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Ciclismo antiguo

El rosa en problemas: Cuando Oropa puso a prueba la fe de Indurain

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Ningún líder está exento de sustos como el de Indurain en Oropa

Cuando Egan Bernal se escondió bajo el cobijo de Dani Martínez en Sega di Ala, muchos fantasmas ya vividos y vistos, la maglia rosa en problemas, algo que vimos por primera vez en Oropa cuando Indurain ante los ataques de Piotr Ugrumov.

El Giro caminaba sin novedad hacia Milán. El dorsal número uno Miguel Indurain había sorteado con suerte jornadas realmente dantescas, como la maratón dolomítica que acabó en Corvara Alta Badia, el día que Claudio Chiapucci ganó la etapa pero que el navarro con el rosa incrustado se hizo fuerte en la general.

Ese día un ciclista siempre merodeaba la parte baja del primer ruso. Era letón. Vestía azul con franjas amarillas en el centro de maillot.

Se quedaba en los repechos, recuperaba en los descensos que les seguían. Corría para el Mecair, el equipo que recogió el testigo del Ariostea de Cassani, Riis y Argentin y puso la simiente del Gewiss, al año siguiente.

Era Piotr Ugrumov, un ciclista despoblado de cabellera, con pasado en el pelotón español.

Un ciclista callado pero incisivo, un ciclista con visos de cambiar el paso, de hombre destacado a capo de la general, estaba quieto, discreto, hasta que llegó Oropa.

#DiaD 12 de junio de 1993

El Santuario de Oropa es una elevación al norte de la ciudad de Biella, con B, a diferencia de la capital aranesa, que se define como uno de los lugares sagrados de la Lombrdía.

No es muy alto, tampoco el más duro, pero en el filo del fin de semana final de una gran vuelta, cualquier tachuela hace daño y Oropa puede obrar el “milagro” de ver caer la torre más alta.

La carrera no tiene mayor interés, más allá de una escapada compuesta por ciclistas de caché, entre otros Gianni Bugno, que poco a poco comprueba que las generales de la agrandes vueltas van a ser un quimera para sus posibilidades.

De ese corte surge Massimo Ghirotto, otro ciclista de escaso pelo en la testa, que sale victorioso de un duelo que incluye interesantes nombres, Abelardo Rondón, Marco Giovanetti y Laurent Madouas.

Por detrás el pelotón inicia la escalada con Moreno Argentin en maestro de ceremonias.

El otrora campeón del mundo en Estados Unidos va fresco, exhibe poder en la pedaldada y sobretodo una clase de esa que viene de serie en el ciclista.

Argentin aprieta el ritmo desde abajo, su acción, dada la solidez del líder, que acababa de ganar en cronoescalada de Sestriere, parecía sin sentido, pero tenía, vaya si lo tenía.

De repente emerge Ugrumov, son varios intentos, cambios de ritmo bruscos, una subida a tirones, un auténtico látigo sobre la espalda de la maglia rosa.

Uno, dos, tres y… cuatro. Indurain va incómodo, coge el manillar por abajo, se inclina tanto que parece besar el ángulo de su potencia.

Ugrumov se va, no queda mucho para meta, pero es un momento crítico. Más cuando Chiapucci, Roche y Tonkov superan al navarro.

En meta Ugrumov saca de donde no hay para embolsarse medio minuto que es insuficiente en la práctica, pero simbólico en el ánimo.

“Le falta ser más agresivo” dicen algunas leyendas del pasado. Indurain admite que la crono le pesó en exceso pero puntualiza “nunca vi perdida la carrera” y eso era lo que realmente le importaba. Estaba en el arco de su segundo Giro.

Imagen tomada de Rueda Lenticular

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Ciclismo antiguo

¿Chava o Heras? Yo me quedaba con el segundo

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Heras tuvo resultados que no compitieron con el carisma del Chava

La foto de familia que ilustra este artículo es del siglo pasado, y por tanto etiquetada en este mal anillado cuaderno como ciclismo antiguo con, de izquierda a derecha, Joseba Beloki, Roberto Heras, José María Jiménez, el Chava, Abraham Olano y Fernando Escartín.

Ahí hay un poco de todo y de todas las edades, pero en estos apellidos, y algún otro, recayó el peso de la gloriosa época de Miguel Indurain y su larga sombra.

No sé si casualidad, pero en el centro están los protagonistas de esta pequeña fábula.

Roberto Heras y el Chava Jiménez fueron los dos mejores escaladores españoles de finales de los noventa y primeros años del nuevo milenio, que podría haber sido alguno más si no el abulense no nos hubiera dejado de forma tan temprana, hace veinte años casi exactos.

En todo caso, la rivalidad que ambos ciclistas nos ofrecieron aún hoy la recordamos.

Los dos castellanos, uno de Salamanca, de Béjar, el otro de la sierra de Ávila, de El Barraco, dos parajes no muy lejanos geográficamente, que nada tenían que ver con el carácter de cada uno.

El Chava era efervescente, el ídolo, el hombre de la afición.

Estuve en la llegada de Ávila de aquella famosa etapa de VDB en Navalmoral, todos impresionados con el valón, pero lo que arrastraba el Jiménez en su tierra había que verlo en directo.

Roberto Heras no se parecía al Chava, de perfil más retirado, más frío, a veces distante, pero encantador y cercano en las distancias cortas, si se sentía cómodo.

En carretera tuvieron sus buenos piques, aunque nunca disputando una grande.

Cuando mejor estuvo el Chava, en 1998, Heras se debía a Fernando Escartín en el Kelme, y cuando el bejarano ganó la Vuelta, el abulense no estaba delante.

Sin embargo, la afición se decantó por uno u otro, poniendo en la balanza qué era mejor, una personalidad arrolladora o un tipo que salía y ganaba, con más o menos brillo, y eso que Heras fue un escalador brutal.

A mí, resultadista desde que tengo uso de razón, me gustó siempre mucho más el del Kelme, y eso decirlo entonces no resultaba nada popular.

Entre el fervor por el Chava y una prensa que de ciclismo entendía lo justo creo que se construyo una figura excesiva para lo que ciclísticamente fue, aunque siendo justos seguro que a su estela no pocos quisieron probar fortuna en esto llamado ciclismo, un deporte que estaba en la picota en muchos sentidos pero que con esta generación se vivieron días bonitos.

Imagen: Marca

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Ciclismo antiguo

Cipollini en 5 esenciales

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¿Qué figura ha trascendido más que Mario Cipollini? casi ninguna

Hablábamos el otro día de Francesco Moser, figura eterna, y entre sus gregarios figuró un tal Cesare, de apellido Cipollini, hermano de Mario, el protagonista de esta pequeña historia.

¿Quién no recuerda a Mario Cipollini? es más ¿qué aficionado ciclista no ha escuchado cachondeo con su apellido?

Eso es y eso fue Mario Cipollini, un ciclista que trascendió con mucho el ciclismo y su época, pues aún hoy, en cualquier machar histórica que reúna varias leyendas, ninguna atrae lo que el velocista nacido en Lucca.

Hemos realizado el difícil ejercicio de sacarle cinco puntos para describir al que llamaban el «rey león».

Amor por el Giro

Ciclista de números, auténtico goleador sobre la bicicleta, en especial en el Giro de Italia, donde resultó inaccesible durante muchos años, con 42 triunfos.

Era sin duda su coto, siendo además la única grande que finalizó, hasta en seis ocasiones, vistiendo a veces la maglia ciclamino hasta el final.

Anotador nato

Con más de 160 victorias, es uno de los corredores más prolífico, no sé si el más, que he tenido la suerte de ver.

Su forma de sumar en las volatas era brutal.

Rara era la vez que concurría en una vuelta por etapas y no acababa con dos o más etapas.

La Gante-Wevelgem, su clásica

A diferencia de la actualidad, la clásica de los campos de Flandes que limitan con Francia ha sido su mejor territorio clásico.

Ganador tres veces de esta carrera, destaca que entre la segunda y tercera victoria pasaron casi diez años.

Su último éxito fue en 2002, año mágico, pues venía de ser el mejor en la Milán-San Remo, logró salir vivo del Poggio, y acabaría siendo campeón mundial en el vilipendiado circuito de Zolder.

En el filo de la polémica

Carácter fuerte, fue foco de atención de cámaras y ojos en las carreras.

Sin embargo un par de hechos han perturbado su reputación: dio positivo por EPO en 2004 y años después su nombre aparecería en aquellos famosos papeles donde figuraban ciclistas que se habían dopado durante el Tour 98.

Además pende sobre él un fallo en contra por violencia doméstica.

¿Una victoria? El mundial

Zolder 2002 fue uno de los circuitos más criticados de la historia de los mundiales, una suerte de encefalograma plano en el que buscar la sorpresa fue una quimera.

Entre los que lo intentaron, curiosamente, estuvo Igor Astarloa, y digo curiosamente por que un año después sí que sería campeón del mundo.

En el sprint final, Italia recuperaba el cetro de su carrera fetiche con su mejor baza: Mario Cipollini lograba batir a Mc Ewen y Zabel tras 256 kilómetros corridos a más de 46 por hora.

Imagen: Cycle

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Ciclismo antiguo

La primera crono que gana Indurain

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Ya han pasado casi 40 años del estreno de Indurain ganando una crono

Ilustro el post de la primera crono que entra en el palmarés de Miguel Indurain con una foto de los Juegos Olímpicos de los Ángeles, aquel mismo año 1984, semanas antes de la carrera que nos ocupa, el Tour del Porvenir.

Nos situábamos en septiembre de aquel año, otoño ciclista y prueba de fuego para los más jóvenes, aquello era el preludio del Tour de la CEE, que con el tiempo se ha convertido en el Tour del Avenir.

Indurain ganaría esa carrera dos años después, pero la aproximación a la misma la haría poco a poco y, como no, empezando por una crono, aunque haciendo justicia al desarrollo de la carrera aquel mocetón de veinte años ya había mostrado maneras en etapas anteriores.

La cosa fue que entre Loudes y Tarbes no hubo milagro y sí la constatación del chaval ese que rodaba como los ángeles.

Indurain afrontaría la crono a bloque desde el inicio, para nada asustando por los 30,5 kilómetros iniciados por un primer repecho.

En meta, diferencias humanas pero premonitorias.

El que más cerca acabó el talentoso Jeff Bernard, ya en La Vie Claire, a unos veinte segundos.

El ciclismo les situaría en el mismo equipo y en el mismo lugar siete años después con el navarro de amarillo.

En aquella clasificación de jovenzuelos había algún nombre conocido.

Charly Mottet, ganador de aquella carrera, y Piotr Ugrumov fueron los más destacados.

Ambos ya conocían a Indurain y cómo se las gastaba en su terreno, la crono, rompiendo con ese perfil de agonista español, bueno en la montaña y nulo en la lucha contra el cronómetro.

La presentación en sociedad del navarro fue eso, rompedora, con las crónicas mostrando sorpresa por ver a un ciclista de este lado de los Pirineos ganando toda una contrarreloj.

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Ciclismo antiguo

Francesco Moser en 5 esenciales

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Francesco Moser lo hizo casi todo bien

No sé si fruto de la casualidad, si de forma inconsciente, Francesco Moser sigue a Fabian Cancellara en esta galería de grandes de siempre que rueda estos días por este mal anillado cuaderno.

Francesco Moser, no lo vi en directo, pero su áurea seguía intacta en los años que empecé a ver ciclismo, a disfrutar de este deporte.

Un ciclista que, leyendo y releyendo, fue muchas cosas al mismo tiempo, un adelantado, un portento y también un poco tramposo.

Pero vayamos al grano…

La hora más rentable

Cuando Francesco Moser batió el récord de la hora de Eddy Merckx en México no tuvo suficiente.

Lo había dejado en 50 kilómetros altos, pero a los cuatro días quiso más, y firmó más de 51.

La tecnología como aliado

En esa tentativa, Moser torció la historia de este deporte y su propia evolución.

Se coronó con esos registros sobre una bicicleta histórica por sus geometrías y prestaciones rodando en un velódromo especialmente tratado para la ocasión, marcando el camino de los que habrían de venir después, el escocés Obree, Boardman, Indurain y Rominger.

Polivalencia

Su palmarés es rico como pocos, pues ahí entran mundiales de ruta y pista -imaginaros qué tipo de persecucionista podía ser-, un gran vuelta, varios monumentos y muchos triunfos por doquier.

Si el récord de la hora forma parte indisoluble de su recuerdo, no menos lo es ese Giro de 1984 que le gana a Laurent Fignon con toda la «ayuda» del mundo, como si la Italia de Bertoglio, Battaglin y Saronni necesitara también coronar al trentino.

Un «bruto» rodador

Su enemistad con Roger De Valeminck fue mítica en Roubaix, eran dos ciclistas maestros en lo suyo, Moser ganó hasta tres ediciones del tirón -algo inédito desde la Segunda Guerra Mundial- para cabreo del gitano.

Si De Vlaeminck era más sutil sobre el adoquín, el amigo italiano directamente los abordaba por la mitad para volar hacia el velódromo, sin rodeos ni abalorios, directamente chocando contra ellos.

¿Una victoria? Roubaix, año 1978

En la Roubaix del 78, Moser, arco iris a la espalda, arco iris que ganó en Venezuela, se presentó ante “Monsieur Roubaix” como alternativa ganadora a la mejor carrera del año.

El italiano, listo como el hambre, jugó sus bazas sin esperar instrucciones del gran jefe.

Realizó dos ataques, primero a 23 de meta y luego a 18 para romper la resistencia de Maertens y Raas, mientras el influjo de De Vlaeminck se hacía notar.

Moser llegó solo al velódromo y De Vlaeminck echaba fuego.

Este tipo es un desagradecido” dijo el belga.

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