Ciclismo antiguo
“El ciclismo es un cuento”
Así reza desde hace unas semanas el lema de la cuenta de twitter de Cultura Ciclista (@culturaciclista). No es que me haya vuelto escéptico de repente en relación con el deporte pedalístico, o por lo menos no más de lo estrictamente necesario. Lo de “cuento” no lo digo en sentido irónico, ni lo enarbolo con ánimos de denuncia de los vicios, la decadencia y la podredumbre de nuestro amado deporte, que para eso ya hay justicieros mucho más veteranos, venerados e incisivos por los procelosos mares de las “redes antisociales”.
Decimos, digo, que es un cuento en el sentido literal de la palabra, y ello por dos razones de peso. La primera es que el ciclismo de élite (al menos el de carretera) es una criatura parida, amamantada y criada por periodistas. La lista de competiciones hoy míticas, muchas de ellas aún en activo, que fueron promovidas y montadas por periódicos es larguísima, empezando por la santísima trinidad del Tour, el Giro y la Vuelta. Es bien sabido entre los aficionados que la Grande Boucle, la reina de todas las competiciones del pedal, fue un invento del diario parisino L’Auto que su director, el célebre Henri Desgrange, alimentó y mimó hasta casi el día de su muerte, en 1940. A partir de 1947 han sido también periodistas (Jacques Goddet y Félix Lévitan, y posteriormente Jean-Marie Leblanc, y Christian Prudhomme hasta la fecha) los que han llevado el timón de ese gran transatlántico deportivo.
Quizá el aficionado medio no esté tan enterado de que el Giro de Italia lo puso en marcha en 1908 el diario milanés La Gazzetta dello Sport, el cual ha regido sus destinos hasta el presente. Todos los directores de la Corsa Rosa han sido periodistas antes que frailes. Y la Vuelta la creó en 1935 el tándem formado por el cántabro Clemente López-Dóriga y el murciano Juan Pujol, director este último del diario madrileño Informaciones. Desde entonces, aparte de este rotativo, la carrera española ha pasado por las manos del madrileño Ya, y sobre todo del bilbaíno El Correo, hasta 1978.
Pero la lista no se acaba aquí. La Volta a Catalunya, si no directamente parida por un periódico, si fue inspirada y promovida por El Mundo Deportivo y su director de entonces, Narciso Masferrer, en 1911. La Vuelta a Bélgica se organizó por primera vez en 1908 de la mano del diario La Dernière Heure. La primera Vuelta a Portugal (1927) fue obra del periodista del diario Os Sports Raul Oliveira. La Vuelta al País Vasco se la inventó el diario bilbaíno Excelsior allá por 1924. Y la lista de pruebas de un día y de vueltas cortas promovidas por periódicos es interminable. Entre las más destacadas, tanto de las supervivientes como de las que ya han desaparecido, cabe citar la primera carrera de larga distancia de la historia, la París-Rouen (1869); la mítica París-Brest-París de 1891; Burdeos-París, París-Roubaix, Milán-San Remo, Giro de Lombardía, Vuelta a Flandes, Flecha Valona, Critérium Internacional, París-Niza, Dauphiné, Midi Libre… Y suma y sigue.
La segunda razón que justifica lo de “el ciclismo es un cuento” está estrechamente emparentada con la primera. El ciclismo de carretera es seguramente el único deporte de masas que necesita que alguien lo narre para poder existir. Mientras que el resto de deportes populares, como el fútbol, el baloncesto, el béisbol, el atletismo, la pelota, e incluso la natación, se disputan en recintos cerrados a los que acude el público para presenciar sus competiciones, el ciclismo se desarrolla “a campo abierto”, de manera itinerante y cambiando constantemente de escenario.
Además, la acción no tiene lugar toda junta en un espacio físico abarcable con la mirada, como un estadio o una cancha sino que se despliega de forma desperdigada, a lo largo de varios kilómetros de carretera. Pasan muchas cosas simultáneamente, pero es imposible verlas todas al mismo tiempo, ni siquiera con la moderna tecnología audiovisual. Por ello el ciclismo para existir necesita ser “cantado y contado”, que diría aquel. Si el periodista es una pieza fundamental del engranaje del deporte de masas, en el caso del ciclismo su papel es central, fundacional o constitutivo, de hecho. Hoy en día se dice y se repite que lo que no se comunica no existe; pues bien, este tópico alcanza su máxima validez en el caso del deporte pedalístico.
Estas reflexiones, por otra parte bastante obvias, no han salido de mi magín por inspiración divina. Se pueden leer en uno de esos libros que me encantaría añadir al catálogo de Cultura Ciclista, pero que no publicaré porque no vendería ni 100 ejemplares en este país nuestro del “millón de cicloturistas”: Vélodrame, del (cómo no) veterano periodista francés Jacques Marchand. El cual apunta, como hipótesis extremadamente sugerente, que la actual crisis de credibilidad del ciclismo no tiene sus raíces en el dopaje, que ha existido siempre. Según Marchand, se debe a… un ataque de cuernos de la prensa escrita, patrona indiscutible del ciclismo hasta que llegaron las cámaras de la televisión para “robarle” la criatura.
Por Bernat López, editor de Cultura Ciclista
Ciclismo antiguo
1994: La Flecha Valona que cambió el ciclismo
Nada fue igual tras la Flecha Valona de 1994 y los azules haciendo pleno
La primera parte de los noventa se tiene como la época más oscura de la historia del ciclismo y muchos toman la Flecha Valona de 1994 como el cénit.
No son pocos los testimonios que hablan de un ciclismo psicodélico, de corredores que no corrían, volaban, de cosas raras, de podencos hechos caballos de carreras,…
Testimonios no faltan.
Dos son elocuentes. Greg Lemond justifica parte de su declive por las dos velocidades de aquel ciclismo, un salto de rendimiento que apuntaba una sustancia cuyas siglas eran EPO. David Millar habla en su libro de sus primeras carreras como algo inalcanzable, no había ni roto a sudar que el pelotón ya les había dejado de rueda.
#DiaD 20 de abril de 1994
En el año 94, la Vuelta a España seguía disputándose en abril.
En la antesala de la misma estaba el tríptico de las Ardenas, pero en orden diferente al actual. Una semana después de Roubaix, se corría la Lieja, luego la Flecha Valona y finalmente la Amstel, posteriormente vendría la Vuelta que en esa ocasión dominaría a placer Tony Rominger.
La Flecha Valona se presentaba como la reválida para Eugeny Berzin. El ruso de rubia cabellera había ganado en Lieja días antes y era la punta de lanza del potente Gewiss. Por nombres el equipo celeste copaba las apuestas, sin embargo, los italianos no querían ganar, querían sencillamente coparlo todo.
En el llano que precedía el muro de Huy, Berzin, que iba insultantemente fácil, tomaba unos metros sin que nadie osara seguirle, salvo sus dos compañeros Moreno Argentin y Giorgio Furlan. En la cima de Huy Argentin culminaba la masacre, siendo primero por delante de sus dos colegas.
“Ellos ruedan y nosotros nos quedamos. Hacen que ir en bici parezca sencillo, no necesitan ni preparar estrategia alguna” dijo Gérard Rué, el gregario de Miguel Indurain, preso de la incredulidad.
Los peores temores que circulaban por el pelotón se hacían realidad y las sospechas no tardaron en plasmarse cuando al día siguiente en una conversación entre Michele Ferrari y varios periodistas, en una pedanía de Lieja, el galeno afirmaba sin pudor:
“Si yo soy ciclista y sé que hay una sustancia que mejora el rendimiento y otros la usan, yo también la utilizaría. La EPO no es mala, sólo lo es si abusas de ella, como si te atiborras de zumo de naranja”.
En efecto, el ciclismo de dos velocidades ya era un secreto publicado y público, la caja de pandora se había abierto, estallaría en pocos años…
Imagen: Cronoescalada
Ciclismo antiguo
Amstel Gold Race by Jan Raas
Nadie dominó la Amstel Gold Race como Jan Raas
Jan Raas fue una de las esas buenas figuras que tuvo el ciclismo a finales de los setenta y principios de la siguiente, que hizo de la Amstel Gold Race su feudo, se la llamó «Amstel Gold Raas».
Nacido en 1952, fue posiblemente el primer ciclista con pinta de intelectual.
Todo un espejo donde se miró el maître Fignon.
Fue posiblemente el gran valedor de esa megaestructura neerlandesa llamada Ti Raleigh comandada por Peter Post.A Raas la victoria le gustaba más que a un tonto un lápiz
Era perrete, parecía italiano más que ciudadano del respetable reino neerlandés.
Gustaba, además, de tomar el pelo a los rivales.
Su último gran triunfo fue en el Tour de 1984, una etapa donde puteó con tino al visceral Marc Madiot, hasta que le rebañó la victoria toda vez que le había asegurado que no estaba para dar relevos.
Sin embargo tuvo gestos encomiables, como cuando renunció al amarillo en un prólogo muy condicionado por la furiosa lluvia.
Eso sí, al día siguiente se empleó a fondo para vestirlo en buena lid.
Éste era Jan Raas
En 1977 Jan Raas ganó su primera Amstel, poco después de hacerlo en San Remo
Ciclismo antiguo
El Tourmalet, Indurain, Chiapucci…
1991, en aquella subida y bajada al Tourmalet no sólo sucedió el gran salto de Miguel Indurain
No sé cómo, aunque puedo imaginarlo, el otro día el algoritmo me recomendó echarle un ojo a este vídeo que me llevó directo al Tour 1991, el Tourmalet, Indurain, Chiapucci y cia.
Dicen que el tiempo da perspectiva, que alejarte de proporciona mejor visión de los sucedido y sin duda de las consecuencias y en esta ocasión pude corroborarlo.
Ver aquella grabación me gustó, con los cortes de voz de Pedro González en TVE y Javier Ares y Luis Ocaña en las retransmisiones de radio de José María García.
Total que me papeé toda la subida y bajada a aquel histórico paso por el puerto más emblemático del Tour de Francia, una jornada que 33 años después sigue siendo histórica por lo mucho que pasó en aquella subida.
Recordad que la carrera venía de España, de Jaca, donde la hinchada se había decepcionado fuertemente con la actitud de los Banesto por no empezar a asediar el liderato de facto de Greg Lemond, dorsal 1 y gran favorito.
De hecho, durante un momento de la subida, el narrador de TVE, Pedro González, afirmaba que al americano se le veía seguro y fuerte, con visos de salir de amarillo aquella jornada de 250 kilómetros.
Sin embargo, Luis Ocaña no tenía tanta confianza en el americano, su lenguaje corporal no invitaba al optimismo y acertó.
Estábamos presenciando un cambio generacional en toda regla y no éramos conscientes de ello.
Con Chiapucci abriendo camino en el Tourmalet, e Indurain siempre pegado a su rueda, Perico ya había cedido, Fignon nadaba contracorriente y Lemond acabaría descolgado.
Los de la generación del 64 -a la que perteneció también nuestro invitado del otro día, Raúl Alcalá, aunque en esa etapa ya se había retirado- habían derribado la puerta a por el trozo gordo del pastel.
Y no se irían en unos años, encabezados por Miguel Indurain.
Sin saberlo en esos instantes, estábamos viendo un cambio de orden y la marcación de las jerarquías en ese mismo orden, puesto que el momento de duda de Gianni Bugno, una vez pasado el descenso del Tourmalet le sacaría para siempre de las quinielas del Tour de Francia.
El Tourmalet siempre ha sido mágico, el gran anfiteatro del ciclismo, ha tenido mejores y peores ediciones, pero aquella tarde de julio de 1991 fue el gran «revolucionario» del ciclismo que nos asaltaba y marcaron los años más felices viendo este deporte.
Por suerte, mirándolo ahora, aquella magia, el cosquilleo anterior a las grandes carreras sigue y sólo espero que esa llama no se apague.
Ciclismo antiguo
Francesco Moser, “signore Roubaix”
En la leyenda de Moser, Roubaix es un lugar esencial
La historia es caprichosa, como muchas veces hemos dicho, y situamos a corredores en nuestro imaginario en una faceta que, aunque siendo cierta, no es la única que vistió su leyenda, sucede con Moser y Roubaix.
Por eso cuando la imagen más divulgada de Francesco Moser es la de ese ciclista ancho, profunda mirada, pelo negro, angulada cara y perfil corpulento, sobre la rompedora máquina con la que destrozó el récord de la hora en las altitudes de Ciudad de México, sólo es eso, una faceta, un perfil ideal, una forma de recordar un corredor que fue mucho más y logró mucho más.
Moser también tiene un Giro, el de 84, una carrera marcada por las múltiples influencias que concurrieron para que ganara un italiano ante la insolente juventud que despertaba de Laurent Fignon, que a todas luces fue el ganador moral de aquella carrera. Público hostil, helicópteros que empujaban en las cronos,… Moser tenía que ganar por lo civil o lo criminal. Así lo hizo.
Pero hay una tercera faceta, conocida aunque quizá menos por muchos, las clásicas, y es que Francesco Moser, ese ciclista de porte elegante, rodar agresivo y tremenda ambición, tiene en su palmarés nada menos que seis monumentos: tres Roubaix, dos Lombardías y una San Remo, un botín que le sitúa entre los mejores de siempre, especialmente en el Infierno del Norte, donde sólo le superan De Vlaeminck y Boonen.
De hecho Moser es el tercer mejor ciclista del mundo sobre los afilados adoquines encadenando, y eso sí que es difícil, por lo imprevisible de la carrera, tres triunfos consecutivos, logrados en un tiempo en el que las clásicas tenían grandes nombres de todos los tiempos, aunque especialmente uno, Roger De Vlaeminck, ese que llamaban el Gitano, que nunca tuvo amigos, ni siquiera en su propio equipo.
Así las cosas en la Roubaix del 78, Moser, arco iris a la espalda, arco iris que ganó en Venezuela, se presentó ante “Monsieur Roubaix” como alternativa ganadora a la mejor carrera del año.
El italiano, listo como el hambre, jugó sus bazas sin esperar instrucciones del gran jefe. Realizó dos ataques, primer a 23 de meta y luego a 18 para romper la resistencia de Maertens y Raas, mientras el influjo de De Vlaeminck se hacía notar.
Moser llegó solo al velódromo y De Vlaeminck echaba fuego. “Este tipo es un desagradecido” escupía por esa boca que no dejaba indiferente, como cuando dijo que las cuatro Roubaix de Boonen tenían menos mérito que las suyas.
Cabreado, el gitano cambió de equipo, a sabiendas que su tiempo, aunque glorioso, era caduco frente a las hechuras del joven Moser.
El belga al Gis, Moser en el Sanson.
En 1979 le ganaría por la mano otra Roubaix, dejándose segundo, sintomático.
Al año Francesco renovaría la corona en el infierno tras reaccionar a un ataque de largo radio protagonizado por Thurau. Moser arrastró a su sombra, De Vlaeminck, y a Duclos Lasalle. Les acabaría dejando. Era la tercera.
Pero si Roubaix fue el foco de su enemistad con De Vlaeminck, Lombardía fue otra de las cabezas de esa hidra de mil cabezas que fue su relación con Giuseppe Saronni.
En una rivalidad que para Italia era reverdecer los tiempos de Coppi y Bartali, Moser y Saronni entablaron su enemistad desde el momento que corrieron juntos el mundial haciendo de todo aquello que compitieran un corralillo de gallos enfermizos.
En ese clima se corría en la Italia a caballo entre los setenta y los ochenta y en ese clima Moser se llevó dos Lombardías, uno de ellos delante de Hinault, y San Remo, entrando solo en la Via Roma, tras desplegar toda su sabiduría en el descenso del Poggio.
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Carolina
12 de agosto, 2014 En 22:18
Buena reflexión sobre el ciclismo!! Los libros sobre este deporte que me apasiona y que he adquirido en su editorial @culturaciclista me han hecho pasar muy buenos ratos.