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En las salidas de la Vuelta hemos pisado circuitos de carreras, plazas de toros, estadios de fútbol, monasterios, paseos de albero junto al mar y hasta un portaaviones… ¿todo vale?

Que a los organizadores de La Vuelta, especialmente desde que está en manos de su director, Javier Guillén, se les va bastante la olla en cuanto al diseño de algunas salidas de etapa, en las que se riza el rizo, intentando llegar a ser supuestamente originales, es un hecho reconocible y diferente del resto de grandes vueltas.

Por eso esta vez nos hemos querido fijar y recordar algunos de esos arranques de etapa en escenarios “únicos e irrepetibles” que sorprendieron por su excentricidad no sólo a prensa y aficionados, sino también a los propios ciclistas.

 

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Sin ir más lejos, en esta pasada edición de La Vuelta, el estadio San Mamés -la reconocida como “Catedral” del fútbol y sede del club Athletic de Bilbao- fue el escenario de partida de la 13ª etapa.

La verdad es que fue una auténtica extravagancia ver al pelotón entrar al campo de fútbol, liderado por Omar Fraile, Jonathan Lastra y Mikel Bizarra -los tres vizcaínos de La Vuelta y con camisetas del Athletic personalizadas- rodear el terreno de juego para salir de nuevo al exterior y arrancar con la etapa.

Pero si hubo llegadas a San Mamés que se hacían sobre pistas de madera en épocas mucho más pavorosas que la presente… ¿por qué no evitar que los corredores rodaran por el césped?

Lo más friki, sin embargo, fue ver a un par de ciclistas bajarse de sus bicis para lanzar un penalti.

Un pequeño disparate, una bufonada, una chaladura… llamadlo como queráis.

No tenían ni balón ni porterías montadas pero todo en su conjunto quedó como una divertida anécdota, tanto que algunos la consideraron una auténtica bilbainada.

Como comentamos, de unos años a esta parte, estas rarezas han sido una constante en muchas ediciones de La Vuelta.

Echando la vista atrás podemos encontrar unos cuantos inicios de etapa diseñados en  forma de menús gourmets para los paladares ciclistas más exigentes.

 

Por ejemplo en 2009 La Vuelta arrancó con una contrarreloj individual en el mítico circuito holandés de Assen.

Otra “Catedral”,  pero esta vez del motociclismo.

De esta original manera, se dio luz verde a la salida de los corredores, de uno en uno, que disfrutaron de una pista más acostumbrada al rugir de las motos GP que al sonido del suave pedaleo de los ciclistas profesionales,  aunque sólo fueron apenas 4,5 kilómetros.

Esta fantasía, con este formato de preámbulo en un circuito de velocidad, se repitió con éxito en septiembre de 2011, la que era la 21ª y última etapa de aquella edición de La Vuelta.

Aquel día el pelotón echó a rodar desde el mítico Circuito del Jarama, aunque esta vez lo hizo en salida neutralizada, en un recorrido que les llevaría hasta Madrid, sirviendo de homenaje al ganador de la ronda española de aquel año, el británico Chris Froome.

Y de los circuitos de carreras de vehículos de motor a los sanfermines.

Sí, porque en agosto de 2012 La Vuelta empezó en Pamplona con una contrarreloj por equipos de 16,5 kilómetros, que recorrió las calles por donde transcurren los famosos encierros, pedaleando por el mismo trayecto en el que cada verano se mezclan mozos, turistas y toros, para acabar la etapa a hombros en la mismísima Plaza de Toros de la capital navarra.

Llegamos al año 2014 y llega la obra maestra de Guillén, lo nunca visto, la mayor y espectacular puesta en escena que se haya visto jamás en una vuelta ciclista.

Aquel caluroso día de agosto, y desde la bahía de Cádiz, el pelotón ciclista internacional se embarcó en el buque de proyección estratégica (mal llamado portaviones)  Juan Carlos I, el más moderno y el más grande de Europa, joya de la corona de la Armada española.

Todo el mundo del ciclismo se quedó sorprendido por su magnitud en un peculiar y sobre todo  diferente arranque de aquella etapa, en el que los protagonistas disfrutaron del increíble escenario de salida.

 

Un capricho en el que entonces se dijo que Unipublic quería homenajear a la Armada y a la familia Real, siendo la primera vez que una ronda ciclista partía desde un barco.

Arrebato, impulso, vehemencia, ocurrencia… llamadlo también como queráis.

Menos mal que, de momento, no han querido rendir homenaje al Ejército del Aire.

De esta manera, del campo de fútbol, saltando de circuito en circuito, de la plaza de toros al portaviones, nos vamos a la playa.

Así es, nos hemos trasladado hasta el verano de 2015. Agosto en la Costa del Sol.

Sol, yates y lujo en Marbella para dar salida a aquella edición de La Vuelta, una contrarreloj por equipos que se había de disputar en un peligrosísimo circuito de 7,4 kilómetros.

¡Menudo trazado!

Angosto, sin asfalto, sólo el famoso albero, esa tierra compacta que parece no querer dejar avanzar las finas ruedas de las bicis de los corredores.

Y puentes de madera, giros escalofriantes y estrechos.

Los ciclistas se negaron. Ahí no iban a competir. Y eso que ya lo sabían desde la presentación de aquella edición en enero.

Pero, claro, en invierno los corredores no ven más allá del Tour.

 

Amenazaron con un plante.

Pero ya estaba todo preparado para el espectáculo y La Vuelta no se iba a echar atrás en aquel momento.

Ya era tarde.

Al final, en una decisión salomónica, la UCI respetó el trayecto pero los tiempos no contarían para la clasificación general.

El BMC ganó la etapa, que sacó rentabilidad para su patrocinador, culebreando por aquel jodido recorrido y entrando a 54 km/h en el paseo de Marbella.

Una jornada para el recuerdo que se salvó como anécdota pero que quedó en la memoria colectiva como algo verdaderamente ridículo a nivel internacional.

La Vuelta no merecía una imagen como aquella.

En el recuerdo quedan otras salidas más o menos originales, con más acierto que algunas de las aquí comentadas, como la contrarreloj nocturna que se organizó en 2010  en la ciudad de Sevilla o la espectacular salida de La Vuelta del 2014 desde dentro de un monasterio como el de Santa María de Veruela, que dio un toque ceremonioso, brillante y artístico a aquella edición de la ronda española.

Se trataba también de una cronometrada individual de 36,7 entre ese Real Monasterio y la población de Borja.

Todos los portabicicletas de Cruz

No nos queremos dejar en el tintero, aunque fue una llegada y no una salida, la etapa final de La Vuelta de 2002 en el Santiago Bernabeu.

Otra singularidad en forma de crono de 41,2 km que partía del parque temático de  la Warner Bros (San Martín de la vega) y finalizaba en el emblemático estadio para celebrar los actos del Centenario del Real Madrid.

El coliseo blanco se llenó para ver a los ciclistas y la victoria final de Aitor González, en lo que fue un homenaje mutuo del ciclismo y el madridismo, situándose la meta enfrente del palco presidencial.

Otra excentricidad de La Vuelta pero que en aquel caso fue perpetrada aún por el recordado Enrique Franco.

 

Sin embargo, hemos querido dejar para el final, como en aquel ranking del 10 al 1, a la número 1,  la mejor de la mejor, la etapa más  friki de la historia del ciclismo, una tremenda jaimitada o charlotada, o como la queráis llamar, en uno de los ridículos más grandes que se han hecho en una gran ronda por etapas.

Y no estamos hablando de La Vuelta, no, lo estamos haciendo del mismísimo Tour.

Así es. Estamos en la 17ª etapa de la Grande Boucle de una edición muy reciente, nada menos de hace tan sólo dos años, en 2018.

Los franceses intentan innovar sorprendiéndonos con una etapa corta pero muy dura, con tan solo 65 km de recorrido pero con tres duras ascensiones:  Peyragudes, Azet-Val Louron y sobre todo el terrible Col de Portet.

Pero esta no es la única peculiaridad de la jornada.

El comienzo de la etapa se sitúa en la localidad de Bagneres de Luchon y está diseñada, por vez primera, en una salida de parrilla al estilo Fórmula 1 o Moto GP, en la que los corredores se colocan en función de su puesto según la clasificación general.

Los 20 primeros clasificados en los puestos cabeceros, lógicamente, y los siguientes organizados en grupos de 20 tras ellos, sin orden.

Por supuesto sin inicio neutralizado, la novedad era que se esperase que los líderes arrancasen su “moto” de salida, atacando desde el primer momento y saliendo a saco y a por todas desde la primera pedalada.

Que alguno de los primeros clasificados lanzara un ataque en la primera ascensión.

Se decía que era una propuesta decidida para corredores valientes y atrevidos.

Y en eso quedó. En una propuesta ridícula.

¿Se pensaban que los capos de la general iban a salir así, a balón parado, y sin esperar al resto de sus compañeros?

 

Había que ser muy tonto para pensar eso, la verdad.

O muy ingenuos o ignorantes, de desconocer profundamente este deporte.

¿Qué paso?

Pues nada. No pasó nada.

Se puso el semáforo en verde y al momento, como no podía ser de otra forma, todo el pelotón se reagrupó.

Nadie se iba a marchar sin su equipo como apoyo.

Se quería fomentar el espectáculo y se hizo un ridículo internacional.

“Una cosa de locos” se jactaba el director de la carrera Thierry Gouvenou.

Los ciclistas, al recordar aquel episodio, aún se deben estar riendo.

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