le llevó al otro extremo del sufrimiento.
Era su quinto y último Giro.
En Francia las cosas no resultarían tan apretadas.
Desde el inicio en Brest, en los confines bretones, Merckx empezaba la conquista de su también quinto Tour con el amarillo en la espalda que cedería al día siguiente.
Una semana después, recuperaría el amarillo en una etapa de más de 230 kilómetros por la afamada zona del Marne para ya no dejarlo hasta el mismo París.
Por delante desplegaría un martilleo constante sobre sus rivales, ganando seis etapas y lanzando más allá de los ocho minutos a Raymond Poulidor y Vicente López Carril.
Semanas después, Merckx y Poulidor se volverían a cruzar en el Mundial, en Montreal, el primero de la historia en ultramar.
Los franceses lo intentaron todo, con escapadas lejanas como la del prometedor Bernard Thévenet y con marcajes obsesivos como el de Poupou a Eddy.
En la subida final Merckx atacó y se fue sólo con Poulidor, un poco más adelante, le batiría al sprint en un mundial que resultó durísimo.
Merckx acababa de firmar la temporada perfecta, Giro, Tour y Mundial, un tridente tan extraño, como singular, al punto que sólo Stephen Roche lo repetiría.
Pero esa será otra historia…
Imagen: Cycling Archives
Ciclismo antiguo
Kuiper valía para Roubaix y Alpe d´ Huez
En el palmarés de Hennie Kuiper hay una variedad asombrosa
Hace 50 años, camino de Roubaix, sonaban las hostias de De Vlaeminck, Moser, Merckx, Raas y Hennie Kuiper, nuestro hombre de hoy.
Kuipper es holandés y podría escribir un libro sobre las cabronadas del infierno del norte, que son muchas, variadas y sorprendentes. Hasta 1983 Kuiper fue nueve veces top ten en las diez que había tomado la salida y ese año estaba dispuesto a torcer la historia.
A su undécima Roubaix Kuiper llegaba mejor que nunca. Había sido un invierno de perros, con lluvia y frío, tremendo viento, jornadas de entrenamiento que te costaban años de vida, normal y deportiva. Sin embargo Kuiper se declaraba presto, a tope: “Entrené mejor que nunca, muy duro”. La carrera no le fue a la zaga. Se salió a mil por hora y hasta Arenberg la sucesión de acontecimientos fue tal que el desgaste psicológico empezaba a pesar en las piernas y encima cabía entrar en la recta.
De aquí salieron dieciséis unidades. Entre otros, se sostenían en vanguardia Francesco Moser, Gilbert Duclos-Lasalle, Yvon Madiot, Alain Bondue, Stephen Roche y el mentado Kuiper por cuya cabeza rondaba la necesidad de romper aquello cuanto antes a la vista de su pobre sprint en caso de llegar juntos.
Dicho y hecho, en el Carrefour de l´ Arbre Kuiper pone toda la carne en el asador. Es un todo o nada, la forma de rematar esas ediciones que otras veces le dejaron con las ganas de ganar. Kuiper se marcha solo y mete metros a sus perseguidores. La cosa parece hecha. El rocoso holandés vuela hacia meta. Parece que el triunfo que precisaba su palmarés de culto estaba por llegar. Sin embargo en Roubaix los elementos son insospechados.
A seis kilómetros de meta un imprudente fotógrafo en la cuenta no da el paso a atrás toda vez ya había encuadrado su ídolo. Kuiper trata de esquivarlo y revienta el tubular en un recoveco entre adoquines. Otra vez, fantasmas de antaño aparecen, pero en esta ocasión los coches, esos que en Roubaix tardan una eternidad en devolverte a la ruta, aparecen rápido y le reponen la bicicleta con el tiempo suficiente de llegar solo, empañado en polvo, gaznate seco, y ambiente fresco, al velódromo más querido.
Hennie Kuiper fue un ciclista de los que podríamos llamar de culto. Estos días que tantas vueltas le damos a la polivalencia de muchos ciclistas, cabría reivindicar figuras como Kuiper.
Sumó 83 triunfos en 16 temporadas, entre otros fue campeón olímpico en Múnich, aquella que derramó tanta sangre por la sinrazón terrorista, y del Mundial de 1975. Además pisó dos veces el podio del Tour, donde ganó en Alpe d´ Huez y se quedó a un paso de ganar los cinco monumentos, sólo le faltó Lieja, curiosamente ese que dicen ser el más afín para los vueltómanos.
Imagen tomada de www.cadenceperformance.com
Ciclismo antiguo
La Plagne siempre brilla en el Tour
El regreso del Tour a La Plagne es el homenaje a una cima con poca pero jugosa historia
En la presentación del Tour, en las imágenes de La Plagne, el director de la carrera hizo un pequeño inciso sobre la presencia del actor Alain Delon en uno de los coches que seguían la carrera.
Fue algo efímero, pero significativo, y es que pocas cimas tienen tan poca pero tan densa tradición en el Tour de Francia como La Plagne.
La cumbre alpina regresa a la mejor carrera 23 años después del éxito de Michael Boogerd en 2002, curiosamente la vez de las tres visitas que menos dio que hablar este sitio.
Ese día el neerlandés sobrevivió a una larga escapada, logrando su mejor éxito el Tour de Francia, él que nunca fue un gran fondista de tres semanas, con la primavera siempre entre sus objetivos.
Eran los días de dulce de Lance Armstrong en el Tour de Francia, camino de su cuarta victoria.
Aunque en el Tour, esa fue la última efeméride de La Plagne en la carrera, tenemos un antecedente más reciente, la llegada del Dauphiné de hace tres años y la increíble gesta de Mark Padun, que ganara en solitario ese día, como lo garía al siguiente, firmando un logro ta inédito que no se volvería a repetir.
En todo caso, son las dos primeras veces de La Plagne en el Tour la que nos interesan.
Hete aquí aquella edición de 1987 con una primera carrera entre Laurent Fignon y Anselmo Fuerte, ganada por el francés en el sprint final.
Por detrás el juego del gato y el ratón entre Pedro Delgado y Stephen Roche estuvo entre la épica y la comedia.
Lo primero porque el segoviano llevó al irlandés a todos los límites y lo segundo por la salida en helicóptero y con mascarilla de Roche de la cima, llevándose unos minutos de descanso clave para las etapas que habrían de venir,
Inferior en la crono final, Perico estaba obligado a apuntalar el maillot amarillo logrado en Alpe d´Huez, y la mejor manera era llevar a su rival a los extremos, no logró casi diferencia, pero aquella jornada quedó en los anales casi tanto como la de ocho años después.
Ese día vimos la que considero la mejor exhibición en una subida que jamás he visto.
La protagonizó Indurain y sobre la misma hay mucha literatura, pero valga sólo esa imagen de la fila india desgajándose uno a uno para explicar el golpe que aquella jornada propinó el navarro a la carrera.
Nunca volvimos a ver nada igual, y lo vimos en La Plagne.
Ciclismo antiguo
Superbagnères fue el mejor día de Pedro Delgado
La mejor carrera de Pedro Delgado fue aquella que no acabó ganando
Cuando hoy, año 2024, miramos atrás y recordamos las emociones que nos deparó el Tour de hace 35 años, con Pedro Delgado al lado de la extraña pareja Fignon & Lemond, somos conscientes que el ciclismo hace tiempo que nos robó el corazón.
Aquella fue la memorable carrera resuelta por ocho segundos, tras tres semanas, entre parisino y californiano, entre dos ciclismos, dos formas entender la vida, que colisionaron en su mejor esplendor.
Pero aquella fue también la carrera de Pedro Delgado, posiblemente, su mejor actuación de siempre y eso que acabó tercero.
Para ponernos en situación hay un nombre pequeño en el mapa, pero enorme de significado, Luxemburgo, aquella salida traicionera que dejo al campeón saliente, el dorsal uno, noqueado ya de inicio.
El retraso de Pedro Delgado en Luxemburgo explica buena parte de la carrera, para lo bueno y lo mano.
«Joder, siempre me recordáis lo mismo, sed un poco originales» nos comentó una vez Perico, inquirido por aquella experiencia.
Pero es que la historia te regala momentos singulares que treinta años después, en el ciclismo el milímetro, suenan a chanza.
Y así vemos que aquel arranque arruinó, finalmente, la carrera del campeón vigente, Lemond y Fignon eran muy buenos para andar regalándoles minutos, pero al mismo tiempo le espoleó a la mejor jornada de los llamados «periquistas».
Muy desplazado en la general, la crono por equipos acabó de hundirle en la general, Pedro Delgado sabía que los Pirineos tenían la llave de su regreso al frente.
Tras Cauterets, aquella jornada que presentó a Miguel Indurain en sociedad, dos años antes de hacer la carrera suya por cinco ediciones, en Reynolds, entonces ya con el copatrocinio de Banesto, trazaron la estrategia más agresiva para la jornada de Superbagneres.
Describen Superbagneres en la obra que Libros de Ruta ha traducido brillantemente de aquella edición –Tres semanas, ocho segundos– como una estación humilde, una recta en medio de la montaña, bloques pasados de moda y lugar desapacible.
Pero es que aquel ciclismo era así, más humilde, más humano, mucho más cercano.
Podríamos decir que Luxemburgo obligaba y la jornada con Tourmalet, Aspin, Peuyrerourde y final en la citada estación tenía que devolver a Delgado a donde le correspondía.
Y se puso manos a la obra, con un ataque de largo radio que tuvo dos compañeros que habla del nivel de las grandes gestas que hicieron el Tour lo que es.
El ciclista de la coleta, el mismo que cuatro años antes perdía inexplicablemente toda una Vuelta en la sierra de Segovia, a manos de Pedro Delgado, Robert Millar entró al trapo, y con ellos el tibio, Charly Mottet, de hecho el mejor clasificado de los tres y líder virtual durante muchos pasajes de la jornada.
[Haciendo camino, los tres firmaron una memorable hoja de ciclismo y antología del esfuerzo.
Un monumento que sigue en nuestra mirada y en el recuerdo, el asidero que nos recuerda que este deporte es bello como ninguno, trasladando la locura por cimas y valles, pueblos, calles, virajes y en cada tramo de esos que la emoción se palma en la cuenta, incluso cuando lo ves por la televisión.
Un calambre de felicidad.
Perico se distinguía por un ataque feroz e incuestionable cerca de meta, no cuando las vallas, pero cerca, aquella jornada, obligado por una coyuntura tan adversa que lo tuvo fuera de carrera durante días, desterró aquellos ataques con la algarabía de meta ya sonando.
Fue sin duda el mejor día de su carrera, a nuestro juicio.
Le valió para conquistar el podio que finalmente haría suyo, una tercera plaza que pergeña en esa pequeña historia de cábalas sobre cuántos Tours debió ganar Perico.
Eso se lo dejamos a quienes quieran jugar a hacer cuentas, por de pronto recordar aquella jornada es evocar el ciclismo que nos atrapó hasta el día de hoy.
Por cierto que Superbagneres vuelve en el Tour 2025…
Imagen: Parlamento Ciclista
Ciclismo antiguo
¿Os acordáis de Cadel Evans?
Nadie fue tan conservador como Cadel Evans, incluso dando siempre más de lo que tenía
No hace tanto lo teníamos por aquí, una década atrás Cadel Evans era uno de los ciclistas más importantes del pelotón.
Ganador de un Tour y campeón del mundo, su figura fue perenne durante unos cuantos años a pesar de no ser el ciclista más apreciado: Cuando se hablaba de corredores conservadores, lapas, ciclistas que están ahí, sin que les dé el aire, pero sacando rédito de lo ajeno, siempre salía su nombre.
Pero fue así, un hecho claro y nítido en el imaginario del populacho ciclista que un día creció y se asentó y da igual el tiempo que pasé, que siempre surge.
Nosotros hemos hablado con gente del pelotón sobre Cadel Evans y hay de todo, unos respiran mal, otros peor, lo dibujan como un tío introvertido, con sus rarezas poco disimuladas y un carácter complejo aunque también hay gente que lo apreció.
Fue tras Lance Armstrong, uno de los pocos que se pusieron seguridad en el Tour de Francia, fue curioso verle con un gorila, vestido de amarillo, por las metas del Tour que acabaría ganando Carlos Sastre.
Cadel Evans era un corredor serio y trabajador que tuvo muy pocas salidas fuera de tono… salvo cuando le tocan su oso de peluche.
En una entrevista con prensa, alguien le intenta tocar y Evans se pone extremadamente agresivo para lo que supone que toquen tu oso de peluche. pic.twitter.com/lFx1dGXMBb
— Carlos CR (@CarlosCR_) December 9, 2018
Que nadie le tocara el peluche.
Aquella edición le recuerdo también vistiendo una camiseta interior por el Tíbet, cuya bandera se le adivinada en el maillot abierto.
Sea como fuere pocos corredores, desde el punto de vista de aficionado al ciclismo, nos merecen el respeto y admiración de Cadel Evans.
A pesar de esa pose afectada, de esa mirada melancólica, de esa actitud a veces soberbia, nos pareció un extraordinario profesional.
Por un lado trae hasta aquí una extensa trayectoria, iniciada en las ruedas gordas, llegó a ser subcampeón del mundo, siendo uno de los casos de transición del BTT a la carretera que podríamos tomar de éxito.
Esa habilidad de la montaña la plasmó en dos hechos en la carretera, por un lado con muy buenas cronos a lo largo del tiempo, sabiendo domar el arte de rodar por kilómetros y kilómetros…
Por otro lado, en aquella icónica etapa del sterrato, Giro de 2010, en las que los ciclistas acabaron irreconocibles.
Evans ganó aquella etapa, en arcoíris, tras dejar a los Liquigas, Basso y Nibali atrás.
Un día para recordar de un Giro para enmarcar en el que Cadel Evans tuvo su cuota de culpa.
Y es que ese ciclista conservador, que nunca se movía, que iba a remolque sacó muy buenas actuaciones en esa y otras carreras.
Fue campeón del mundo atacando sin atacar, sacando petróleo de la empanada de Purito y Kolobnev en el momento decisivo de Mendrisio, un triunfo que le valió un arcoíris que seguro tiene en un marco en casa junto al amarillo del Tour.
Y es que el Tour que gana Cadel Evans fue de todo menos sencillo, supo estar ahí siempre, sacando provecho a la torpeza táctica y obsesión de los hermanos Schleck por Contador.
Ganó un Tour en la carretera, nadie se lo regaló, apretó cuando debía y consiguió escribir la historia del ciclismo australiano, que es la suya.
Evans ganó ese Tour porque dio lo mejor que tuvo, es decir todo, sin dejar nada, recogiendo de cada recoveco de su cuerpo, mientras otros jugaban a no sé qué.
Y no sólo eso, ese corredor lapa que muchos señalan por la calle, dejó la bicicleta hace seis años con un palmarés que incluye Tirreno y Romandía al margen de un goteo de triunfos parciales y una Flecha Valona.
Y no preguntaremos por lo que pasó esa tarde en Monachil y la eternidad que tardaron en atenderle en un pinchazo mientras Valverde volaba hacia la Vuelta 2009…
Escuchad lo que se nos cuenta desde los coches azules de Shimano.
En todo caso el ciclismo australiano no ha vuelvo a rodar al nivel de Cadel desde su retirada y sólo ya eso da a entender la dimensión de su leyenda.
Imagen: Bendigo Advertiser
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