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Mirad a Nibali y veréis un ciclista irrepetible
Pero si iba roto, iba roto. A mitad del Agnelo, cuando la niebla sobrevolaba el ambiente, cuando la nieve se insinuaba, pero no copaba la cuneta, Vincenzo Nibali mostraba flaqueo. No sabemos, ahora, muchos kilómetros después, si aquello era un farol, disimulo, un mal momento o que le dio hipo. No lo sabemos, porque no estamos en su seno, aunque en algún momento de esta mágica etapa que amaneció en Italia y murió en Francia alguno de nosotros pedaleamos con Vincenzo.
Le llaman el tiburón porque muerde, porque no perdona. Lleva medio Giro a contrapié, casi clamando porque acabe, pues no encontraba el golpe de pedal, pero nunca desistió, siempre creyó y eso pesa en la moral del aficionado y mella la confianza del rival.
Sinceramente todo se precipitó en una de las curvas del Agnelo, lado francés, en cuya cuna de nieve el líder Steven Kruijswijk no hubo de lamentar daños físicos añadidos a los morales que esa caída supuso. El líder, con esa suficiencia en la carretera, con declaraciones del tipo “quiero una etapa para adornar mi liderato” no supo que la trampa en tres semanas está en cualquier sitio y la flaqueza que el rival no te encuentra, te la destapa el ciclismo.
El CICLISMO sí, el CICLISMO con mayúsculas en una etapa que pasa al recuerdo como una de las mejores que hemos visto jamás. Un manual de ciclismo de varias horas y unos ochenta kilómetros en el anfiteatro alpino. Chaves, el pequeño silbador de Bogotá, abrió el melón. A saber, el pequeño trepador nos encanta, pero siempre le habíamos visto frío ante los grandes retos. Hoy ha sido un gigante, reventando la carrera hacia arriba y moviendo los peones de ese grandísimo equipo que es el Orica.
Rubén Plaza iba escapado y paró. Cuando el líder hacía recuento de daños, Nibali tenía escapado a Michele Scarponi -con opciones reales de ganar la etapa- y lo paró. Curioso, a Giovanni Visconti aun le están diciendo que pare para esperar a Amador.
Entonces la carrera se abrió en canal y lo que era un duelo de escuadras se volvió un pulso individual. Roto Kruijswijk, sin compañeros por delante ni por detrás, tuvo la maglia en la mano hasta que claudicó quizá sin saber que por delante su gran rival, Chaves, subía al ritmo de Ulissi.
Porque a este nivel, a esta altura de carrera todo está tan justo que se rompe con tocarlo. Chaves, roto, el líder, roto, Valverde, ahogándose. El de Movistar puede pisar el podio o salir lanzado lejos de él, todo puede pasar. Y con este paisaje quien resurge es siempre Vincenzo, el ciclista que siempre cree. No está súper, no es el del Giro de hace tres años, ni del Tour de hace dos, pero ahí está, a menos de un minuto de la gloria cuando se ve Turín en el horizonte. ¿Es o no adorable?
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