Ciclismo antiguo
Eddy Merckx en Flandes: «Que te jodan»
Merckx pagó una gran factura para dominar Flandes
¿Qué significa para un flahute ser un «León en Flandes»?
El Tour de Flandes es el Monumento nº 2 del Ciclismo, una prueba que es la joya de todas las carreras que se disputan entre finales de marzo y principios de abril en esta región flamenca de Bélgica.
En Flandes están locos por el ciclismo y ya hace más de 100 años que “inventaron” una de las carreras más difíciles de afrontar en un día, convirtiéndose en todo un símbolo de identidad para los flamencos.
Es su gran clásica adoquinada.
Cientos de banderas de la región y miles de gigantes estandartes se alzan durante el recorrido, sobre todo en su tramo final, que ondean flanqueando cortas pero empinadas cuestas, vertiginosas y muy duras, a veces acompañadas de ráfagas de viento, frío y lluvia.
Los mejores corredores autóctonos de cada generación que han ganado la carrera reciben ese sobrenombre de “el León de Flandes”, en honor a su famoso emblema.
Y es que para ganar el Tour de Flandes hay que ser muy hábil, fuerte, valiente y noble.
Como el león.
De esta forma, se ganan un lugar eterno en el folclore flamenco.
“Como belga, ganar en Flandes por primera vez es mucho más importante que vestir el maillot amarillo en el Tour”.
Con esta respuesta, un corredor de la talla de Johan Museeuw, contestaba a la preguntas de los periodistas sobre qué sentía en aquel momento, después de vencer en Flandes, un ya lejano 4 abril de 1993, un ciclista como él, nacido en Varsenare, en la provincia de Flandes Occidental.
La frase reflejaba ese sentimiento, después de batir al esprint a Frans Maassen y a Dario Bottaro, en la que fuera la 77ª edición de esta clásica ciclista belga.
Museeuw no dejaba de ser todo un flahute, ese tipo de ciclista rudo flamenco, tan acostumbrado a rodar por este tipo de carreteras estrechas en forma de largos pasillos empedrados con temibles subidas.
Johan, después de vencer nuevamente en 1995 y 1998 sobre los adoquines de la De Ronde, se ganó el corazón de los aficionados belgas que lo empezaron a reconocer como “El león de Flandes”, el mismo que luce rampante en la bandera flamenca como símbolo inseparable de la prueba.
Como Eddy Merckx
Pero el belga nunca lo tuvo fácil en esta carrera y vivía con esa frustración de no ganar en Flandes, para regocijo de sus rivales.
El ciclista con el historial más grande de todos los tiempos sólo pudo levantar los brazos en dos ocasiones: en 1969 y en 1975.
De esta manera no lo consiguió hasta en su 5º año como profesional, algo para él, a todas luces, inaudito y que le ponía muy nervioso.
De hecho, ya había ganado la Milán-San Remo dos veces, la París-Roubaix, la Lieja-Bastogne-Lieja, la Flecha Valona, todas las clásicas, pero el Tour de Flandes aún no lucía en su palmarés.
En 1969 “el Caníbal” era el claro y gran favorito en todas las pruebas en las que participaba, pero el Tour de Flandes se le seguía resistiendo y eso la prensa belga no se lo perdonaba, que una y otra vez se lo recriminaba y criticaba llegando incluso a escribir sobre él que igual no era un ciclista tan completo como se le suponía y que no disponía de las cualidades que se necesitaban para ganarlo.
Aquel año, estimulado por aquellos reproches y consciente de que el resto del pelotón iba a unir fuerzas contra él, Merckx, furioso, se embarcó en una fuga arrolladora a mitad de carrera en la que terminó por llevarse la victoria con el mayor margen de la historia de esta prueba: 5 minutos y 36 segundos sobre Felice Gimondi y en más de 8 minutos al resto de perseguidores, un grupo de siete corredores encabezado por Marino Basso, que entró en tercera posición en la meta de Merelbeke.
Una humillación en toda regla.
Eddy Merckx y Flandes, de aquello ya han pasado 50 años
Él mismo nos lo cuenta:
“Iba delante en el Muro de Van Geraardsbergen –la colina pavimentada de Muur-Kapelmuur, Muro de Grammont o simplemente Muur. (N. del T.)- y tenía la sensación de que nadie quería seguirme y que todos estaban ahorrando fuerzas. Así que ataqué en el Bosberg, sabiendo que aún quedaba un largo camino por delante. Además aquel día hacía mucho viento en contra desde Ninove a Edebrakel. De repente, mi director deportivo se acercó a mí y me preguntó si estaba loco. Le dije que me dejara intentarlo porque si no atacaba allí luego sería muy difícil escapar -en realidad le contestó: ¡que te jodan! (N. del T)- . Allí estaban Gimondi y Basso, que eran realmente muy buenos corredores. Otras grandes figuras quedaron eliminadas por culpa de una caída. Pero para mí, ganar la De Ronde era lo único que me importaba. Creo que si no hubiera atacado en el Bosberg, no la habría ganado. 1969 fue una de mis mejores temporadas, tenía 24 años, y me sentía fuerte. Para mí hubiera sido una gran decepción el no ganar aquella edición. Creo que con el recorrido de hoy en día seguramente habría ganado la De Ronde más de dos veces. Aunque he de reconocer que una escapada como aquella es muy difícil que prospere en el ciclismo actual”.
Palabra de “El Caníbal”
Esta victoria fue la más grande de la historia de De Ronde.
Aquel “León de Flandes” había rugido y mostrado más fiereza que ninguno.
Foto: https://cyclinginflanders.cc/stories
Ciclismo antiguo
1994: La Flecha Valona que cambió el ciclismo
Nada fue igual tras la Flecha Valona de 1994 y los azules haciendo pleno
La primera parte de los noventa se tiene como la época más oscura de la historia del ciclismo y muchos toman la Flecha Valona de 1994 como el cénit.
No son pocos los testimonios que hablan de un ciclismo psicodélico, de corredores que no corrían, volaban, de cosas raras, de podencos hechos caballos de carreras,…
Testimonios no faltan.
Dos son elocuentes. Greg Lemond justifica parte de su declive por las dos velocidades de aquel ciclismo, un salto de rendimiento que apuntaba una sustancia cuyas siglas eran EPO. David Millar habla en su libro de sus primeras carreras como algo inalcanzable, no había ni roto a sudar que el pelotón ya les había dejado de rueda.
#DiaD 20 de abril de 1994
En el año 94, la Vuelta a España seguía disputándose en abril.
En la antesala de la misma estaba el tríptico de las Ardenas, pero en orden diferente al actual. Una semana después de Roubaix, se corría la Lieja, luego la Flecha Valona y finalmente la Amstel, posteriormente vendría la Vuelta que en esa ocasión dominaría a placer Tony Rominger.
La Flecha Valona se presentaba como la reválida para Eugeny Berzin. El ruso de rubia cabellera había ganado en Lieja días antes y era la punta de lanza del potente Gewiss. Por nombres el equipo celeste copaba las apuestas, sin embargo, los italianos no querían ganar, querían sencillamente coparlo todo.
En el llano que precedía el muro de Huy, Berzin, que iba insultantemente fácil, tomaba unos metros sin que nadie osara seguirle, salvo sus dos compañeros Moreno Argentin y Giorgio Furlan. En la cima de Huy Argentin culminaba la masacre, siendo primero por delante de sus dos colegas.
“Ellos ruedan y nosotros nos quedamos. Hacen que ir en bici parezca sencillo, no necesitan ni preparar estrategia alguna” dijo Gérard Rué, el gregario de Miguel Indurain, preso de la incredulidad.
Los peores temores que circulaban por el pelotón se hacían realidad y las sospechas no tardaron en plasmarse cuando al día siguiente en una conversación entre Michele Ferrari y varios periodistas, en una pedanía de Lieja, el galeno afirmaba sin pudor:
“Si yo soy ciclista y sé que hay una sustancia que mejora el rendimiento y otros la usan, yo también la utilizaría. La EPO no es mala, sólo lo es si abusas de ella, como si te atiborras de zumo de naranja”.
En efecto, el ciclismo de dos velocidades ya era un secreto publicado y público, la caja de pandora se había abierto, estallaría en pocos años…
Imagen: Cronoescalada
Ciclismo antiguo
Amstel Gold Race by Jan Raas
Nadie dominó la Amstel Gold Race como Jan Raas
Jan Raas fue una de las esas buenas figuras que tuvo el ciclismo a finales de los setenta y principios de la siguiente, que hizo de la Amstel Gold Race su feudo, se la llamó «Amstel Gold Raas».
Nacido en 1952, fue posiblemente el primer ciclista con pinta de intelectual.
Todo un espejo donde se miró el maître Fignon.
Fue posiblemente el gran valedor de esa megaestructura neerlandesa llamada Ti Raleigh comandada por Peter Post.A Raas la victoria le gustaba más que a un tonto un lápiz
Era perrete, parecía italiano más que ciudadano del respetable reino neerlandés.
Gustaba, además, de tomar el pelo a los rivales.
Su último gran triunfo fue en el Tour de 1984, una etapa donde puteó con tino al visceral Marc Madiot, hasta que le rebañó la victoria toda vez que le había asegurado que no estaba para dar relevos.
Sin embargo tuvo gestos encomiables, como cuando renunció al amarillo en un prólogo muy condicionado por la furiosa lluvia.
Eso sí, al día siguiente se empleó a fondo para vestirlo en buena lid.
Éste era Jan Raas
En 1977 Jan Raas ganó su primera Amstel, poco después de hacerlo en San Remo
Ciclismo antiguo
El Tourmalet, Indurain, Chiapucci…
1991, en aquella subida y bajada al Tourmalet no sólo sucedió el gran salto de Miguel Indurain
No sé cómo, aunque puedo imaginarlo, el otro día el algoritmo me recomendó echarle un ojo a este vídeo que me llevó directo al Tour 1991, el Tourmalet, Indurain, Chiapucci y cia.
Dicen que el tiempo da perspectiva, que alejarte de proporciona mejor visión de los sucedido y sin duda de las consecuencias y en esta ocasión pude corroborarlo.
Ver aquella grabación me gustó, con los cortes de voz de Pedro González en TVE y Javier Ares y Luis Ocaña en las retransmisiones de radio de José María García.
Total que me papeé toda la subida y bajada a aquel histórico paso por el puerto más emblemático del Tour de Francia, una jornada que 33 años después sigue siendo histórica por lo mucho que pasó en aquella subida.
Recordad que la carrera venía de España, de Jaca, donde la hinchada se había decepcionado fuertemente con la actitud de los Banesto por no empezar a asediar el liderato de facto de Greg Lemond, dorsal 1 y gran favorito.
De hecho, durante un momento de la subida, el narrador de TVE, Pedro González, afirmaba que al americano se le veía seguro y fuerte, con visos de salir de amarillo aquella jornada de 250 kilómetros.
Sin embargo, Luis Ocaña no tenía tanta confianza en el americano, su lenguaje corporal no invitaba al optimismo y acertó.
Estábamos presenciando un cambio generacional en toda regla y no éramos conscientes de ello.
Con Chiapucci abriendo camino en el Tourmalet, e Indurain siempre pegado a su rueda, Perico ya había cedido, Fignon nadaba contracorriente y Lemond acabaría descolgado.
Los de la generación del 64 -a la que perteneció también nuestro invitado del otro día, Raúl Alcalá, aunque en esa etapa ya se había retirado- habían derribado la puerta a por el trozo gordo del pastel.
Y no se irían en unos años, encabezados por Miguel Indurain.
Sin saberlo en esos instantes, estábamos viendo un cambio de orden y la marcación de las jerarquías en ese mismo orden, puesto que el momento de duda de Gianni Bugno, una vez pasado el descenso del Tourmalet le sacaría para siempre de las quinielas del Tour de Francia.
El Tourmalet siempre ha sido mágico, el gran anfiteatro del ciclismo, ha tenido mejores y peores ediciones, pero aquella tarde de julio de 1991 fue el gran «revolucionario» del ciclismo que nos asaltaba y marcaron los años más felices viendo este deporte.
Por suerte, mirándolo ahora, aquella magia, el cosquilleo anterior a las grandes carreras sigue y sólo espero que esa llama no se apague.
Ciclismo antiguo
Francesco Moser, “signore Roubaix”
En la leyenda de Moser, Roubaix es un lugar esencial
La historia es caprichosa, como muchas veces hemos dicho, y situamos a corredores en nuestro imaginario en una faceta que, aunque siendo cierta, no es la única que vistió su leyenda, sucede con Moser y Roubaix.
Por eso cuando la imagen más divulgada de Francesco Moser es la de ese ciclista ancho, profunda mirada, pelo negro, angulada cara y perfil corpulento, sobre la rompedora máquina con la que destrozó el récord de la hora en las altitudes de Ciudad de México, sólo es eso, una faceta, un perfil ideal, una forma de recordar un corredor que fue mucho más y logró mucho más.
Moser también tiene un Giro, el de 84, una carrera marcada por las múltiples influencias que concurrieron para que ganara un italiano ante la insolente juventud que despertaba de Laurent Fignon, que a todas luces fue el ganador moral de aquella carrera. Público hostil, helicópteros que empujaban en las cronos,… Moser tenía que ganar por lo civil o lo criminal. Así lo hizo.
Pero hay una tercera faceta, conocida aunque quizá menos por muchos, las clásicas, y es que Francesco Moser, ese ciclista de porte elegante, rodar agresivo y tremenda ambición, tiene en su palmarés nada menos que seis monumentos: tres Roubaix, dos Lombardías y una San Remo, un botín que le sitúa entre los mejores de siempre, especialmente en el Infierno del Norte, donde sólo le superan De Vlaeminck y Boonen.
De hecho Moser es el tercer mejor ciclista del mundo sobre los afilados adoquines encadenando, y eso sí que es difícil, por lo imprevisible de la carrera, tres triunfos consecutivos, logrados en un tiempo en el que las clásicas tenían grandes nombres de todos los tiempos, aunque especialmente uno, Roger De Vlaeminck, ese que llamaban el Gitano, que nunca tuvo amigos, ni siquiera en su propio equipo.
Así las cosas en la Roubaix del 78, Moser, arco iris a la espalda, arco iris que ganó en Venezuela, se presentó ante “Monsieur Roubaix” como alternativa ganadora a la mejor carrera del año.
El italiano, listo como el hambre, jugó sus bazas sin esperar instrucciones del gran jefe. Realizó dos ataques, primer a 23 de meta y luego a 18 para romper la resistencia de Maertens y Raas, mientras el influjo de De Vlaeminck se hacía notar.
Moser llegó solo al velódromo y De Vlaeminck echaba fuego. “Este tipo es un desagradecido” escupía por esa boca que no dejaba indiferente, como cuando dijo que las cuatro Roubaix de Boonen tenían menos mérito que las suyas.
Cabreado, el gitano cambió de equipo, a sabiendas que su tiempo, aunque glorioso, era caduco frente a las hechuras del joven Moser.
El belga al Gis, Moser en el Sanson.
En 1979 le ganaría por la mano otra Roubaix, dejándose segundo, sintomático.
Al año Francesco renovaría la corona en el infierno tras reaccionar a un ataque de largo radio protagonizado por Thurau. Moser arrastró a su sombra, De Vlaeminck, y a Duclos Lasalle. Les acabaría dejando. Era la tercera.
Pero si Roubaix fue el foco de su enemistad con De Vlaeminck, Lombardía fue otra de las cabezas de esa hidra de mil cabezas que fue su relación con Giuseppe Saronni.
En una rivalidad que para Italia era reverdecer los tiempos de Coppi y Bartali, Moser y Saronni entablaron su enemistad desde el momento que corrieron juntos el mundial haciendo de todo aquello que compitieran un corralillo de gallos enfermizos.
En ese clima se corría en la Italia a caballo entre los setenta y los ochenta y en ese clima Moser se llevó dos Lombardías, uno de ellos delante de Hinault, y San Remo, entrando solo en la Via Roma, tras desplegar toda su sabiduría en el descenso del Poggio.
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