Mundo Bicicleta
Amstel, la contracrónica
La más prestigiosa carrera que se celebra en Holanda no hay ninguna duda que es la Amstel Gold Race, que este año cumplía su 51ª edición. Se ha visto catapultada, muy de sorpresa, por el italiano Enrico Gasparotto, que ha tenido la osadía de imponerse en la misma línea de meta al danés Michael Valgren (2º) y a otro italiano Sonny Colbrelli (3º). La conclusión que entresacamos es que estos tres hombres que han ocupado el podio han marcado una jornada final de asombro. Los tres, por ahora, no dejan de ser unas medianías analizando someramente sus historiales o su pasado.
La aludida competición, como dato informativo, constaba de 31 muros o cotas que obligaban a denodados esfuerzos dándole a los pedales. Era un sufrir casi constante. Nadie pudo zafarse de aquel tormento, aunque la carrera no pudo ser decididamente selectiva como bien hubiéramos deseado. Tras los dos primeros clasificados llegó un grupo integrado por nada menos 29 unidades. No hubo, en fin, disgregación apenas abierta.
Por otra parte, revisando los ocho primeros clasificados, advertimos la presencia de cuatro italianos, hecho que hacemos hincapié al adicionar a la relación de honor a los transalpinos Ulissi (7º) y Visconti (8º). Es Siempre un dato que debemos valorar a su favor.
La carrera se desarrolló bajo un ritmo trepidante, sin respiro. Aunque no por ello el pelotón quedó desmembrado de buenas a primeras. La intervención de los grandes equipos contribuyó a paralizar varias iniciativas a lo largo de la misma. Los kilómetros trascendentes estaban en sus postrimerías. Lo demás, por más que se dijera, era echar pólvora en salvas nada más ante un paisaje realmente halagador que se sitúa en la parte sur de los Países Bajos, concretamente en la provincia de Limburgo, provista de un sinfín de carreteras estrechas en dónde continuamente se subía y se bajaba sin miramientos. Las Ardenas son así y no otra cosa.
Surgió Gasporotto inesperadamente
Entre las varias escaramuzas iníciales la más importante, pero no trascendente, se moldeó a 35 kilómetros de la salida al formarse un conglomerado de once unidades entre las cuales no se encontraba ningún español. En un momento fugaz y muy al final, vislumbramos un ataque por obra del checo Kreuziger, sin resultado positivo, y a continuación otro a cargo del belga Wellens sin consecuencias tampoco.
Cada cual trataba de ganar en solitario en la llegada que se dirimía cerca del alto de Cauberg, cuya longitud era de un kilómetro y medio de ascensión, con un porcentaje medio de pendiente del 5,8 %. Había que jugárselo todo allí, a dos kilómetros de la misma meta, ante una apretujada multitud de aficionados, vibrantes y entusiastas, atacó el veterano Gasparotto y tras su estela se le pegó el danés Valgren. Un forcejeo entre ambos y finalmente el corredor italiano se llevó la victoria sin paliativos, merecidamente.
Enrico Gasparotto (34 años) ya no pertenece a la nueva generación. Su historial no tiene mucha luz. Se le recuerda por la conquista del del título de campeón de Italia de carretera (2005), y también, en aquel mismo año, al imponerse en la etapa que finalizaba en Cambrils de la Volta a Catalunya. Era su primer año como corredor profesional. Posee un Giro a la Romagna (2008) y una etapa en la Tirreno-Adriático (2010).
En la temporada del año 2012, se impuso precisamente en la Amstel Gold Race. Sabía, esta vez, la clase de terreno que pisaba. Este segundo triunfo reiterativo le ha de servir siquiera como consuelo y gloria al mismo tiempo. Es oriundo de la localidad de Sacile, emplazada en la región de Friuli-Venecia Julia, emplazada en el norte de Italia. En su pueblo, pequeño pueblo, de seguro que sus gentes estarán de fiesta. Una gesta deportiva de esta índole es algo que se valorará mucho entre sus paisanos.
¿Stablewski o Stablinski?
Todos sabemos que la carrera a la que hemos hecho alusión, la clásica Amstel Gold Race, que en esta ocasión conmemoraba tal como hemos reseñado su 51ª edición. Su inicio en el calendario de carreras se remonta al año 1966, gracias al impulso dado por dos magnates de la popular firma cervecera holandesa. Indagando en su faceta anecdótica, cabe comentar algo acerca de su primer ganador.
Se llamaba en realidad Jean Stablewski, que aunque nacido en la localidad de Thun-Saint-Amand, ubicada en la parte norte de Francia, lindando a la frontera belga, sus padres eran de origen polaco, encontrado allí un progreso económico en sus vidas, léase trabajo. Dura labor la de su padre que se ganó el sustento trabajando en unas duras minas carboníferas.
Lo curioso del caso es que la familia ante los éxitos conseguidos por el hijo en el mundo del pedal decidiera cambiar el apellido de origen con una denominación más asequible de pronunciamiento cara a las gentes. En las competiciones se popularizó bajo el nombre de Jean Stablinski. Así quedó plasmado a lo largo de su extenso historial deportivo.
Lejos de extendernos en el tema cabe señalar el de que se adjudicara en la Vuelta a España en el año 1958. Fue campeón del mundo de carretera en Saló, a orillas del Lago Garda (Italia), al imponerse al irlandés Seamus Elliot, en la temporada 1962. Por otra parte, por cuatro veces conquistó el título de campeón del país galo (1960, 1962, 1963 y 1964). Falleció prematuramente en la misma Francia, en el mes de julio de 2007, a los 75 años. Constituyó un buen ciclista para ser recordado en la historia del pedal.
Jan Raas, una estrella destacada
Otro dato digno de ser divulgado son las cinco victorias alcanzadas por el holandés Jan Raas en la Amstel Gold Race (1977, 1978, 1979, 1980 y 1982), un récord que no ha podido ser arrebatado por nadie hasta la fecha. Por encima de todo, aunque batallador, era un corredor de escala velocista.
Logró nada menos un total de 115 triunfos en el período comprendido entre los años 1975 y 1985, en donde destacó por encima de todo el título mundial de carretera, que ganó en su país, en Valkenburg (1979). Su retirada fue un tanto adelantada a raíz de un grave accidente sufrido en la Milán-San Remo (1984), carrera que había vencido en 1977. Se impuso en otras clásicas de renombre, tales como la París-Bruselas, París-Roubaix, y, por partida doble, la París-Tours y la Vuelta a Flandes. Raas, nacido en la provincia de Zeeland, no era un ciclista del montón como tantos otros. Destacaba por encima de las medianías. Al igual que el malogrado corredor francés Laurent Fignon o el suizo Alex Zülle, se le distinguía por sus elocuentes gafas, cual fuera un docto profesor universitario.
Haciendo más historia
Introduciéndonos un poco en el campo estadístico de la carrera nunca está de más el saber que los Países Bajos domina el historial con 17 victorias; mientras que Bélgica, se basta con 12, e Italia, con 7, tras el reciente triunfo que acaba de registrar Enrico Gasparotto. Alguien se podrá preguntar cuál ha sido el papel de los representantes españoles en el país de los tulipanes.
Hasta la fecha nos cotizamos por los fogonazos de alto vuelo protagonizados por el murciano Alejandro Valverde, tercero en el 2008, y segundo en los años 2013 y 2015, y el catalán Joaquín Rodríguez, segundo, tras el belga Philippe Gilbert, en el 2011. Recordamos, además, que el cántabro Óscar Freire hizo el cuarto en el año 2012. Los otros corredores hispanos se quedaron más o menos entre dos aguas.
Por Gerardo Fuster
Imagen tomada de FB de Amstel Gold Race
Destacado
De Landa a Izagirre, los juveniles de oro en el podio de la Itzulia
Ver a Landa e Izagirre en el podio de la Itzulia tanto tiempo después
La Itzulia que acabó en las manos del vigente ganador del Tour de Francia fue un espectáculo de menos a más que tuvo a dos vascos en el podio, Mikel Landa y Ion Izagirre, una estadística singular, tremenda, ¿cuántos ciclistas del lugar quedan en el podio de su carrera World Tour?
Tras verles en el cajón de la Itzulia he querido recuperar este escrito que Unai Yus nos obsequió hace casi seis años, cuando Mikel Landa se quedó a las puertas del podio del Tour tras ayudar a Chris Froome….
Cuando Mikel Landa se queda a un solo segundo del podio en París, después de hacer el Giro de Italia, resulta que todo el mundo lo conoce, todo el mundo sabe y de él y, por supuesto, señores, esto es España, todo el mundo opina y sienta cátedra sobre él.
Al igual que Landa, muchos, muchísimos niños jugaban a ser ciclistas e incluso algunos soñaban con serlo. Personalmente conozco a bastantes corredores vascos que, allá por 2006 y 2007, eran juniors, unos juniors con una ilusión tremenda, con los que tuve la suerte de trabajar.
Algunos de ellos, muchos teniendo en cuenta los tiempos que corren, son ahora profesionales. Me dejaré alguno, seguro, pero recuerdo al citado Landa a Ion Izagirre, Peio Bilbao, Garikoitz Bravo, Igor Merino y Jon Aberasturi en ruta más Jonathan Lastra y Omar Fraile, como corredores de BTT.
Ya entonces tenían algo, se les veía calidad, pero, para sorpresa de muchos, no eran dominadores de la categoría ni mucho menos. Como ejemplo, Landa e Izagirre fueron los dos últimos corredores de la selección de Euskadi en el campeonato junior que se celebró en Onda y que ganó el navarro Enrique Sanz. Esto es sólo un detalle, pero da pistas sobre cómo son estos corredores actualmente, buenos compañeros, sacrificados y conocedores del oficio.
Recuerdo a Mikel Landa como lo veo ahora, un tío con una clase descomunal, no como el corredor más autodisciplinado, no era un chico al que le encantara entrenar, pero tenía un don. Un don, una chispa que a día de hoy ha pulido con trabajo.
Mikel Landa es lo que era, un tío al que no le importaba sacrificarse por sus compañeros pero, ojo, tirado para adelante como pocos y que le gustaba ser líder cuando se sentía bien. Un tío con carácter, un líder en el grupo con sus chistes, sus gracias, un crío que no se callaba ni debajo del agua, que a veces se pasaba de la raya, que resultaba irrespetuoso, pero que generalmente lo hacía con un sentido, con un fin. Un tío, que podrá equivocarse o no, pero que no da puntada sin hilo.
Izagirre era otro talento natural, el del pedaleo fácil, al que le daba lo mismo una carrera de carretera que una de ciclocross, un chaval al que le veías pedalear y decías: “¡Qué clase tiene!”.
Al igual que Landa y que todos los corredores vascos, un junior de maduración lenta que todavía jugaba a ser ciclista era Peio Bilbao, un año más joven, el diamante, el niño flaco, desmadejado, con perfil de escalador y callado pero que lo mismo se te metía en una escapada por el llano y te la liaba.
Jon Aberasturi, un velocista que nació en el lugar equivocado, triunfando en Asia, ahora. Este ya era de los míos, como fui yo, un currante, un chaval con algo menos de talento natural pero con una capacidad de trabajo y sacrificio fuera de toda duda.
En este grupo metería a Jonathan Lastra, también a Omar Fraile, el niño que se hizo atleta remando en la ría de Bilbao, a Igor Merino…. Otros muchos, tan talentosos y trabajadores como estos, y hablo sólo de los nacidos en Euskadi, se quedaron por el camino, entre ellos Aitor Ocampos, medalla en aquel campeonato de España de Onda.
Por tanto, está claro que a la cumbre del ciclismo profesional se llega por varios caminos, pero, los dioses del Olimpo, los cracks, sólo son aquellos que tiene un brillo especial, un duende, un don….para hacer magia en bicicleta.
Por Unai Yus
Imagen tomada del FB del Team Sky y Team Baharain
INFO
Las gran fondo by Rose Bikes…
Mundo Bicicleta
Col de Turini, del motor al Tour
El Col de Turini estará en el cierre del Tour en la Costa Azul
En el cierre del Tour 2024, la jornada penúltima, con entrada y salida por el mapa de los Alpes Marítimos, hará alto en varios puertos y entre otros el Col de Turini
Los puertos de la Provenza y la Costa Azul, situados estratégicamente en la entrada de los Alpes marítimos, o en la salida, según cómo se miren o dependiendo de la carrera y de cómo los afronten, siempre han sido respetados y admirados, y siempre han sido sinónimo de batalla en sus cuestas, aportando su sal y su pimienta a competiciones como el propio Tour.
Podemos hablar del arco de Sospel y su trilogía de Niza: puertos como Braus (1002 m), Castillon (706 m) y La Turbie (480 m), continuando por otros como el Espigoulier (728 m), el Esterel (314 m) y sobre todo el gran Turini (a 1607 m), que han sido escenarios donde los adversarios continuamente se han tanteado y en muchos de ellos han habido luchas decisivas, llegando incluso algunos corredores a hacerse con el maillot de líder en estas cuestas en las que sus cunetas suelen estar abarrotadas de gente.
Citar los puertos provenzales es evocar lugares donde las rampas se retuercen y giran sobre sí mismas, donde las curvas las marcan los arbustos, donde los ángulos agudos se muestran sin contemplaciones, mientras los corredores caracolean, girando sus cabezas buscando la carretera y siempre intentando seguir los muros de contención para evitar el precipicio.
Por eso estos cols siempre provocan muecas entre los participantes, algo, por otro lado, bastante normal en Niza, la capital del Carnaval galo.
Y llegamos al Col de Turini…
Como Turini, que vuelve a la competición, sobre dos ruedas sin motor, nada menos que después de 46 años de haberlo hecho por última vez, en 1973 y en el Tour, con victoria para de uno de los nuestros que supo «encarrilar» muy bien su pedaleo dirección a su cima.
Estamos hablando, en efecto, del recordado Vicente López Carril, un histórico del ciclismo español.
Así, podemos decir que el corredor gallego fue el último ciclista en coronar el puerto en primera posición, en una edición en la que quedó 5º de la general, después de haber hecho podio el año anterior.
De esta manera, Turini, más reconocido y popular en el mundo del rally porque en él se disputa uno de los más famosos del mundo como es el mítico Rallye de Montecarlo, cambia el motor por los pedales y en el que los ciclistas, ese próximo 16 de marzo, habrán de acometer más de 30 lacets, horquilla sobre horquilla, curvas cerradas, giros de 180º, en una exigente ascensión de 15 km con una pendiente media del 7,3% y donde probablemente se decida el ganador de esta edición de la París-Niza.
Una espectacular subida y en la que, por esas fechas, suele ser habitual que haya presencia de nieve.
Ya veremos.
Los aficionados, ese día, descubriremos un puerto para el ciclismo de ensueño, una de las carreteras serpenteantes más escénicas que existen, para disfrutar mientras contemplemos un paisaje de fantasía, ascendiendo por la ladera de la montaña y con hermosas vistas al mar Mediterráneo.
Un puerto de cine.
El Turini fue, cómo no, todo un descubrimiento de Jacques Goddet, «una sensacional novedad» como él mismo exclamó cuando lo dio a conocer como primicia en el Tour de 1948 «con su interminable pendiente».
A pesar de haber entrado muy poco en las competiciones de ciclismo (Tour del 48 con victoria para Louison Bobet, del 50 para Jean Robic y la recordada del 73 de López Carril), en sus curvas se han escrito épicas páginas de la historia de la ronda gala, como en aquella etapa de la edición del 48, cuando Louison Bobet, que había abandonado el año anterior, estuvo a punto de hacer lo propio el día antes en San Remo, ya que se encontraba enfermo, pero durante aquella jornada, provocado por un ataque de Roger Lambrecht, que era nada menos que su delfín, Louison resucitó.
Acompañado y ayudado por un gran Apo Lazarides que protegió eficazmente el maillot amarillo de su líder y amigo, y además alumno de Vietto, se escaparon a siete kilómetros de la cima para lanzarse después a tumba abierta a pesar de los cuatro kilómetros de descenso pedregoso.
Louison Bobet triunfó finalmente en Cannes recuperando siete minutos a Bartali.
El italiano, su adversario más peligroso, se encontraba en ese momento a 21 minutos.
Como curiosidad, el prestigioso L’Equipe, al dar la novedosa noticia de la inclusión de este bonito puerto en la París-Niza de 2019, publicó una foto errónea del Turini en sus páginas, confundiéndolo con el no menos bello y escénico Col de Braus, conocido como el «alambique», el «tirabuzón», «kriss malayo» o simplemente «cric», algo que para ser el célebre diario no deja de ser algo bastante imperdonable.
¡Ay! Si el pobre René Vietto levantara la cabeza…
Ciclismo antiguo
Mende siempre será la cima Jalabert
Aquel día en Mende, Jalabert puso en jaque el quinto Tour de Indurain
Mende, dia D ¿qué te parece que llamen al lugar Montée Laurent Jalabert?
«Si te soy sincero me da bastante igual, quizá hubiera tenido sentido llamarle así al año siguiente pero…»
A Jalabert, aquel día hacia Mende, le secundaba el mejor Melchor Mauri jamás visto junto al australiano Neil Stephens.
Con ellos Massimo Podenzana, Dario Bottaro y Andre Peron. Los seis habrían de abrir un hueco más allá de los nueve minutos.
En Banesto no daban crédito.
Las piernas de los gregarios de Indurain al unísono no enjuagaban el desperfecto. Surgieron entonces varias tesis. A cola del pelotón se fraguaba la ayuda de otros equipos. El manejo de José Miguel Echávarri dio frutos apetecidos para mantener a raya la afrenta de Jalabert.
Mundo Bicicleta
En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo
«En el Galibier somos como un pálido y vulgar animalillo; ante este gigante, sólo podemos quitarnos el sombrero y saludar con modestia»
La frase de Henry Desgrange, el padre del Tour, exclamada en 1911, define a la perfección lo que el ciclista siente cuando se tiene que enfrentar al gigante alpino en un terreno grandioso, inexpugnable hasta aquel entonces, donde incluso los más grandes campeones empequeñecen ascendiendo por su carretera ganada a los hielos, que cubren tres cuartas partes del año alcanzando los siete metros de manto blanco bajo las órdenes del general Invierno.
Territorio hostil, en su cumbre a 2645 metros sobre el nivel del mar reina el silencio y solo nos queda admirar. Y meditar. Por encima de la cota 2000 hay poca vida en sus laderas, quizás alguna marmota que se despereza del letargo hibernal, pero la actividad humana es prácticamente nula. Es el triunfo de la naturaleza sobre el hombre, en toda su expresión, un monumento hecho montaña donde solo llegar hasta allí arriba supone una victoria y ganar, la gloria, tocando el cielo con las manos.
Así debió sentirse Émile Georget -igual que Neil Armstrong cuando pisó la Luna-, al ser el primer hombre en pedalear por el túnel abierto en su cima, porque el francés, a diferencia del norteamericano, no puso pie durante las 2 h y 38 minutos que invirtió en toda su ascensión, «una gesta sin precedentes en los anales del ciclismo», tal y como tituló L’Auto en su portada del 11 de julio de 1911.
Siguiendo con la analogía, el mismo diario aquella fecha podría haber definido la épica etapa como un pequeño paso para el ciclista pero un gran salto para el ciclismo mundial y el Tour, que con aquella montaña adquiría una nueva dimensión.
El túnel que la mayoría de vosotros conocéis ya estaba abierto en aquellos años, ya que fue nada menos que en 1891 cuando se construyó para comunicar a los vecinos de la Saboya con los de la Provenza, bajo 90 metros de piedra y roca y 365 de largo, tantos como días tiene el año. Poco se podían imaginar que 20 años más tarde alguien montado en aquel invento reciente sería capaz de semejante hazaña.
Le habrían tachado de loco, de lunático, pero así fue para asombro de los aficionados a este increíble deporte que se engancharon a un espectáculo sin igual en el que los ciclistas «fueron capaces de ser alados y elevarse hasta unas alturas donde ni siquiera llegan las águilas», como también pronunció en su día el propio patrón de la Grand Boucle.
Por aquí volaron Fausto Coppi en el Tour del 52 «escalando como un teleférico deslizándose por su cable de acero» (Goddet), Charly Gaul en 1955, Bahamontes en el 64 o Anquetil dos años más tarde en una de sus mejores vuelos.
El Galibier es un paso de montaña casi tan viejo como la propia Humanidad. Se dice que esta ruta se fue trazando siguiendo los pasos de contrabandistas y vendedores ambulantes que desafiaban el frío y las ventiscas de nieve incluso en verano. Acceder a uno de los otros valles era como hacerlo a la cara oculta de la Luna, a un territorio desconocido, otro mundo.
Sin embargo no fue hasta 1979 cuando el coloso da su estirón definitivo y crece nada menos que 89 metros, alcanzando los 2645 actuales. En efecto, el viejo túnel se resintió de una sus bóvedas y amenazaba con desplomarse de un momento a otro.
Se cerraron sus grandes portalones de madera durante 25 años y se construyó una nueva carretera para cruzar el paso en forma de curvas diseñadas «a la mula», mil metros más de escalada al 10%, convirtiéndose en el tramo más duro de toda la ascensión, siendo Lucien Van Impe, aquel mismo año, el primero en estrenarlo pasando en solitario en cabeza.
Aunque las puertas del túnel fueron abiertas de nuevo en el año 2003, después de las reformas que ya permitían el paso incluso de autocares, el Tour prescinde de él y prefiere el nuevo tramo que lleva a la cima, para disfrute de los aficionados que sienten en aquellas nuevas rampas toda la épica de los esforzados de la ruta que se convierten en gigantes cuando hollan su cumbre, igual que lo seréis vosotros si superáis el miedo escénico del cartel «Col du Galibier: 35 km», saliendo de St Michel de Maurienne. Más que un fuera categoría, un puerto de otro planeta.
Por Jordi Escrihuela
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