Mundo Bicicleta
Cicloturismo: cosas que hacen que valga la pena
En el cicloturismo hay amistad, verde, paisaje, sudor, dureza, superación…
Verdes praderas. Peregrinos en Roncesvalles, Ibañeta o Arnostegui. Duras montañas entre baserris. Puertos amables. Risas, amigos y familia. Vacas, ovejas y caballos… Rampas imposibles. Tremendos descensos. Belleza y dureza. Cicloturismo, ocio y cultura. Cinco días de julio en Navarra.
Parece que haya vivido un sueño, pero mis piernas me lo recuerdan una y otra vez y me devuelven a la realidad.
Aún tengo en ellas las marcas de los zarpazos de bestias como Artaburu, Munhoa o Arnostegui. Unas bestias muy bellas.
Pero aquí estamos, llegamos, pedaleamos y se acabó. Ya ha pasado, tan rápido como intenso, tan placentero como doloroso.
Hemos sufrido, hemos disfrutado, hemos reído, nos lo hemos pasado bien.
Cosas que hacer en Navarra
Abrir la ventana y respirar, sentir el fresco en la cara mientras a lo lejos vemos las montañas que nos esperan.
Desayunar con los compañeros, compartir ese café recién hecho mientras planificamos la jornada, entre risas y buen humor.
Pedalear los primeros kilómetros con tranquilidad, charlar con los amigos sobre las primeras sensaciones del día, mientras avanzamos por el boscoso Valle de Arce y rodeados de montañas.
Llegar a Orbara, después de un duro repecho, un pueblecito encantador de casas entrañables.
Participar en la cronoescalada a Aitza, un bello alto que domina todo el Pirineo. Intentar darlo todo en sus duras rampas. Disfrutar del ambiente. Machacarnos un poco. Repartos de premios, txapelas, risas, fotos y buen ambiente.
Comer. Una parrillada, un jamón cortado por Albert, todo regado con una buena sidra. Momento cumbre del stage, se intensifican las relaciones, se estrechan los lazos. Actuaciones musicales. El hilarante humor de Carlitos.
Volver al hotel. Efecto sidra. No se corre, se vuela. Sprint a la llegada de Burguete.
Cenar, recuperar fuerzas. Más risas, más chistes. Escuchar el briefing de Jon para el día siguiente. Miedo escénico.
Pasear a estirar piernas. Unas cervezas en el bar del pueblo junto a Josep-Ramon, Javi y los demás, antes de retirarnos a velar armas. Silencio. Descanso.
Unos minutos de relax recopilando lo que ha dado de sí el día. Rescatar sensaciones, hasta caer rendidos por el sueño.
Una nueva jornada. Disfrutar de una pista rural asfaltada preciosa, pasada la fábrica de armas de Orbazeita, camino del Alto de Azpegi, después de afrontar los duros últimos dos kilómetros.
Coronar uno de los paisajes más bellos que puedas recordar. Verdes praderas.
Extasiarnos con la presencia de caballos sueltos, galopando en libertad, o de hermosas vacas pastando, mientras descendemos intentando evitar los buenos recuerdos que han dejado en la carretera.
Parar en una curva, en la cuneta, mientras Néstor nos invita a contemplar el valle que se abre ante nosotros, adonde descenderemos y volveremos a subir por la dura carretera que observamos a nuestra derecha.
Errozate nos espera.
Girar 180 grados. Meter todo para escalar Artaburu-Errozate junto a Jon, Koro y Josep, un puerto increíble, tan duro como bello, jalonado de rampas imposibles.
Echar la vista atrás y disfrutar del entorno, lo que vas dejando abajo. Belleza infinita. Darlo todo en la rampa del 20%. Tirar fuerte de riñones. Llegar arriba, reunirnos con los demás y comentar lo duro que ha sido.
Descender, llanear, pedalear pasando por preciosos pueblos como Donibane Garazi (Saint-Jean-Pied-de-Port), capital de la Baixa Navarra, Arnegi o Valcarlos en pleno Camino de Santiago, cruzarnos con peregrinos, a pie o en bici, desearles Buen Camino.
Afrontar a bloque, subir a buen ritmo con Miguel Ángel, Albert y Joserra un puerto como Ibañeta, largo y tendido, muy agradecido. Bosques frondosos. El abrazo de sus árboles. Disfrutar de la grupeta, coronar la larga y recta final, parar y reagrupar en el alto junto a la bella ermita de El Salvador.
Compartir pedales con los pros, aunque sólo sean unos minutos, con David López, Txente, Iriarte y Aramendia. Ver cómo te sobrepasan con facilidad y cómo se van perdiendo en la lejanía.
Merendar en el jardín del hotel junto a los amigos, después de una reconfortable ducha. Compartir unas cervezas, un plato de pasta, unas risas, ver el final de etapa del Tour.
Dar un paseo por el pueblo, contemplar sus casas con continuas referencias al Camino, como la famosa Concha de Santiago. Sus restaurantes, degustar el menú del peregrino.
Estudiar la salida del día siguiente. Puertos, rampas y porcentajes. Preocupación. Ilusión. Pensamientos positivos. “Los superaremos”.
Una relajante lectura antes del merecido descanso.
Despertar con nuevos bríos. Optimismo y energía ilimitada. Vestir con tú maillot y culotte preferidos para afrontar la etapa reina del stage. Unos buenos días para acompañar unas tostadas con mermelada. Un chiste fácil. Alguna cara de preocupación. Una sonrisa cómplice.
Ascender el primer puerto del día: Sorogain, junto a Iñaki, Gorka, Ander, Jorge y Joxe Mari. Suave y muy bonito. De nuevo entre caballos, ovejas y vacas. Prados verdes. Pista estrecha. Montones de leña apiladas esperando ser quemadas este próximo invierno. Boñigas en la calzada. Algunos ciclistas que se pierden en la lejanía entre la niebla.
Frío en el descenso. Bajada peligrosa. Gravilla, baches. Brazos fuertes, manos firmes en los frenos. Ya está, ya pasó el peligro. Intenso pero bello descenso.
Pedalear entre valles. Todos agrupados. Charlando. Ambiente distendido ante lo que se avecina. Buenos relevos. Llegada a Baigorri. Olor a chocolate fundido.
Rampa dura, pista estrecha para encarar el muro de Munhoa. Duros desniveles. Rampas con descansos. Escalones de mucho peldaño. Muy bonito. Echar el resto en 3 kilómetros increíbles que no bajan del 14% de media. Muy duros. Laberinto de caminos entre baserris. Disfrutar sufriendo. Un pequeño descenso y de nuevo para arriba. Contemplar las vistas desde la cima. Aquí está despejado. Avituallar de la mano de Ángel Mari. Gracias Ángel por ser como eres. Reagrupar.
Descender de nuevo. Igualmente peligroso. Vigilando la grava suelta y los canales metálicos para el agua. Alzar la vista y contemplar el hermoso valle. Abajo esperamos todos.
Afrontar la última dificultad seria del dia: Arnostegui por Arnegi. Pedazo puerto. 16 km, casi 300 de coeficiente. Numerosas rampas por encima del 12, 14 y 16%. Aquí hay que darlo todo.
Antes de iniciar la escalada, alucinar con el inicio de Beillurti y su rampa sostenida al 20%. Increíble. Asusta sólo verla. Seguir ¿suavemente? hasta Ondarolle. Esto se empina. Nos dirigimos dirección Urkulu. Máxima dureza. Los piñones echan chispas. Cada uno sube como puede. Sufrir disfrutando. Muros increíbles. Fascinante belleza. Esto es Navarra.
Ascender entre la niebla. Coronar entre las nubes. Satisfacción contenida. Mística y épica. Un paseo en la ladera de la montaña. Abrigarse para el descenso. Frío, viento, niebla. No podremos disfrutar de las bellas vistas pero las intuimos. No vemos la torre de Urkulu. Peregrinos recortados en el horizonte. Estamos en el Camino.
De vuelta a Azpegi. El día se despeja. Últimas rampas, todos juntos. De nuevo en Orbazeita, camino del hotel. Llegada. Se acabó. Alegría y tristeza. Pena y gloria.
Treinta minutos de siesta y a merendar. Cena especial de despedida. Brindis. Risas contagiosas, más buen humor. Anécdotas, chistes. También proyectos de futuro. Más actuaciones. Hasta que el cuerpo aguante. Algunos más que otros.
Último día. Despedidas. Abrazos. Algunos correos electrónicos apuntados en servilletas. Gracias por todo amigos, ¡hasta el año que viene!
Destacado
De Landa a Izagirre, los juveniles de oro en el podio de la Itzulia
Ver a Landa e Izagirre en el podio de la Itzulia tanto tiempo después
La Itzulia que acabó en las manos del vigente ganador del Tour de Francia fue un espectáculo de menos a más que tuvo a dos vascos en el podio, Mikel Landa y Ion Izagirre, una estadística singular, tremenda, ¿cuántos ciclistas del lugar quedan en el podio de su carrera World Tour?
Tras verles en el cajón de la Itzulia he querido recuperar este escrito que Unai Yus nos obsequió hace casi seis años, cuando Mikel Landa se quedó a las puertas del podio del Tour tras ayudar a Chris Froome….
Cuando Mikel Landa se queda a un solo segundo del podio en París, después de hacer el Giro de Italia, resulta que todo el mundo lo conoce, todo el mundo sabe y de él y, por supuesto, señores, esto es España, todo el mundo opina y sienta cátedra sobre él.
Al igual que Landa, muchos, muchísimos niños jugaban a ser ciclistas e incluso algunos soñaban con serlo. Personalmente conozco a bastantes corredores vascos que, allá por 2006 y 2007, eran juniors, unos juniors con una ilusión tremenda, con los que tuve la suerte de trabajar.
Algunos de ellos, muchos teniendo en cuenta los tiempos que corren, son ahora profesionales. Me dejaré alguno, seguro, pero recuerdo al citado Landa a Ion Izagirre, Peio Bilbao, Garikoitz Bravo, Igor Merino y Jon Aberasturi en ruta más Jonathan Lastra y Omar Fraile, como corredores de BTT.
Ya entonces tenían algo, se les veía calidad, pero, para sorpresa de muchos, no eran dominadores de la categoría ni mucho menos. Como ejemplo, Landa e Izagirre fueron los dos últimos corredores de la selección de Euskadi en el campeonato junior que se celebró en Onda y que ganó el navarro Enrique Sanz. Esto es sólo un detalle, pero da pistas sobre cómo son estos corredores actualmente, buenos compañeros, sacrificados y conocedores del oficio.
Recuerdo a Mikel Landa como lo veo ahora, un tío con una clase descomunal, no como el corredor más autodisciplinado, no era un chico al que le encantara entrenar, pero tenía un don. Un don, una chispa que a día de hoy ha pulido con trabajo.
Mikel Landa es lo que era, un tío al que no le importaba sacrificarse por sus compañeros pero, ojo, tirado para adelante como pocos y que le gustaba ser líder cuando se sentía bien. Un tío con carácter, un líder en el grupo con sus chistes, sus gracias, un crío que no se callaba ni debajo del agua, que a veces se pasaba de la raya, que resultaba irrespetuoso, pero que generalmente lo hacía con un sentido, con un fin. Un tío, que podrá equivocarse o no, pero que no da puntada sin hilo.
Izagirre era otro talento natural, el del pedaleo fácil, al que le daba lo mismo una carrera de carretera que una de ciclocross, un chaval al que le veías pedalear y decías: “¡Qué clase tiene!”.
Al igual que Landa y que todos los corredores vascos, un junior de maduración lenta que todavía jugaba a ser ciclista era Peio Bilbao, un año más joven, el diamante, el niño flaco, desmadejado, con perfil de escalador y callado pero que lo mismo se te metía en una escapada por el llano y te la liaba.
Jon Aberasturi, un velocista que nació en el lugar equivocado, triunfando en Asia, ahora. Este ya era de los míos, como fui yo, un currante, un chaval con algo menos de talento natural pero con una capacidad de trabajo y sacrificio fuera de toda duda.
En este grupo metería a Jonathan Lastra, también a Omar Fraile, el niño que se hizo atleta remando en la ría de Bilbao, a Igor Merino…. Otros muchos, tan talentosos y trabajadores como estos, y hablo sólo de los nacidos en Euskadi, se quedaron por el camino, entre ellos Aitor Ocampos, medalla en aquel campeonato de España de Onda.
Por tanto, está claro que a la cumbre del ciclismo profesional se llega por varios caminos, pero, los dioses del Olimpo, los cracks, sólo son aquellos que tiene un brillo especial, un duende, un don….para hacer magia en bicicleta.
Por Unai Yus
Imagen tomada del FB del Team Sky y Team Baharain
INFO
Las gran fondo by Rose Bikes…
Mundo Bicicleta
Col de Turini, del motor al Tour
El Col de Turini estará en el cierre del Tour en la Costa Azul
En el cierre del Tour 2024, la jornada penúltima, con entrada y salida por el mapa de los Alpes Marítimos, hará alto en varios puertos y entre otros el Col de Turini
Los puertos de la Provenza y la Costa Azul, situados estratégicamente en la entrada de los Alpes marítimos, o en la salida, según cómo se miren o dependiendo de la carrera y de cómo los afronten, siempre han sido respetados y admirados, y siempre han sido sinónimo de batalla en sus cuestas, aportando su sal y su pimienta a competiciones como el propio Tour.
Podemos hablar del arco de Sospel y su trilogía de Niza: puertos como Braus (1002 m), Castillon (706 m) y La Turbie (480 m), continuando por otros como el Espigoulier (728 m), el Esterel (314 m) y sobre todo el gran Turini (a 1607 m), que han sido escenarios donde los adversarios continuamente se han tanteado y en muchos de ellos han habido luchas decisivas, llegando incluso algunos corredores a hacerse con el maillot de líder en estas cuestas en las que sus cunetas suelen estar abarrotadas de gente.
Citar los puertos provenzales es evocar lugares donde las rampas se retuercen y giran sobre sí mismas, donde las curvas las marcan los arbustos, donde los ángulos agudos se muestran sin contemplaciones, mientras los corredores caracolean, girando sus cabezas buscando la carretera y siempre intentando seguir los muros de contención para evitar el precipicio.
Por eso estos cols siempre provocan muecas entre los participantes, algo, por otro lado, bastante normal en Niza, la capital del Carnaval galo.
Y llegamos al Col de Turini…
Como Turini, que vuelve a la competición, sobre dos ruedas sin motor, nada menos que después de 46 años de haberlo hecho por última vez, en 1973 y en el Tour, con victoria para de uno de los nuestros que supo «encarrilar» muy bien su pedaleo dirección a su cima.
Estamos hablando, en efecto, del recordado Vicente López Carril, un histórico del ciclismo español.
Así, podemos decir que el corredor gallego fue el último ciclista en coronar el puerto en primera posición, en una edición en la que quedó 5º de la general, después de haber hecho podio el año anterior.
De esta manera, Turini, más reconocido y popular en el mundo del rally porque en él se disputa uno de los más famosos del mundo como es el mítico Rallye de Montecarlo, cambia el motor por los pedales y en el que los ciclistas, ese próximo 16 de marzo, habrán de acometer más de 30 lacets, horquilla sobre horquilla, curvas cerradas, giros de 180º, en una exigente ascensión de 15 km con una pendiente media del 7,3% y donde probablemente se decida el ganador de esta edición de la París-Niza.
Una espectacular subida y en la que, por esas fechas, suele ser habitual que haya presencia de nieve.
Ya veremos.
Los aficionados, ese día, descubriremos un puerto para el ciclismo de ensueño, una de las carreteras serpenteantes más escénicas que existen, para disfrutar mientras contemplemos un paisaje de fantasía, ascendiendo por la ladera de la montaña y con hermosas vistas al mar Mediterráneo.
Un puerto de cine.
El Turini fue, cómo no, todo un descubrimiento de Jacques Goddet, «una sensacional novedad» como él mismo exclamó cuando lo dio a conocer como primicia en el Tour de 1948 «con su interminable pendiente».
A pesar de haber entrado muy poco en las competiciones de ciclismo (Tour del 48 con victoria para Louison Bobet, del 50 para Jean Robic y la recordada del 73 de López Carril), en sus curvas se han escrito épicas páginas de la historia de la ronda gala, como en aquella etapa de la edición del 48, cuando Louison Bobet, que había abandonado el año anterior, estuvo a punto de hacer lo propio el día antes en San Remo, ya que se encontraba enfermo, pero durante aquella jornada, provocado por un ataque de Roger Lambrecht, que era nada menos que su delfín, Louison resucitó.
Acompañado y ayudado por un gran Apo Lazarides que protegió eficazmente el maillot amarillo de su líder y amigo, y además alumno de Vietto, se escaparon a siete kilómetros de la cima para lanzarse después a tumba abierta a pesar de los cuatro kilómetros de descenso pedregoso.
Louison Bobet triunfó finalmente en Cannes recuperando siete minutos a Bartali.
El italiano, su adversario más peligroso, se encontraba en ese momento a 21 minutos.
Como curiosidad, el prestigioso L’Equipe, al dar la novedosa noticia de la inclusión de este bonito puerto en la París-Niza de 2019, publicó una foto errónea del Turini en sus páginas, confundiéndolo con el no menos bello y escénico Col de Braus, conocido como el «alambique», el «tirabuzón», «kriss malayo» o simplemente «cric», algo que para ser el célebre diario no deja de ser algo bastante imperdonable.
¡Ay! Si el pobre René Vietto levantara la cabeza…
Ciclismo antiguo
Mende siempre será la cima Jalabert
Aquel día en Mende, Jalabert puso en jaque el quinto Tour de Indurain
Mende, dia D ¿qué te parece que llamen al lugar Montée Laurent Jalabert?
«Si te soy sincero me da bastante igual, quizá hubiera tenido sentido llamarle así al año siguiente pero…»
A Jalabert, aquel día hacia Mende, le secundaba el mejor Melchor Mauri jamás visto junto al australiano Neil Stephens.
Con ellos Massimo Podenzana, Dario Bottaro y Andre Peron. Los seis habrían de abrir un hueco más allá de los nueve minutos.
En Banesto no daban crédito.
Las piernas de los gregarios de Indurain al unísono no enjuagaban el desperfecto. Surgieron entonces varias tesis. A cola del pelotón se fraguaba la ayuda de otros equipos. El manejo de José Miguel Echávarri dio frutos apetecidos para mantener a raya la afrenta de Jalabert.
Mundo Bicicleta
En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo
«En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo; ante este gigante, sólo podemos quitarnos el sombrero y saludar con modestia»
La frase de Henry Desgrange, el padre del Tour, exclamada en 1911, define a la perfección lo que el ciclista siente cuando se tiene que enfrentar al gigante alpino en un terreno grandioso, inexpugnable hasta aquel entonces, donde incluso los más grandes campeones empequeñecen ascendiendo por su carretera ganada a los hielos, que cubren tres cuartas partes del año alcanzando los siete metros de manto blanco bajo las órdenes del general Invierno.
Territorio hostil, en su cumbre a 2645 metros sobre el nivel del mar reina el silencio y solo nos queda admirar. Y meditar. Por encima de la cota 2000 hay poca vida en sus laderas, quizás alguna marmota que se despereza del letargo hibernal, pero la actividad humana es prácticamente nula. Es el triunfo de la naturaleza sobre el hombre, en toda su expresión, un monumento hecho montaña donde solo llegar hasta allí arriba supone una victoria y ganar, la gloria, tocando el cielo con las manos.
Así debió sentirse Émile Georget -igual que Neil Armstrong cuando pisó la Luna-, al ser el primer hombre en pedalear por el túnel abierto en su cima, porque el francés, a diferencia del norteamericano, no puso pie durante las 2 h y 38 minutos que invirtió en toda su ascensión, «una gesta sin precedentes en los anales del ciclismo», tal y como tituló L’Auto en su portada del 11 de julio de 1911.
Siguiendo con la analogía, el mismo diario aquella fecha podría haber definido la épica etapa como un pequeño paso para el ciclista pero un gran salto para el ciclismo mundial y el Tour, que con aquella montaña adquiría una nueva dimensión.
El túnel que la mayoría de vosotros conocéis ya estaba abierto en aquellos años, ya que fue nada menos que en 1891 cuando se construyó para comunicar a los vecinos de la Saboya con los de la Provenza, bajo 90 metros de piedra y roca y 365 de largo, tantos como días tiene el año. Poco se podían imaginar que 20 años más tarde alguien montado en aquel invento reciente sería capaz de semejante hazaña.
Le habrían tachado de loco, de lunático, pero así fue para asombro de los aficionados a este increíble deporte que se engancharon a un espectáculo sin igual en el que los ciclistas «fueron capaces de ser alados y elevarse hasta unas alturas donde ni siquiera llegan las águilas», como también pronunció en su día el propio patrón de la Grand Boucle.
Por aquí volaron Fausto Coppi en el Tour del 52 «escalando como un teleférico deslizándose por su cable de acero» (Goddet), Charly Gaul en 1955, Bahamontes en el 64 o Anquetil dos años más tarde en una de sus mejores vuelos.
El Galibier es un paso de montaña casi tan viejo como la propia Humanidad. Se dice que esta ruta se fue trazando siguiendo los pasos de contrabandistas y vendedores ambulantes que desafiaban el frío y las ventiscas de nieve incluso en verano. Acceder a uno de los otros valles era como hacerlo a la cara oculta de la Luna, a un territorio desconocido, otro mundo.
Sin embargo no fue hasta 1979 cuando el coloso da su estirón definitivo y crece nada menos que 89 metros, alcanzando los 2645 actuales. En efecto, el viejo túnel se resintió de una sus bóvedas y amenazaba con desplomarse de un momento a otro.
Se cerraron sus grandes portalones de madera durante 25 años y se construyó una nueva carretera para cruzar el paso en forma de curvas diseñadas «a la mula», mil metros más de escalada al 10%, convirtiéndose en el tramo más duro de toda la ascensión, siendo Lucien Van Impe, aquel mismo año, el primero en estrenarlo pasando en solitario en cabeza.
Aunque las puertas del túnel fueron abiertas de nuevo en el año 2003, después de las reformas que ya permitían el paso incluso de autocares, el Tour prescinde de él y prefiere el nuevo tramo que lleva a la cima, para disfrute de los aficionados que sienten en aquellas nuevas rampas toda la épica de los esforzados de la ruta que se convierten en gigantes cuando hollan su cumbre, igual que lo seréis vosotros si superáis el miedo escénico del cartel «Col du Galibier: 35 km», saliendo de St Michel de Maurienne. Más que un fuera categoría, un puerto de otro planeta.
Por Jordi Escrihuela
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