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Ciclismo antiguo

Luis Pedro Santamarina, uno de esos ciclistas imprescindibles

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Bicilab Andorra

Un viaje al gran mes de Luis Pedro Santamarina, un mes que marcó al ciclismo

Hace poco se cumplieron cinco años del fallecimiento de Luis Pedro Santamarina, un histórico ciclista de los setenta, uno de esos corredores que desde su anonimato se hicieron imprescindibles a los grandes líderes.

Santamarina fue uno de esos ciclistas que acompañó a Luis Ocaña aquel día que llegó hecho un nazareno en la meta del Tour.

El de Portugalete no ganó muchas carreras y una de ellas fue ese fatídico mes de julio del 67… ahora recordamos porqué.

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Julio de 1967. Ciclismo de quilates a un lado y a otro de los Pirineos, ciclismo de luto, ciclismo negro. En quince escasos días Jaime Mir contempló cómo dos corredores perdían la vida en la carretera compitiendo y practicando el deporte de sus amores, ejerciendo su profesión. El día soplaba caluroso, extenuantemente seco en las lomas del Mont Ventoux, el monte que describió Petrarca y que desde antiguo los romanos dejaron pelado, como un gran pedrusco, solo, en medio de la Provenza. Mir llevaba el 600, el único de toda la caravana del Tour, que Joan Plans dispuso para seguir la prueba para El Mundo Deportivo.

La carrera iba disparada. Julio Jiménez, ya en el Bic, iba doblegando rivales, hasta que Raymond Poulidor fue el último en ceder. El coche de Mir y Plans iba unos minutos por delante del pelotón y estos seguían los sucesos por la radio no sin disgusto, porque en las ondas parecía que solo corría Poupou, cuando el relojero de Avila volaba cuesta arriba y otros como Janssen, Gimondi y Balmamion estaban también en la brega. Estos franceses…

Jiménez en cabeza iba fuerte, coronaría con más de un minuto, pero a juicio del locutor su estilo era tosco, poco elegante, muy alejado del volar tibio y suave de su Poupou. Cuando Pingeon flaqueó por detrás fue por un contubernio de los italianos, con Gimondi al frente. Plans estaba irritado. Las palabras de aquel locutor francés no retrataban la grandeza de una etapa que con los años pasaría a la leyenda más pesada de la mejor carrera.

Sin embargo, las frivolidades quedaron al margen cuando Mir y Plans pegaron la oreja al aparato. Se informaba del desplome en plena subida de un ciclista, el inglés, largo y espigado Tom Simpson. La noticia llamó la atención desde el primer momento y cobró todo el protagonismo cuando se informó que se había caído nuevamente de la bicicleta, en plena subida, tras un zigzagueo que hacía presagiar lo peor.

Pasada ya la cima, por la que transitó el primero Julito Jiménez, la radio seguía escupiendo malas noticias. El doctor Pierre Dumas, el mítico galeno de la carrera, había tomado las riendas de la situación. Tras sufrir un desvanecimiento a tres kilómetros de la cima, Tom Simpson entró en estado de coma. Sobre la misma carretera, a la altura del monolito que con el tiempo le levantaría en su memoria, el corredor fue atendido, experimentando una leve mejoría, pero fue eso, leve, y también breve. Fue trasladado en helicóptero a Aviñón, en cuyo hospital falleció.

Mir y Plans, desbordados por las informaciones, desconocían los motivos de aquel desvanecimiento y posterior muerte. De hecho el periodista narró al día siguiente, en crónica enviada por servicio telex y no cantada por Mir vía teléfono como años antes en el Tour de Bahamontes, que el corredor había “muerto en acto de servicio” luchando por no perder sus opciones y resbalando de la máquina en uno de los arrebatos que le dieron para acortar distancia con los primeros. Las primeras lecturas de aquello hubieron de ser rectificadas. Los médicos, por si acaso, se negaron a inhumar el cuerpo hasta practicarle la autopsia, cuyos resultados pasaron a la crónica negra del deporte.

El propio doctor Dumas tenía alguna declaración sobre los riesgos que algunos deportistas asumían con la consigna de ganar, ganar y ganar. El dinero que el atleta tocaba, añadido a la juventud de muchos de ellos, era el lastre de muchos competidores que cayeron en la tentación de ser unos “campeones artificiales”. En la conducta de Simpson había mucho de eso, y Pierre Dumas, con un generoso y escurridizo bigote, estaba con la mosca detrás de la oreja. El ciclismo había perdido a uno de sus deportistas más conocidos.

Agolpados en la sala de prensa, Plans y Mir escudriñaron la historia para saber quiénes habían perdido la vida en la carretera y salió el nombre de Francisco Cepeda, quien en los años del buen amigo de Jaime, Mariano Cañardo, se dejó la vida en un terrible accidente bajando el col del Galibier hacia Bourg d’Oisans.

Simpson estaba a dos años de colgar la bicicleta, de dedicarse a vivir la vida en Australia bajo el sol que no tuvo ni en sus islas británicas ni en Gante, donde aprendió el oficio. La muerte truncó sus planes. El Tour prosiguió y acabó en manos de Jan Janssen con la campana sonando.

Tan solo dos semanas después, retornado de Francia, Mir se acercó a Sabadell porque allí se celebraba el Campeonato de España de ruta, que entonces se dirimía en lucha contra el crono por un recorrido aterrador de poco menos de 100 kilómetros. Dos pasos señalaban los registros intermedios; en ambos Carlos Echevarría marcaría el mejor tiempo. En el primer punto, Sant Llorenç Savall, Vélez se dejaba casi un minuto. Valentín Uriona era cuarto y Luis Santamarina, noveno, a más de dos minutos. El siguiente punto volvió a poner a Echevarría primero, pero con Santamarina en franca recuperación, quinto, y Uriona en medio, cuarto.

En línea de meta Luis Santamarina completó la hazaña saltando hasta el triunfo final tras dos horas y cuarto de esfuerzo individual, dejando a Echevarría a menos de medio minuto. Tercero fue el compañero del ganador en el Fagor, Ginés García, que se dejó poco más de un minuto.

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Sin embargo, para cuando la totalidad de los participantes había completado el recorrido, las miradas, el corazón de los allí presentes estaba unos kilómetros antes de atravesar el arco de Sabadell, estaban con Valetín Uriona, cuyo maillot de Fagor era un harapo ante las curas que los médicos de la carrera le habían aplicado. Uriona se había estrellado en plena ruta. La jornada festiva, el palco lleno de autoridades, Mir ejerciendo de maestro de ceremonias en la meta, y de repente una ambulancia con la sirena causando estruendo cruzaba el lugar camino de una clínica en la que poco se pudo hacer ante el estropicio de la caída. Uriona fallecía y empañaba un día caluroso de julio, el último del mes.

Valentín Uriona fue un ciclista vizcaíno que ganó carreras interesantes como la Milán-Turín o el Dauphiné. Murió con solo 27 años. Mir lo atendió mucho en la época en la que ambos coincidieron en el Kas, a inicios de la década de los 60. Curiosamente Uriona había abandonado el Tour el día en que Simpson perdió la vida en el Ventoux. El siguiente en la fatal lista sería él, cientos de kilómetros al sur. Era un tipo alto, fuerte y tosco. Su simpatía estaba en proporción a sus tremendos gemelos. Una pérdida irreparable, la segunda en escasos 15 días. Quiso el destino que Mir presenciara ambas.

“Para mí fue un salto de cadena, salió despedido y se quedó ahí. Nosotros salimos un par de corredores detrás de él, lo adelantamos y cuando llegamos a meta nos enteramos de la tragedia. Cuando pasamos por su lado no estaba muerto aún, pero al poco se informó de su fallecimiento. Cuando corrió la noticia aquello se enfrío. El podio parecía una procesión de curas”.

Extracto de «Secundario de lujo» de Cultura Ciclista

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Ciclismo antiguo

3 etapas que demuestran que la Vuelta no necesita estridencias

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Bicilab Andorra

La Vuelta sobrevive mejor en etapas de las llamadas clásicas

Al mirar atrás y repasar los cambios que la Vuelta ha experimentado en los últimos 25 años, vemos etapas que en tiempos anteriores nunca hubiéramos imaginado.

Hubo un punto de inflexión muy claro: la primera visita al Angliru, con el triunfo de Chava Jiménez. 

Desde entonces, se consolidó en la organización la idea de que a mayor dureza, mayor espectáculo.

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Y aunque en ocasiones esto es cierto, lo que realmente deja una huella es el sabor de una buena etapa clásica en la Vuelta, con puertos y lugares que huelen a tradición y a ciclismo de calidad. Estas etapas también tienen un gran impacto.

Hemos escogido tres etapas que demuestran que esta teoría es cierta:

Fuente Dé en 2012

Qué etapa más legendaria fue aquella, con Purito Rodríguez saboreando un liderato muy consolidado y Alberto Contador sin cesar en su esfuerzo.

Recuerdo una charla con el catalán, en la que me confesó haber perdido la cuenta de la cantidad de ataques del madrileño.

Luego vino una jornada brutal, con corredores adelantándose y ampliando la brecha, dejando momentos inolvidables en una zona muy vinculada a la historia de la Vuelta.

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Formigal en 2016

Una vez más, Alberto Contador fue el elemento distorsionador, aunque esta vez fue tanto perjudicado como beneficiado.

Froome fue pillado en la parte trasera del pelotón, Nairo Quintana estuvo atento y se unió a Contador, terminando por firmar su segunda gran vuelta, tras el Giro de 2014.

Los puertos no eran muy duros, pero por allí José Manuel Fuente había hecho historia, y fueron más que suficientes para regalar una etapa imborrable.

Mos en 2021

Qué tarde más épica fue aquella, recorriendo un terreno “gallego” total: sin respiro, con dureza acumulada y encadenada. Los mejores de la general se escaparon, dejando atrás a un Miguel Ángel López, quien justo ahí comenzó su declive y desconexión del ciclismo.

Los huecos que se abrieron, junto con la dureza acumulada durante más de 200 kilómetros, demostraron que hay que echar un vistazo al mapa, buscar esos mil lugares que tiene España para sacar «tapones».

Como se puede ver, las tres etapas citadas tienen un elemento en común: la determinación de los corredores por hacer algo interesante y atemporal. Un claro ejemplo es Alberto Contador, uno de esos ciclistas cuya presencia influía de manera decisiva en el desenlace, aunque no siempre le fuera favorable.

Bonus track entre las etapas de la Vuelta

Por cierto añadidle la etapa en la que Fabio Aru le remonta a Tom Dumoulin la Vuelta en Navacerrada.

También es importante resaltar que estas etapas se disputaron en días en los que la carrera venía de etapas durísimas, lo que dejaba al pelotón muy tocado.

Y es que, cuando la Vuelta presente en unos días las etapas de 2025, los relatos de esos días van a ser igual de importantes, o incluso más, que el propio recorrido.

Imagen: Luis Angel Gomez / Photo Gomez Sport

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Ciclismo

Qué tarde la de Aprica, qué día el de Pantani e Indurain

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30 años después aquella carretera hacia Aprica sigue soñando con el gran duelo entre Pantani e Indurain

Simpre leo y escucho mucho sobre Pantani, ese ciclista que, como ya hemos dicho muchas, nos hizo sentir cosas que pocos lograron transmitir. Sensaciones que comenzaron en un «kilómetro cero»: aquella etapa con Indurain en Aprica.

No es de extrañar que siga siendo un mito.

Lo que sucede con Pantani es casi esotérico, algo que escapa a la razón, una locura difícil de explicar.
Conocemos su trágico final, y sabemos que el nudo de su vida estuvo marcado por el dopaje. Pero se le perdona. Se mira hacia otro lado, porque su magia todo lo puede. Créeme, lo he escuchado de viva voz de personas de su entorno, romañolos que no solo lo admiran, sino que lo idolatran.

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Tan es así que la segunda etapa de este Tour de Francia, la que va de Cesenatico a Bolonia, será la «Etapa Marco Pantani».
Y todos lo entienden, lo justifican… lo aplauden.

Es que fue tan fuerte lo que nos hizo sentir aquel día, aquel Pantani junto a Indurain camino de Aprica, que esa emoción flota por encima de todo lo demás.

Permitidme recordar aquel día:
Todo sucedió un 5 de junio.
El Giro de 1994 avanzaba por la bota de Italia, con el orden establecido tambaleándose.

Un rubio, un ruso llamado Evgeni Berzin, dominaba la carrera desde los primeros capítulos. Golpe en Campitello Matese, golpe en la crono llana de Follonica.
Indurain, Miguel Indurain, batido en una prueba en solitario. Alarma.

Todo podía volver a su sitio en una etapa que atravesaba el corazón de los Dolomitas.

Veníamos de Merano, donde el día anterior un joven pero calvo ciclista, Marco Pantani, había ganado en solitario. El destino: Aprica. En el camino, tres colosos de altura decreciente.

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Primero el Stelvio, entre pareces heladas e incipiente bruma sin más novedad que el desgaste invisible de los héores.

Luego en el Mortirolo, palabras mayores, estallaría todo.

Desde la base arrancaba Marco Pantani, el chico calvo del día anterior, el jovenzuelo que amenazaba con eclipsar a Claudio Chiapucci.

Con Pantani se fueron Armand De Las Cuevas, el boxeador frustrado, y Berzin, saltarín, rubio, maglia rosa.

Indurain, quieto atrás.

Pasan penosamente los metros, y el ritmo de Pantani es un rodillo.

Caía De las Cuevas, Indurain le superaba por detrás.

Cae Berzin, el yunke navarro le cazaría, lo maduraría y lo dejaría antes de la cima.

En el descenso Indurain va camino de encarrilar su tercer Giro. Alcanzó a Pantani, formando un frente común, con Nelson «Cacaíto» Rodríguez como testigo de aquella hazaña.
Quedaba la tercera subida: la más sencilla, un trámite llamado Valico di Santa Cristina, antes de llegar a Aprica.

Pero el trámite se atragantó.
Pantani atacó, e Indurain se derrumbó. Exhausto, seco, maltrecho.
La ventaja que lo ponía en disposición de ganar el Giro desapareció.

Qué día aquel.

Imagen: Planeta Ciclismo

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Ciclismo antiguo

Entre Heras y el Chava…

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Bicilab Andorra

La de Heras y Chava fue la última gran rivalidad del ciclismo español

Hace 25 años, que si lo pensáis bien, no es tanto tiempo, el ciclismo español cambiaba de siglo con una noticia trágica: la muerte de Pedro González, el narrador de ciclismo anterior a Carlos de Andrés, quien por aquella época comentaba desde la moto mientras seguía a los ciclistas.

En lo deportivo, crecía una rivalidad que, en cierto modo, recordaba un poco a la de Bahamontes y Loroño, solo que ahora entre el Chava Jiménez y Roberto Heras.

El primero era más como el toledano, como Anquetil, salvando las distancias: más genio, de días inspirados, carismático y querido, ídolo de masas.

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De hecho, sigo creyendo, a pesar de muchas respuestas en sentido contrario, que el Chava fue el último gran ídolo del ciclismo español, antes de la generación que habría de venir, con grandes éxitos, pero coexistiendo con los momentos más bajos del ciclismo debido a la mala prensa que generó la lacra del dopaje.

En el lado contrario al Chava, teníamos a Roberto Heras, un poco más Loroño, o Poulidor, si se quiere.

Castellano, más parco en la relación, querido también, pero más frío. El de Béjar fue, como ciclista y por palmarés, mejor que el abulense, pero, sin embargo, mucho menos recordado.

Un servidor, en aquellos días, estuvo enamorado de Roberto Heras, del primero, cuando corría para Kelme, justo antes de dejar sentado a Lance Armstrong en el Joux Plane y de que este reclamara su fichaje para el US Postal.

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Entre Heras y el Chava, siempre fui del primero: más sólido, gran escalador, fondista y con un palmarés del que pocas veces he hablado porque, sinceramente, con todo lo que sucedió con la que es su cuarta Vuelta, quedé bastante hastiado.

Pero volviendo a la rivalidad, fue posiblemente la última gran rivalidad que hemos tenido en el ciclismo español, pues a Valverde y Contador, por ejemplo, aunque se han batido en mil terrenos, siempre los he visto como ciclistas muy diferentes. Incluso diría que, a veces, veo más choque —deportivo, digo— entre Juan Ayuso y Carlos Rodríguez.

Hace 25 años, el ciclismo español vivía de ese antagonismo que duró poco más, porque el Chava no podría seguir por mucho más tiempo.

Hoy, a Roberto Heras no se le ve mucho, pero tiene aureola de campeón y, cuando te cruzas con él por la montaña, se percibe toda la calidad que era capaz de desplegar en la carretera.

Imagen: Dorsal 51

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Ciclismo

Superbagneres, la etapa más bonita del Tour 2025

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Si hay una etapa del Tour 2025 que despierta recuerdos, es la llegada a Superbagneres.

Esta etapa, en pleno corazón de los Pirineos, tiene un encanto especial y se siente 110% Tour. Es una jornada que encaja con todo y con todos.

En un contexto de ciclismo que premia la montaña, resulta atractiva por ser otra llegada en alto más. Sin embargo, dejando de lado los números y estadísticas, no sé exactamente cuál es el desnivel positivo de la etapa ni me importa; lo que sé es que ya está bien marcada en mi agenda.

Superbagneres representa el repositorio clásico de los Pirineos, un encadenado que probablemente sea el más utilizado en la historia del ciclismo: Tourmalet, Aspin y Peyresourde. Sólo faltaría añadir el Aubisque para rizar el rizo.

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En el ciclismo de los años 80 y 90, esta combinación era una fórmula ganadora, terminando en lugares icónicos como Luz Ardiden, Hautacam, Saint-Lary-Soulan o Val Louron.

Pero hoy volvemos a Superbagneres, una cima muy olvidada que, en las dos ocasiones previas en que estuvo presente antes del Tour 2025, siempre ofreció espectáculo.

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Estos días, recordando la figura de Bernard Hinault, podemos decir que aquí, en Superbagneres, todo cambió.

Fue en el Tour de 1986: Hinault, vestido de amarillo y con una cómoda ventaja, quiso ir a por más en la segunda etapa pirenaica. La primera, con final en Pau, había sido para Perico Delgado, en plena batalla interna del equipo La Vie Claire.

Ese carácter suicida que caracterizaba a Hinault le pasó factura en Superbagneres. Su desfallecimiento marcó el inicio de 40 años de Tour sin victoria para un francés. Greg Lemond ya tenía tomada la medida.

Superbagneres volvió tres años después, en 1989, con una de las mejores actuaciones que recuerdo de Perico Delgado, luchando por recortar el calamitoso tiempo perdido al inicio del Tour en Luxemburgo.

Es curioso lo poco que se ha usado este puerto en el ciclismo profesional, pese a estar tan cerca de los grandes colosos pirenaicos. La última vez que lo recuerdo en competición fue en la Volta a Catalunya de 1996, en una jornada descafeinada por el dominio absoluto del equipo ONCE, con victoria del australiano Patrick Jonker sobre Alex Zülle.

En poco más de medio año, nuestros ojos volverán a posar su mirada sobre una de las cimas más singulares del ciclismo. Pese a su escasa aparición, siempre deja huella, como el Granon o Cauterets: lugares icónicos de los años 80 que han sido rescatados para el presente.

Imagen: A.S.O.

 

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