Ciclismo antiguo
Así sienta el paso de los años al ciclismo
Publicado
8 meses atrásen
Por
Iban Vega

El peaje del ciclismo ante por el desfile inexorable de los años
Se ha de decir a propósito del progreso que las carreteras de hoy se han adecentado de tal manera que la acción selectiva entre los participantes de cualquier competición ciclista queda en parte bastante difusa.
El que un corredor apueste por una fuga en solitario, y más si se trata de un ciclista cotizado, se hace más que difícil ante el dominio estricto ejercido por los grandes equipos, que se dedican a controlar la situación en condiciones extremas en el seno del gran pelotón, con la responsabilidad y objetivo de resguardar y proteger a su capitán. Bajo esta imposición resulta un hecho el que no siempre el que gana en tal o cual carrera es el que más merecimientos ha cosechado para alcanzar el laurel victorioso.
El factor suerte, muchas veces, juega un papel preponderante. Los hombres de más prestigio o favoritos, todos lo sabemos, están sometidos a un estrecho marcaje. Además, existen a lo dicho diversos otros factores que han contribuido en gran manera a prevalecer en el ciclismo moderno de hoy. La mecánica, la preparación física y la alimentación han equilibrado enormemente el potencial de los mismos ciclistas. En la actualidad deportiva los segundos de tiempo priman más que los minutos. Eso es así y no hay otro cantar tan distante de lo que fue el ciclismo de las otras épocas.
Las incertidumbres de hoy
Sí cabe reconocer la influencia negativa que ha tenido sobre el ciclismo las fluctuaciones económicas que se viven por doquier en nuestro globo terráqueo. Unas naciones lo acusan en más y otras en menos. Otro inconveniente grave ha sido también los casos de dopaje que han ido salpicando con cierta constancia al ciclismo, un factor engorroso que ha levantado nubes de sospecha y de incertidumbre no solamente en el seno del pelotón ciclista, sino también en los ámbitos de los mismos aficionados y de los que no lo son tanto.
La prensa sensacionalista ha colaborado también negativamente ante esta acuciante lacra. Las casas comerciales poco a poco han ido perdiendo su confianza a favor del deporte de la bicicleta. Han preferido huir hacia otros derroteros más asumibles, con otra clase de ventajas y con menos riesgos económicos. Con dinero se han salvado y se salvan muchas cosas por injustas que sean a los ojos de las gentes.
El ciclismo de hoy tiene una dinámica diferente. En el momento presente los corredores se dejan guiar casi a ciegas por el dictado que emana por parte del director técnico o bien por obra de otras personas con atribuciones de mando. Los protagonistas, los que le dan en verdad a los pedales, tienen una misión determinada a realizar, tanto el corredor que ejerce de capitán como los denominados peones de brega o los vulgarmente apelados gregarios, una denominación inventada por los “tifosi” italianos, oficio a todas luces oscuro que no conoce las loas de la popularidad, ni los aplausos de unas multitudes enfervorizadas alrededor de los ídolos del pedal.
Los responsables más directos de la escuadra, acomodados en su coche oficial seguidor, transmiten las órdenes concisas a través de estos artilugios funestos llamados pinganillos, auriculares adosados a las orejas. Con estos antecedentes me pregunto: ¿Dónde quedaron las iniciativas propias de cualquier atleta del pedal que sintiera en su fuero interno la necesidad de atacar?
Tenemos la sensación de que cada corredor hoy en día desempeña una misión determinada que está bastante de acuerdo con la función simple de un autómata. No necesita pensar, dado que los movimientos del ciclista son accionados a distancia por la voz de un técnico responsable que tiene el poder de ejecución.
No descubrimos nada nuevo si confirmamos aquí que las temporadas acumulan acontecimientos a base de intermitencias, de estrellas fugaces. Esto de pedirles a ciertos hombres ilustres que se mantengan más o menos en primera línea del principio al fin de la temporada rutera; es decir, desde los albores del mes de febrero hasta finales de octubre, es solicitarles casi lo imposible.
Hay en el alero demasiados kilómetros y demasiadas competiciones encerradas en el calendario actual internacional de carretera. Cada cual se decanta por lo que le interesa ganar o por lo que no le interesa arrimar el hombro. Todo se desenvuelve estrictamente bajo un programa preestablecido que hay que cumplir a toda costa.
Quisiéramos introducir en relación a este tema unas manifestaciones que un día hizo el ciclista de otros tiempos, el italiano Claudio Chiappucci, que destacó por su temperamento altamente belicoso, deparándonos muchas emociones sobre el asfalto de las carreteras. Nos viene a la luz una opinión que vertió a propósito de aquel ciclismo que él vivió de manera palpable en su época de corredor.
Tras su retirada activa, decía: “La forma en que yo corría es impensable en el ciclismo actual, donde todo lo domina la tecnología, los pinganillos. Yo atacaba hasta sin fuerzas. Ahora, en cambio, los líderes no arriesgan, compiten pensando en conservar su plaza. Este no es el ciclismo que gusta, todo demasiado programado. El de entonces era mucho más carismático”, concluía así su sentencia el bravo e inquieto ciclista transalpino.
Protagonistas anónimos
Los ciclistas, los verdaderos actores de la serpiente rodante, tienen una asistencia técnica concienzuda, detallada y fraguada entre bastidores. Son unos hombres que trabajan en el anonimato, cuyo objetivo radica en tratar de sacar el máximo rendimiento a favor de sus pupilos, los que pedalean y se enfrentan a diario en la carretera. Nos referimos concretamente a los mecánicos, masajistas, directores técnicos, encargados de relaciones públicas, patrocinadores y así una relación inacabada de gente que tutela una función determinada. Son sencillamente personas que hacen su trabajo tras el telón, allí en la penumbra en donde no existen palabras envueltas por el incienso.
La evolución de los tiempos
¡Cómo ha evolucionado el ciclismo con respecto a los años de nuestra primera época! Entonces no se disponía apenas dinero para su sostenimiento. Uno tenía la sensación de que los atletas del pedal se valían de una cerrada austeridad bajo un marco más bien sencillo, especialmente, repetimos, en nuestro territorio español. Ahora, lo que se contempla es un ambiente abigarrado y sumamente espectacular con unos ciclistas que van de un lado a otro sustentados y mimados por las gentes adeptas a las dos ruedas.
Visten unas vistosas camisetas decoradas por una amalgama variada de vivos colores, con las letras de diversas casas anunciantes, que son las que realmente pagan así su publicidad. Bicicletas limpias e impecables que representan el último grito lanzado por los expertos en mecánica. Uno podría estar horas y horas ensimismado observando a las personas que se mueven arriba y abajo entre bicicletas, ruedas, bidones, músicas, autocares de gran volumen, automóviles y demás componentes que contribuyen a cumplimentar a la rutilante y a la vez sugestiva caravana ciclista.
Por Gerardo Fuster
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Ciclismo antiguo
El amarillo no es un color cualquiera en el ciclismo
Publicado
21 horas atrásen
14 de agosto, 2022Por
Iban Vega

Alguien un día dijo que el amarillo fuera el color del ciclismo
Es aleccionador el recordar los orígenes que tuvo la denominada camiseta de color amarillo para distingue al líder del Tour de Francia, la máxima competición internacional con que cuenta el ciclismo.
Fue necesario que pasaran a la historia una docena de ediciones, las primeras, hasta que un personaje desconocido en el cuadro representativo de la organización de la citada prueba, llamado Alphonse Baugé, un ex campeón de medio fondo, le planteara al director de la carrera, Henri Desgrange, la idea de que el gran público pudiera distinguir de buenas a primeras al que era primero en la clasificación general de la carrera por etapas. Nada mejor que implantar una vestimenta distinta que pudiera ser vislumbrada o distinguida desde lejos, siquiera, aunque fugazmente, en el seno del gran pelotón.
Los aficionados, los espectadores de la contienda que se cuentan a miles y miles al borde de la carretera, desean distinguir, dilucidar con sus propios ojos de una manera un tanto obsesiva en dónde se encuentra el ciclista que luce la casaca amarilla de oro, que identifica al líder de la carrera, todo un símbolo que acapara una merecida popularidad. El vestir este color, una tradición ya lejana, suponía alcanzar un anhelado honor que atraía con especial énfasis a las gentes; fuera su portador un ciclista importante o no lo fuera.
El ser el primero en la tabla de una competición de esta índole, automáticamente es algo que siempre se ha bien valorado en su justa medida.
“Era necesario, alguien dijo, que la prenda fuera de tonalidad lindando al amarillo real, un amarillo fuerte y un poco oscurecido”. ¿Y por qué motivo se exigía precisamente esta tonalidad? La decisión vino a raíz de que aquel color era el mismo que imperaba en las páginas del periódico fundador del Tour de Francia: el rotativo “L´Auto”.
También se determinó que se estamparan en la misma camiseta y en letras mayúsculas las siglas H.D., al objeto de rendir homenaje al fundador y director de la mencionada carrera por etapas, un hombre todo genio y figura en su época: el histórico protagonista Henri Desgrange.
Esta fórmula, aunque nueva, también fue imitada algo más tarde por los dirigentes organizadores del Giro de Italia. El líder de la carrera transalpina viene vistiendo de tiempo una camiseta de color rosa, al igual que las hojas del periódico fundador: “La Gazzetta dello Sport”.
El primero en enfundarse la camiseta amarilla en el Tour fue el francés Eugène Christophe, precisamente en el año 1919; es decir, dieciséis años más tarde con respecto a la primera edición, celebrada en 1903. Lo hizo a partir de la cuarta etapa, Brest-Les Sables d´Olonne, la cual conservó sobre sus espaldas hasta la penúltima jornada, en la Estrasburgo-Metz, pasando la elástica de líder a ser propiedad definitiva del belga Firmin Lambot, que fue el vencedor absoluto de aquel Tour.
El bravo ciclista galo Christopher no pudo defender su liderato y la valiosa prenda amarilla al sufrir un inesperado y contundente desfallecimiento. Debió contentarse con ocupar el tercer puesto en la clasificación final, en la apoteosis de París.
Sirva de curiosidad el saber que en el año 1948, el italiano Gino Bartali se adjudicó el Tour por segunda vez tras transcurrida una decena de años.
Hubo una firma de lanas denominada “Laines Sofil” que patrocinó su cometido aportando 10.000 francos por día al que fuera portador de la camiseta amarilla.
Fue a partir del año 1970, en el Tour que ganó con facilidad el belga Eddy Merckx, cuando se dio luz verde para que las empresas colaboradoras pudieran plasmar sus siglas de marca en la misma camiseta de líder, aportando una cantidad económica muy substancial.
Por otra parte, cabe señalar aquí que precisamente el belga Eddy Merckx, vencedor por cinco veces de la ronda francesa (1969, 1970, 1971, 1972 y 1974), ha ostentado un récord muy particular: el vestir y lucir aquella camiseta durante 96 días. Con cinco Tours en su haber la cifra alcanzada fue fácil de conseguir.
A modo de distinción en torno a los ciclistas españoles, nos cabe el honor de mencionar al catalán Miguel Poblet, que fue el primero de nuestros representantes que se vistió de amarillo.
Hemos de retroceder al año 1955, tras adjudicarse la primera etapa que trasladó a los corredores de población de Le Havre, que posee un importante puerto marítimo, a la ciudad norteña de Dieppe, que linda con el Canal de la Mancha.
Poblet lució tal prenda durante un par de días, perdiéndola a manos del holandés Wout Wagtmans. Es curiosidad el exponer que Poblet cerró el mencionado Tour con otra victoria, vivida en el Parque de los Príncipes de París, término de la última etapa. Asistieron en su conclusión más de 70.000 espectadores que aplaudieron con entusiasmo a su ídolo, el francés de Bretaña Louison Bobet, que acababa de conquistar su tercer triunfo consecutivo en la ronda gala, algo que los aficionados de nuestro vecino país y nosotros no hemos olvidado.
Por Gerardo Fuster
Imagen: A.S.O./Charly Lopez
Ciclismo antiguo
Pocos ciclistas impactaron como Jan Ullrich
Publicado
4 días atrásen
10 de agosto, 2022Por
Iban Vega

Jan Ullrich fue tan poderoso como efímero en lo más alto del podio
No hace mucho dijimos que Jan Ullrich fue lo más brutal que vimos desde Miguel Indurain y, 25 años después de su Tour, seguimos en las mismas.
Quiso el azar que a segunda mitad de los vilipendiados años noventa viera la colisión de los dos talentos más grandes que ha tenido este deporte en los últimos cuarenta años: Miguel Indurain y Jan Ullrich.
Fue un choque muy desigual, reducido al Tour de 1996, una de las ediciones que flotan en la polémica perenne con un danés sentenciando la carrera en Hautacam ¿Os suena la película?
Al margen de todo ello, aquella carrera tuvo un ganador real y otro moral.
En el declive de Indurain, emergió un corredor que podía hacerlo todo, tirar del grupo de los mejores por kilómetros y llegar con ellos hasta el final, un escalador potente y pesado, de desarrollo largo, una bruta bestia, que diría Ares, que en la contrarreloj no hacía presos.
Jan Ullrich explotó de tal manera, en esos días, que sigo pensando que fue uno de los motivos para que Miguel Indurain diera un paso al lado.
¿Qué habría sido del Tour 1997 si ambos hubieran estado de dulce?
No lo sabremos, aunque una cosa es cierta, lo que vimos en aquella edición, hace 25 años de eso, pasó a los anales como una de las palizas más hirientes jamás vistas.
El tramo que va desde Andorra a Saint Etienne es un chorreo en toda regla, como yo creo que nunca he visto nunca más.
Con Riis lejos del nivel de antaño, ya en la primera de los Pirineos, Ullrich ejerce de patrón sin el uno a la espalda.
En Arcalis, se acabarían las bromas. el alemán, campeón de su país ese año, abrió gas y destrozó los sueños de Pantani y Virenque en su terreno: les envió más allá del minuto en una etapa concluida tras 250 kilómetros.
A los pocos días en Saint Etienne, «diferencias Indurain» con éste retirado
Ullrich le tomó más de tres minutos en 55 kilómetros a ambos escaladores en una exhibición en la que Olano, especialista total, estuvo casi en los cuatro minutos de pérdida.
Esas eran las carnicerías que dejaba Ullrich a su paso, golpes de efecto que a veces le jugaban malas pasadas, como cuando salía a rueda de Pantani, volando en Alpe d´Huez, para reventar y pasar a controlar los daños.
Su reinado se presumía largo y duro, pero nada hubo de eso.
Ullrich quedó rápido apeado del trono, esa mala cabeza que mostró en etapas como en los Vosgos, la ineptitud de Virenque aquel día le salvó, le traería de cráneo durante toda su vida.
Ver a aquel ciclista de 1997 fue lo más parecido a Indurain que recuerdo, 25 años después lo sigo pensando.
Aunque no volvería a ganar el Tour, hizo pequeños los registros de Poulidor batallando hasta el final y de buena lid con Pantani -memorable su ataque en la Madeleine- y Armstrong, en los Tours que no salen en los libros.
Queríamos acordarnos de este monstruo que esperemos esté mucho mejor y muy alejado de los entornos en los que le hemos visto no hace tanto tiempo.
Imagen: NDR
Ciclismo antiguo
«Monsieur Anquetil, no le pedimos que pierda, sólo que no despliegue todo su potencial»
Publicado
5 días atrásen
10 de agosto, 2022Por
Iban Vega

A Jacques Anquetil le pidieron que no abusara de los rivales
Ese día a Anquetil le llegó una propuesta tremenda.
En Lugano cuando el cielo luce azul, el sol entra por entre las crestas del Ticino y el agua refleja una luz que no calienta, pero sí reconforta.
Una luz de esas que llena el alma e inspira.
Lugano, en el vértice italiano de la confederación helvética, acoge su gran premio, una suerte de mundial oficioso contra el crono que Jacques Anquetil tuvo a bien dominar durante más de media década.
Encantados, pero asustados, los organizadores del evento, no saben cómo aproximarse a la estrella normanda.
Jacques, maitre Jacques, el señor del reloj, el estilista que cinceló la imagen perfecta del hombre sembrado sobre la máquina, la perfección perenne que medio siglo después seguirá como los cánones clásicos, sin perturbarse por las modas.
Temor, como decimos en los garantes del evento.
Temor porque sospechan que el astro va a copar la clasificación.
Sinuosos se escurren ante Anquetil.
Le vienen a decir: “No decimos que pierda, sólo que no despliegue el potencial de su enrome talento”.
Eso tenía un precio, una media verdad que no mintiera al público, pero que le hiciera humano, que le diera emoción. Anquetil pacta un precio por su no victoria.
El pacto de bambalinas no saldría de entre los firmantes, pero Anquetil riza el rizo.
Tiene en Ercole Baldini, italiano, elegante, querido en la zona y uno de los mejores bajadores de los tiempos, su posible gran rival.
Al final sería Gianni Motta el segundo.
De cualquiera de las maneras, con Ercole pacta otra prima, parte del premio de éste por “no desplegar el potencial de su talento”.
Ya son dos bolos más el fijo de salida.Pero el día pinta fenomenal, la gente aclama a maitre Jacques y al final gana, porque no podía ser de otra manera, es el mejor y los arreglos, tan traídos en la época, no funcionan.
Le maitre se lo guisa y se lo come, se lleva el premio del primero, sin necesidad de ofender a la concurrencia, dándole pábulo a una cierta emoción.Todo queda como lo establecido, Jacques Anquetil es siete veces ganador en Lugano, esas marcas que nadie osaría igualar, porque como el tiempo demostró no son de este mundo.
Ésta es una de las historias de «La soledad de Anquetil», el excepcional libro de Paul Fournel dedicado al primer quíntuple ganador del Tour de Francia.
Ciclismo antiguo
La inédita y olímpica historia de Christa Luding y Clara Hughes
Publicado
6 días atrásen
9 de agosto, 2022Por
Iban Vega

Christa Luding y Clara Hughes han sido campeonas olímpicas de ciclismo e invierno
La historia por poco sabida no merece ser omitida. El día que los Juegos Olímpicos coreanos echaron el cierre, hace ua cuatro años, con una fenomenal final de 50 kms de esquí nórdico, queríamos acordaros de dos campeonas olímpicas que las cuñas de Eurosport nos recordaron esos días porque lo fueron de invierno y verano, y en verano lo consiguieron en las pruebas de ciclismo. Hablamos de Christa Luding y Clara Hughes.
La primera era alemana del este, la antigua RDA, en tiempos en los que los mapas de geografía política en Europa borraron fronteras marcadas desde el mismo final de la Guerra Mundial.Christa Luding fue patinadora y ciclista de velocidad. Es una de nuestras campeonas olímpicas.
Christa Luding fue fija en los podios de los ochenta e inicios de los noventa
Su leyenda empieza como patinadora de velocidad. Medio kilómetro y kilómetro, medallas de oro en Sarajevo 1984 y Calgary 1988.Ese mismo año sería plata en la final de velocidad en Seúl 88, la primera olimpiada coreana y la anterior a la de Barcelona, en el 92, como la de Albertville, donde sería bronce de patinaje velocidad en 500 metros.
Clara Hughes es una leyenda en Canadá
La otra protagonista es de Winnipeg. Es una leyenda, una celebridad en un país de honda tradición olímpica, como es Canadá.De hecho, Clara Hughes fue la abanderada en los juegos de Vancouver 2010.
Los juegos de casa, como Chris Hoy en Londres.Para tal honor, Hughes, subcampeona del mundo de contrarreloj en Tunja, año 1995, donde Indurain y Olano, ya había pisado podios olímpicos.
En Atlanta, año 1996, se colgaría dos medallas de bronce en las carreras de carretera, crono y ruta, pero con el tiempo se pasaría a patinadora de distancias más largas que Luding.Hughes ganaría medallas desde Salt Lake City, año 2002, a Vancouver, año 2010.
Por medio, en Turín, 2006, entraría en la galería de campeonas olímpicas: oro en los 5000 metros.
Con la final de hockey hielo aún resonando, las emociones del frío y deslizante, hemos querido tener una esquinita de estos preciosos juegos en este mal anillado cuaderno que es El Velódromo.
Imagen: Olympics


La suerte de los campeones es una herencia reservada a unos pocos


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