Ciclismo antiguo
El sueño de una Volta a la Comunitat Valenciana se hizo realidad
Más de ochenta años desde la primera edición de la Volta a la Comunitat Valenciana
El primer día de la Volta a la Comunitat Valenciana, un calambre de felicidad recorrió el fino cuerpo de Fabio Regolf el día seis de noviembre de 1929.
Ídolo en la década de los diez, Fabio dejó la entidad más importante del momento, el Velo Club, para crear la peña Ciclista Excursionista de Valencia, un nuevo sujeto que rápido se mostró activo, poniendo en marcha la Valencia-Castellón-Valencia y la Valencia-Alcoy.
Pero Fabio quería más, quería una carrera que urdiera un recorrido por las tres provincias de Levante, soñaba con eso, con la Vuelta a Levante, la nueva aventura de un ciclismo español embrionario por esos años.
Fabio contactó a Blasco Ibáñez y desde el diario Pueblo trenzaron los mimbres para la primera edición de lo que hoy es la Volta a Comunitat Valenciana.
Trazaron aquella carrera en cuatro días.
La salida desde el mismo pie del ayuntamiento valenciano condujo a la cuarentena de corredores hasta Villareal, 180 kilómetros que inclinaron la balanza hacia Salvador Cardona, primer líder y ya hasta el final. Hasta la misma llegada de nuevo a la capital.
Salvador Cardona, en la foto de arriba, es el primer ganador de la historia de la Volta a la Comunitat Valenciana.
Fabio Regolf siguió al frente de la valenciana hasta la Guerra Civil.
Con él al mando, pondrían su nombre en letras de oro Mariano Cañardo, Federico Ezquerra, Ricardo Montero, la crema del ciclismo hispano de los treinta.
La Volta a la Comunitat Valenciana fue un sueño, un perenne sueño que transitó por mil estadios, pero que tuvo en su palmarés lo más granado de cada generación.
Si los cuarenta fueron los de Olmos, Berrendero y Sancho, luego vino Rik Van Looy, el gran tirano de las clásicas, para poner el primer nombre internacional de primera línea.
A Van Looy ,que ganó ocho de nueve etapas, le siguieron Manzaneque, Botella, el portento Pérez Francés, el mito Angelino Soler, hasta llegar a Eddy Meckx, quien se embolsaba etapas de tres en tres.
La línea de grandes la siguieron otros como Bernard Hinault, para desespero de Jesús Blanco Villar, y Stephen Roche.
Pasaron los nombres y Melchor Mauri junto a Alejandro Valverde serían los últimos en ganarla dos veces, años antes del parón, el de 2007, en el socavón de la crisis sobre el ciclismo español, un paréntesis que fue interrumpido hace unos años, con Wout Poels siguiendo el hilo que Rubén Plaza dejó en suspenso.
Ciclismo antiguo
3 desenlaces top de la Milán-San Remo
La belleza de la Milán-San Remo reside en los desenlaces más mágicos de toda la campaña
Cada año el ciclismo nos ofrece dos instantes top, dos de esos momentos que ves venir, que anticipas con la seguridad que te van a dejar seco en el sofá: los desenlaces de la Milán-San Remo y el Mundial de ciclismo.
Si en la pugna por el arcoíris suele suceder en las dos vueltas finales -a no ser que tercie un Remco-, en la la primavera acontece en la subida y bajada Poggio.
Una suerte de carrusel de emociones en la que cada gesto, cada trazada y la suerte juegan un papel total para entrar en la historia.
En este magno escenario, han ganado grandes nombres, pero también otros notables ciclistas que tienen en San Remo su mejor logro y que ,en cierto modo, les hace justifica ante la ausencia de fortuna en otros teatros.
En los tiempos recientes recuerdo la victoria de un tipo brillante pero con escaso palmarés como Jasper Stuyven, o los inesperados éxitos de Matt Goos o Gerald Ciolek, hace diez años justo, cuando la lluvia y la nieve obligaron a recortar el tramo central de la carrera.
Es cierto que durante muchos años hemos tenido desenlaces al sprint en Milán-San Remo.
Los años de Zabel, de Freire, incluso los de velocistas como Cipollini o Cavendish, algunas ediciones tuvieron sus cocos en el Poggio pero no lograron romper.
Y es que la clave está ahí, en romper en el Poggio, si no para arriba, para abajo, una tachuela en cualquier carrera que pesa tras casi 290 kilómetros de carrera.
La entrada en las curvas, frenando para no salir despedido, es la mejor imagen de la dureza real del Poggio en cuanto pendiente, otra cosa es la velocidad a la que van las balas.
En todo caso, los años recientes nos han traído ediciones memorables que entran en colisión con eso que muchas veces he leído sobre qué era mejor, ¿la Strade o San Remo? cuando yo creo que no son cosas comparables.
No me voy muy lejos en el tiempo para marcaros tres desenlaces top de la Milán-San Remo, tres además que son diferentes entre ellos.
En 2014 la victoria fue para el noruego de casco torcido, Alexander Kristoff
Entonces en el Katusha, el nórdico sabía muy bien que todo lo que no fuera llegar al sprint le iba a complicar la carrera.
Sabedor de las que se lían en el Poggio, él dejó hacer, Nibali fue el intento más brillante, pero sin éxito.
Luego del descenso, ya con la meta en el horizonte, Kristoff adelantó plazas y puso a un ciclista hoy controvertido como Luca Paolini a controlar con tal maestría el grupo que el noruego, hoy en el Uno X, se vio obligado a imponerse con esa fuerza bruta que le caracteriza.
Cuatro años después, hubo quien rompió el grupo en el Poggio y ganó en San Remo
Si en la edición de Kristoff, Nibali se había quedado con las ganas, esta vez no le pasó factura el gran grupo.
Atacó en el momento exacto en el Poggio para coronar con lo justo y descender hasta la Via Roma con tiempo para celebrarlo con Caleb Ewan maldiciendo su suerte.
Y vamos a por la última que quiero reseñar, la de 2017 y el sprint increíble, con roce incluido, entre Peter Sagan, Julian Alaphilippe y Michal Kwiatkowski, un ciclista mayúsculo en estos escenarios, ganador en San Remo tras soldarse a Sagan en el Poggio, cuajar un descenso impecable y la rúbrica en la volata final.
Como veis tres momentos, tres desenlaces diferentes pero todos poniendo en común que la Milán-San Remo es eso, una carrera mágica.
Ciclismo antiguo
MMR personaliza la bicicleta irisada de Oscar Freire
El arcoíris de Óscar Freire brilla sobre la Adrenaline Aero personalizada por MMR
Óscar Freire, tiene desde este miércoles en su residencia de Torrelavega, la bicicleta más personal y representativa de su carrera. El homenaje de MMR a su trayectoria y destacadísimo palmarés. Su carácter único merecía un objeto irrepetible.
Citar a Freire es situarnos en un récord de tres victorias en los campeonatos mundiales de ruta. Y esa es una mesa solo compartida por Alfredo Binda, Eddy Merckx, Rik Van Steenbergen y Peter Sagan.
La Adrenaline Aero, modelo de alto rendimiento aerodinámico y gran presencia visual de MMR, logra extender su impacto estético con el acabado escogido por Javier González, director de arte de MMR y máximo responsable del proyecto de personalización para Óscar Freire.
El proceso creativo de MMR en la obra de Óscar Freire
Un diseño de MMR basado “un cromado oscurecido con reminiscencias a tendencias de décadas pasadas. El acabado final queda enriquecido por la combinación con el color negro, que le aporta connotaciones de exclusividad y moderación”.
Profundizando aún más “la combinación monocromática se ve contrastada por una bandera arcoíris de colores saturados, un elemento que, aunque clásico, es el protagonista indiscutible del diseño y de la propia carrera de Óscar Freire”.
Un proyecto que se prolongó durante 4 meses, entre la sede de MMR en Avilés y el estudio madrileño Muse Bikes, responsables del pintado “a mano” de esta Adrenaline Aero.
Montaje al completo
La Adrenaline Aero customizada para Óscar Freire se ha configurado con el grupo Dura-Ace Di2 R9270, ruedas Shimano Dura-Ace C50, cubiertas Hutchinson Fusion con perfil 28mm, manillar Vision Metron Aero ACR, potencia FSA ACR 110mm y sillín Selle Italia SRL.
Freire fue un activo colaborador en el desarrollo de productos Shimano y uno de los primeros en probar la tecnología Dura-Ace Di2. La sede central de Shimano en Madrid goza del privilegio de albergar la bicicleta protagonista de una de sus victorias en los campeonatos mundiales de ruta.
Ciclismo antiguo
Y con Fausto Coppi amaneció la primavera
Una tarde hacia San Remo, Italia respiró primavera con el campeonissimo
«Un uomo solo é al comando». Cuando Coppi salía del negro túnel del Turchino, Italia entera resoplaba tras años de humillación: estaba floreciendo la primavera.
Ya lo creo que iba solo: El francés Tesseire, segundo, circulaba a un cuarto de hora, los otros más lejos.
Cuando la Milán-San Remo ni siquiera había dejado la Lombardía, el vencedor ya iba solo.
Era Fausto Coppi, lo estaba haciendo en la primera gran carrera de Italia tras la Segunda Guerra Mundial.
Nos vamos la Milán-San Remo de 1946.
Coppi logró culminar su magna obra con 147 kilómetros de escapada en solitario.Ya en las pedanías milanesas, Fausto ya estaba al frente.
Turchino ese punto celebre de la Milán-San Remo es un paso de no más de 50 metros, oscuro y perentorio, el momento de dejar atrás el interior y empezar a atisbar el azul Mediterráneo.
Ese día vio la luz, la primavera que vino con Fausto Coppi, cargada a sus espaldas. Una multitud lo aclamaba. “Habemus Campeonnissimo”.
Una vez cruzada la meta de San Remo, Bartali se mostraba abatido, se sabía en retirada ante el nuevo fenómeno surgido de las cenizas de la conflagración mundial. Emergía sin embargo una legendaria rivalidad que fue llevada a todos los campos.
Coppi era el hombre moderno, libre pensador, estiloso, adscrito a los avances de la dietética y del entrenamiento científico.
Gino fue “el piadoso”, el campeón monacal en una Italia que necesita estímulos.
Un ser humano excepcional que jugó a ser héroe, anónimo durante mucho tiempo, en la guerra. Coppi era díscolo.
Dejaba a Bruna y su domicilio conyugal para irse con la conocida como “Dama Blanca”.
Bartali, el feligrés, icono de la Italia puritana y férrea, incluso rechazó besar a la miss Josephine Baker, en la salida del Tour de 1938 en París por estar comprometido.
Pero las exhibiciones de Coppi tenían “truco”.
Trabajaba con un masajista ciego que le seguía por doquier.
Con él Coppi revolucionó el concepto de optimización en el ciclismo. Sacó partido y punta a todo aquello que los grandes anteriores habían omitido. Su esfuerzo y sacrificios serían pasto de técnicas inusitadas hasta entonces.
Coppi resultó la Primavera del ciclismo, tal cual.
El punto de inflexión.
Nada fue igual tras él.
Pero Coppi no se entiende sin Bartali.
Entre ambos ganaron ocho Giros y cuatro Tours.
Su pique les llevó a autoeliminarse ante la incredulidad de los rivales en el Mundial de 1949.
Incluso Bartali llegó a pensar que las pócimas de Coppi le daban un poder sobrenatural.
Dijo: “Miraré todo lo que me parezca sospechoso. Todos los frascos, todas las pomadas, todas las botellas. Se los daré a un amigo farmacéutico”.
Hay que cosas que desde entonces no han cambiado, la sospecha, la mirada de reojo al de al lado, eso tan latino que han adoptado todas las familias y apellidos del ciclismo.
Ciclismo antiguo
8 lugares de mi primavera ciclista
Reúno los sitios más veraces para explicar la primavera ciclista
Ya sé que cada uno tiene bien definido su mapa de lugares para poder vivir un día una primavera ciclista in situ, pero si tenemos que escoger, vamos a por ocho sitios que seguro dan la medida de lo que se nos viene por delante.
Aquí vamos a por una rápida y subjetiva tuta de 8 sitios que, cuando los veo, sé que estoy en casa, que estamos en primavera.
La subida más icónica de Flandes es la capilla, Le Grammont, como la conocí en sus primeros años, hoy es el Kapelmuur, una loma a la salida de Geraardsbergen que fue la clave del Tour de Flandes durante muchos años hasta que hace once, exactamente, quedó relegada por el circuito con Oude Kwaremont y Paterberg.
La capilla es sin embargo el filtro principal de la Het Nieuwsblad, que recrea aquellos finales de De Ronde, encadenada con Bosberg.
Tras la apertura, la calle central de Siena que lleva a Il Campo, ahí donde Van der Poel despegó sobre la resistencia de Alaphilippe, ha sido el icono emergente entre mis lugares de la primavera.
Podría escoger otros lugares, sitios con sterrato, pero esa calle sienesa, tan toscana, tan vertical, es fruto de la importancia que la Strade se ha granjeado en la primavera.
Luego hay un giro, muy pronunciado, bajando el Poggio hacia San Remo, que recordaréis por la cabina, como ese vestigio de un pasado que no tenemos tan lejano y que cada año intento buscar en la televisión como el punto de inflexión de la carrera.
Ahí vimos pasar solo a Nibali hace unos años, por ahí ha pasadoen cabeza varias veces Alaphilippe, incluso recuerdo aquella vez que King Kelly se lanzó en ese punto a por Moreno Argentin, treinta años de aquello ya.
Siguiente parada es el paso fugaz de los ciclistas por el sitio de Ypres y la salida por su arco, inicio además de la Gante-Wevelgem.
Urbanismo flamenco, como el de la gran plaza de Brujas, al servicio del ciclismo, una escena perfectamente tirada de un sitio que quedó en ruinas tras la primera Guerra Mundial.
De De Ronde, el Tour de Flandes, vendría a quedarme con el Oude Kwaremont, pero el Koppenberg es magia pura, un estadio abovedado, bajo las ramas y hojas de un denso bosque en el que bate el corazón más flamenco.
Qué duro y pesado se hace.
Su adoquín es incómodo, descarnado, el más similar a Roubaix que ofrece Flandes, pero es que la inclinación y lo íntimo del lugar acaban de cerrar el círculo para explicar lo que es el ciclismo en Flandes, un arraigo singular e incondicional del hombre, la bicicleta y la tierra.
Paso página, viajo a Roubaix, bueno al camino que lleva a Roubaix, en el que muchos echarán mano de la icónica recta de Arenberg, pero yo me quedó con otro tramo, cinco estrellas en la calificación de «paveses».
Las curvas del Carrefour de l´ Arbre son «Tourmalets» para más de uno, aquel paraje en medio de la nada, sacado como de un campo de batalla, en el que Tom Boonen vio como iban cayendo los rivales en serpentín en cada giro, todos tras él.
Foto: A.S.O./Gautier Demouveaux
Damos el salto a Valonia, a dos enclaves en la recta final de la primavera.
El inicial es Huy, el epílogo de la Flecha Valona, el bien llamado «kilómetro más largo» por entre estaciones que parecen un «viacrucis», no sé quizá lo sean.
Y luego la Roche-aux-Faucons, el sitio donde la Lieja-Bastogne-Lieja, la más vieja de las conocidas -con permiso de la Milán-Turín-, salta por los aires y en el que posiblemente nos percatemos que la primavera, ya a finales de abril, se nos escapa de las manos.
Foto: ASO/Pauline Ballet
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