Mundo Bicicleta
La ciclista
Una historia sobre esa ciclista que siempre veías pasar
Invierno. Son las 8 de la mañana. Ahí afuera hace un frío que pela. Creo que deberemos rondar los 0ºC. Hasta la casa está fría. Enciendo la chimenea. Calor de hogar. Mientras tomo el café me asomo a la ventana a ver si la veo. Mi casa está justo al final de la colina principal que corona el pueblo, una rampa dura de unos 500 m al 10%, pero es que para llegar hasta aquí hay una respetable subida de 5 km al 6%.
El cielo de un gris plomizo, apenas deja pasar el sol. Observo los árboles desnudos y escucho el sonido del viento, aire frío y molesto del norte, el habitual por estas fechas. La carretera está muy húmeda y me viene un olor intenso a chimeneas encendidas.
La verdad es que tengo ganas de verla ya que hace bastante que no pasa por aquí, desde mucho antes de Navidad. Se habrá tomado su merecido mes de descanso, pero como es habitual en ella, hoy es el primer sábado después de las fiestas y seguro que hoy la veo. Siempre inicia su temporada en esta fecha realizando este recorrido ascendiendo este pequeño alto donde yo vivo.
Se retrasa bastante. Es normal. Seguro que se lo ha tomado con calma. Después del parón invernal, las fiestas y el frío que hace no es para menos. El reloj está a punto de tocar las 9 de la mañana. Parece que se acerca alguien a lo lejos en bici. Tiene que ser ella. En efecto, es mi «amiga» ciclista. No la conozco de nada, pero la he visto pasar muchas veces.
Viene muy tranquila, moviendo un desarrollo muy cómodo. Si no fuera porque sé que es ella, casi no la reconocería. Muy abrigada, con un buff que le tapa casi toda la cara y sólo se distinguen sus bonitos ojos detrás de sus gafas claras, su pelo recogido bajo su casco de color metalizado, chaqueta térmica de color amarillo y un culotte largo de invierno ajustado que delatan que estos días ha echado algunos kilillos, no muchos, tres o cuatro. Unos guantes de riguroso invierno y unos botines a juego completan su equipación en estos primeros kilómetros del año.
La verdad es que debe ser una sensación muy especial salir de casa el primer día del año con la bici y pegar esa primera pedalada, ya sea con la derecha o con la izquierda, que hay para todos los gustos, y completar ese primer kilómetro pedaleando al que le seguirán miles y miles más durante toda la temporada.
Hoy mi «amiga», del cual desconozco su nombre, va muy tranquila sobre su blanca y reluciente bici. Seguro que unos días antes de salir le ha dado un buen repaso, engrasándola y limpiándola.
Llega a mi altura y corona el repecho. Como siempre también gira su cabeza arriba y hacia la derecha como buscándome. Aquí estoy. Me saluda con un ligero y tímido movimiento de cabeza. Le contesto con una sonrisa. Nada más iniciar el suave descenso que viene a continuación ya veo que echa mano del plato grande y se deja caer pedaleando con tranquilidad. Ya no la volveré a ver hasta la semana que viene.
Primavera. La luz del sol me despierta. Las ocho en el reloj. Me hago el café y me asomo rápido a la ventana. La abro y respiro. Hace un fresco agradable. Los árboles empiezan a vestirse de verde y escucho el agradable sonido del canto de las golondrinas revoloteando alrededor de mi casa. Es una bonita mañana de abril con el cielo completamente despejado. Sopla una ligera brisa y en el campo que tengo delante de casa ya florecen las amapolas. Hemos dejado por fin el invierno atrás.
Hoy seguro que viene con ganas. Ya está aquí. Y viene bastante deprisa. Apena pasa un cuarto de hora de las 8. Lleva dos o tres piñones menos desde la última vez que la vi. La encuentro más atlética y sin duda ya ha dejado por el camino los kilos que le sobraban. Ya lleva culotte corto, mostrando sus bonitas piernas que empiezan a estar ya bastante morenas. Aún va con maillot largo. En las bajadas aún hace fresquito. Ha cambiado sus gafas transparentes por otras oscuras. El sol empieza a pegar. Veo su cara, también ya morenita y se ha soltado un poco su corta melena. Es muy guapa, la verdad, y la veo muy en forma. Va por faena y muy concentrada. Apenas hoy se fija en mí.
Aún y así hace un gesto como de saludo.
No sé ni siquiera si me ha visto o ha intuido que estaba ahí asomado como siempre. Creo que hoy ha debido subir muy rápido, ha coronado, ha puesto plato y se ha lanzado como una posesa hacia abajo. Estos días la veré más a menudo. Hoy es martes, el jueves seguro que vuelve y el sábado también. Está entrenando duro.
Verano. Hoy me he despertado antes de las 8. Son las 7:30. Ya no podía dormir más y no paraba de dar vueltas en la cama. Hace ya mucho calor y eso que duermo con la ventana abierta. El sol está ya bastante alto y el termómetro marca ya 22 grados, lo que promete una jornada de intenso calor. Oigo el canto de las chicharras, tostándose al sol, y a lo lejos campos amarillos de trigo a punto de ser segados. Suerte que aquí arriba tengo estos frondosos árboles que protegen y dan un poco de sombra a mi casa.
Miro el calendario. Ya estamos a finales de junio. Me asomo a la ventana y giro mi cabeza directamente a la derecha. Ya ha pasado, la veo a lo lejos que ya ha iniciado hace un rato el descenso. Estos días, a no ser que madrugue, sólo la veré por detrás, muy morena, completamente de corto, con su maillot azul y su culotte blanco alejándose como una moto. Hoy seguro que habrá hecho su mejor tiempo subiendo hasta aquí. Ya está preparada.
Hasta el otoño, guapa.
Por Jordi Escrihuela
Imagen: A.S.O./Thomas Maheux
Destacado
De Landa a Izagirre, los juveniles de oro en el podio de la Itzulia
Ver a Landa e Izagirre en el podio de la Itzulia tanto tiempo después
La Itzulia que acabó en las manos del vigente ganador del Tour de Francia fue un espectáculo de menos a más que tuvo a dos vascos en el podio, Mikel Landa y Ion Izagirre, una estadística singular, tremenda, ¿cuántos ciclistas del lugar quedan en el podio de su carrera World Tour?
Tras verles en el cajón de la Itzulia he querido recuperar este escrito que Unai Yus nos obsequió hace casi seis años, cuando Mikel Landa se quedó a las puertas del podio del Tour tras ayudar a Chris Froome….
Cuando Mikel Landa se queda a un solo segundo del podio en París, después de hacer el Giro de Italia, resulta que todo el mundo lo conoce, todo el mundo sabe y de él y, por supuesto, señores, esto es España, todo el mundo opina y sienta cátedra sobre él.
Al igual que Landa, muchos, muchísimos niños jugaban a ser ciclistas e incluso algunos soñaban con serlo. Personalmente conozco a bastantes corredores vascos que, allá por 2006 y 2007, eran juniors, unos juniors con una ilusión tremenda, con los que tuve la suerte de trabajar.
Algunos de ellos, muchos teniendo en cuenta los tiempos que corren, son ahora profesionales. Me dejaré alguno, seguro, pero recuerdo al citado Landa a Ion Izagirre, Peio Bilbao, Garikoitz Bravo, Igor Merino y Jon Aberasturi en ruta más Jonathan Lastra y Omar Fraile, como corredores de BTT.
Ya entonces tenían algo, se les veía calidad, pero, para sorpresa de muchos, no eran dominadores de la categoría ni mucho menos. Como ejemplo, Landa e Izagirre fueron los dos últimos corredores de la selección de Euskadi en el campeonato junior que se celebró en Onda y que ganó el navarro Enrique Sanz. Esto es sólo un detalle, pero da pistas sobre cómo son estos corredores actualmente, buenos compañeros, sacrificados y conocedores del oficio.
Recuerdo a Mikel Landa como lo veo ahora, un tío con una clase descomunal, no como el corredor más autodisciplinado, no era un chico al que le encantara entrenar, pero tenía un don. Un don, una chispa que a día de hoy ha pulido con trabajo.
Mikel Landa es lo que era, un tío al que no le importaba sacrificarse por sus compañeros pero, ojo, tirado para adelante como pocos y que le gustaba ser líder cuando se sentía bien. Un tío con carácter, un líder en el grupo con sus chistes, sus gracias, un crío que no se callaba ni debajo del agua, que a veces se pasaba de la raya, que resultaba irrespetuoso, pero que generalmente lo hacía con un sentido, con un fin. Un tío, que podrá equivocarse o no, pero que no da puntada sin hilo.
Izagirre era otro talento natural, el del pedaleo fácil, al que le daba lo mismo una carrera de carretera que una de ciclocross, un chaval al que le veías pedalear y decías: “¡Qué clase tiene!”.
Al igual que Landa y que todos los corredores vascos, un junior de maduración lenta que todavía jugaba a ser ciclista era Peio Bilbao, un año más joven, el diamante, el niño flaco, desmadejado, con perfil de escalador y callado pero que lo mismo se te metía en una escapada por el llano y te la liaba.
Jon Aberasturi, un velocista que nació en el lugar equivocado, triunfando en Asia, ahora. Este ya era de los míos, como fui yo, un currante, un chaval con algo menos de talento natural pero con una capacidad de trabajo y sacrificio fuera de toda duda.
En este grupo metería a Jonathan Lastra, también a Omar Fraile, el niño que se hizo atleta remando en la ría de Bilbao, a Igor Merino…. Otros muchos, tan talentosos y trabajadores como estos, y hablo sólo de los nacidos en Euskadi, se quedaron por el camino, entre ellos Aitor Ocampos, medalla en aquel campeonato de España de Onda.
Por tanto, está claro que a la cumbre del ciclismo profesional se llega por varios caminos, pero, los dioses del Olimpo, los cracks, sólo son aquellos que tiene un brillo especial, un duende, un don….para hacer magia en bicicleta.
Por Unai Yus
Imagen tomada del FB del Team Sky y Team Baharain
INFO
Las gran fondo by Rose Bikes…
Mundo Bicicleta
Col de Turini, del motor al Tour
El Col de Turini estará en el cierre del Tour en la Costa Azul
En el cierre del Tour 2024, la jornada penúltima, con entrada y salida por el mapa de los Alpes Marítimos, hará alto en varios puertos y entre otros el Col de Turini
Los puertos de la Provenza y la Costa Azul, situados estratégicamente en la entrada de los Alpes marítimos, o en la salida, según cómo se miren o dependiendo de la carrera y de cómo los afronten, siempre han sido respetados y admirados, y siempre han sido sinónimo de batalla en sus cuestas, aportando su sal y su pimienta a competiciones como el propio Tour.
Podemos hablar del arco de Sospel y su trilogía de Niza: puertos como Braus (1002 m), Castillon (706 m) y La Turbie (480 m), continuando por otros como el Espigoulier (728 m), el Esterel (314 m) y sobre todo el gran Turini (a 1607 m), que han sido escenarios donde los adversarios continuamente se han tanteado y en muchos de ellos han habido luchas decisivas, llegando incluso algunos corredores a hacerse con el maillot de líder en estas cuestas en las que sus cunetas suelen estar abarrotadas de gente.
Citar los puertos provenzales es evocar lugares donde las rampas se retuercen y giran sobre sí mismas, donde las curvas las marcan los arbustos, donde los ángulos agudos se muestran sin contemplaciones, mientras los corredores caracolean, girando sus cabezas buscando la carretera y siempre intentando seguir los muros de contención para evitar el precipicio.
Por eso estos cols siempre provocan muecas entre los participantes, algo, por otro lado, bastante normal en Niza, la capital del Carnaval galo.
Y llegamos al Col de Turini…
Como Turini, que vuelve a la competición, sobre dos ruedas sin motor, nada menos que después de 46 años de haberlo hecho por última vez, en 1973 y en el Tour, con victoria para de uno de los nuestros que supo «encarrilar» muy bien su pedaleo dirección a su cima.
Estamos hablando, en efecto, del recordado Vicente López Carril, un histórico del ciclismo español.
Así, podemos decir que el corredor gallego fue el último ciclista en coronar el puerto en primera posición, en una edición en la que quedó 5º de la general, después de haber hecho podio el año anterior.
De esta manera, Turini, más reconocido y popular en el mundo del rally porque en él se disputa uno de los más famosos del mundo como es el mítico Rallye de Montecarlo, cambia el motor por los pedales y en el que los ciclistas, ese próximo 16 de marzo, habrán de acometer más de 30 lacets, horquilla sobre horquilla, curvas cerradas, giros de 180º, en una exigente ascensión de 15 km con una pendiente media del 7,3% y donde probablemente se decida el ganador de esta edición de la París-Niza.
Una espectacular subida y en la que, por esas fechas, suele ser habitual que haya presencia de nieve.
Ya veremos.
Los aficionados, ese día, descubriremos un puerto para el ciclismo de ensueño, una de las carreteras serpenteantes más escénicas que existen, para disfrutar mientras contemplemos un paisaje de fantasía, ascendiendo por la ladera de la montaña y con hermosas vistas al mar Mediterráneo.
Un puerto de cine.
El Turini fue, cómo no, todo un descubrimiento de Jacques Goddet, «una sensacional novedad» como él mismo exclamó cuando lo dio a conocer como primicia en el Tour de 1948 «con su interminable pendiente».
A pesar de haber entrado muy poco en las competiciones de ciclismo (Tour del 48 con victoria para Louison Bobet, del 50 para Jean Robic y la recordada del 73 de López Carril), en sus curvas se han escrito épicas páginas de la historia de la ronda gala, como en aquella etapa de la edición del 48, cuando Louison Bobet, que había abandonado el año anterior, estuvo a punto de hacer lo propio el día antes en San Remo, ya que se encontraba enfermo, pero durante aquella jornada, provocado por un ataque de Roger Lambrecht, que era nada menos que su delfín, Louison resucitó.
Acompañado y ayudado por un gran Apo Lazarides que protegió eficazmente el maillot amarillo de su líder y amigo, y además alumno de Vietto, se escaparon a siete kilómetros de la cima para lanzarse después a tumba abierta a pesar de los cuatro kilómetros de descenso pedregoso.
Louison Bobet triunfó finalmente en Cannes recuperando siete minutos a Bartali.
El italiano, su adversario más peligroso, se encontraba en ese momento a 21 minutos.
Como curiosidad, el prestigioso L’Equipe, al dar la novedosa noticia de la inclusión de este bonito puerto en la París-Niza de 2019, publicó una foto errónea del Turini en sus páginas, confundiéndolo con el no menos bello y escénico Col de Braus, conocido como el «alambique», el «tirabuzón», «kriss malayo» o simplemente «cric», algo que para ser el célebre diario no deja de ser algo bastante imperdonable.
¡Ay! Si el pobre René Vietto levantara la cabeza…
Ciclismo antiguo
Mende siempre será la cima Jalabert
Aquel día en Mende, Jalabert puso en jaque el quinto Tour de Indurain
Mende, dia D ¿qué te parece que llamen al lugar Montée Laurent Jalabert?
«Si te soy sincero me da bastante igual, quizá hubiera tenido sentido llamarle así al año siguiente pero…»
A Jalabert, aquel día hacia Mende, le secundaba el mejor Melchor Mauri jamás visto junto al australiano Neil Stephens.
Con ellos Massimo Podenzana, Dario Bottaro y Andre Peron. Los seis habrían de abrir un hueco más allá de los nueve minutos.
En Banesto no daban crédito.
Las piernas de los gregarios de Indurain al unísono no enjuagaban el desperfecto. Surgieron entonces varias tesis. A cola del pelotón se fraguaba la ayuda de otros equipos. El manejo de José Miguel Echávarri dio frutos apetecidos para mantener a raya la afrenta de Jalabert.
Mundo Bicicleta
En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo
«En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo; ante este gigante, sólo podemos quitarnos el sombrero y saludar con modestia»
La frase de Henry Desgrange, el padre del Tour, exclamada en 1911, define a la perfección lo que el ciclista siente cuando se tiene que enfrentar al gigante alpino en un terreno grandioso, inexpugnable hasta aquel entonces, donde incluso los más grandes campeones empequeñecen ascendiendo por su carretera ganada a los hielos, que cubren tres cuartas partes del año alcanzando los siete metros de manto blanco bajo las órdenes del general Invierno.
Territorio hostil, en su cumbre a 2645 metros sobre el nivel del mar reina el silencio y solo nos queda admirar. Y meditar. Por encima de la cota 2000 hay poca vida en sus laderas, quizás alguna marmota que se despereza del letargo hibernal, pero la actividad humana es prácticamente nula. Es el triunfo de la naturaleza sobre el hombre, en toda su expresión, un monumento hecho montaña donde solo llegar hasta allí arriba supone una victoria y ganar, la gloria, tocando el cielo con las manos.
Así debió sentirse Émile Georget -igual que Neil Armstrong cuando pisó la Luna-, al ser el primer hombre en pedalear por el túnel abierto en su cima, porque el francés, a diferencia del norteamericano, no puso pie durante las 2 h y 38 minutos que invirtió en toda su ascensión, «una gesta sin precedentes en los anales del ciclismo», tal y como tituló L’Auto en su portada del 11 de julio de 1911.
Siguiendo con la analogía, el mismo diario aquella fecha podría haber definido la épica etapa como un pequeño paso para el ciclista pero un gran salto para el ciclismo mundial y el Tour, que con aquella montaña adquiría una nueva dimensión.
El túnel que la mayoría de vosotros conocéis ya estaba abierto en aquellos años, ya que fue nada menos que en 1891 cuando se construyó para comunicar a los vecinos de la Saboya con los de la Provenza, bajo 90 metros de piedra y roca y 365 de largo, tantos como días tiene el año. Poco se podían imaginar que 20 años más tarde alguien montado en aquel invento reciente sería capaz de semejante hazaña.
Le habrían tachado de loco, de lunático, pero así fue para asombro de los aficionados a este increíble deporte que se engancharon a un espectáculo sin igual en el que los ciclistas «fueron capaces de ser alados y elevarse hasta unas alturas donde ni siquiera llegan las águilas», como también pronunció en su día el propio patrón de la Grand Boucle.
Por aquí volaron Fausto Coppi en el Tour del 52 «escalando como un teleférico deslizándose por su cable de acero» (Goddet), Charly Gaul en 1955, Bahamontes en el 64 o Anquetil dos años más tarde en una de sus mejores vuelos.
El Galibier es un paso de montaña casi tan viejo como la propia Humanidad. Se dice que esta ruta se fue trazando siguiendo los pasos de contrabandistas y vendedores ambulantes que desafiaban el frío y las ventiscas de nieve incluso en verano. Acceder a uno de los otros valles era como hacerlo a la cara oculta de la Luna, a un territorio desconocido, otro mundo.
Sin embargo no fue hasta 1979 cuando el coloso da su estirón definitivo y crece nada menos que 89 metros, alcanzando los 2645 actuales. En efecto, el viejo túnel se resintió de una sus bóvedas y amenazaba con desplomarse de un momento a otro.
Se cerraron sus grandes portalones de madera durante 25 años y se construyó una nueva carretera para cruzar el paso en forma de curvas diseñadas «a la mula», mil metros más de escalada al 10%, convirtiéndose en el tramo más duro de toda la ascensión, siendo Lucien Van Impe, aquel mismo año, el primero en estrenarlo pasando en solitario en cabeza.
Aunque las puertas del túnel fueron abiertas de nuevo en el año 2003, después de las reformas que ya permitían el paso incluso de autocares, el Tour prescinde de él y prefiere el nuevo tramo que lleva a la cima, para disfrute de los aficionados que sienten en aquellas nuevas rampas toda la épica de los esforzados de la ruta que se convierten en gigantes cuando hollan su cumbre, igual que lo seréis vosotros si superáis el miedo escénico del cartel «Col du Galibier: 35 km», saliendo de St Michel de Maurienne. Más que un fuera categoría, un puerto de otro planeta.
Por Jordi Escrihuela
Imagen: Ciclismo Épico
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