Ciclismo antiguo
El Giro de Pantani, entre los recuerdos más preciados
Marco Pantani ganó el Giro de Italia de los mil ataques
Es cierto, y no es la primera vez que lo digo, que los homenajes a Marco Pantani me estomagan, por ser quién fue y cómo acabó, por la doble vara de medir que muchas veces utilizamos, pero hay que ser justo con el recuerdo y hablar de aquel Giro.
Porque el Giro que figura en el palmarés de Pantani es una de esas cosas que sólo pueden perdurar en la memoria, algo íntimo y personal, emociones que quedan incluso por encima del turbulento devenir que le aguardaba astro italiano.
Sólo decir que el Giro de 1998 fue por muchos años la mejor edición que pudimos disfrutar merced a un ciclista, que quisimos recordar el día del aniversario de su pérdida, Marco Pantani, que con los tiempos sigue estando muy presente.
De esa época, tan solo un año se le pudo medir, la del 94 que los chalados de A Cola del Pelotón están recreando estos días.
Situémonos en contexto.
Finales de la década de los noventa, la que por muchos es considerada la de los abusos más flagrantes.
Dominan ciclistas de perfil atlético, completos, fuertes rodadores resistentes en la montaña.
Marco Pantani habría de convivir con Lance Amstrong al poco tiempo, pero antes, había asumido la vanguardia de la resistenca contra Miguel Indurain, Tony Rominger y cia.
Ciclistas que le desplazaban en la crono lo que él no podía recuperar en la montaña.
A ello se añadió también la forma díscola de correr del ciclista de Cesenatico.
Sin disciplina más allá del día, con la perspectiva de cazar etapas, sin el rigor que se exige en tres semanas, no optaba a generales absolutas.
Aquel Giro presentó muchos de los condimentos inicialmente descritos.
Un croner de postín, Alex Zulle, y un Marco Pantani, ajeno al sufrimiento sostenido en 21 días
Michele Bartoli, recién llegado de las Ardenas donde había arrasado como nunca, empezí repartiendo a diestro y siniestro.
Memorable fue el duelo el del toscano con el propio Pantani por las cimas de la San Remo camino de Imperia, donde se impuso Angel Edo.
No obstante, la batalla de fondo era muy favorable a Alex Zulle.
De salida, en el prólogo de Niza el suizo, flamante fichaje de Festina, aquel que tan mal acabaría sólo unas semanas después en Dublín, golpeaba primero.
Doble ganador de la Vuelta, el excelente ciclista helvético lideraba la carrera encendido pues no sólo propinaba en las cronos, ganaría la de Trieste, pues también se mostraba sólido en montaña, en la cima de Lago Laceno donde también se impondría.
Mientras Mario Cipollini se empachaba a triunfos, el suizo de gafas de lente gruesa ataba todos los cabos hacia su primer Giro, tres años después del logrado por Tony Rominger.
Pero ¿estaba todo bien atado? ¿todo?. Pues no.
Camino de Val Gardena se armaba una escapada de larguísimo radio con Marco Pantani i Guiseppe Guerini a la cabeza
La jornada eliminaba a Alex Zulle pero a Pantani le quedaba Pavel Tonkov, ganador dos ediciones antes.
En Alpe di Pampeago el italiano daba en todas las teclas para descolgarle pero no hubo forma.
Al día siguiente en Pian di Montecampione volvió por la senda del ataque.
Uno, dos, tres, cuatro, … Pantani tensó una y otra vez el ritmo sobre el líder del Mapei.
Superó los 25 kilómetros hora sobre pendientes del 8-9%.
No había manera, con la crono final, el calvo con el pañuelo en testa no se podía permitir tener al ruso solapado a su rueda trasera.
Cuando parecía que aquello no daba más de sí, pam, Tonkov cede metros.
La travesía hasta la cima fue un canto a la leyenda de este competidor único.
Con la carrera ya amarrada, Pantani incluso firmó mejor crono final que el propio Tonkov 48 horas después de que en Montecampione.
El Giro era suyo…
Imagen: @giroditalia
Ciclismo antiguo
Mundial ciclismo: Alfredo Binda, el primero y siempre tricampeón
El primero en ganar tres mundiales siempre ha sido Alfredo Binda
Ayer que hablábamos de Óscar Freire, no incidimos del todo en sus tres mundiales, cuando es algo que, como vemos en la imagen del post, le sitúa muy arriba en la historia del ciclismo, junto a Van Steenbergen, Merckx y el primero de siempre, Alfredo Binda.
Como veis, el Mundial es una carrera cuyos mejores ciclistas no superan las tres coronas.
Un listado en el que hay que meter a y Sagan, Peter Sagan, quien fue el primero y único en ganar tres seguidos, espejo de la dificultad del reto de una carrera
Pero volvamos a Alfredo Binda…
“Binda, Alfredo, di Cittiglio a las 16.55 horas ha completado los 178,5 kilómetros en 6 horas y 40 minutos a un promedio de 26,520 kilómetros por hora”.
Éste fue el encabezamiento de la edición extraordinaria que La Gazzetta dello Sport sacó a la luz el día 21 de julio de 1927 por la consecución del primer mundial de la historia en manos de Alfredo Binda.
En el circuito alemán de Adenau, sobre los trazos del mítico curveado de Nurburgring, Binda se convirtió en el primero del listado de grandes que en su día vistieron el arco iris.
Aquella mítica edición fue copada por la selección italiana que además de Binda se completaba con Girardendo, Piemontesi y Belloni.
Un dream team que seccionó toda opción de sorpresa en medio del diluvio y viento que acosó a los contendientes. En la penúltima de las ocho vueltas, Binda surgió e incrementó renta sobre sus compañeros para llegar con más de siete minutos sobre Girardengo y Piamontesi.
La Italia fascista tuvo aquí uno de sus pilares propagandísticos sobre las virtudes del hombre itálico.
Binda ganaría otros dos Mundiales en Lieja y Roma los años 1930 y 1932.
La temporada de su primer arco iris se impuso en 12 de las 15 etapas del Giro que obviamente se atribuyó.
Él, junto a Girardengo, sembró el camino de los grandes que habrían de venir unos tales Bartali y Coppi.
Foto tomada de http://cycling-passion.com
Ciclismo antiguo
Freire en 5 esenciales
Olfato fino, inteligente y carácter bravo y bien disimulado definen un campeón como Óscar Freire
Cuánto querría hoy el ciclismo español un competidor como Osca Freire, uno de los ciclistas más singulares de este deporte a este lado de los Pirineos.
Recordamos al cántabro como ese conseguidor de hitos únicos fruto de su poder en las llegadas pero sobretodo su cabeza, esa que parecía despistada fuera de la bicicleta, pero que cuando hacía el click y no había forma de contrarrestarla.
Vamos con esos cinco esenciales para hablar de un corredor que quisimos, queremos y siempre querremos…
Una cabeza privilegiada
Óscar Freire no fue el ciclista más dotado físicamente, pero ello no le impidió construir un palmarés de 72 éxitos de mucho nivel.
Sin un gran equipo rodeándole, él solito creó las condiciones para ganar muchos sprints, saliendo justo en el momento exacto cuando había que hacerlo, cuando los rivales ya no podían reaccionar.
Pero no sólo eso, atacó de forma definitiva en muchos momentos, evitando el sprint y logrando el mismo resultado, la victoria, para muestra su primer mundial o aquel Luis Puig en el que sorprendió a los rivales saltando por el lado opuesto de la rotonda.
Qué decir de aquella Milán-San Remo que le gana a Erik Zabel.
Sprinter que pasaba las cotas
Como su principal rival generacional, el citado Zabel, Óscar Freire sacaba petróleo de aquellas etapas en las que el final ofrecía alguna dificultad.
Su forma de pasar las cotas le eliminaba de inicio varios rivales y en grupos más pequeños conseguía ser el más rápido.
Convivencia con dolores y lesiones
En su carrera no fueron pocas las veces que Freire pasó por lesiones, sobretodo de espalda que le sacaban de la carretera durante más tiempo del deseado.
No fue un ciclista de caerse mucho, no le recuerdo una caída fuerte pero sí esos problemas físicos que empezaron ya desde su primer año de arcoíris en el Mapei.
Un carácter fuerte bien escondido
Recuerdo un capítulo muy concreto, justo antes del Mundial creo que de Sttutgart, cuando la selección española dijo que, si se vetaba a Valverde, no acudiría.
Tuve esa semana la ocasión de entrevistarle, y cuando le anticipé esa posibilidad, no contuvo su enfado pues él quería estar en Alemania optando al que podía haber sido su cuarto Campeonato del Mundo.
Y es que a pesar de su aspecto dicharachero y su cercanía, Freire tuvo un carácter potente, clave para resolver situaciones complicadas en su carrera, algunas, como esa de Alemania o el primer año en Mapei, rodeado de estrellas, sacando un genio que por lo demás llevaba bien disimulado.
Una carrera, el segundo mundial de Verona
Pocas veces he visto a un ciclista tan dominador de la escena como aquella tarde de octubre en la hermosa Verona.
Al control y trabajo de la selección española, al lanzamiento final de Alejandro Valverde, se le sumó la aplastante forma de Freire, intratable en el sprint final, pero también en todos los pasajes de la carrera.
Estoy casi convencido que si le preguntamos por el mejor estado de forma de su vida apuntaría a esa carrera.
Ciclismo
Greg Lemond fue el primer moderno de la historia del ciclismo
Con Greg Lemond el ciclismo entró de lleno en una modernidad que sigue vigente
El Tour de 1989 está muy en boca de todos.
Una edición de esas que no se olvida, treinta años después, cifra redonda.
¿Qué estabas haciendo cuando Lemond remontó a Fignon en la misma línea de meta de París
Aquella tarde de julio, un niño ojiplático soñaba con ver, con tocar aquello, al otro lado de la televisión.
Laurent Fignon arrojaba motivos sobrados para ser el tipo más odiado del pelotón, con los años cambiamos, curiosamente esa percepción.
Todos íbamos con Greg Lemond, ese americano, hijo del milagro de salir vivo de un accidente de caza, que había estado más allá que acá, y que consiguió ganar el Tour, tres semanas, más de veinte etapas, tres mil no sé cuántos kilómetros, por ocho míseros segundos.
El gran golpe de Greg Lemond ese día, en ese momento, fue mucho más allá
Aquel era un corredor roto por la mitad desde el accidente, un ciclista que pocas semanas antes, leí, lloraba en una cama de un hotel del Giro porque no se encontraba a sí mismo.
Era la viva imagen de la impotencia, un corredor que había sido prodigio, campeón del mundo, podio y ganador del Tour, que tenía problemas para llegar con el cierre.
Hoy un Tour como el de 1989 sería impensable, un ciclista que sacó la cabeza a pesar de todo: ese Lemond, abandonado a su suerte por un equipo, el ADR, que pasaba por ser del montón, que no le acompañó en casi ningún momento decisivo, si descontamos la crono por equipos del inicio,
Una aventura de supervivencia que cambió la suerte del ciclismo, lo hizo moderno, más a imagen y semejanza de lo que tenemos hoy.
Los campeones corales, que brillaban en Niza, Roubaix y Lieja antes de atreverse con el Mundial y el mismísimo Tour.
Eso pasó a ser una reliquia del pasado.
Curiosamente, hasta Wiggins y Thomas, Greg Lemond había sido el último ganador del Tour en preparar Roubaix con cierta ambición.
Sin embargo el Tour de 1989 y Greg Lemond cabalgaba a lomos de ese caballo llamado ciclismo moderno.
Su entrada en el ciclismo europeo no fue sencilla.
Lo vio Hinault y lo reclamó para Francia, Lemond aterrizó con una mano delante y otra detrás.
Pero no se amilanó, pasó el invierno de su vida cincelando lo que sería un campeón moderno, extraordinariamente completo, ambicioso, que supo ser compañero cuando correspondía, y buscar su suerte llegado su turno.
Y en el Tour de 1989 instaló la suerte del campeón, sí, pero también una suerte de ganancias marginales que acabaron por darle el éxito, cuando todos apostaban a francés, de gafas de intelectual y coleta emblemática.
Salió con un manillar de triatleta que a los pocos días todos usaban, pero antes sacó provecho de cada pasaje de la carrera, corriendo en el filo, explotando el nerviosismo de Fignon, que veía pasar los días y no lo distanciaba y la ansiedad de Perico por resolver el desastre de Luxemburgo.
Y ganó, bajó el mismo arco de meta de toda aquella edición, demostrando que el ciclismo requería de campeones a tiempo completo para y por el Tour.
Con Greg Lemond nació el ciclista que armó su campaña alrededor del Tour, como nunca antes se había visto.
Lo de Stephen Roche ganando Giro y Tour, más mundial el mismo año, quedaba lejísimos.
El ciclismo moderno, el que que se introdujo con Lemond, obliga a centrar objetivos, a especializarse, a ser eficaz en lo poco pero bueno que se emprenda.
Al año siguiente Greg Lemond sólo lograría una victoria, la general del Tour de Francia, ni etapas, ni vueltas de una semana, ni avalorios.
De su ciclismo bebería Miguel Indurain y llevaría al extremo Lance Armstrong, el otro americano que ganaría el Tour, aunque lo suyo no quedara en los anales.
Si el ciclismo tuvo un punto de inflexión, ese lo firmó Lemond, Greg Lemond, uno de esos corredores cuyo recuerdo nos reconcilia con la sorpresa y la constante innovación, esa palanca de cambio que hoy sigue siendo clave.
Ciclismo antiguo
Kuiper valía para Roubaix y Alpe d´ Huez
En el palmarés de Hennie Kuiper hay una variedad asombrosa
Hace 50 años, camino de Roubaix, sonaban las hostias de De Vlaeminck, Moser, Merckx, Raas y Hennie Kuiper, nuestro hombre de hoy.
Kuipper es holandés y podría escribir un libro sobre las cabronadas del infierno del norte, que son muchas, variadas y sorprendentes. Hasta 1983 Kuiper fue nueve veces top ten en las diez que había tomado la salida y ese año estaba dispuesto a torcer la historia.
A su undécima Roubaix Kuiper llegaba mejor que nunca. Había sido un invierno de perros, con lluvia y frío, tremendo viento, jornadas de entrenamiento que te costaban años de vida, normal y deportiva. Sin embargo Kuiper se declaraba presto, a tope: “Entrené mejor que nunca, muy duro”. La carrera no le fue a la zaga. Se salió a mil por hora y hasta Arenberg la sucesión de acontecimientos fue tal que el desgaste psicológico empezaba a pesar en las piernas y encima cabía entrar en la recta.
De aquí salieron dieciséis unidades. Entre otros, se sostenían en vanguardia Francesco Moser, Gilbert Duclos-Lasalle, Yvon Madiot, Alain Bondue, Stephen Roche y el mentado Kuiper por cuya cabeza rondaba la necesidad de romper aquello cuanto antes a la vista de su pobre sprint en caso de llegar juntos.
Dicho y hecho, en el Carrefour de l´ Arbre Kuiper pone toda la carne en el asador. Es un todo o nada, la forma de rematar esas ediciones que otras veces le dejaron con las ganas de ganar. Kuiper se marcha solo y mete metros a sus perseguidores. La cosa parece hecha. El rocoso holandés vuela hacia meta. Parece que el triunfo que precisaba su palmarés de culto estaba por llegar. Sin embargo en Roubaix los elementos son insospechados.
A seis kilómetros de meta un imprudente fotógrafo en la cuenta no da el paso a atrás toda vez ya había encuadrado su ídolo. Kuiper trata de esquivarlo y revienta el tubular en un recoveco entre adoquines. Otra vez, fantasmas de antaño aparecen, pero en esta ocasión los coches, esos que en Roubaix tardan una eternidad en devolverte a la ruta, aparecen rápido y le reponen la bicicleta con el tiempo suficiente de llegar solo, empañado en polvo, gaznate seco, y ambiente fresco, al velódromo más querido.
Hennie Kuiper fue un ciclista de los que podríamos llamar de culto. Estos días que tantas vueltas le damos a la polivalencia de muchos ciclistas, cabría reivindicar figuras como Kuiper.
Sumó 83 triunfos en 16 temporadas, entre otros fue campeón olímpico en Múnich, aquella que derramó tanta sangre por la sinrazón terrorista, y del Mundial de 1975. Además pisó dos veces el podio del Tour, donde ganó en Alpe d´ Huez y se quedó a un paso de ganar los cinco monumentos, sólo le faltó Lieja, curiosamente ese que dicen ser el más afín para los vueltómanos.
Imagen tomada de www.cadenceperformance.com
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