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Ciclismo antiguo

El rinconcito más colombiano de Catalunya

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Bicilab Andorra

Querida montaña: no me hagas sufrir, hoy me decido a escribirte esta carta de amor sincero tú lo ves, tu cariñito es un agujero que me atraviesa el querer y sin tus besos en mi maillot nada me cubre la piel; como ves, solo pienso en ti, un sufrimiento a plazo fijo llevo en el pecho, querida montaña. Quiéreme otra vez, lléname de ti, vida tengo yo solo junto a ti. Tan solo vivo por refugiarme desnudo en tu corazón. Quiéreme otra vez, no me hagas sufrir, quiéreme otra vez, mi cielo, mi bici, mi amor verdadero, todo te lo di. No me hagas sufrir con mi pasión, quiéreme otra vez, envuelto en rampas de cariño y un poquitico de amor es lo que te pido, pero no me hagas sufrir que sin ti me rindo y en los bolsillos de mi maillot, mira nada me queda, todo te lo di. Mi sueño dorado, tan solo yo vivo midiendo el camino para besar tu cima. Amor sin cadena, quiéreme otra vez

(Adaptación libre, “Carta de amor” de Juan Luis Guerra)

Para encontrar duros puertos catalanes no hace falta que nos desplacemos hasta el Pirineo, y sino que se lo pregunten a Álvaro Pino, cuando en septiembre de 1985, comentaba “que las carreteras catalanas tienen unas montañas que parecen no ser nada hasta que descubres lo duras que son”. Y la sorpresa fue mayúscula, no solo para él, sino para todo el pelotón internacional que durante aquellos días disputaba la prestigiosa Volta a Catalunya, que también descubrió un puerto de lo más selectivo que se había ascendido hasta entonces: el Mont Caro, a 1447 m de altura, uno de los colls más duros de Catalunya, que encararon con respeto y temor.

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Aquel 11 de septiembre del 85 el primer corredor en inscribir su nombre en la cima fue el ciclista colombiano del Kelme Alirio Chizabas, demostrando por aquel entonces la superioridad de los escaladores del país sudamericano en la montaña, al ganar con autoridad aquella etapa final reina de la Volta. Robert Millar acabó adjudicándose aquella edición en dura pugna con Sean Kelly, y en las retinas de los corredores quedaron grabadas una bella y dura ascensión que nacía de las mismas entrañas del mar para subir a más de mil metros de altitud en muy pocos kilómetros.

Ubicado en la provincia de Tarragona, al sur de Catalunya, el Mont Caro destaca en el horizonte, altivo, majestuoso, como punto culminante del Parc Natural dels Ports de Tortosa-Beseit, declarado así en el año 2001 por su riqueza botánica y faunística, siendo la reserva de cabra hispánica más importante del país, un macizo montañoso a caballo entre Aragón, Valencia y Catalunya, y que desde sus 1447 m de altitud se convierte en mirador natural desde donde se pueden observar desde los Pirineos hasta el Delta del Ebro en toda su extensión.

Para mí, uno de los gigantes más ignorados tanto en el ámbito ciclista profesional como en el cicloturista. La Volta no va por allí desde hace más de 20 años y tampoco existe la celebración de una marcha cicloturista que lo glorifique. La última vez que estuvo la ronda catalana por excelencia fue en septiembre de 1991, convirtiéndose en juez absoluto de aquella edición. El año que viene volverá, será el final en Lo Mont.

Mano a mano en el Mont Caro, con las cabras de testigos

Era un 11 de septiembre. Según las crónicas del día siguiente “hasta las cabras se entusiasmaron con el espectáculo ciclista que ofrecieron dos grandes escaladores de los de antes, Herrera y Delgado, en las colosales paredes del Monte Caro”. Así que podríamos decir que este alto bien podría denominarse “la montaña de los colombianos” pues fue el inolvidable Lucho el que consiguiera el triunfo, delante de un Perico extraordinario que ejerció de gregario de lujo a un Indurain intratable, líder de la carrera con su maillot blanquiverde de la U.E.Sants, que superó sin problemas el cariñoso monte y se proclamaría vencedor absoluto de aquella Volta del 91.

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Aquel día atacó con fuerza el “Jardinerito”, desatando una espléndida batalla, y Perico respondió llevándose a su rueda a Miguelón, con tal fuerza que parecía que incluso iba a hacer peligrar su liderato. Superó a Lucho a falta de 4 km para meta. Indurain era un espectador de lujo, limitándose a controlar lo que sucedía por delante. Pero a falta de 1 km Pedro Delgado se desfondó y Herrera lo sobrepasó con mucha fuerza, ganándole la etapa en los últimos metros.

Tuvo que conformarse con la segunda plaza, la misma que ocuparía en el pódium junto a su compañero de equipo Miguel Indurain, que había sido el dominador absoluto de la situación: “el puerto ha sido francamente duro, sobre todo en algún tramo, pero el equipo ha estado bien, y sobre todo Pedro, en una ascensión que se ha subido a un ritmo muy fuerte”, comentaba el navarro a su llegada a meta.

Como anécdota, en aquella Volta del 91 descubrimos a un tímido y novato corredor, un tal Álex Zulle que saltaba al campo profesional de la mano de la ONCE y que se consagró como un excelente escalador en las cuestas del Caro, acabando el suizo en la 3ª posición de la general.

Desde entonces ya no se ha vuelto a saber más del Mont Caro a nivel profesional, y a nivel cicloturista tampoco han sido muchos los que se han acercado hasta Tortosa y abandonar su centro para iniciar en la vecina población de Roquetes la escalada a este coloso olvidado. De acuerdo que hasta ahora su pavimento no ayudaba mucho a venir por aquí: infame, muy deteriorado, todo puro bache que aumentaba la sensación de abandono de este monte y que incluso en su descenso, el ir frenando continuamente por el mal estado de la calzada, se hacía casi más agotador que su escalada. Pero hoy en día ya no es así y hace unos pocos años que arreglaron el firme dejándolo en perfecto estado para nuestras finas ruedas.

La carretera del Caracol

Antes de iniciar la escalada, vigilad la fuerza del viento. Según la gente de Tortosa, según como sople, “es mejor no ir”. Si continuamos, saldremos de Roquetes: un cartel nos indicará “20 km Mont Caro” y con la visión impresionante de la pared de los Ports delante de nosotros que hace que te lo pienses dos veces el intentarlo o no. Pero ya que hemos venido hasta aquí… ¡vamos a por él!

Menos mal que los 9 primeros kilómetros son suaves, justo antes de que, después de una bajada, nos encontremos la primera rampa a izquierdas que no bajará del 10%, y así, prácticamente sin descanso, durante todo el resto del puerto, duro, muy duro. Estamos ascendiendo por la carretera del Cargol, toda en forma de eses, aunque puede que la llamen así por el ritmo que llevamos algunos afrontándola. Pasaremos por la famosa y curiosa fuente con un caracol de piedra, pero… ¡atención!, está más seca que la mojama. Contemplaremos, un poco más adelante, la cabra de piedra instalada en lo alto de un gran monolito, que nos recordará lo ya comentado, que estamos en una de las reservas más importantes de cabra hispánica del país.

Una vez llegados a un descanso de aproximadamente un kilómetro (donde se situó la meta en las dos etapas de la Volta, en la Colonia de los Puertos), parecerá que ya hemos coronado, pero nada más lejos de la realidad. Otro cartel a la izquierda nos dirige al “Mont Caro en 4 km”. Y es que para decir “yo he subido el Mont Caro” hay que llegar hasta las antenas ¿verdad? Ese repetidor que en septiembre de 1962 produjo el aumento del parque televisivo de la zona de 1436 a 4368 televisiones.

Metidos en este último tramo: ¡vaya rampas!, ¡vaya 4 km! Los más duros y penosos a un 9% de media con puntas del 15. Las antenas están ahí pero no llegan nunca. Cuando lleguemos arriba, si tenemos suerte, podremos contemplar algún ejemplar de cabra hispánica y si el tiempo acompaña, de un paisaje espectacular, con el mar enfrente y, por supuesto, homenajearnos fotografiándonos junto a la placa de piedra grabada con la inscripción: “Parc Natutal dels Ports. Cim del Caro. 1447 metres. Terme municipal de Roquetes (Baix Ebre).”

Por Jordi Escrihuela, desde Ziklo

Imagen tomada de www.enbici.eu

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Ciclismo antiguo

La subestimada importancia de Bernard Hinault

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Bicilab Andorra

Hoy Bernard Hinault sopla 70 velas en el pastel

El otro día reflejamos un ranking histórico que no causó indiferencia en el que Eddy Merckx salía como el mejor de la historia con Alejandro Valverde y Sean Kelly en el podio, y resultados tan curiosos como que Raymond Poulidor quedara como mejor ciclista francés de la historia por delante de Bernard Hinault y Jacques Anquetil.

El ranking era eso, uno más de los que hay publicados, aunque en este caso me llamó la atención el detalle con el que estaba hecho.

Pero claro, cuando reflejas algo así corres el riesgo de la contestación de la gente, pues al final los rankings históricos, que engloban 140 años de historia de este deporte, con tantas épocas y tan diversas, se entremezclan con las sensaciones y recuerdos de cada uno.

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Una de las conclusiones más llamativas fue sin duda ver a Bernard Hinault tan abajo en el mismo, como si sus resultados de base no fueran correlativos con los grandes triunfos.

Estadística al margen, lo que no se puede discutir es que Bernard Hinault, quien celebra hoy la redonda cifra de 70 años, es uno de los ciclistas en los que todos pensamos cuando hablamos de los grandes de siempre.

Al bretón, que ya no sé si sigue o no enrolado en el Tour, le hemos visto mucho estos años, en podios y otros entornos de la mejor carrera del mundo y quizá por ello hemos amortizado tanto su presencia que no le damos el valor que merece su legado.

Digo esto porque este año, precisamente éste, todos están comparando a Tadej Pogacar con Eddy Merckx cuando el antecedente más obvio que veo es el francés.

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De hecho, este deporte no conoce dominador tal desde Bernard Hinault en hace 40 años.

La omnipresencia del bretón, apodado «el Tejón», fue tal que causó pesadillas en gente como Greg Lemond y otros rivales.

Su forma de presentarse en los Campos Elíseos, de amarillo, con el Tour ya seguro, es algo que creo emulara más pronto que tarde Pogacar, a quien su mejor Tour le pilló acabando en Niza con una crono, que si no, le vemos emulando al gran Bernard.

Leyendo esas comparaciones, creo que se hace de menos a uno de esos campeones totales que nadie puede omitir en una buena historia del ciclismo.

Bernard Hinault selló 146 victorias entre 1975 y 1986, siendo el campeón total más reciente que hemos visto.

Pero su importancia va más allá, es un símbolo del ciclismo más poderoso del mundo, el francés, pues en su persona recae una estadística que seguro el año que viene muchos sacarán a paseo: los 40 años que han pasado desde el Tour de 1985, el último que ganó un miembro del país anfitrión.

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Ciclismo antiguo

Mundial ciclismo: Alfredo Binda, el primero y siempre tricampeón

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Bicilab Andorra

El primero en ganar tres mundiales siempre ha sido Alfredo Binda

Ayer que hablábamos de Óscar Freire, no incidimos del todo en sus tres mundiales, cuando es algo que, como vemos en la imagen del post, le sitúa muy arriba en la historia del ciclismo, junto a Van Steenbergen, Merckx y el primero de siempre, Alfredo Binda.

Como veis, el Mundial es una carrera cuyos mejores ciclistas no superan las tres coronas.

Un listado en el que hay que meter a y Sagan, Peter Sagan, quien fue el primero y único en ganar tres seguidos, espejo de la dificultad del reto de una carrera

CCMM Valenciana

Pero volvamos a Alfredo Binda…

Binda, Alfredo, di Cittiglio a las 16.55 horas ha completado los 178,5 kilómetros en 6 horas y 40 minutos a un promedio de 26,520 kilómetros por hora”.

Éste fue el encabezamiento de la edición extraordinaria que La Gazzetta dello Sport sacó a la luz el día 21 de julio de 1927 por la consecución del primer mundial de la historia en manos de Alfredo Binda.

En el circuito alemán de Adenau, sobre los trazos del mítico curveado de Nurburgring, Binda se convirtió en el primero del listado de grandes que en su día vistieron el arco iris.

Aquella mítica edición fue copada por la selección italiana que además de Binda se completaba con Girardendo, Piemontesi y Belloni.

Un dream team que seccionó toda opción de sorpresa en medio del diluvio y viento que acosó a los contendientes. En la penúltima de las ocho vueltas, Binda surgió e incrementó renta sobre sus compañeros para llegar con más de siete minutos sobre Girardengo y Piamontesi.

La Italia fascista tuvo aquí uno de sus pilares propagandísticos sobre las virtudes del hombre itálico.

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Binda ganaría otros dos Mundiales en Lieja y Roma los años 1930 y 1932.

La temporada de su primer arco iris se impuso en 12 de las 15 etapas del Giro que obviamente se atribuyó.

Él, junto a Girardengo, sembró el camino de los grandes que habrían de venir unos tales Bartali y Coppi.

Foto tomada de http://cycling-passion.com

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Ciclismo antiguo

Freire en 5 esenciales

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Bicilab Andorra

Olfato fino, inteligente y carácter bravo y bien disimulado definen un campeón como Óscar Freire

Cuánto querría hoy el ciclismo español un competidor como Osca Freire, uno de los ciclistas más singulares de este deporte a este lado de los Pirineos.

Recordamos al cántabro como ese conseguidor de hitos únicos fruto de su poder en las llegadas pero sobretodo su cabeza, esa que parecía despistada fuera de la bicicleta, pero que cuando hacía el click y no había forma de contrarrestarla.

Vamos con esos cinco esenciales para hablar de un corredor que quisimos, queremos y siempre querremos…

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Una cabeza privilegiada

Óscar Freire no fue el ciclista más dotado físicamente, pero ello no le impidió construir un palmarés de 72 éxitos de mucho nivel.

Sin un gran equipo rodeándole, él solito creó las condiciones para ganar muchos sprints, saliendo justo en el momento exacto cuando había que hacerlo, cuando los rivales ya no podían reaccionar.

Pero no sólo eso, atacó de forma definitiva en muchos momentos, evitando el sprint y logrando el mismo resultado, la victoria, para muestra su primer mundial o aquel Luis Puig en el que sorprendió a los rivales saltando por el lado opuesto de la rotonda.

Qué decir de aquella Milán-San Remo que le gana a Erik Zabel. 

Sprinter que pasaba las cotas

Como su principal rival generacional, el citado Zabel, Óscar Freire sacaba petróleo de aquellas etapas en las que el final ofrecía alguna dificultad.

Su forma de pasar las cotas le eliminaba de inicio varios rivales y en grupos más pequeños conseguía ser el más rápido.

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Convivencia con dolores y lesiones

En su carrera no fueron pocas las veces que Freire pasó por lesiones, sobretodo de espalda que le sacaban de la carretera durante más tiempo del deseado.

No fue un ciclista de caerse mucho, no le recuerdo una caída fuerte pero sí esos problemas físicos que empezaron ya desde su primer año de arcoíris en el Mapei.

Un carácter fuerte bien escondido

Recuerdo un capítulo muy concreto, justo antes del Mundial creo que de Sttutgart, cuando la selección española dijo que, si se vetaba a Valverde, no acudiría.

Tuve esa semana la ocasión de entrevistarle, y cuando le anticipé esa posibilidad, no contuvo su enfado pues él quería estar en Alemania optando al que podía haber sido su cuarto Campeonato del Mundo.

Y es que a pesar de su aspecto dicharachero y su cercanía, Freire tuvo un carácter potente, clave para resolver situaciones complicadas en su carrera, algunas, como esa de Alemania o el primer año en Mapei, rodeado de estrellas, sacando un genio que por lo demás llevaba bien disimulado.

Una carrera, el segundo mundial de Verona

Pocas veces he visto a un ciclista tan dominador de la escena como aquella tarde de octubre en la hermosa Verona.

Al control y trabajo de la selección española, al lanzamiento final de Alejandro Valverde, se le sumó la aplastante forma de Freire, intratable en el sprint final, pero también en todos los pasajes de la carrera.

Estoy casi convencido que si le preguntamos por el mejor estado de forma de su vida apuntaría a esa carrera.

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Ciclismo

Greg Lemond fue el primer moderno de la historia del ciclismo

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Greg Lemond JoanSeguidor
Bicilab Andorra

Con Greg Lemond el ciclismo entró de lleno en una modernidad que sigue vigente

El Tour de 1989 está muy en boca de todos.

Una edición de esas que no se olvida, treinta años después, cifra redonda.

¿Qué estabas haciendo cuando Lemond remontó a Fignon en la misma línea de meta de París

Aquella tarde de julio, un niño ojiplático soñaba con ver, con tocar aquello, al otro lado de la televisión.

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Laurent Fignon arrojaba motivos sobrados para ser el tipo más odiado del pelotón, con los años cambiamos, curiosamente esa percepción.

Todos íbamos con Greg Lemond, ese americano, hijo del milagro de salir vivo de un accidente de caza, que había estado más allá que acá, y que consiguió ganar el Tour, tres semanas, más de veinte etapas, tres mil no sé cuántos kilómetros, por ocho míseros segundos.

El gran golpe de Greg Lemond ese día, en ese momento, fue mucho más allá

Aquel era un corredor roto por la mitad desde el accidente, un ciclista que pocas semanas antes, leí, lloraba en una cama de un hotel del Giro porque no se encontraba a sí mismo.

Era la viva imagen de la impotencia, un corredor que había sido prodigio, campeón del mundo, podio y ganador del Tour, que tenía problemas para llegar con el cierre.

Hoy un Tour como el de 1989 sería impensable, un ciclista que sacó la cabeza a pesar de todo: ese Lemond, abandonado a su suerte por un equipo, el ADR, que pasaba por ser del montón, que no le acompañó en casi ningún momento decisivo, si descontamos la crono por equipos del inicio,

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Una aventura de supervivencia que cambió la suerte del ciclismo, lo hizo moderno, más a imagen y semejanza de lo que tenemos hoy.

Los campeones corales, que brillaban en Niza, Roubaix y Lieja antes de atreverse con el Mundial y el mismísimo Tour.

Eso pasó a ser una reliquia del pasado.

Curiosamente, hasta Wiggins y Thomas, Greg Lemond había sido el último ganador del Tour en preparar Roubaix con cierta ambición.

Sin embargo el Tour de 1989 y Greg Lemond cabalgaba a lomos de ese caballo llamado ciclismo moderno.

Su entrada en el ciclismo europeo no fue sencilla.

Lo vio Hinault y lo reclamó para Francia, Lemond aterrizó con una mano delante y otra detrás.

Pero no se amilanó, pasó el invierno de su vida cincelando lo que sería un campeón moderno, extraordinariamente completo, ambicioso, que supo ser compañero cuando correspondía, y buscar su suerte llegado su turno.

Y en el Tour de 1989 instaló la suerte del campeón, sí, pero también una suerte de ganancias marginales que acabaron por darle el éxito, cuando todos apostaban a francés, de gafas de intelectual y coleta emblemática.

Salió con un manillar de triatleta que a los pocos días todos usaban, pero antes sacó provecho de cada pasaje de la carrera, corriendo en el filo, explotando el nerviosismo de Fignon, que veía pasar los días y no lo distanciaba y la ansiedad de Perico por resolver el desastre de Luxemburgo.

Y ganó, bajó el mismo arco de meta de toda aquella edición, demostrando que el ciclismo requería de campeones a tiempo completo para y por el Tour.

Con Greg Lemond nació el ciclista que armó su campaña alrededor del Tour, como nunca antes se había visto.

Lo de Stephen Roche ganando Giro y Tour, más mundial el mismo año, quedaba lejísimos.

El ciclismo moderno, el que que se introdujo con Lemond, obliga a centrar objetivos, a especializarse, a ser eficaz en lo poco pero bueno que se emprenda.

Al año siguiente Greg Lemond sólo lograría una victoria, la general del Tour de Francia, ni etapas, ni vueltas de una semana, ni avalorios.

De su ciclismo bebería Miguel Indurain y llevaría al extremo Lance Armstrong, el otro americano que ganaría el Tour, aunque lo suyo no quedara en los anales.

Si el ciclismo tuvo un punto de inflexión, ese lo firmó Lemond, Greg Lemond, uno de esos corredores cuyo recuerdo nos reconcilia con la sorpresa y la constante innovación, esa palanca de cambio que hoy sigue siendo clave.

 

 

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