Ciclismo antiguo
Paris-Roubaix pave, Cosas que hacen que sea tan deseada
Paris- roubaix
Paris-Roubaix pavé nadie puede dudar, que sea de todas a todas la prueba de una jornada del calendario más cotizada y anhelada por cualquier corredor ciclista que sienta en su fuero interno deseos de ser algo en el mundo de la bicicleta.
Donde Acaba la Paris-Roubaix
Su final tiene lugar no lejos de la frontera belga y cercana al conocido Paso de Calais. Cabe consignar que fue a partir del año 1968, cuando la mencionada competición cambió su itinerario en contraste de lo que fueron sus anteriores ediciones.
Posteriormente, al objeto de aligerar su excesivo kilometraje, la aludida competición tomó la decisión en el año 1977 de situar la línea de partida en la ciudad de Compiègne, situada a 65 kilómetros al norte de París, lugar de cierta fama por erigirse allí el fastuoso castillo de Luis XV, monumento nacional, así como lugar de residencia de los reyes de Francia y de los emperadores no menos conocidos, tales como Napoleón I y III.
Con el citado cambio de salida los organizadores lograron acortar el recorrido, que ha quedado en definitiva en los 253 kilómetros, la cifra oficial que nos marca la actualidad.
¿Quiénes fundaron la Paris-Roubaix?
Su creación nos hace retroceder al año 1896. Fue un tanto ingrata la labor emprendida por dos importantes empresarios pertenecientes al ramo textil, apelados Théo Vienne y Maurice Pérez. Éste último era originario de una familia española.
El Velódromo de la Paris-Roubaix
Se establecieron en las cercanías de la ciudad de Roubaix, que poseía un gran poder industrial y económico. Estos dos magnates influyeron decisivamente en la construcción e inauguración de un velódromo de 250 metros de cuerda, asentado en aquella población de identidad y tonalidades más bien grises, dominada por los casi constantes humos de las fábricas colindantes y sus neblinas que suelen ser acusadamente bien manifiestas, una característica puntual en aquella región norteña del país galo.
Le veló, el periódico influyente en la Paris-Roubaix
Aquellos dos aludidos entusiastas, impulsados a su vez por otro maestro en aquellas lides, un tal Paul Rousseau, quisieron a toda costa divulgar y enaltecer las excelencias del deporte ciclista, dándole incluso una necesaria difusión internacional para que llamara más la atención al gran público. Así se instauró esta prueba de tanto abolengo y prestigio mundial.
Les secundó en este gran proyecto el rotativo denominado “Le Vélo”, bajo el impulso del citado Paul Rousseau, otro apasionado de este deporte, que en cierta ocasión llegó a escribir un elogio a favor de la bicicleta de la que decía “que consideraba más que ser un elemento rodado al servicio del deporte, era un artilugio divulgador y benefactor social puesto a disposición de las gentes”. Esta era su imaginativa definición. La frase ha perdurado en todos los ámbitos como un símbolo a la esperanza. Eran unas épocas donde el Tour de Francia, aparecía entre los aficionados al ciclismo.
Es así como se puso en marcha la prueba en la fecha del 19 de abril de 1896, registrándose el triunfo de un tal Josef Fischer al cubrir la distancia de nada menos 300 kilómetros. El corredor germano tuvo una compensación económica que ascendió a 1.000 francos franceses. ¡Qué tiempos aquellos!. Pasaría toda la historia de Roubaix hasta volver a ver a un alemán ganar con Jonh Degenkolb.
Se comenzaba al Paris-Roubaix
Los organizadores divulgaron a los cuatro vientos que constituía la carrera ideal para afrontar con más garantías la clásica y ya asentada Burdeos-París. Inicialmente no pasó de ser un modesto reclamo para atraer a los ciclistas. Luego resultó que la fama y popularidad se la llevó de todas a todas la París-Roubaix, considerada como una carrera de visos difíciles y a la vez sumamente arriesgada, especialmente por tener que pisar los atletas del pedal los terribles adoquinados que se insertaban a trechos en su recorrido juzgado un tanto diabólico.
Los Adoquines de la Paris-Roubaix
Aparecían los célebres adoquinados que de manera intermitente atenazaban y atenazan a los valerosos y animosos concurrentes. Los tramos de este insólito obstáculo de piedras casi cuadráticas aparecen unas veinte y tantas veces -en la actualidad suman veintisiete-, un verdadero tormento, una verdadera pesadilla. Se puede afirmar hoy que aproximadamente una quinta parte del recorrido se sumerge en esta situación un tanto angustiosa. Ello supone, más o menos, el cubrir bajo esta pesadilla una longitud de aproximadamente 53 kilómetros que no apuntillan al descanso precisamente.
Promedios memorables de la Paris-roubaix
El primer vencedor, lo reiteramos, fue el alemán Jozef Fischer, en el año 1896, un ciclista bien conocido en aquellos tiempos. Registró un promedio casi inaudito de 30,162 kilómetros por hora. Su contrincante más directo fue el danés Charles Meyer, que llegaría a la meta con 25 minutos de retraso, mientras que el tercero, primer francés, fue Maurice Garin, otro ciclista de solera.
El holandés Peter Post es el que por ahora mantiene la mejor marca desde 1964
bajo una media de 45,129 kilómetros a la hora, una cifra que parece casi inaccesible. Cabe afirmar que en aquella jornada sopló de espalda un fuerte viento que hizo volar a los corredores, algo así como una mano invisible que se asomó a la contienda ciclista en son de ayuda. Anotamos que en la temporada 2013, el suizo Fabian Cancellara registró también una segunda buena marca: 44,190 kilómetros a la hora. Con todo, tarde o temprano, los récords caen con el paso de los años.
Es anécdota el comentar que esta prueba, quizá no se sepa, empezó por disputarse detrás de bicicletas entrenadoras, salvo en los años 1898, 1899 y 1900, en que los corredores eran protegidos cara al viento por sendos automóviles. Esta novedad, sin embargo, no perduró con esa clase de ayuda que diluía el verdadero sentido de una carrera de cierta envergadura.
Los españoles, una ambición truncada
Los representantes españoles, hay que hacer siquiera una mención, han quedado un tanto al margen, salvo las prestaciones logradas por el catalán Miguel Poblet, segundo en el año 1958 y tercero en 1960.
Juan Antonio Flecha y sus intentos de ganar la Paris-Roubaix
En tanto que Juan Antonio Flecha, de origen argentino pero catalán de adopción, hizo el tercero en la edición del año 2005; el cuarto, en el 2006; el segundo, en la temporada siguiente, y volvió a ser tercero en el año 2010, un mérito continuado que le fue muy familiar aunque no culminara su obstinada acción con la conquista de una corona como ganador, una ambición truncada en su vida deportiva.
Ciclistas que están en el candelero
El belga Roger de Vlaeminck consiguió cruzar la meta de Roubaix como ganador en cuatro ocasiones (1972-1974-1975-1977), un dato nada despreciable que ensalza a este fornido corredor que destacaba entre otras cosas por su gran envergadura.
Figura en paridad con él, su compatriota y bravo luchador Tom Boonen (2005-2008-2009-2012). En un escalón inferior, con tres victorias, nombramos a los belgas Gaston Rebry, Henri Van Looy, Eddy Merckx y Johan Musseeuw; al francés Octave Lapize, al italiano Francesco Moser y al suizo Fabian Cancellara.
Que naciones han ganado más la Paris-Roubaix
Por naciones es Bélgica la que sigue capitalizando el dominio en esta prueba, con 56 victorias.
Le siguen algo más tarde:
- Francia 28
- Italia 13
- Países Bajos 6
Estadísticamente hablando, hubo un belga, Raymond Impanis, que posee hasta la fecha otra buena marca.
Participó parís-roubaix en esta clásica que nos ocupa nada menos en dieciséis ocasiones. Hay un holandés, llamado Servais Knaven, que ha conseguido alinearse en la línea de salida quince veces. Lo curioso del caso es que tanto uno como otro, los dos mencionados, solamente han podido adornar su historial con una sola victoria en esta prueba de tan alto prestigio internacional. Son datos éstos, los escritos aquí, que perduran en nuestras memorias.
Por Gerardo Fuster
INFO
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Ciclismo antiguo
París-Niza 1989, el primer gran Indurain
Con esa victoria en la París-Niza, Miguel Indurain se postulaba en los escenarios grandes
En el baúl del recuerdo, mirándolo ahora, y gracias a la invitación de los amigos de Pedal Vintage, uno se percata del valor que tuvo aquella París-Niza de 1989 para Miguel Indurain.
El mocetón ya había dado algunas claves de su clase, un crecimiento contenido bajo las recomendaciones de reputados médicos que hablaban del portento que estaban cultivando en el inolvidable Reynolds.
El año anterior, 1988, había formado parte del equipo que acompañó a Perico en su Tour, con ese famoso capítulo del Peyresourde en el que empezó a descolgar a gente y casi se quedó solo.
A las pocas semanas ganaría la primera de sus tres Voltas.
Pero el año 1989 fue otra cosa, fue pisar suelo francés y seguir su idilio con el país vecino, donde ya había triunfado en un Tour de la CEE, lo que hoy sería el Avenir.
En esa París-Niza, Miguel Indurain anticiparía cosas que habrían de pasar durante los años venideros.
El inicio en París, lo ganó el prologuista por excelencia, Thierry Marie, pero con Indurain ceca, a cinco décimas de segundo, y por delante de los dos grandes favoritos, Laurent Fignon y Stephen Roche.
El navarro ya había puesto el pie en la carrera y de ahí nadie le apartaría, ni siquiera una mala crono por equipos de 58 kilómetros en medio de una carrera de una semana de duración.
Aquel era otro ciclismo.
Pese a la mala crono por equipos, y eso que Reynolds iba con Gorospe y Mauri, entre otros, Indurain utilizó un par de jornadas consecutivas para de remontarle el minuto veinte que el joven Laurent Bezault, el «nuevo Jeff Bernard» le llamaron, le había tomado al final de aquel test colectivo.
Fueron dos movimientos tan significativos como premonitorios.
En el Mont Faron, Indurain se pone en cabeza del grupo de los grandes desde el inicio, y hace de la preciosa subida a orillas del Mediterráneo el primer gran filtro de la carrera.
Uno a uno, un goteo sin fin tras la estela del ciclista del Reynolds que le sacó los colores hasta el mismo Stephen Roche, el gran favorito, toda vez que Laurent Fignon se había retirado (ganaría en San Remo a los pocos días.
Café para muy cafeteros pic.twitter.com/mDT1mUvCnf
— JoanSeguidor (@JoanSeguidor) April 23, 2024
Al día siguiente, una jornada de media montaña hace el resto. a poco de coronar el Col de Vignon, el vigente ganador del Tour, Pedro Delgado hace destrozo en el pelotón y lanza a su compañero cuesta abajo.
Miguel Indurain cogería al fugado, su futuro compañero en Banesto, Gerard Rué, y entre ambos disparan la diferencia hasta más allá del minuto.
Con el navarro de líder, sólo quedaba defender la renta en el Col d´Eze ante el «hiperespecialista» Stephen Roche quien se queda a 13 segundos de la gesta.
Sin saberlo, había perdido el irlandés ante el inminente monstruo del ciclismo, un poderío latente que en ese 1989 despertó del todo, incluso en el Tour, en un lugar llamado Cauterets.
Imagen: @crstobalcabezas
Ciclismo antiguo
Briançon, Lieja & Valkenburg, las 3 esquinas del ciclismo
Grandes vueltas, monumentos, ciclocross… esto ocurre en Lieja, Briançon y Valkenburg
Hay lugares en el bello globo bendecidos por la naturaleza, la belleza o el azar. En ciclismo hay tres en concreto que beben de su ubicación y extraordinaria tradición. Supongo que podréis añadir alguno más, pero a mi se me ocurren estos tres: Lieja, Briançon y Valkenburg.
La primera la conocéis de sobra, es noticia una vez al año, fijo, cuando no más.
Es la cuna de la decana, la Lieja-Bastogne-Lieja porque era el trayecto que encajaba para que los periodistas fueran y vinieran en tren el día de carrera, siguiendo al pelotón.
Por Lieja además pasa el Tour de forma recurrente, si no es directamente, en tránsito
Por Lieja discurrió incluso una edición de la Vuelta a España y en Lieja se han jugado varios campeonatos del mundo.
Incluso Lieja ha albergado el mundial, recuerdo uno en tiempos de Mariano Cañardo cuando los italianos monopolizaban la contienda.
Luego está Briançon, ahí en el valle, encajada entre Izoard y Galibier, en medio de un océano de cimas con nieves perpetuas, en una encrucijada, cerca de Italia, de Sestriere, la puerta al valle de Aosta.
Briançon y su ciudadela han visto el mismo año el Giro y a las pocas semanas el Tour de Francia
Si no es final de etapa, es ciudad de paso. En el olimpo de los lugares ciclistas, está tocada.
Ciudades bendecidas por el ciclismo: Lieja, Briançon y… Valkenburg.
Aunque si queréis que os seamos sinceros, lo de Valkenburg es rizar el rizo.
Encajada en el Limburgo, la ceja de las Árdenas donde los Países Bajos dejan de ser bajos.
En el corazón de la vieja europa la ciudad neerlandesa es al ciclismo lo que Old Trafford al fútbol, la catedral del circo de las dos ruedas, un idilio del lugar, de la gente y el paisaje con la bicicleta.
Valkenburg tiene por descontado el ciclismo anualmente siendo ciudad de paso, mil veces, y meta de la Amstel Gold Race, la fiesta nacional neerlandesa de la bicicleta y el ciclismo.
Valkenburg ha puesto en el mapa un enclave como el Cauberg, la violenta subida en la que Philippe Gilbert hace estragos, habiendo ganando varias veces la Amstel Gold Race y siendo, incluso, campeón del mundo.
La ciudad del Valkenburg, modesta en dimensiones y población ha sido sede de los Campeonatos del Mundo de ciclismo en carretera cinco veces. Nada más y nada menos.
Cinco mundiales de ciclismo han acontecido en Valkenburg
Viajamos a 1938 y conocemos a marcel Kint, alemán, que se convierte en campeón mundial.
Diez años después, y tres ediciones más allá, por el paréntesis de la Segunda Guerra Mundial, Valkenburg corona a Alberico Schotte, el belga que sacó petróleo de la increíble rivalidad de Bartali y Coppi, anulados en un marcaje imposible.
Año 1979. Jan Raas, el especialista en la Amstel, saca oro de Valnkenburg que bate al sprint a Thurau y Bernaudeau.
Ya en el 98, Oskar Camenzind, suizo de Mapei, se corona campeón el día que todos miraban a Michele Bartoli bajo el diluvio de septiembre limbugués.
El Tour tambièn ha aterrizado por Valkenburg, dos veces además. Ganaron Giles Delion, prometedor francés, en 1992, y Matthias Kessler, alemán de final infeliz, en 2006.
Pues bien, con este bagaje, con una infinidad de carreras, pruebas y eventos relacionados con las dos ruedas, el Campeonato del Mundo de ciclocross aterrizó hace cinco años en Valkenburg.
Imagen: G.Demouveaux
Ciclismo antiguo
1994: La Flecha Valona que cambió el ciclismo
Nada fue igual tras la Flecha Valona de 1994 y los azules haciendo pleno
La primera parte de los noventa se tiene como la época más oscura de la historia del ciclismo y muchos toman la Flecha Valona de 1994 como el cénit.
No son pocos los testimonios que hablan de un ciclismo psicodélico, de corredores que no corrían, volaban, de cosas raras, de podencos hechos caballos de carreras,…
Testimonios no faltan.
Dos son elocuentes. Greg Lemond justifica parte de su declive por las dos velocidades de aquel ciclismo, un salto de rendimiento que apuntaba una sustancia cuyas siglas eran EPO. David Millar habla en su libro de sus primeras carreras como algo inalcanzable, no había ni roto a sudar que el pelotón ya les había dejado de rueda.
#DiaD 20 de abril de 1994
En el año 94, la Vuelta a España seguía disputándose en abril.
En la antesala de la misma estaba el tríptico de las Ardenas, pero en orden diferente al actual. Una semana después de Roubaix, se corría la Lieja, luego la Flecha Valona y finalmente la Amstel, posteriormente vendría la Vuelta que en esa ocasión dominaría a placer Tony Rominger.
La Flecha Valona se presentaba como la reválida para Eugeny Berzin. El ruso de rubia cabellera había ganado en Lieja días antes y era la punta de lanza del potente Gewiss. Por nombres el equipo celeste copaba las apuestas, sin embargo, los italianos no querían ganar, querían sencillamente coparlo todo.
En el llano que precedía el muro de Huy, Berzin, que iba insultantemente fácil, tomaba unos metros sin que nadie osara seguirle, salvo sus dos compañeros Moreno Argentin y Giorgio Furlan. En la cima de Huy Argentin culminaba la masacre, siendo primero por delante de sus dos colegas.
“Ellos ruedan y nosotros nos quedamos. Hacen que ir en bici parezca sencillo, no necesitan ni preparar estrategia alguna” dijo Gérard Rué, el gregario de Miguel Indurain, preso de la incredulidad.
Los peores temores que circulaban por el pelotón se hacían realidad y las sospechas no tardaron en plasmarse cuando al día siguiente en una conversación entre Michele Ferrari y varios periodistas, en una pedanía de Lieja, el galeno afirmaba sin pudor:
“Si yo soy ciclista y sé que hay una sustancia que mejora el rendimiento y otros la usan, yo también la utilizaría. La EPO no es mala, sólo lo es si abusas de ella, como si te atiborras de zumo de naranja”.
En efecto, el ciclismo de dos velocidades ya era un secreto publicado y público, la caja de pandora se había abierto, estallaría en pocos años…
Imagen: Cronoescalada
Ciclismo antiguo
Amstel Gold Race by Jan Raas
Nadie dominó la Amstel Gold Race como Jan Raas
Jan Raas fue una de las esas buenas figuras que tuvo el ciclismo a finales de los setenta y principios de la siguiente, que hizo de la Amstel Gold Race su feudo, se la llamó «Amstel Gold Raas».
Nacido en 1952, fue posiblemente el primer ciclista con pinta de intelectual.
Todo un espejo donde se miró el maître Fignon.
Fue posiblemente el gran valedor de esa megaestructura neerlandesa llamada Ti Raleigh comandada por Peter Post.A Raas la victoria le gustaba más que a un tonto un lápiz
Era perrete, parecía italiano más que ciudadano del respetable reino neerlandés.
Gustaba, además, de tomar el pelo a los rivales.
Su último gran triunfo fue en el Tour de 1984, una etapa donde puteó con tino al visceral Marc Madiot, hasta que le rebañó la victoria toda vez que le había asegurado que no estaba para dar relevos.
Sin embargo tuvo gestos encomiables, como cuando renunció al amarillo en un prólogo muy condicionado por la furiosa lluvia.
Eso sí, al día siguiente se empleó a fondo para vestirlo en buena lid.
Éste era Jan Raas
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