Ciclistas
Lo de Gilbert no tiene que ver con la maldición del arco iris
Hay ciclistas que por más que no queramos a veces nos dan grima. No por su personalidad, ni su forma de hacer en carrera. Es su rendimiento. Son ciclistas de trayectoria asimétrica que uno no sabe cómo interpretar. Desde que Philippe Gilbert viste el maillot del BMC está ahí, en ese estadio de la duda.
Quiero, antes de entrar en materia, recortaros íntegramente una reflexión que realicé sobre el valón justo después de finalizar su increíble temporada 2011:
A Gilbert hay que referenciarlo con Laurent Jalabert y Sean Kelly, como exponentes más contemporáneos y con otros del calibre de Rick Van Looy, Freddy Maertens y Roger De Vlaeminck si nos vamos más allá. A Gilbert sólo le ha faltado ganar el Mundial y Lombardía para afirmar que cubrió el 100% de los objetivos en una amplísima gama de retos repartidos entre los diez meses que dura la temporada ciclista regular. Tamaña locura que suscita dudas sólo plantearse repetirla.
Las comparaciones entonces establecidas, al margen de igualar registros y méritos de Gilbert frente a los mentados, escondía una segunda lectura: saber si un corredor con su aparente margen podría estar optando a algo más que grandes clásicas y etapas sueltas. Lo comenté entonces por que en ese momento, quizá embriagado por la euforia, Gilbert insinuó poder disputar la París-Roubaix un día.
Philippe Gilbert fichó a finales de ese año por BMC en el marco de un proyecto faraónico del equipo de bicicletas que sinceramente no ha funcionado. El Gilbert que entró en BMC había ganado casi todo lo que se propuso en un año y lo había sumado a lo que ya traía en la mochila, entre otras cosas dos clásicas del relumbrón de Lombardía y Tours, más otra ristra de triunfos. Estábamos ante un destello sostenido de ciclista que ganaba en febrero, memorables sus victorias cuando la Het Volk se llamaba Het Volk, y cerraba la campaña en las hojas muertas y lombardas. Fueron esos años de la FDJ, esas temporadas que el belga se ganó el aprecio del público.
Sin embargo, no sabemos el motivo, pero el BMC le ha sentado fatal, al punto que acabemos conjeturando con tan desiguales rendimiento y resultado. Miremos el año pasado zanjado con un oro en el Campeonato del Mundo con la forma que tomó de la Vuelta a España, donde se hizo con dos etapas espectaculares. Cuando un ciclista de su categoría se propone ganar lo hace, de ahí quizá más raro y penoso ese largo via crucis que hizo del maillot de campeón belga desde los primeros compases de la temporada pasada.
En la presente el bagaje es coherente. Su ausencia de los grandes podios nos es familiar. Le quedó el consuelo de poner en verdaderos aprietos a Peter Sagan en la Flecha Brabanzona y poquito más. Lo peor fue verle a contrapié en las Ardenas. Su equipo trabajó con denuedo pero sin fortuna. Se espabilaron tarde en la Amstel, donde a su pesar fue el más fuerte en el Cauberg cuando la fortuna había dictado sentencia a favor de Kreuziger. Luego en la Flecha Valona Dani Moreno le ganó con todas las de la ley mientras que en Lieja un mazazo de Alejandro Valverde en San Nicolás le sentenció.
Philippe Gilbert podría decir pues que el maillot arco iris da mal fario, pero en sus circunstancias casi con efecto retroactivo, pues la multicolor prenda le amargó toda la temporada 2012 como le está cegando en la presente. Queda año, queda por ejemplo la cita mundialista y algo más, pues está claro que en las grandes vueltas no opta a otra cosa que no sean triunfos parciales. El sabor de boca ahora mismo es malo. Igual que le sucede a Alberto Contador, qué lejos le queda ese 2011 a Philippe Gilbert.