Ciclismo antiguo
La mítica desgracia de Eugène Christophe
Fue en el año 2010 que el Tour de Francia conmemoró el centenario del coloso puerto pirenaico del Tourmalet, acontecimiento que nos ha traído a la mente no pocos recuerdos y gestas que se fraguaron en este tradicional lugar de la geografía francesa, colindante a nuestro país. Ateniéndonos a la historia, no hemos tenido reparos en seleccionar la hazaña, entre varias otras, que protagonizó el corredor galo Eugène Christophe, en el mes de julio de 1913; es decir, tres años más tarde de haber cruzado por vez primera esta ascensión de 2.115 metros de altura, cuyo descubridor se debió al polifacético periodista Georges Steinès, bajo el amparo de la cabeza visible del Tour, Henri Desgrange, fundador, gerente e impulsor de la famosa ronda francesa.
Catorce kilómetros andando
No hay duda que Christophe fue una de las figuras más populares con que contó el ciclismo francés. Lo más curioso del caso es que participó en once ocasiones en el Tour de Francia, viéndose obligado a abandonar en tres. Nunca tuvo la grandeza de poder vencer a pesar de que lo tuvo muy cerca en más de una ocasión. El drama de su vida fue este y no otro.
En nuestro recuerdo nos hemos de situar en el año 1913, en la etapa Bayona-Luchon, de 326 kilómetros, con la inclusión del célebre Tourmalet, un puerto de alta montaña inaugurado por los ciclistas con tan sólo tres años de historia. Christophe, coronó la cima en segunda posición tras el belga Philippe Thijs, que sería el futuro vencedor absoluto del Tour. En pleno descenso de la cuesta citada, al querer sortear un automóvil seguidor, tuvo la mala fortuna de sufrir un serio encontronazo que le llevó a romper la horquilla delantera de su bicicleta.
Terrible momento para el corredor francés que poseía facultades para llevar a cabo una sonada actuación y su triunfo absoluto. La dura realidad fue que debió cargar sobre sus espaldas la máquina, andando con ella por espacio de nada menos catorce kilómetros, los que restaban para llegar a la población de Sainte Marie-de-Champan, en donde se le había indicado la existencia de una pequeña herrería, con la posibilidad de que pudiera en ella realizar personalmente la reparación pertinente, cosa que hizo ante la mirada severa de dos severos comisarios del Tour, allí presente en aquel acto de aspecto hasta dramático.
Los reglamentos de aquella época dictaban que cualquier avería debía ser enmendada por el mismo corredor sin recibir ayuda del exterior. Se dio la circunstancia, un tanto casual, que Christophe, el afectado, había realizado unos cursos para trabajar el hierro en una escuela de formación profesional emplazada en su pueblo de origen. Aquel hecho reforzó su prestancia de forma un tanto inesperada ante aquel tan desgraciado accidente. Cuando entró en el pequeño taller de forja, emplazado a las afueras de la mencionada población, fue parco en palabras ante una petición dirigida al modesto dueño del establecimiento que le salió al encuentro un tanto asombrado viendo lo que veía. Christophe, ni corto ni perezoso, le formuló el siguiente aserto: “¡Préstame tú forja y facilítame cuanto antes un martillo! El trabajo correrá por mi cuenta. Nadie debe ayudarme en la faena”. Y así, el ciclista galo inició su laborioso trabajo que requería mucha paciencia y a la vez habilidad para desenvolverse con el fuego.
Honores para Defraye, el primer belga que ganó el Tour
Aún así, Christophe, pudo llegar a París, ocupando el sétimo lugar de la general, lo cual supuso un grado de popularidad más ante el gran público, que recordaba la edición anterior del Tour 1912, cuando aquel mismo esforzado ciclista, algo ignorado en los anales del ciclismo, había cristalizado una buen actuación al clasificarse segundo tras el belga Odile Defraye, un corredor desconocido de elegante pedaleo, muy gentil con las gentes y con un fino bigote, que le asemejaba más, en cuanto a porte, a un cineasta que a un simple ciclista, según anunciaban las crónicas de la época.
Un monumento merecido para la posteridad
Fue un veterano y gran amante en la práctica de la bicicleta, dado que habiendo cumplido los 40 años, aún se permitió la osadía de participar una vez más en el Tour para terminarlo en decimoctava posición. Tenía una voluntad muy tenaz, la misma que cuando se enfrentó ante la adversidad en la forja en Sainte-Marie-de-Campan, cuya placa de homenaje se erigió allí como dando fe y rememorando un recuerdo que sigue vivo en la cronología ciclista.
Publicamos, efectivamente, acompañando al presente reportaje, un documento gráfico que tuvimos la fortuna de obtener en aquel recóndito lugar pirenaico. Constituye un hito histórico cuyas palabras escritas nos traen a la memoria no poca emoción y sí, además, una inevitable admiración. El texto dice: Eughène Christophe, líder de la prueba, perdió aquí toda opción de victoria, pero aun así dio una formidable lección de coraje y de tenacidad. El Tour de Francia continúa recordando con todo respeto aquel comportamiento ejemplar.
El misionero del ciclismo
Como colofón final, sí quisiéramos dar a conocer a la luz lo que comentó aquel ciclista de cierta fama en su tiempo llamado Antonin Magne, compatriota suyo, en ocasión del fallecimiento de Christophe ocurrida el primero de febrero de 1970, al querer glosar su figura del todo tan ejemplar. Le definió como un corredor sufriente en la práctica de su oficio, predicador de innumerables enseñanzas ciclistas, difusor de las excelencias de este duro deporte y sencillo en el trato.
Aquellas palabras, breves si se quieren, encerraban la descripción justa de lo que representó aquel hombre que luchó en silencio frente a la adversidad. Se le llamó incluso con el apelativo de ser un “misionero del ciclismo”. Son palabras, éstas, que perduran en el hondo de nuestro corazón. Son palabras que no pueden desaparecer así como así al compás de los vientos. Es una fiel glosa, una más, que hemos querido resaltar aquí y que nos acercan a aquellas gestas contraídas por unos ciclistas en aquellos difíciles tiempos con tintes dramáticos y con actitudes casi inverosímiles.
Por Gerardo Fuster
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Ciclismo antiguo
La Plagne siempre brilla en el Tour
El regreso del Tour a La Plagne es el homenaje a una cima con poca pero jugosa historia
En la presentación del Tour, en las imágenes de La Plagne, el director de la carrera hizo un pequeño inciso sobre la presencia del actor Alain Delon en uno de los coches que seguían la carrera.
Fue algo efímero, pero significativo, y es que pocas cimas tienen tan poca pero tan densa tradición en el Tour de Francia como La Plagne.
La cumbre alpina regresa a la mejor carrera 23 años después del éxito de Michael Boogerd en 2002, curiosamente la vez de las tres visitas que menos dio que hablar este sitio.
Ese día el neerlandés sobrevivió a una larga escapada, logrando su mejor éxito el Tour de Francia, él que nunca fue un gran fondista de tres semanas, con la primavera siempre entre sus objetivos.
Eran los días de dulce de Lance Armstrong en el Tour de Francia, camino de su cuarta victoria.
Aunque en el Tour, esa fue la última efeméride de La Plagne en la carrera, tenemos un antecedente más reciente, la llegada del Dauphiné de hace tres años y la increíble gesta de Mark Padun, que ganara en solitario ese día, como lo garía al siguiente, firmando un logro ta inédito que no se volvería a repetir.
En todo caso, son las dos primeras veces de La Plagne en el Tour la que nos interesan.
Hete aquí aquella edición de 1987 con una primera carrera entre Laurent Fignon y Anselmo Fuerte, ganada por el francés en el sprint final.
Por detrás el juego del gato y el ratón entre Pedro Delgado y Stephen Roche estuvo entre la épica y la comedia.
Lo primero porque el segoviano llevó al irlandés a todos los límites y lo segundo por la salida en helicóptero y con mascarilla de Roche de la cima, llevándose unos minutos de descanso clave para las etapas que habrían de venir,
Inferior en la crono final, Perico estaba obligado a apuntalar el maillot amarillo logrado en Alpe d´Huez, y la mejor manera era llevar a su rival a los extremos, no logró casi diferencia, pero aquella jornada quedó en los anales casi tanto como la de ocho años después.
Ese día vimos la que considero la mejor exhibición en una subida que jamás he visto.
La protagonizó Indurain y sobre la misma hay mucha literatura, pero valga sólo esa imagen de la fila india desgajándose uno a uno para explicar el golpe que aquella jornada propinó el navarro a la carrera.
Nunca volvimos a ver nada igual, y lo vimos en La Plagne.
Ciclismo antiguo
Superbagnères fue el mejor día de Pedro Delgado
La mejor carrera de Pedro Delgado fue aquella que no acabó ganando
Cuando hoy, año 2024, miramos atrás y recordamos las emociones que nos deparó el Tour de hace 35 años, con Pedro Delgado al lado de la extraña pareja Fignon & Lemond, somos conscientes que el ciclismo hace tiempo que nos robó el corazón.
Aquella fue la memorable carrera resuelta por ocho segundos, tras tres semanas, entre parisino y californiano, entre dos ciclismos, dos formas entender la vida, que colisionaron en su mejor esplendor.
Pero aquella fue también la carrera de Pedro Delgado, posiblemente, su mejor actuación de siempre y eso que acabó tercero.
Para ponernos en situación hay un nombre pequeño en el mapa, pero enorme de significado, Luxemburgo, aquella salida traicionera que dejo al campeón saliente, el dorsal uno, noqueado ya de inicio.
El retraso de Pedro Delgado en Luxemburgo explica buena parte de la carrera, para lo bueno y lo mano.
«Joder, siempre me recordáis lo mismo, sed un poco originales» nos comentó una vez Perico, inquirido por aquella experiencia.
Pero es que la historia te regala momentos singulares que treinta años después, en el ciclismo el milímetro, suenan a chanza.
Y así vemos que aquel arranque arruinó, finalmente, la carrera del campeón vigente, Lemond y Fignon eran muy buenos para andar regalándoles minutos, pero al mismo tiempo le espoleó a la mejor jornada de los llamados «periquistas».
Muy desplazado en la general, la crono por equipos acabó de hundirle en la general, Pedro Delgado sabía que los Pirineos tenían la llave de su regreso al frente.
Tras Cauterets, aquella jornada que presentó a Miguel Indurain en sociedad, dos años antes de hacer la carrera suya por cinco ediciones, en Reynolds, entonces ya con el copatrocinio de Banesto, trazaron la estrategia más agresiva para la jornada de Superbagneres.
Describen Superbagneres en la obra que Libros de Ruta ha traducido brillantemente de aquella edición –Tres semanas, ocho segundos– como una estación humilde, una recta en medio de la montaña, bloques pasados de moda y lugar desapacible.
Pero es que aquel ciclismo era así, más humilde, más humano, mucho más cercano.
Podríamos decir que Luxemburgo obligaba y la jornada con Tourmalet, Aspin, Peuyrerourde y final en la citada estación tenía que devolver a Delgado a donde le correspondía.
Y se puso manos a la obra, con un ataque de largo radio que tuvo dos compañeros que habla del nivel de las grandes gestas que hicieron el Tour lo que es.
El ciclista de la coleta, el mismo que cuatro años antes perdía inexplicablemente toda una Vuelta en la sierra de Segovia, a manos de Pedro Delgado, Robert Millar entró al trapo, y con ellos el tibio, Charly Mottet, de hecho el mejor clasificado de los tres y líder virtual durante muchos pasajes de la jornada.
[Haciendo camino, los tres firmaron una memorable hoja de ciclismo y antología del esfuerzo.
Un monumento que sigue en nuestra mirada y en el recuerdo, el asidero que nos recuerda que este deporte es bello como ninguno, trasladando la locura por cimas y valles, pueblos, calles, virajes y en cada tramo de esos que la emoción se palma en la cuenta, incluso cuando lo ves por la televisión.
Un calambre de felicidad.
Perico se distinguía por un ataque feroz e incuestionable cerca de meta, no cuando las vallas, pero cerca, aquella jornada, obligado por una coyuntura tan adversa que lo tuvo fuera de carrera durante días, desterró aquellos ataques con la algarabía de meta ya sonando.
Fue sin duda el mejor día de su carrera, a nuestro juicio.
Le valió para conquistar el podio que finalmente haría suyo, una tercera plaza que pergeña en esa pequeña historia de cábalas sobre cuántos Tours debió ganar Perico.
Eso se lo dejamos a quienes quieran jugar a hacer cuentas, por de pronto recordar aquella jornada es evocar el ciclismo que nos atrapó hasta el día de hoy.
Por cierto que Superbagneres vuelve en el Tour 2025…
Imagen: Parlamento Ciclista
Ciclismo antiguo
¿Os acordáis de Cadel Evans?
Nadie fue tan conservador como Cadel Evans, incluso dando siempre más de lo que tenía
No hace tanto lo teníamos por aquí, una década atrás Cadel Evans era uno de los ciclistas más importantes del pelotón.
Ganador de un Tour y campeón del mundo, su figura fue perenne durante unos cuantos años a pesar de no ser el ciclista más apreciado: Cuando se hablaba de corredores conservadores, lapas, ciclistas que están ahí, sin que les dé el aire, pero sacando rédito de lo ajeno, siempre salía su nombre.
Pero fue así, un hecho claro y nítido en el imaginario del populacho ciclista que un día creció y se asentó y da igual el tiempo que pasé, que siempre surge.
Nosotros hemos hablado con gente del pelotón sobre Cadel Evans y hay de todo, unos respiran mal, otros peor, lo dibujan como un tío introvertido, con sus rarezas poco disimuladas y un carácter complejo aunque también hay gente que lo apreció.
Fue tras Lance Armstrong, uno de los pocos que se pusieron seguridad en el Tour de Francia, fue curioso verle con un gorila, vestido de amarillo, por las metas del Tour que acabaría ganando Carlos Sastre.
Cadel Evans era un corredor serio y trabajador que tuvo muy pocas salidas fuera de tono… salvo cuando le tocan su oso de peluche.
En una entrevista con prensa, alguien le intenta tocar y Evans se pone extremadamente agresivo para lo que supone que toquen tu oso de peluche. pic.twitter.com/lFx1dGXMBb
— Carlos CR (@CarlosCR_) December 9, 2018
Que nadie le tocara el peluche.
Aquella edición le recuerdo también vistiendo una camiseta interior por el Tíbet, cuya bandera se le adivinada en el maillot abierto.
Sea como fuere pocos corredores, desde el punto de vista de aficionado al ciclismo, nos merecen el respeto y admiración de Cadel Evans.
A pesar de esa pose afectada, de esa mirada melancólica, de esa actitud a veces soberbia, nos pareció un extraordinario profesional.
Por un lado trae hasta aquí una extensa trayectoria, iniciada en las ruedas gordas, llegó a ser subcampeón del mundo, siendo uno de los casos de transición del BTT a la carretera que podríamos tomar de éxito.
Esa habilidad de la montaña la plasmó en dos hechos en la carretera, por un lado con muy buenas cronos a lo largo del tiempo, sabiendo domar el arte de rodar por kilómetros y kilómetros…
Por otro lado, en aquella icónica etapa del sterrato, Giro de 2010, en las que los ciclistas acabaron irreconocibles.
Evans ganó aquella etapa, en arcoíris, tras dejar a los Liquigas, Basso y Nibali atrás.
Un día para recordar de un Giro para enmarcar en el que Cadel Evans tuvo su cuota de culpa.
Y es que ese ciclista conservador, que nunca se movía, que iba a remolque sacó muy buenas actuaciones en esa y otras carreras.
Fue campeón del mundo atacando sin atacar, sacando petróleo de la empanada de Purito y Kolobnev en el momento decisivo de Mendrisio, un triunfo que le valió un arcoíris que seguro tiene en un marco en casa junto al amarillo del Tour.
Y es que el Tour que gana Cadel Evans fue de todo menos sencillo, supo estar ahí siempre, sacando provecho a la torpeza táctica y obsesión de los hermanos Schleck por Contador.
Ganó un Tour en la carretera, nadie se lo regaló, apretó cuando debía y consiguió escribir la historia del ciclismo australiano, que es la suya.
Evans ganó ese Tour porque dio lo mejor que tuvo, es decir todo, sin dejar nada, recogiendo de cada recoveco de su cuerpo, mientras otros jugaban a no sé qué.
Y no sólo eso, ese corredor lapa que muchos señalan por la calle, dejó la bicicleta hace seis años con un palmarés que incluye Tirreno y Romandía al margen de un goteo de triunfos parciales y una Flecha Valona.
Y no preguntaremos por lo que pasó esa tarde en Monachil y la eternidad que tardaron en atenderle en un pinchazo mientras Valverde volaba hacia la Vuelta 2009…
Escuchad lo que se nos cuenta desde los coches azules de Shimano.
En todo caso el ciclismo australiano no ha vuelvo a rodar al nivel de Cadel desde su retirada y sólo ya eso da a entender la dimensión de su leyenda.
Imagen: Bendigo Advertiser
Ciclismo antiguo
Luxemburgo vs Bergerac ¿Cuál fue la mejor contrarreloj de Indurain?
En Luxemburgo, Miguel Indurain firmó algo que creo no volveremos a ver
En la retrospectiva que estamos estos haciendo estos días sobre las muchas cosas que nos encandilaron de la eterna figura de Miguel Indurain, eternamente atractiva, traemos aquí sus dos contrarrelojes más célebres: Luxemburgo y Bergerac.
Esto no es una comparativa científica ni estadística, es un canto al momento, a las sensaciones y los recuerdos imborrables que aquellas dos tardes nos dieron.
Una píldora, cuando hablamos con Carlos de Andrés en la parte dura del confinamiento, que no paraba de reponer ciclismo en Teledeporte, le preguntamos…
Alguna otra que te toque la fibra…
«Me hacía mucha ilusión recuperar la crono de Luxemburgo de Miguel Indurain«
Indurain ¿Luxembugo o Bergerac? creo que veis por dónde van los tiros
Vamos a recordar…
El día 13 de julio de 1992 hubo un antes y un después.
Una jornada que marcó a fuego.
Un monumento de sesenta y cinco kilómetros y una hora larga de esfuerzo.
Si “maître Jacques” viviera se habría visto de azul y blanco, sobre una cabra customizada de Banesto y un casco con un triangulo rojo invertido, como un “ceda el paso” a quien lo portara.
Recuerdo perfectamente aquella jornada. Una tarde de julio. La carrera ya lanzada, los favoritos en carretera, y entre ellos el primero en estar operativo Miguel Indurain.
Navarro, ganador el año pasado, las dudas crecieron las jornadas del norte, cuando Lemond y Chiapucci le tomaron ciertos segundos, simbólicos, pero para muchos sintomáticos.
Aquello fue una merienda de negros. Jugársela en los adoquinados de Bruselas no tuvo mayor premio que la consolación frente a lo que acontecería en el pequeño ducado.
“Atención, primer punto, Miguel Indurain mejor tiempo con mucha ventaja” gritaba un Carlos de Andrés casi treinta años más joven -id al 24´12´´-.
Miguel había iniciado la que considero su obra maestra.
Si Luxemburgo había sido fatal para Pedro Delgado tres años antes, aquí, con el uno a la espalda y también en una crono, el de Villava firmaría la que por muchos está considerada la mejor crono de la historia.
Las rutas luxemburguesas, fueran largas, estrechas o en páramo, presenciaron como un ciclista fue capaz de doblar a tres compañeros de pelotón.
El último de ellos, Laurent Fignon había partido seis minutos antes. Ello da dimensión de la hazaña.
En el umbral del arco de llegada Armand de las Cuevas se demoró tres minutos, Gianni Bugno 3´41´´ y Greg Lemond más allá de los cuatro.
Sencillamente devastador.
Aunque Pascal Lino salió ese día de amarillo, el suyo fue un premio testimonial.
Duró lo que el pelotón tardó en entrar en los Alpes.
Dos años después, Bergerac…
Aquella jornada voló Miguel Indurain, lo hizo a tal nivel que se ganó el apelativo de la segunda mejor crono de la historia, porque en la retina teníamos aún reciente la de Luxemburgo, sólo dos años antes, en uno de esos días, 25 primaveras después, que jamás se olvidan.
La crono entre Périgueux y Bergerac figura en los anales por muchas cuestiones.
Lo relató entonces el maestro Javier de Dalmases en las páginas del otrora diario polideportivo, ahora es un folletín del Barça, El Mundo Deportivo, cuyo buceo por su hemeroteca es un placer para el recuerdo y la memoria.
Ese día de julio, con el asfalto derretido y el peligro en cualquier giro, Miguel estuvo a punto de caerse en dos de las primeras curvas, Indurain infringió un correctivo que a catorce días del final sonaba a sentencia.
Sólo Tony Rominger, tres veces ganador de la Vuelta ese año, se mantenía con un halo de esperanza, a dos minutos, más allá de los cuatro caía Armand De las Cuevas, el gregario díscolo, el boxeador inconcluso.
La gesta de Indurain se puede explicar en diversos planos y estadísticas, pero si nos permitís sólo daremos una: el navarro envió más allá de los diez minutos a 123 ciclistas.
Esa forma de pedalear, ese modo de acoplarse a una máquina que rodaba sobre un 54 x 12 se demostró imposible de gestionar para una amplia mayoría de los corredores, por no decir que a todos menos a Rominger, el único que salió en la franja de los dos minutos.
Hasta dobló a Lance Armstrong, una escena que con los años ganaría valor y morbo.
Vistas las dos, qué días aquellos, Luxemburgo es el día D en la carrera de Miguel Indurain, más allá de las diferencias, que fueron más grandes en Bergerac, enviando a dos minutos Rominger y a más de cuatro al resto.
Y es que Luxemburgo fue el inicio, el primer golpe, todos le esperaban pero quizá nadie en ese tono, desmontando los argumentos de rivales que le habían puesto en aprietos días anteriores o que se habían centrado en el Tour.
Indurain ya portaba el uno en Luxemburgo, había ganado un Tour, otros también ganaron un Tour, pero aquello certificó la excelencia y la promesa que aquel ciclo sería largo, muy largo.
Subió el listón y lo mantendría.
Eso ocurrió en Luxemburgo… en Bergerac llovía sobre mojado, nos tuvo tan bien acostumbrados.
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