Ciclismo antiguo
El día que Louison Bobet se eternizó en el Izoard
Así dio la vuelta Louison Bobet en el Izoard a un Tour que se la había complicado
Jean Bobet habla en su libro de “Mañana salimos” del G4.
Los grandes de la década de los cincuenta.
Una generación irrepetible en todo: palmarés, carisma, rivalidad, glamour, interés.
Bartali, el tosco fraile, Coppi, irremediable genio, Koblet, con el peine en el bolsillo del maillot, y Bobet, el primero en casi todo, incluso en armar estadísticas imposibles hasta la fecha.
Hubo un día de julio. Exactamente el 22. Corría el Tour de Francia de 1953. Jean Robic había sido inmisericorde en los Pirineos.
En el vientre del pelotón circulaba Bobet. Se hablaban maravillas de él.
El gran éxito se le resistía. Tenía ya 28 años, edad de merecer.
Era un todo o nada. La jornada partía desde Gap para romper en Briançon. Allí, en su ciudadela de viraje arabesco. La general presentaba aspecto ambiguo.
Lo que no pasara en este trecho ya no habría opción de enmendarlo.
Louison Bobet tiró de pizarra.
Lanzó por delante, ya en el kilómetro veinte, a casi 140 de meta, a su compañero Deledda con otros dos elementos. Francia se relamía.
Bobet no encajaba la situación.
Tercero en la general supo que su suerte corría en esa jornada.
Armó el ataque a 80 kilómetros de meta.
En plena ascensión al Col de Vars, el huesudo potro galo arrancó con Loroño y Sena emparentados a su estela. El líder Mallejac flaqueaba pero mantenía el tipo, por la cumbre sólo cedía 45 segundos.
El descenso fue especialidad de la casa. Bobet se deshizo de sus compañeros en Vars y mandó parar a Deledda. De él sacó el mejor jugo para coger a los de adelante y empezar a hacer decente su hazaña. Sin embargo ésta solicitaba culminar.
Bobet cazó y superó a los fugados. Estaba ya en el Izoard.
Riscos pelados de paisaje fantasmagórico, caliza piedra que aborda la carretera, una suerte de mal camino de cabras donde serpentean ciclistas al ahínco de los espectadores.
Como diría a continuación, Bobet condujo su máquina en solitario por la Casse Déserte.
“Sólo los campeones lo hacen” concluyó. En medio de la muchedumbre, que suponemos no era mucha a esas alturas, emergió un rostro conocido.
Fausto Coppi cámara en mano y acompañado de la Dama Blanca, Guilia Occhini, retrató el torcido gesto del francés.
Se saludaron con la jerga de los gigantes.
En la cima su renta caminaba hacia los cuatro minutos, en meta sorteaba los cinco y medio.
El líder llegó a más de diez. Bobet se hizo grande. El Izoard le hizo eterno.
Imagen: CapoVelo
Ciclismo antiguo
La subestimada importancia de Bernard Hinault
Hoy Bernard Hinault sopla 70 velas en el pastel
El otro día reflejamos un ranking histórico que no causó indiferencia en el que Eddy Merckx salía como el mejor de la historia con Alejandro Valverde y Sean Kelly en el podio, y resultados tan curiosos como que Raymond Poulidor quedara como mejor ciclista francés de la historia por delante de Bernard Hinault y Jacques Anquetil.
El ranking era eso, uno más de los que hay publicados, aunque en este caso me llamó la atención el detalle con el que estaba hecho.
Pero claro, cuando reflejas algo así corres el riesgo de la contestación de la gente, pues al final los rankings históricos, que engloban 140 años de historia de este deporte, con tantas épocas y tan diversas, se entremezclan con las sensaciones y recuerdos de cada uno.
Una de las conclusiones más llamativas fue sin duda ver a Bernard Hinault tan abajo en el mismo, como si sus resultados de base no fueran correlativos con los grandes triunfos.
Estadística al margen, lo que no se puede discutir es que Bernard Hinault, quien celebra hoy la redonda cifra de 70 años, es uno de los ciclistas en los que todos pensamos cuando hablamos de los grandes de siempre.
Al bretón, que ya no sé si sigue o no enrolado en el Tour, le hemos visto mucho estos años, en podios y otros entornos de la mejor carrera del mundo y quizá por ello hemos amortizado tanto su presencia que no le damos el valor que merece su legado.
Digo esto porque este año, precisamente éste, todos están comparando a Tadej Pogacar con Eddy Merckx cuando el antecedente más obvio que veo es el francés.
De hecho, este deporte no conoce dominador tal desde Bernard Hinault en hace 40 años.
La omnipresencia del bretón, apodado «el Tejón», fue tal que causó pesadillas en gente como Greg Lemond y otros rivales.
Su forma de presentarse en los Campos Elíseos, de amarillo, con el Tour ya seguro, es algo que creo emulara más pronto que tarde Pogacar, a quien su mejor Tour le pilló acabando en Niza con una crono, que si no, le vemos emulando al gran Bernard.
🚴♂️💨Los Maillots de… BERNARD HINAULT. 🧐#LosMaillots pic.twitter.com/kYdpCAhqf7
— F.IMAZ (@FIM_1972) November 14, 2024
Leyendo esas comparaciones, creo que se hace de menos a uno de esos campeones totales que nadie puede omitir en una buena historia del ciclismo.
Bernard Hinault selló 146 victorias entre 1975 y 1986, siendo el campeón total más reciente que hemos visto.
Pero su importancia va más allá, es un símbolo del ciclismo más poderoso del mundo, el francés, pues en su persona recae una estadística que seguro el año que viene muchos sacarán a paseo: los 40 años que han pasado desde el Tour de 1985, el último que ganó un miembro del país anfitrión.
Ciclismo antiguo
Mundial ciclismo: Alfredo Binda, el primero y siempre tricampeón
El primero en ganar tres mundiales siempre ha sido Alfredo Binda
Ayer que hablábamos de Óscar Freire, no incidimos del todo en sus tres mundiales, cuando es algo que, como vemos en la imagen del post, le sitúa muy arriba en la historia del ciclismo, junto a Van Steenbergen, Merckx y el primero de siempre, Alfredo Binda.
Como veis, el Mundial es una carrera cuyos mejores ciclistas no superan las tres coronas.
Un listado en el que hay que meter a y Sagan, Peter Sagan, quien fue el primero y único en ganar tres seguidos, espejo de la dificultad del reto de una carrera
Pero volvamos a Alfredo Binda…
“Binda, Alfredo, di Cittiglio a las 16.55 horas ha completado los 178,5 kilómetros en 6 horas y 40 minutos a un promedio de 26,520 kilómetros por hora”.
Éste fue el encabezamiento de la edición extraordinaria que La Gazzetta dello Sport sacó a la luz el día 21 de julio de 1927 por la consecución del primer mundial de la historia en manos de Alfredo Binda.
En el circuito alemán de Adenau, sobre los trazos del mítico curveado de Nurburgring, Binda se convirtió en el primero del listado de grandes que en su día vistieron el arco iris.
Aquella mítica edición fue copada por la selección italiana que además de Binda se completaba con Girardendo, Piemontesi y Belloni.
Un dream team que seccionó toda opción de sorpresa en medio del diluvio y viento que acosó a los contendientes. En la penúltima de las ocho vueltas, Binda surgió e incrementó renta sobre sus compañeros para llegar con más de siete minutos sobre Girardengo y Piamontesi.
La Italia fascista tuvo aquí uno de sus pilares propagandísticos sobre las virtudes del hombre itálico.
Binda ganaría otros dos Mundiales en Lieja y Roma los años 1930 y 1932.
La temporada de su primer arco iris se impuso en 12 de las 15 etapas del Giro que obviamente se atribuyó.
Él, junto a Girardengo, sembró el camino de los grandes que habrían de venir unos tales Bartali y Coppi.
Foto tomada de http://cycling-passion.com
Ciclismo antiguo
Freire en 5 esenciales
Olfato fino, inteligente y carácter bravo y bien disimulado definen un campeón como Óscar Freire
Cuánto querría hoy el ciclismo español un competidor como Osca Freire, uno de los ciclistas más singulares de este deporte a este lado de los Pirineos.
Recordamos al cántabro como ese conseguidor de hitos únicos fruto de su poder en las llegadas pero sobretodo su cabeza, esa que parecía despistada fuera de la bicicleta, pero que cuando hacía el click y no había forma de contrarrestarla.
Vamos con esos cinco esenciales para hablar de un corredor que quisimos, queremos y siempre querremos…
Una cabeza privilegiada
Óscar Freire no fue el ciclista más dotado físicamente, pero ello no le impidió construir un palmarés de 72 éxitos de mucho nivel.
Sin un gran equipo rodeándole, él solito creó las condiciones para ganar muchos sprints, saliendo justo en el momento exacto cuando había que hacerlo, cuando los rivales ya no podían reaccionar.
Pero no sólo eso, atacó de forma definitiva en muchos momentos, evitando el sprint y logrando el mismo resultado, la victoria, para muestra su primer mundial o aquel Luis Puig en el que sorprendió a los rivales saltando por el lado opuesto de la rotonda.
Qué decir de aquella Milán-San Remo que le gana a Erik Zabel.
Sprinter que pasaba las cotas
Como su principal rival generacional, el citado Zabel, Óscar Freire sacaba petróleo de aquellas etapas en las que el final ofrecía alguna dificultad.
Su forma de pasar las cotas le eliminaba de inicio varios rivales y en grupos más pequeños conseguía ser el más rápido.
Convivencia con dolores y lesiones
En su carrera no fueron pocas las veces que Freire pasó por lesiones, sobretodo de espalda que le sacaban de la carretera durante más tiempo del deseado.
No fue un ciclista de caerse mucho, no le recuerdo una caída fuerte pero sí esos problemas físicos que empezaron ya desde su primer año de arcoíris en el Mapei.
Un carácter fuerte bien escondido
Recuerdo un capítulo muy concreto, justo antes del Mundial creo que de Sttutgart, cuando la selección española dijo que, si se vetaba a Valverde, no acudiría.
Tuve esa semana la ocasión de entrevistarle, y cuando le anticipé esa posibilidad, no contuvo su enfado pues él quería estar en Alemania optando al que podía haber sido su cuarto Campeonato del Mundo.
Y es que a pesar de su aspecto dicharachero y su cercanía, Freire tuvo un carácter potente, clave para resolver situaciones complicadas en su carrera, algunas, como esa de Alemania o el primer año en Mapei, rodeado de estrellas, sacando un genio que por lo demás llevaba bien disimulado.
Una carrera, el segundo mundial de Verona
Pocas veces he visto a un ciclista tan dominador de la escena como aquella tarde de octubre en la hermosa Verona.
Al control y trabajo de la selección española, al lanzamiento final de Alejandro Valverde, se le sumó la aplastante forma de Freire, intratable en el sprint final, pero también en todos los pasajes de la carrera.
Estoy casi convencido que si le preguntamos por el mejor estado de forma de su vida apuntaría a esa carrera.
Ciclismo
Greg Lemond fue el primer moderno de la historia del ciclismo
Con Greg Lemond el ciclismo entró de lleno en una modernidad que sigue vigente
El Tour de 1989 está muy en boca de todos.
Una edición de esas que no se olvida, treinta años después, cifra redonda.
¿Qué estabas haciendo cuando Lemond remontó a Fignon en la misma línea de meta de París
Aquella tarde de julio, un niño ojiplático soñaba con ver, con tocar aquello, al otro lado de la televisión.
Laurent Fignon arrojaba motivos sobrados para ser el tipo más odiado del pelotón, con los años cambiamos, curiosamente esa percepción.
Todos íbamos con Greg Lemond, ese americano, hijo del milagro de salir vivo de un accidente de caza, que había estado más allá que acá, y que consiguió ganar el Tour, tres semanas, más de veinte etapas, tres mil no sé cuántos kilómetros, por ocho míseros segundos.
El gran golpe de Greg Lemond ese día, en ese momento, fue mucho más allá
Aquel era un corredor roto por la mitad desde el accidente, un ciclista que pocas semanas antes, leí, lloraba en una cama de un hotel del Giro porque no se encontraba a sí mismo.
Era la viva imagen de la impotencia, un corredor que había sido prodigio, campeón del mundo, podio y ganador del Tour, que tenía problemas para llegar con el cierre.
Hoy un Tour como el de 1989 sería impensable, un ciclista que sacó la cabeza a pesar de todo: ese Lemond, abandonado a su suerte por un equipo, el ADR, que pasaba por ser del montón, que no le acompañó en casi ningún momento decisivo, si descontamos la crono por equipos del inicio,
Una aventura de supervivencia que cambió la suerte del ciclismo, lo hizo moderno, más a imagen y semejanza de lo que tenemos hoy.
Los campeones corales, que brillaban en Niza, Roubaix y Lieja antes de atreverse con el Mundial y el mismísimo Tour.
Eso pasó a ser una reliquia del pasado.
Curiosamente, hasta Wiggins y Thomas, Greg Lemond había sido el último ganador del Tour en preparar Roubaix con cierta ambición.
Sin embargo el Tour de 1989 y Greg Lemond cabalgaba a lomos de ese caballo llamado ciclismo moderno.
Su entrada en el ciclismo europeo no fue sencilla.
Lo vio Hinault y lo reclamó para Francia, Lemond aterrizó con una mano delante y otra detrás.
Pero no se amilanó, pasó el invierno de su vida cincelando lo que sería un campeón moderno, extraordinariamente completo, ambicioso, que supo ser compañero cuando correspondía, y buscar su suerte llegado su turno.
Y en el Tour de 1989 instaló la suerte del campeón, sí, pero también una suerte de ganancias marginales que acabaron por darle el éxito, cuando todos apostaban a francés, de gafas de intelectual y coleta emblemática.
Salió con un manillar de triatleta que a los pocos días todos usaban, pero antes sacó provecho de cada pasaje de la carrera, corriendo en el filo, explotando el nerviosismo de Fignon, que veía pasar los días y no lo distanciaba y la ansiedad de Perico por resolver el desastre de Luxemburgo.
Y ganó, bajó el mismo arco de meta de toda aquella edición, demostrando que el ciclismo requería de campeones a tiempo completo para y por el Tour.
Con Greg Lemond nació el ciclista que armó su campaña alrededor del Tour, como nunca antes se había visto.
Lo de Stephen Roche ganando Giro y Tour, más mundial el mismo año, quedaba lejísimos.
El ciclismo moderno, el que que se introdujo con Lemond, obliga a centrar objetivos, a especializarse, a ser eficaz en lo poco pero bueno que se emprenda.
Al año siguiente Greg Lemond sólo lograría una victoria, la general del Tour de Francia, ni etapas, ni vueltas de una semana, ni avalorios.
De su ciclismo bebería Miguel Indurain y llevaría al extremo Lance Armstrong, el otro americano que ganaría el Tour, aunque lo suyo no quedara en los anales.
Si el ciclismo tuvo un punto de inflexión, ese lo firmó Lemond, Greg Lemond, uno de esos corredores cuyo recuerdo nos reconcilia con la sorpresa y la constante innovación, esa palanca de cambio que hoy sigue siendo clave.
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Freire en 5 esenciales
Carolina
14 de diciembre, 2012 En 1:52
Luison Bobet fué un ciclista peculiar, su hermano Jean le describe muy bien en "Mañana salimos" editado por @culturaciclista. Ambos hermanos vivieron el ciclismo de los años 50, época de grandes corredores y él consiguió ganar tres Tours consecutivos que imagino por entonces, sería toda una hazaña.