Ciclistas
¿Qué fue primero Nairo o su equipo?
«Sentimos haberos fallado, amigos. Habrá tiempo para la reflexión y corregir errores, para la crítica constructiva y reposada. Ahora lo único que nos importa es recuperar física y mentalmente a Nairo Quintana y al equipo. Nueve días de #TDF2017 aún que afrontar». Así se expresaban la tarde del jueves en el muro de Facebook de Movistar.
En la retransmisión de Eurosport de la etapa de Peyragudes, el otrora redactor de ciclismo de Marca, Josu Garai, me sorprendió someramente con un comentario mientras veíamos a Nairo descolgarse del pelotón. Fue algo así como “Nairo quiso probar el doblete Giro-Tour y fue el equipo que prefirió se estrellase por sí solo”.
A mí, ese comentario me parece impactante porque no lo dice un cualquiera, algunos dirían que lo realiza uno de esos representantes del viejo ciclismo, aquel que perdura tres o cuatro décadas después, aquel ciclismo de conchaveo y colegueo entre directores, corredores y periodistas, algo alejado de los cánones actuales, donde todo es más aséptico, frío, y si queréis decirlo mejor, más formal.
Que Garai haga esa apreciación, a sabiendas que tiene resortes para conocer lo que pasa por la cabecita de Eusebio Unzue, lo interpreto como que las cosas no son sencillas en el equipo azul, un equipo antaño protagonista casi absoluto en lo que dejaba libre el Team Sky y en este Tour un equipo que está a verlas venir.
En el relato del doblete del Giro y Tour, creo que el primero en hacer saltar la liebre fue el propio corredor, que lo dijo en el otoño ciclista y algunos le tomamos por majadero, pues el reto parece ahora mismo fuera del radar de cualquier gran ciclista, sobre todo cuando hace un par de años Alberto Contador quedó en el camino.
Lo que un servidor interpretó como un anhelo que sería desmontado por sus mentores, se recogió desde arriba y se le dio forma: Nairo estaría en la salida del Giro con la intención de ganarlo e ir luego a por el Tour.
Los resultados los estamos viendo y eso que ni tan mal, a dos minutos tras la dantesca etapa de Foix, pero con la sensación de que hay varios superiores a él. Nosotros no quisimos entrar al trapo en exceso, porque queríamos ver si el colombiano iba a ser capaz o no, aunque si hicimos una reflexión, no es de cajón ir a por un doblete cuando ni siquiera has ganado la más complciada, sobre el papel, de las dos carreras: el Tour de Francia. Incluso con esas, que sí, que adelante, que Nairo era capaz, que se veía con alforjas para tan largo viaje.
Pues al final ni lo uno, y muy posiblemente ni lo otro. Quien planificó los puntos de forma en el Movistar debe estar deprimido, porque nada ha respondido a lo que esperaba o al menos planificaba. La sensación que queda del Giro de Nairo es que nunca fue a tope por dos motivos: pensaba que la concurrencia no iba a ser muy dura y tenía la mente en el Tour. La sensación que queda en las dos semanas Tour de Nairo es que nunca estuvo en carrera, ni siquiera cuando en las primeras etapas los reportes del equipo telefónico se felicitaban porque su líder cubrían las etapas sin percances. Quedan diez días, complicado veo que remonte lo perdido.
Sea como fuere Nairo se ha alejado mucho de aquel corredor que transmitía pasión en sus primeros años, ese ciclista que atacaba y daba la talla en cualquier cuesta, que era valiente, que guardaba, pero lo justo. Ahora se ha convertido en un ciclista maltratado por muchos porque quiere ganar sin exponer, pidiendo el relevo, esperando que le abran la puerta, transitando, en definitiva, por servidumbres que no le son propias a los campeones.
¿Quién ha hecho a Nairo así? ¿él o su equipo? Oigo cada vez más opiniones que en su equipo le han ido aplacando, enfriando las ambiciones. Yo estoy también con esa teoría, aunque quedaría en entredicho si es verídico que, como dice Garai, en Movistar han dejado que Nairo se estrelle contra el doblete, de ser eso cierto, la presencia de Nairo en el equipo podría sufrir una enmienda a la totalidad, desde su rol, así como sus relaciones personales (y ya no hago caso a lo que dice Visconti de si se habla o no con sus compañeros, porque el italiano sólo raja si está fuera) e incluso sus planificaciones, cuestión no baladí, o si no que le pregunten a Miguel Indurain en por sus últimos años en la casa.
Y la última: «Parece que estuvieran aprendiendo» dice el padre de Nairo.
Imagen tomada de Movistar Team
INFO
Aquí llega la bici para los ciclistas de largas distancias
Ciclistas
El cuarto fue el Tour más largo de Pogačar
Ciclistas
La estatua dorada de Pogačar está en UAE y no en Eslovenia
Pogačar vive días de pompa en los UAE con su nueva estatua dorada
El ciclismo vive estos días su propio espejismo dorado en el desierto.
En Abu Dabi, el equipo UAE ha rendido homenaje a su gran emblema, Tadej Pogačar, con una estatua bañada en oro frente al club ciclista local.
No es metáfora: una figura brillante, a tamaño real, del esloveno inclinando el cuerpo en su gesto clásico de reverencia, como si agradeciera al cielo… o a su mecenas.
Una de esas figuras que cierto mandatario chalado se diseña con IA.
El acto fue la guinda de un fin de semana que lo tuvo todo: fans, patrocinadores, estrellas y fuegos artificiales.
El UAE Team Emirates celebró su mejor temporada con 95 victorias, 97 si se cuentan todas las del año, pero las de Del Toro en México cuentan para 2026.
Pogačar firmó 20 de ellas, incluyendo tres Monumentos, su segundo Mundial consecutivo en Ruanda y un cuarto Tour de Francia.
Una temporada de videojuego.
Y todo, en casa del patrón, donde el ciclismo se ha convertido en símbolo de modernidad y orgullo nacional.
La grandeza se compra podríamos decir, pero es es así.
En Al Hudayriat Island, el circuito de moda en Abu Dabi, se mezclaron niños con bicis nuevas, directivos con camisa blanca impecable y los ídolos de este deporte que, por un fin de semana, se vistió de gala en el país del lujo y los récords.
Todo a lo grande, como exige el guion en un lugar donde nada se hace a medias.
Pogačar llegó en 2019, con 21 años, y en apenas seis temporadas se ha convertido en la cara visible del proyecto y en el ciclista total del siglo XXI.
A su alrededor, el UAE ha levantado una estructura que combina músculo financiero y talento deportivo como pocas. Y ahora, la estatua cierra el círculo: el campeón convertido en mito… todavía en activo.
El ciclismo siempre ha tenido sus estatuas: Bahamontes en Toledo, Quintana en Boyacá, Boonen en su Taaienberg.
Pero lo de Pogačar es distinto, la suya no está en su casa, que se llena de maillots y trofeos, está en los Emiratos, como si el dinero atribuyera la bandera.
Es la imagen del nuevo tiempo: velocidad, datos, dinero, redes sociales y luces LED. Un deporte que se mira en el espejo del oro, mientras sigue soñando con la épica del barro.
El esloveno se tomará ahora un respiro antes de volver a la carga.
En 2026 puede igualar a Merckx, Hinault, Indurain y Anquetil.
Y quién sabe, quizá cuando eso ocurra, en Abu Dabi ya estén fundiendo otra estatua.
Ciclistas
Tim Merlier domina el arte en el que Philipsen es el mejor
Tim Merlier es el patrón silencioso del sprint
En un año de tanta igualdad entre los hombres rápidos, Tim Merlier ha sido el más constante.
Sin fuegos artificiales, sin grandes titulares, pero siempre ahí, ganando —al menos— una etapa en cada vuelta por etapas que disputó.
Desde febrero hasta octubre, el belga del Soudal-Quick Step se ha mantenido en la línea más pura del sprinter clásico: oportunista, sólido y, sobre todo, regular.
Su calendario ha sido un viaje sin apenas sombras, una demostración de oficio más que de velocidad bruta.
Merlier no es el que más impresiona en un esprint lanzado, pero sí el que más veces levanta los brazos cuando todo se ordena en el caos.
En ese caso me quedaría con Jasper Phiipsen, quien como su compi Mathieu, se centra en las grandes ocasiones, y a veces ni eso, porque en el Tour una caída le dejó fuera cuando tenía opciones de seguir sumando.
Pero volviendo sobre Tim, en un pelotón de talentos que vienen empujando, Merlier sigue representando esa vieja escuela del sprinter que elige su terreno, mide su energía y rara vez falla.
Olav Kooij ha sido se lleva también mención, y con motivos.
En un equipo, el Visma-Lease a Bike, que nunca se ha construido alrededor de un velocista, el neerlandés ha firmado una temporada de enorme consistencia.
Ha ganado en todas las vueltas que terminó, menos una.
Lo suyo no es la potencia bruta, sino la eficacia.
Ahora, el salto a Decathlon Ag2r La Mondiale promete cambiar su panorama.
Por fin tendrá un bloque que trabaje para él. Si el equipo francés logra entender su manera de correr —discreta pero letal—, Kooij podría ser una de las grandes irrupciones del próximo curso.
No será un Merlier o un Philipsen en cuanto a presencia mediática, pero tiene el perfil del sprinter moderno: rápido, inteligente y cada vez más completo.
Kooij competió con competencia en casa: A sus 20 años, Matthew Brennan ya es un nombre propio.
Doce victorias en su primer año WorldTour, una cifra que en otros tiempos habría parecido imposible.
Brennan representa esa nueva generación que no entiende de jerarquías, que no pide permiso.
Es rápido, sí, pero también fuerte y tácticamente despierto.
En un ciclismo donde la precocidad se ha vuelto norma, el británico destaca por su instinto: sabe cuándo arriesgar, cuándo esperar, y cómo leer un esprint con una madurez impropia de su edad. Lo suyo no es una promesa, sino un presente.
Y si mantiene la cabeza fría, su futuro puede ser enorme.
Otro que tal, Paul Magnier
Lo normal con un joven francés que gana en febrero es no volver a verlo en todo el año.
Pero Paul Magnier ha roto el molde.
Ganó el primer día en la Étoile de Bessèges y siguió brillando hasta el final de la temporada.
Casi tantas victorias como Tadej Pogacar: una cifra que obliga a mirarlo de otro modo.
Magnier ha demostrado algo más que velocidad: capacidad para sostener un nivel alto durante todo el año.
Su progresión invita a pensar en un 2026 con más oportunidades y mayor presencia en las grandes citas. Francia tiene en él a un velocista con alma de clásico.
Biniam Girmay, cuando el listón se vuelve carga
La decepción del año, aunque con matices, lleva el nombre de Biniam Girmay.
Tras su sensacional Tour 2024, con tres victorias y el verde de París, su 2025 se quedó sin brillo.
Estuvo cerca varias veces, pero no remató ninguna.
El eritreo ha pagado el peso de las expectativas y quizá la falta de una estructura pensada para él.
El talento sigue ahí, pero necesita recuperar confianza, reencontrarse con su mejor versión.
Porque el ciclismo necesita a un Girmay en plenitud: no solo como velocista, sino como símbolo de diversidad y ambición en el pelotón.
Imagen: A.S.O./Charly López
Ciclistas
El Top 3 del ciclismo español lo forman Ayuso, García Pierna y Romeo
El año del ciclismo español sigue la tónica de los anteriores: no es malo, pero se detecta mucho margen
El ciclismo español cierra 2026 con un sabor agridulce, entre el orgullo y la duda.
Hay talento, sí, pero seguimos esperando ese gran salto que devuelva al país al centro del mapa.
Y si hay que poner nombres, el podio nacional del año lo conforman tres jóvenes que representan tres formas distintas de entender la bicicleta: Juan Ayuso, Raúl García Pierna e Iván Romeo.
Empezando por Juan Ayuso, no hay debate posible: es el mejor ciclista español del momento.
Su temporada lo dice todo.
Dos etapas en la Vuelta, una en el Giro y otra en la Tirreno-Adriático.
Una hoja de servicios que muchos firmarían sin dudarlo, aunque deja ese regusto extraño de quien siempre parece estar cerca, pero no remata.
Ayuso sigue siendo un prodigio, valiente, con un punto de genio que a veces se le vuelve en contra.
Corre mirando de tú a tú a los mejores, pero también transmite la sensación de que sus antiguos compañeros del UAE, los del Toro, Almeida o el propio Pogacar, siguen un peldaño por encima.
Aun así, su madurez crece y su carácter competitivo mantiene viva la esperanza de una gran vuelta española en su nombre.
El segundo nombre es Raúl García Pierna, un ciclista que, sin ruido, se ha ganado respeto y minutos de pantalla.
Su victoria en la crono de la Route d’Occitanie fue solo la confirmación de un corredor en plena evolución.
En el Tour de Francia firmó una actuación meritoria, siempre al servicio del equipo, muchas veces al lado de un inspirado Kevin Vauquelin, y en la Vuelta demostró ambición hasta que una caída lo sacó del camino.
Raúl es constancia, trabajo y fiabilidad, un ciclista que no necesita luces de neón para brillar.
Y cerrando el podio, Iván Romeo, el más carismático, el más joven, quizá el más imprevisible.
Este año dio un paso adelante con victorias de calidad, incluso en el Critérium du Dauphiné, pero sobre todo dejó huella por actitud.
Su Tour, lanzado a por etapas y acabando en el suelo, resume bien quién es: coraje puro, sin cálculo.
Romeo no da puntos UCI con su carácter, pero sí algo más valioso: emoción, ilusión, esa chispa que hace volver a mirar el televisor cuando el pelotón se apaga.
Tres nombres, tres estilos, y un mismo deseo: que 2027 sea, por fin, el año en que España vuelva a ganar de verdad y que de paso otros que dieron un paso atrás, vuelvan donde merecen.
Imagen: ASO
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