Opinión ciclista
Qué decepción, Laurent Jalabert
En la Vuelta de 1993 dos suizos se jugaban la victoria, Tony Rominger y Alex Zulle. La cosa estaba apretada y las últimas etapas tuvieron el veredicto, que fue a favor de primero. Aquella carrera se decidió en Asturias, y Rominger corría para el equipo de la Central Lechera Asturiana, el CLAS.
En la meta del Naranco, Manolo Saiz se quejó de la gente que en la cuneta insultaba y amenazaba a Alex Zulle, por ser el rival del equipo de la tierra. En ese equipo también corría Laurent Jalabert, quien apreció como lo extradeportivo puede espolear a las masas que dicen querer el ciclismo, llegando incluso a la agresión física…
Laurent Jalabert fue el típico ciclista que te ponía de pie en la silla. Era francés, cierto, y esa condición a este lado de los Pirineos, le servía de pretexto a muchos para ser odiado, más cuando fue feroz rival de Miguel Indurain en su quinto Tour. Sin embargo la sencillez que expresaba en su rutina, la forma de ganar y amasar un palmarés irrepetible y su correctísimo castellano le sirvieron para ganarse el populacho.
Con los años, muchos después de dejar el ciclismo, Jalabert admitió haber usado EPO. Como bien decía mi abuela el tiempo todo lo cura, y tantos años después, esta confesión, con las emociones del momento allí, lejos, pues nos dejó fríos. Ni lo uno ni lo otro. Para qué crucificar a alguien que en su época nos dio buenos instantes y ya está, porque aunque muchos quieran apedrear a esta gente no dejan de ser personas y esto un deporte, un hobby, un pasatiempo. Como quien va a un concierto.
Sin embargo, Jalabert en este Tour se está ganando a pulso entrar en la lista de odiosos que habiendo hecho lo que han hecho, siendo quienes fueron -no pocos padres lo pondrían de ejemplo a sus hijos, se permiten la frivolidad de verter acusaciones sobre el líder del Tour de Francia, que actuaciones “metafísicas” a parte, como si su pasado fuera eso, pasado, y nunca hubiera de volver.
Que Froome vaya dopado hasta las trancas lo dirá quién lo tenga que decir. Igual dentro de unos años pasa como el amigo tejano y salta la banca, pero hasta entonces sin los indicios que apunten a ello, verter mierda es de impresentables, y me duele decirlo porque Laurent Jalabert me cae muy bien.
Las consecuencias de esas frivolidades al micro, como las que suelta también Cedric Vasseur desde la moto, es que a Froome le ha llamado dopado mientras le arrojaban un tarro de orina al jeto, sí, así, simple y llano. El acto es de una obscenidad terrible y dice muy poco de quien lo hizo, que por suerte es una rara excepción en la masa de aficionados que enloquece al paso de los ciclistas. Esa masa informe y alargada que anima a todos por igual. Eso dice la leyenda, pero hay excepciones.
Richie Porte fue golpeado en la subida a la Pierre de Saint Martin y el mismo Froome ha sido amenazado de cara a la jornada de Pra Loup. Le quieren romper las piernas. Como esto siga así, la paranoia se va a instalar en las carreteras y ningún ciclista se sentirá seguro por más y más gorilas y vallas que metan los organizadores. Al estrés de los rivales, de la carrera, de los medios, se le añade esto, incontrolable en toda regla.
Flaco favor al ciclismo y al ciclista. Si Jalabert y los voceros tienen pruebas fehacientes que las presenten y vayan contra el líder del Tour de Francia, en caso contrario que no hurguen donde no pueden demostrar nada.