Ciclismo antiguo
Roger Walkowiak, el campeón que nunca quiso serlo
Quisiéramos cumplimentar o recordar en estas columnas que nos brinda El Cuaderno de Joan Seguidor la figura emblemática y hasta fugaz que apareció en los anales del deporte de las dos ruedas. Nos referimos hoy al protagonista de otros tiempos, Roger Walkowiak, sobre el cual queremos desarrollar el siguiente comentario que nos ilustre acerca de sus antecedentes deportivos y sus controvertidas ingratitudes que le tocó vivir en el curso de su carrera como ciclista profesional, que abarcó entre el año 1949 y 1960.
Tuvimos la oportunidad de conocerle personalmente y hasta simpatizar en nuestros coloquios aun teniendo en cuenta su carácter marcadamente introvertido. Parecía vivir en un círculo aislado que le hacía parecer un personaje anónimo y alejado de la realidad. Fue el Tour de Francia, competición inolvidable en los anales del ciclismo, la que nos permitió adentrarnos en los designios de este corredor un tanto singular, coincidiendo con nuestra labor obligada como corresponsal periodista seguidor de la ronda gala.
Nuestro trabajo cotidiano nos adentró hacia su persona, un poco, hay que decirlo, ante su debilidad al enfrentarse a los acontecimientos con que se encontró en su caminar por la senda de la vida como sufrido corredor del pedal, al desempeñar básicamente la función oscura como gregario, un oficio silencioso que no conoce la gloria.
El francés Roger Walkowiak no pasó de ser un ciclista de pocos vuelos, que tuvo la grandeza inesperada y explosiva de ser ganador del Tour de Francia del año 1956, un triunfo muy cacareado y hasta criticado de manera un tanto despiadada por parte de los medios informativos de aquella época, época que bien recordamos. Dentro de la esfera de las dos ruedas, no es historia nueva la exposición que plasmamos aquí en este medio de información variado en el cual se comentan tantas cosas en torno al deporte rodado, este atractivo mundo que magnetiza a miles y miles de aficionados entre los cuales nos encontramos nosotros.
¿Por quién tocan las campanas?
No han sido pocos los corredores que irrumpen de manera espectacular y que nos augura un lisonjero porvenir a raíz de alcanzar un triunfo en tal o cual competición de cierto prestigio internacional. El casualismo es un fenómeno que preside en no pocas carreras ciclistas. Hay que contar con este ingrediente que nos llega de la mano de la sorpresa. No han sido pocos los ciclistas, todos lo sabemos, que de una forma fulgurante o espectacular han surgido casi de la nada y cuyas campanas de gloria tocaron para difundirse a los cuatro vientos ante una actuación que no estaba escrita en los cánones esperados. Entonces todo es incienso y gloria.
Luego resulta que con el paso de los tiempos la prestación de mérito de tal o cual corredor en cuestión desaparece del firmamento como por arte de magia. Su figura ensalzada retorna sigilosamente al mundo de los olvidos. Es como una pompa de jabón que reluciente circula por unos instantes al son de los vientos, y que en un abrir y cerrar de ojos, instantes después, se desvanece al elevarse hacia los cielos. En un sentido amplio de la palabra resultará ser una ilusión truncada, una ilusión que no ha cumplido con las esperanzas anunciadas.
Retrocediendo al Tour de 1956
Hagamos un poco de historia en torno a la senda trazada que llevó a Roger Walkowiak a vencer el Tour del 56, la prueba más ambicionada del calendario ciclista. Desde el principio su participación en el aludido Tour se vio rodeada de casualidades. Le llamaron a última hora para participar en el equipo regional que representaba a la zona noroeste de Francia. Era el único corredor disponible que podía concurrir y obligado a sustituir a Gilbert Bauvin, quien había sido promocionado para formar parte del equipo nacional francés, una distinción que se hacía valer. Cabe recordar que en aquel entonces en el Tour no participaban equipos patrocinados por marcas de bicicletas o similares, las escuadras que concurrían representaban a cuatro regiones francesas y el resto se cumplimentaba en función de los equipos que titulaban las naciones de cada país inscrito.
Una vez puesto en marcha el Tour en la ciudad de Reims, y más concretamente en el transcurso de la séptima etapa, Lorient-Angers, el corredor galo, léase Walkowiak, en un golpe de azar fortuito, se encontró en fuga en compañía de una treintena de esforzados de la ruta, deseosos de darse a conocer. Adquirieron una abultada ventaja de dieciocho minutos que se hacía difícil el poder paliar así como así.
No era la primera vez ni mucho menos que acontecía un acontecimiento de estas características en una carrera de largo kilometraje, en donde las figuras estelares, sin percatarse de la peligrosidad que encierra una escapada de esta índole, pierden sin quererlo toda opción de recuperar los minutos perdidos en un día catalogado de intrascendente. Walkowiak, efectivamente, se colocó automáticamente líder de la prueba y supo conservar parte de su renta de minutos, gracias a su entereza moral en las etapas que siguieron. Se sintió con voluntad férrea suficiente para atemperar los intentos llevados a cabo por los considerados sobre el papel como favoritos. Llegaron a fin de cuentas demasiado tarde para recuperar o rehacer lo perdido. Se dio la circunstancia de que Walkowiak se enfundó la elástica amarilla sin haber siquiera ganado una sola etapa, un factor que llama a la atención y que rompe con toda la lógica.
En la décima etapa, el holandés Gerrit Voorting consiguió arrebatar el maillot amarillo a Walkowiak. Sin embargo, en la decimoquinta etapa, Wout Wagtmans, un segundo holandés, logró el liderazgo. Tres días más tarde, en los colosos collados alpinos, Charly Gaul atacó con insistencia para reafirmarse en el Gran Premio de la Montaña. Wagtmans perdió un cuarto de hora y este contratiempo hizo que Walkowiak lograra hacerse de nuevo con el maillot amarillo, una quimera.
Durante las siguiente cuatro etapas “Walko”, así le solían apelar más familiarmente sus amistades, defendería su primer puesto integrándose en las principales escapadas que se hilvanaron en lo que restaba de Tour. Terminó finalmente en primera posición con un minuto con 25 segundos de ventaja sobre su compatriota Gilbert Bauvin, corredor gracias al cual Walkowiak, repetimos, logró concurrir en el presente Tour, toda una otra casualidad.
Walkowiak, sus orígenes y su historial
Walkowiak nació en el mes de marzo de 1927, en una pequeña aldea no lejana a la localidad industrial de Montluçon (65.000 habitantes), que se sitúa en el centro de Francia, en la conocida región de Auvernia y que tiene fama en la elaboración de espejos y también en la preponderancia prolífera de Altos Hornos y varias fundiciones diseminadas en la zona, fuentes de riqueza económica. Sus padres eran polacos y emigraron a Francia con el deseo de alcanzar un nivel económico mejorable y más estable. Su padre era minero. El oficio de Roger Walkowiak, nuestro protagonista, aún dedicándose de muy joven a la bicicleta, era tornero de profesión, un oficio acusadamente duro y poco soportable.
No poseía un brillante y llamativo historial. Participó por seis veces en la ronda gala, retirándose en un par de ellas (1955 y 1957). Aparte de la citada victoria absoluta lograda en el año 1956, logró terminar en los años 1951 (57º lugar), 1953 (47º) y 1958 (75º). De ello se deduce que no pasó de ser más que un ciclista de los corrientes, sin muchos alardes y con recursos limitados. Lo suyo, lo principal, fue ser ganador absoluto del Tour, un golpe de suerte, repetimos, un tanto accidental.
Cabe consignar, en su limitada actividad, que se adjudicó dos etapas en la Vuelta a España, concretamente en la ciudad de Pamplona (1956) y en la jornada que finalizó en Cuenca (1957). En aquellos tiempos las victorias absolutas se habían decantado, respectivamente, a favor del italiano Angelo Conterno y del español Jesús Loroño.
Conclusión
Son datos éstos a retener para los que le gusten de las estadísticas y de rememorar hechos del pasado, que siempre los hay en el libro de los recuerdas. Vale la pena, sinceramente lo creemos así, que tengamos siquiera un pensamiento retroactivo en torno a este ciclista llamado Roger Walkowiak, introvertido y encerrado en la modestia, que intentó conquistar a toda costa una fama que desgraciadamente no consiguió. Su vida fue una frustración, digan lo que digan. Nuestros encuentros con él me lo confirmaron plenamente. En realidad sentimos nostalgia y hasta una cierta tristeza al recordar esta faceta que aquí hemos expuesto de manera sucinta.
Por Gerardo Fuster
Ciclismo antiguo
Las clásicas e Indurain, una relación no imposible
Las clásicas podrían haber sido un gran terreno para Miguel Indurain
En estos días en los que, al tener más tiempo, nos llenan las sobremesas largas con las gestas de Miguel Indurain, nos surge una reflexión: ¿qué habría sido del astro navarro si hubiera decidido abrir su carrera también a las clásicas?
Un gran día en Lieja
El 16 de julio de 1995, Miguel Indurain sorprendió al mundo. No lo hizo en las montañas alpinas ni en las llanuras francesas, sino en el ondulado paisaje de las Ardenas. Durante la séptima etapa de aquel Tour Indurain mostró lo que pudo haber sido y nunca fue en las clásicas.
Era un clasicómano en potencia. Aprovechó el perfil quebrado de esa etapa para arrebatar 50 segundos a sus rivales en una escaramuza que no tenía precedentes. Ese momento quedó grabado en la memoria colectiva española como un hito, ya que mostró un Indurain diferente: agresivo, punzante e imprevisible.
¿Podría haber conquistado las carreras de un día?
Al observar su historial, es lógico preguntarnos si Indurain habría sido un gran corredor en las clásicas. Durante los años previos a su primer Tour (1989-1991), acumuló destacadas actuaciones en pruebas como la Clásica de San Sebastián (1º), Lieja-Bastoña-Lieja (4º) y Flecha Valona (4º, 7º). Tenía la resistencia y, además, cierta velocidad en los momentos decisivos.
Una de las grandes pruebas de su potencial en las clásicas fueron los Mundiales. Indurain siempre compitió al máximo nivel en estas pruebas, logrando tres medallas, incluso cuando ya se encontraba centrado en el Giro de Italia y el Tour. En una línea temporal paralela, es posible que hubiera sumado grandes victorias a un palmarés que, por sí mismo, ya era impresionante.
La Lieja, su carrera más adecuada
De todas las clásicas, la que más se ajustaba a sus características era Lieja-Bastoña-Lieja, donde consiguió un cuarto puesto en 1991. En esa edición, Indurain se metió en un corte que había sido provocado por Claude Criquielion, muy lejos de la meta. Al final, como era habitual en esos años, la victoria fue para Moreno Argentin.
Desde ese día, nunca más vimos a Indurain brillar con la misma intensidad en una clásica. Los adoquines, con su dureza y su peligro, no eran el terreno adecuado para él, pero pruebas como la Amstel Gold Race o Lieja habrían podido ser objetivos posibles.
Lo que jugaba a su favor
Indurain tenía una serie de características que lo habrían hecho muy competitivo en las clásicas:
- Un físico formidable para afrontar los recorridos duros.
- Técnica y manejo de la bicicleta impecables, como hemos visto en los momentos más serios de su carrera.
- Una mente estratégica, con una visión de carrera excepcional y una economía de esfuerzos sin igual.
- Buena punta de velocidad, mejor de lo que a menudo mostró. Un ejemplo claro es el Mundial en el que ganó al sprint a Ludwig y Museeuw.
Lo que jugaba en su contra
Sin embargo, su planificación para el Tour de Francia, que lo convirtió en un campeón imbatible durante cinco años, se le interponía en su camino. La primavera, con su calendario de clásicas, no se ajustaba a su preparación para el Tour.
La ausencia de clásicas en su palmarés
A pesar de todo, si comparamos a Indurain con otros grandes del ciclismo, su palmarés se queda sin algunas de las clásicas más prestigiosas. Pero todo eso, los tiempos, los rivales, las exigencias… todo era muy distinto a lo que había en el pasado.
Cada época, en definitiva, fue diferente.
Ciclismo antiguo
¿Veréis la película de Gino Bartali?
Leyendas como Gino Bartali tardan en tener una película
Siempre he pesando que el ciclismo es el deporte más literario, y por ende cinematográfico que existe, un deporte que se mueve por los sitios, que se escribe en historias increíbles y en circunstancias que no somos capaces de concebir.
Me sucedió cuando escribí la historia de Mariano Cañardo y todo lo que de su vida se desprende, y claro, cuando veo que va a salir una película de Gino Bartali empiezo a salivar.
Porque la vida de Gino Bartali, dos veces ganador del Tour de Francia y héroe de la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, será llevada al cine en una nueva película biográfica titulada Bartali.
El actor Miles Teller será Gino Bartali en su película, para rememorar su éxito deportivo y su papel crucial en la resistencia italiana al transportar documentos secretos y ayudar a judíos a esconderse durante la invasión alemana.
La película será dirigida por E. Chai Vasarhelyi y Jimmy Chin, ganadores del Oscar en 2018 por el documental Free Solo.
La producción estará a cargo de su compañía, Little Monster Films.
Gino Bartali una leyenda, en lo deporgivo ganando múltiples títulos como el Giro de Italia y el Tour de Francia antes y después de la guerra.
En lo histórico demostrando su valentía durante la Segunda Guerra Mundial, transportando mensajes y papeles importantes escondidos en su bicicleta, le valió el reconocimiento de Justo entre las Naciones en 2013, por parte del Centro de Memoria del Holocausto en Jerusalén.
Miles Teller, conocido por sus papeles en Whiplash y Top Gun: Maverick, flipa por interpretar a Bartali, destacando el coraje y la humanidad del ciclista que arriesgó su vida por otros.
La historia de Bartali ya ha sido explorada en otras películas y libros, pero esta nueva versión promete ampliar la faceta heroica del ciclista mucho más allá de su legado deportivo, cosa muy importante en los tiempos de que corren.
Recordar a Gino Bartali es recordar la barbarie.
Lo aplaudo.
Ciclismo antiguo
Indurain: Amor por los Pirineos
Podemos decir que lo mejor de Indurain empezó y acabó en los Pirineos
Ya lo sabéis, Miguel Indurain es un navarro de Villaba, un pueblo cercano a Pamplona, situado en el Camino de Santiago, con los Pirineos a unos 40 kilómetros, por lo que no es raro que desde pequeño pudiera disfrutar de esos paisajes montañosos.
A solo un paso de su casa, tenía lugares como Roncesvalles y otras zonas para entrenar.
Cuando Miguel empezaba a formarse como ciclista, recorría rutas como Larrau, Ochagavía y Valcarlos.
Y esos Pirineos tan cercanos fueron clave para su desarrollo y también lo trataron muy bien. Desde sus primeras victorias en carreras como Cauterets y Luz Ardiden, quedó claro que iba en serio y que su objetivo era el Tour.
Ya en 1991, Miguel tuvo su primer gran golpe en el Tour, aunque las cosas no estaban siendo fáciles para los ciclistas españoles en general, ni para su equipo Banesto en particular, en especial por la etapa de Jaca.
Pero la gran jugada vino al día siguiente, en la etapa de Jaca a Val Louron, cuando Miguel aprovechó una jornada épica en los Pirineos para dejar huella.
En el Tourmalet, a mitad de etapa, se fue para adelante con el italiano Claudio Chiapucci, y al final, subió al podio con el maillot amarillo por primera vez.
Los Pirineos siempre fueron su terreno.
En Cauterets logró su primer triunfo en el Tour y en Luz Ardiden se perfiló como el ciclista imparable que llegó a ser, incluso dejando atrás a figuras como Greg Lemond.
Ya antes, en el Tour del Porvenir, se mostró como un gran talento en las montañas, que siempre fueron su zona de gloria y sufrimiento.
Y aunque en 1996 sufrió un golpe durísimo en Hautacam, cuando se despidió de su sexto Tour, Miguel siempre encontró más alegrías que decepciones en los Pirineos.
Esos mismos Pirineos que le dieron tanto y lo vieron brillar, también fueron testigos de sus inicios, pero su historia sigue siendo una de las más grandes del ciclismo.
Ciclismo antiguo
100 años de Bernardo Ruiz
Bernardo Ruiz fue el primer español en pisar el podio del Tour
Cuando Bernardo Ruiz nació, ayer hace 100 años, España en pleno periodo de la dictadura conducida por Miguel Primo de Rivera en conexión directa con el el rey Alfonso XIII, el último monarca antes de la irrupción de la segunda república.
En Orihuela, Bernardo Ruiz daba sus primeros pasos, los de un un pionero que abrió el camino para el ciclismo español en competiciones internacionales, primer podio en el Tour, en un contexto muy diferente al actual, puesto que en su época el ciclismo en España estaba en la prehistoria.
Desde joven, Ruiz demostró su talento.
Empezó a ganar competiciones importantes como la Vuelta a España en 1948 y la Volta a Catalunya en 1945, con 20 años. También ganó varias veces el Campeonato de España y la Vuelta a Valencia.
Pero lo más destacado de su carrera fue su participación en el Tour de Francia, el gran escaparate y restablecido tras el parón por la Segunda Guerra Mundial.
En 1951, Bernardo destacó en el Tour al ganar dos etapas y quedar en noveno lugar en la clasificación general, lo cual fue un gran logro para un ciclista español en esa época.
Al año siguiente, en 1952, logró el tercer puesto en la clasificación general del Tour, convirtiéndose en el primer español en subir al podio, fue el primero de una lista larga y fecunda en nombres que vienen hasta hace bien poco.
Este logro fue muy importante para el ciclismo español, que en ese entonces no tenía mucho reconocimiento internacional.
Además, Bernardo siempre destacó la figura de Fausto Coppi, el ciclista italiano que para él fue el mejor de todos, por su talento y versatilidad tanto en carretera como en pista.
Después de catorce años de carrera, Bernardo Ruiz decidió retirarse en 1958.
Su legado en el ciclismo español es enorme, pues fue el primero en lograr un podio en el Tour y abrió las puertas para que otros ciclistas españoles pudieran destacar en el ámbito internacional.
Por todo, Bernardo Ruiz fue un ciclista clave en la historia del ciclismo español, especialmente por su papel en el Tour de Francia, y su legado sigue muy vigente desde la expo que se le ha dedicado en su Orihuela natal.
Imagen: Córdoba Hoy
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Gerard
1 de diciembre, 2015 En 17:23
Interesante relato sobre este ciclista -desconocido digamos-. El azar le llevó, junto con su tenacidad, a lucir el maillot amarillo al final de la ronda gala. Este episodio me recuerda aquel adagio algo versionado de que «la suerte acompaña a los tenaces».