Ciclismo antiguo
El Ballon de Alsacia, la quimera del Tour
Para dar más alicientes al Tour de Francia, que de por sí ya los tenía y sin perder su innato espíritu renovador, hubo un joven periodista luxemburgués llamado Alphonse Steinès, de baja estatura, provisto de gafas finas y con barba no muy poblada, que tenía afición por hacer uso frecuente de un flamante automóvil de su propiedad, se le ocurrió la idea de incluir algunas montañas en el itinerario del Tour. Su idea consistía en hacer transitar a los esforzados ciclistas por rutas que eran consideradas casi inaccesibles. Hay que decir que aquellas rutas que se perdían en las alturas y que incluso para las gentes del lugar encerraban todo un paradigma con ribetes misteriosos. El incluir en la ronda gala alguna que otra montaña, todo un aliciente en aquellos tiempos, era considerada una verdadera locura, entrar en una esfera más bien desconocida que se reservaba más bien a individuos acusadamente osados. Pocos eran los que se atrevían a hollar aquellos confines un tanto desconocidos, un capítulo que parecía ser propiedad de los aventureros. ¿Por qué no introducir a los ciclistas en aquel mundo nuevo? Así comenzó la idea a ser realidad.
Pottier y el Ballon de Alsacia
El 11 de julio de 1905, se instauró una etapa en la que se transitó por vez primera por un puerto de alta montaña denominado Ballon de Alsacia, situado en las inmediaciones de las fronteras que lindaban con Alemania y Francia. Era algo así como un eslabón algo perdido, con un entorno un tanto fantasmagórico. René Pottier, en solitario y sin apearse de la bicicleta, cosa a tener muy en cuenta, escaló el collado sobre una carretera inhóspita cubierta con tierra batida y a un promedio de casi 20 kilómetros a la hora, una gesta memorable de las que perduran en los escritos en torno a la historia del Tour.
En la cumbre del Ballon de Alsacia, aparece al borde de la carretera un monolito histórico en homenaje a aquel voluntarioso forjador de kilómetros, con una loa no menos emotiva dedicada a aquel ciclista llamado René Pottier. Personalmente, cuando estuvimos allí, sentimos una extraña emoción, cosa muy lógica para los que nos sentimos tan vinculados al deporte de la bicicleta.
En el monumento en cuestión, pudimos leer la siguiente inscripción, acompañada en la parte inferior por una gran fotografía del mismo Pottier, aquel personaje un tanto encerrado en la aureola de la leyenda. El escrito que traducimos, plasmado sobre piedra, dice:
“El Tour de Francia, carrera anual de 5.000 kilómetros, organizada por el rotativo parisino L´Auto, a René Pottier (1879-1907), que llegó primero en este lugar los años 1905 y 1906, después de haber sostenido en la escalada al Ballon de Alsacia, un promedio de 20 Km./h y haber derrotado a todos sus adversarios”
Pottier, nacido en la población de Moret-sur-Loing, era un tipo algo raro, según llegaron a afirmar sus compañeros de ruta. Era un hombre que nunca esbozó una sonrisa fácil. Introvertido en sus actitudes y siempre hermético en su rostro anguloso y sufriente. Ante tantas penalidades, no era extraño ver en el Tour reír a los ciclistas en los momentos de calma y en los ratos de compensación gastronómica. Él permanecía ensimismado en sus pensamientos, en su mundo, como aislándose de los demás dada su acentuada timidez. Era fuerte como un roble, con un bigote voluminoso por cierto y un pañuelo cubriendo su cabeza.
En el año 1905, hubo muchos aplausos en la cima a favor de Pottier cuando tuvo la dicha de cruzar en primer lugar aquella montaña que abría un nuevo ciclo en la historia del Tour. Le quedaba todavía un sinuoso descenso hacia la meta situada en Besançon, término de la segunda etapa. En tanto que sus adversarios quedaron totalmente vencidos, surgió inesperadamente un tal Aucouturier, que se proclamaría vencedor en aquella memorable jornada. Tres días después, lo que son las cosas, Pottier, héroe glorioso por un día, se vio incapaz y sin fuerzas de proseguir en el Tour. Se retiró atenazado, agotado por los esfuerzos realizados. El ganador absoluto de aquella edición fue el ciclista galo Louis Trousselier, hijo de una familia acomodada dedicada a la venta de flores en el amplio continente europeo.
El valor de la constancia
Al año siguiente, gracias a su aquilatada voluntad, René Pottier se alineó de nuevo y se permitió el lujo de vencer holgadamente gracias a su experiencia recogida en la edición anterior. En aquel Tour, nos referimos al año 1906, se incorporaron otros dos puertos de cierta importancia: los altos de Bayard y de Laffrey. Con el Ballon de Alsacia, ya eran tres los colosos alpinos presentes en la ronda internacional francesa. De esta manera el Tour logró ampliar nuevos horizontes, nuevos perspectivas de éxito, que supusieron más fama y más prestigio para la prueba. Los jueces de paz, las montañas, son y serán los ingredientes indispensables que más alimentan la gloria del Tour.
Quisiéramos cerrar este capítulo haciendo alusión que precisamente en la cumbre del Ballon de Alsacia y alrededores es un lugar muy apropiado para poder practicar el parapente, este deporte al que llaman el de “los hombres voladores”, que realizan, con sus alas coloreadas y no menos vistosas mil filigranas en las alturas, en los cielos, aprovechando la brisa que suele dominar aquellos parajes de configuración ondulada y con visión a distancia, sin apenas árboles. Desde allí se otean a lo lejos la cadena de montañas de los Alpes suizos con su silueta de sierra, recortada, y pináculos de color blanquecino. Son las nieves que no se van del lugar haga frío o calor. Espectáculo casi inédito que nos impresionó.
Los Pirineos entran en el ciclo
Fue en 1910 cuando los organizadores apostaron por desafiar otros horizontes de montaña. Se erigieron sendos collados que se alzaban en el corazón de los Pirineos, algo así como adentrase a otra zona que parecía algo prohibida. Steinès, que poseía mucho entusiasmo y que fue muy aficionado en la práctica de la bicicleta, estuvo investigando a conciencia aquella región del sur del país un tanto agresiva. Se localizaron los desconocidos en aquel entonces y conocidos hoy: Aubisque, Tourmalet, Aspin y Peyresourde. Todos ellos fueron incluidos y con éxito por vez primera en los anales del Tour en una etapa de largo kilometraje, la Luchon-Bayona de 326 kilómetros. Era la décima etapa. Salvo el puerto del Aubisque, que coronó en cabeza un tal François Lafourcade, francés, los otros tres de la serie fueron salvados con éxito por su compatriota Octave Lapize, que luego sería declarado vencedor de aquella octava edición.
Por Gerardo Fuster
Ciclismo antiguo
Ulrrich en 5 esenciales
Pocas fuerzas de la naturaleza he visto equiparables a Jan Ullrich
Cuando Jan Ullrich subió el Angliru, el primero de la historia, lo hizo hace casi un cuarto de siglo al lado del líder Abraham Olano, cuando el maillot era dorado.
Recuerdo aquel día, hicieron más ruido el puerto y sus desniveles que los propios nombres de la jornada, y eso que hubo quien se coronó para la eternidad, como el Chaba Jiménez, ganador entre la niebla y el tétrico final que debió protagonizar Pavel Tonkov.
Jan Ullrich fue contemporáneo del Chaba, dos corredores diametralmente diferentes pero con algo en común, agitaban la admiración de la gente como nadie.
Quería por eso hablaros del alemán en cinco esenciales.
Explosión y ocaso muy rápidos
En el ciclismo actual nos impresionamos por la proliferación de ciclistas jóvenes con la lección muy bien aprendida, pero no son ni de lejos los primeros en saltar a la fama muy jóvenes.
Jan Ullrich irrumpió entre Indurain, Rominger, Jalabert, Zulle y Riis a la edad de 22 años y los puso firmes desde el primer Tour que corrió en cabeza.
De hecho al año, ganaría la carrera de una forma tan aplastante y completa que muchos entendimos que aquel reinado iba a para largo,… hasta que llegó un tal Lance Armstrong.
Condiciones físicas como pocos
La sensación que en ciclismo he asistido a dos fuerzas de la naturaleza se plasma con Jan Ullrich y Miguel Indurain.
Ambos han exhibido unas condiciones que no recuerdo en muchos más, con un poder en cada pedalada que hacía temblar la concurrencia.
Como Ullrich tuviera el día, poco se podía hacer.
Un desastre táctico
Era tan el poder del alemán sobre la bicicleta que su capacidad táctica nunca fue su fuerte.
Se brindó a duelos al sol en escaladas ante gente como Marco Pantani y Richard Virenque de los que salió muy perjudicado y achicando agua.
A diferencia de Indurain, Ullrich no manejó la pizarra con la destreza que se le supone a superclase.
Con los años su duelo con Armstrong hizo más acusada esa sensación.
Los inviernos de Ullrich eran muy largos
La vuelta a la competición cada mes de febrero era un reguero de fotos y periodistas hablando del estado físico de Jan Ullrich y lo redondo que a veces lucía.
Si en plena forma, era como un cuchillo en la mantequilla, lo vemos en la imagen que ilustra el artículo, su cara redondeada por los excesos del invierno fueron un clásico de las primeras carreras.
¿Un día?
De entre las jornadas que nos dio el alemán destaco una en la que no logró el objetivo pero que habla de su calidad.
Al día siguiente de su desfondamiento en Les Deux Alpes, armó un ataque en plena Madeleine que sólo siguió Pantani y no miró para atrás en momento alguno.
Ganó la etapa, pero no recuperó el amarillo, aunque dejó un sello imborrable sobre aquel infausto Tour de 1998.
Imagen: Narración Deportiva
Ciclismo
Lejarreta en 5 esenciales
Cuando hablamos de Lejarreta, lo hacemos de los valores mismos del ciclismo
Con la Vuelta en efervescencia y con ese Conexión Vintage que acaban de dedicarle y que quiero ver, queremos echar una mirada a uno de los corredores más queridos y apreciados que he disfrutado desde que veo ciclismo: Marino Lejarreta.
Le llamaban el «Junco de Bérriz», junco porque nunca se doblaba ni se doblegaga, sacando os mejores valores de este deporte como pocos han logrado hacer
En la conclusión del Vintage de Paco Grande, Benito Urarburu, quien estuvo en el estudio hablado de Marino y su trayectoria, habló del enorme carisma alcanzando por un ciclista que no tuvo el mejor palmarés de su tiempo.
Marino Lejarreta convivió con egos enormes, en una historia llena de muchos nombres queridos y seguidos en aquel pelotón español.
Marino convivió con Perico, Pello, Alvaro Pino, Fede Etxabe, Eduardo Chozas, Alfonso Gutiérrez y una larga lista que habla de la cantidad y calidad que se manejaba a este lado de los Pirineos, durante los años ochenta.
Pero vamos con el vasco, vamos con Marino Lejarreta y los cinco elementos que quiero destacar.
Humildad en la competición
Todo lo que Marino representaba era humildad, una ambición tranquila, honesta y sincera, un ciclista que voló muy alto en lo deportivo, que compitió con lo que tuvo, sin que nunca ofendiera a nadie.
Ejemplo de sacrificio
Seguimos con los valores más evidentes del ciclismo para hablar de Marino.
Conocidas fueron sus temporadas con las tres grandes en escasos cuatro meses, cuando la cosa arrancaba con la Vuelta en abril y finalizaba con el Tour en las postrimerías de julio.
Acostumbraba a hacer dos grandes bien o muy bien, y «flojear» un poco en la otra, pero ello no le sacó nunca de las quinielas de outsider.
Pionero en el extranjero
A inicios de los ochenta Marino fue uno de los grandes nombres del ciclismo español en irse a Italia y conocer de primera mano lo que allí se cocía.
Aprendió mucho y cuando volvió a España, entonces un país aún lejos de las grandes potencias, supo transmitir esos aires de modernidad.
Clave en la explosión del equipo ONCE
Aunque dejó el ciclismo de forma abrupta, por una caída en Amorebieta, Marino Lejarreta fue uno de los personajes que le dio relevancia y peso al primer equipo ONCE en el pelotón.
De amarillo, fue protagonista en grandes momentos, como la etapa que ganó en el Tour, en Millau, la Vuelta en la que colaboró para que Melcior Mauri se llevara el amarillo o en el Giro de Franco Chioccioli, que por algún instante pensamos que tenía opciones serias de disputar.
La Vuelta del 83
Cuarenta años después, podemos seguir diciendo que Marino Lejarreta fue sin duda uno de los grandes protagonistas en la que muchos consideran la mejor Vuelta de la historia.
Un mal paso en unos abanicos le dejaron fuera del concurso de una general en la que sin embargo brilló de inicio a fin, siendo el primer ganador de la historia en los Lagos de Covadonga, plantándole cara a un tal Bernard Hinault.
Defendía ese año el dorsal uno que le vino de rebote por el positivo de Angel Arroyo un año antes y lo hizo hasta el final, saliendo en la foto de días tan icónicos como el de Ávila y la masacre de Hinault.
Hoy a Marino le vemos como entonces, con pelo blanco, pero con el mismo poso de tranquilidad, humildad y cercanía de siempre, sabedor que buena parte de nuestros mejores recuerdos de ciclismo pasaron por sus piernas.
Ciclismo antiguo
Vuelta España: 5 etapas top
De Rominger a Contador, ahí van las 5 etapas de la Vuelta que guardo con más cariño
Esto no pretende ser algo científico, ni nada por el estilo, son las etapas de la Vuelta que, subjetivamente, me llevo al cajón de las excelencias
Un servidor ha escogido cinco, entre las que recuerda y ha visto, y todas tienen una cosa en común, ciclismo, ciclismo en mayúsculas, de riesgo y ataques lejanos, de horas pegado al televisor, como en la cabalgada de Roglic y Bernal, camino de los Lagos, una etapa que por cierto podría desplazar a cualquiera de las que hemos elegido.
Ahí va nuestra selección…
Empezamos con un clásico de los tiempos, Vuelta de 1993, la penúltima en abril
Aquellas carreras eran una ruleta, a una participación internacional siempre justita, se le añadía la meteorología «primaveral», cambios bruscos de temperatura y un invierno que se resistía a ir.
La etapa de El Naranco se presentaba como una de las últimas oportunidades para que Tony Rominger aumentara su colchón de segundos sobre Alex Zulle, antes la crono final en Santiago de Compostela, pues aquella fue la Vuelta del Xacobeo 93, el invento de Fraga.
En el recorrido el suizo, dorsal uno a la espalda, tenía un punto clave, el descenso de la Cobertoria.
Pactó con Iñaki Gastón, uno de los ciclistas de nuestra infancia, asumir riesgos con la lluvia remojando el firme y poner a Zulle, superior en las cronos, en un brete bajando.
Y pasó, Zulle se cayó y aunque pudo continuar, perdió un tiempo que, como veríamos en la crono santiaguesa, fue clave.
La persecución que se estableció entre Rominger y el resto fue una de las grandes antologías de mi niñez ciclista, un día de esos que por mucho que pase el tiempo, casi treinta años, no se queda en el olvido.
Nos vamos unos años más adelante y recordamos el día que la Vuelta abordó por primera vez el Angliru
Año 1999, una carrera apretada de grandes nombres pujando por ella.
Otra vez Asturias y otra vez el diluvio: el Angliru tomaba tanto protagonismo como los mismos corredores, un puerto que fue portada de diarios por sus porcentajes brutales.
El desenlace del Chaba, rebasando al final a Tonkov, está rodeado de tanta confusión como la nieblina que cubría la cima, sin embargo, quienes tenemos cierta memoria, recordamos pocos días en los que el ciclismo hubiera estado tan presente en todos los lados, en un tiempo en el que la popularidad de este deporte no era la mejor, veníamos del Tour del 98 y Lance Armstrong acababa de iniciar un reinado hoy borrado de los libros de historia.
En linea cronológica pegamos un buen salto para irnos a la Vuelta de 2012
Tras varias llegadas en cuestas de cabras, la carrera afrontaba la jornada de Fuente De con la sensación de que lo gordo había pasado.
Nada más lejos de la realidad, el líder Purito vio cómo en el encadenado de puertos de segunda, Contador le lanza varios ataques que responde con solvencia.
Son tantos los acelerones del madrileño que Purito le deja ir en uno de ellos para dar forma a una de las grandes etapas de siempre en la Vuelta.
El error de Purito es tangible, Contador tiene compañeros por delante y aliados como Tiralongo con los que abre camino para lograr, en la jornada menos decisiva sobre el papel una victoria total, etapa más sentencia de una Vuelta que parecía tener dueño.
A los tres años, la Sierra de Guadarrama vio como Fabio Aru remontaba la antológica crono de Burgos de Tom Dumoulin en una etapa de esas que enamora en todo, por delante una fuga única de Rubén Plaza y por detrás Astana disponiendo sus mejores galas para cortar a Dumoulin, completamente aislado.
Y como muesca final para demostrar que las mejores etapas que hemos visto en la Vuelta no han sido las de las cuestas imposibles, el final de Formigal en 2016
Aquello fue un homenaje al gran Fuente en el mismo sitio que perpetró una de sus mejores obras.
Un Team Sky, inexplicablemente relajado en la salida, no se percata que Alberto Contador arma una escapada en la que se mete el propio Nairo Quintana, el gran rival de Froome.
En una jornada excelsa de ciclismo, con un tipo llamado Jonathan Castroviejo, entre otros, haciendo otro monumento al esfuerzo, Nairo le mete a Froome el tiempo suficiente para que el inglés ni siquiera sueñe en remontarle con su estratosférica crono unos días después.
Estas son las cinco mías
Ciclismo antiguo
Rominger en 5 esenciales
Tony Rominger hizo de la Vuelta a España su gran carrera
En la recta final de la salida de la Vuelta desde Barcelona, con Primoz Roglic optando a la cuarta corona, paramos en el dominador histórico de la carrera, Tony Rominger.
El suizo se hizo con las tres últimas Vueltas de primavera, en el inestable mes de abril, que alternaba luminosos días con los últimos coletazos del invierno.
Una carrera muy diferente a la de ahora, más local, con multitud de equipos españoles, una cobertura mediática exagerada y un líder helvético que aterrizó en Asturias para hacer historia.
Una ciclista, dos carreras
El paso de Tony Rominger al Clas-Cajastur fue un punto de inflexión de tal potencia que podríamos hablar de un corredor con dos carreras deportivas en una.
Lo que era un buen ciclista en clásicas. había ganado Lombardía, y en vueltas de una semana, se acabaría convirtiendo en un fondista de tres semanas y grandes vueltas.
Rominger ya asaltó la primera Vuelta en la que tuvo opción, arrebatándole el amarillo a Jesús Montoya ya muy cerca de Madrid.
Era 1992 y había nacido una gran estrella de grandes vueltas.
La rivalidad inconclusa con Miguel Indurain
No sería descartable decir que Rominger fue el rival más competente que tuvo el navarro hasta la irrupción de Jan Ullrich, muy al final.
Su rivalidad se mantuvo en lo alto muchos meses, pero lo cierto es que en la carretera coincidieron más bien poco.
En el Tour de 1993, ambos estaban uno o dos niveles por encima del resto y así quedó patente en la general que ganó Indurain pero en la que Rominger sacó un botín jugoso con tres etapas, maillot a puntos y una segunda plaza que fue su techo en Francia.
Aliado del mal tiempo
A diferencia de su rival navarro, Tony Rominger era un corredor que se manejaba bien en las circunstancias más extremas.
Su salto a la fama, por decirlo de algún modo, se produjo en aquella famosa etapa de la Vuelta por el Pirineo francés que acabó en Luz Ardiden, donde Lale Cubino seguía con su idilio con la cima en medio de una niebla densísima y un clima hostil.
Esa jornada, Tony Rominger dio un salto en la general que luego sería decisivo para su primera Vuelta.
Estrella tardía
Conectado con lo que decíamos de su paso al Clas, germen de Mapei y a la postre del actual Soudal, el suizo consiguió ganar tres Vueltas más un Giro pasados los 31 años, algo no muy ortodoxo entre los campeones de la época.
Su mejora en todos los terrenos, pero en especial en la escalada y en la gestión de ese habitual día malo, le había llegado mucho más tarde a que otros.
Una etapa para el recuerdo, El Naranco 1993
Sin duda uno de los mejores días de La Vuelta que recuerdo y que Iñaki Gastón nos contó en nuestro podcast.
Una ataque lleno de riesgos en la bajada de La Cobertoria, la carrera que se rompe con la caída de Zulle y una persecución brutal entre los dos suizos en medio de un Naranco entregado a Rominger y al equipo de casa.
Ese día, aquel suizo callado pero de mano de hierro en carrera, fue un astur más.
Imagen: Jot Down
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