Ciclismo antiguo
Las raíces de la Vuelta nacieron en la adversidad
La Vuelta a España es una carrera que tiene un alto contenido histórico. Es por esta razón que queremos dilucidar algo acerca de su pasado e incluso reflejar algunos datos estadísticos que podrán interesar a nuestros lectores, aficionados al deporte del pedal. Nadie duda de que sus organizadores, es decir, los que pusieron en marcha esta prueba, tomando con decisión las riendas de la carrera, debieran afrontar un tanto valientemente tiempos con muchas dificultades. Por suerte se lograron solventar los inconvenientes surgidos con más o menos sacrificios. Las grandes obras por lógica así lo exigen.
Fue en el año 1935, en plena Segunda República, cuando se puso en órbita por vez primera la Vuelta, desafiando todos los frentes contra viento y marea, agudizados por la inestabilidad política. Alguien había dicho que era conveniente poner este evento deportivo para “distraer a las gentes”. En la Puerta de Atocha, frente al ministerio de Obras Públicas, se alinearon cincuenta valientes ciclistas de entre los cuáles se encontraban treinta y dos españoles, equipados ellos con sus bicicletas de hierro acusadamente pesadas. Los ciclistas iban vestidos con ropas burdas de lana, con la ilusión innata de pedalear y enfrentarse con las ingratitudes que les ofrecería la carretera, aunque con el señuelo de alcanzar alguna satisfacción a fuerza de darle a los pedales. Hay un dicho que afirma que la esperanza es lo último que se pierde. Por encima de todo les empujaba más la afición por las dos ruedas que las tensiones internas que sufría nuestro país. La salida oficial fue dada por don Manuel Domingo, director deportivo de la ronda española, con fecha el 29 de abril del año 1935.
Cabe mencionar también a Juan Pujol, director e impulsor del diario Informaciones, que con obstinado entusiasmo y con apenas dos meses de preparación puso en funcionamiento la Vuelta Ciclista a España, un reto si se tiene en cuenta que la nación atravesaba una situación un tanto alterada ante la sombra cercana de la Guerra Civil.
La primera edición: El belga Gustaaf Deloor
La primera etapa hizo escala en la ciudad castellana de Valladolid, lugar en donde se impondría el belga Antoine Digneef, que aún así y con el paso de las siguientes etapas, debió ceder el liderato a su compatriota Gustaaf Deloor, en dura pugna sostenida con Mariano Cañardo, el favorito popular y atractivo del gran público, que padeció todo tipo de desgracias. Desde la tercera etapa, Santander-Bilbao, se definió la cuestión a favor del belga Deloor que se colocó líder, vistiendo como distintivo la camiseta de color naranja de líder que mantuvo hasta el final. Se impuso al catalán de adopción, Cañardo, con una ventaja de más de trece minutos. El Premio de la Montaña ¡oh sorpresa! fue conquistado por el italiano Edoardo Molinar, hecho insólito, pues todo el mundo creía que los españoles eran invencibles en las rutas que serpenteando iban cuesta arriba.
La prueba constaba de catorce etapas, diez de las cuáles superaban los 250 kilómetros. Los mismos corredores, acatando el reglamento, debían por si mismos reparar las averías y restituir los neumáticos ante cualquier eventual pinchazo, que los hubo en gran cantidad dado el estado deplorable de las carreteras por donde circularon los ciclistas en su itinerario oficial. Al año siguiente, Deloor, el belga de oro, volvió a ganar como si tal cosa. Ni Berrendero ni el mismo Cañardo, pudieron hacer palidecer su estrella y su fama bien asentada.
Cabe constatar que fue Casares Quiroga, ministro de la Gobernación, el que salvó un tanto por los pelos el de que se llegara a celebrar aquella segunda edición. No había apenas dinero de apoyo para encauzar en buena línea la citada carrera por etapas. Pidió a los gobernadores de las provincias por donde discurría la Vuelta que colaboraran con dinero contante y sonante para mantener en liza competición de tan importante eco y envergadura. Al fin pudo celebrarse con toda pompa y sin los consiguientes apuros económicos que en un principio se auguraban. Al cabo de mes y medio de concluir la aludida prueba, comenzó la tan cacareada y dolorosa Guerra Civil Española.
Berrendero, un humilde y un doble triunfador
En los cuatro años siguientes no hubo Vuelta. Una vez llegada la paz entre los pueblos, se complicó la historia al desencadenarse la Segunda Guerra Mundial. La citada prueba volvió a ser actualidad en el año 1941, con el valioso triunfo logrado por el madrileño Julián Berrendero, al que los aficionados apelaban comúnmente como el “Negro de los ojos azules”. En la edición siguiente volvió a ganar ante el entusiasmo desbordado de sus paisanos. Todo un contraste ante la manera de ser de Berrendero, que se caracterizaba por su espíritu independiente y hasta solitario. Solía apartarse de las gentes y disfrutar de sus victorias alejado de las multitudes, sin el halago de los aficionados. Era poco sociable y por eso entre los mismos corredores tenía enemigos.
Se puede decir que este ciclista de piel morena supo labrarse un buen porvenir y alcanzar un merecido prestigio cincelado por su cuenta y riesgo. Era recatado en palabras y se limitaba a hacer valer su categoría dándole a los pedales con vigor y soltura, especialmente cuando la carretera, serpenteante, se empinaba hacia las cumbres. Los resultados demostraron con creces lo que valía. Homenaje hacia esta figura humilde que no persiguió la gloria. Fue la gloria que le vino a él.
La Vuelta a España sufrió muchos vaivenes en el curso de los años siguientes hasta que tomó su tutela el rotativo norteño El Correo Español, con sede en Bilbao, a partir del año 1955, con triunfo absoluto del francés Jean Dotto, aquel ciclista de diminuta figura. Los impulsores básicos de la nueva Vuelta a España fueron señores Bergareche y Echevarría, representantes del País Vasco, y la colaboración positiva desplegada por el dirigente valenciano don Luis Puig, protagonista clave al ostentar cargos de alto copete en la Federación Española de Ciclismo y en la Unión Ciclista Internacional (UCI), representatividad de indudable influencia y que nuestro país bien necesitaba.
Por Gerardo Fuster
Ciclismo antiguo
3 etapas que demuestran que la Vuelta no necesita estridencias
La Vuelta sobrevive mejor en etapas de las llamadas clásicas
Al mirar atrás y repasar los cambios que la Vuelta ha experimentado en los últimos 25 años, vemos etapas que en tiempos anteriores nunca hubiéramos imaginado.
Hubo un punto de inflexión muy claro: la primera visita al Angliru, con el triunfo de Chava Jiménez.
Desde entonces, se consolidó en la organización la idea de que a mayor dureza, mayor espectáculo.
Y aunque en ocasiones esto es cierto, lo que realmente deja una huella es el sabor de una buena etapa clásica en la Vuelta, con puertos y lugares que huelen a tradición y a ciclismo de calidad. Estas etapas también tienen un gran impacto.
Hemos escogido tres etapas que demuestran que esta teoría es cierta:
Fuente Dé en 2012
Qué etapa más legendaria fue aquella, con Purito Rodríguez saboreando un liderato muy consolidado y Alberto Contador sin cesar en su esfuerzo.
Recuerdo una charla con el catalán, en la que me confesó haber perdido la cuenta de la cantidad de ataques del madrileño.
Luego vino una jornada brutal, con corredores adelantándose y ampliando la brecha, dejando momentos inolvidables en una zona muy vinculada a la historia de la Vuelta.
Formigal en 2016
Una vez más, Alberto Contador fue el elemento distorsionador, aunque esta vez fue tanto perjudicado como beneficiado.
Froome fue pillado en la parte trasera del pelotón, Nairo Quintana estuvo atento y se unió a Contador, terminando por firmar su segunda gran vuelta, tras el Giro de 2014.
Los puertos no eran muy duros, pero por allí José Manuel Fuente había hecho historia, y fueron más que suficientes para regalar una etapa imborrable.
Mos en 2021
Qué tarde más épica fue aquella, recorriendo un terreno “gallego” total: sin respiro, con dureza acumulada y encadenada. Los mejores de la general se escaparon, dejando atrás a un Miguel Ángel López, quien justo ahí comenzó su declive y desconexión del ciclismo.
Los huecos que se abrieron, junto con la dureza acumulada durante más de 200 kilómetros, demostraron que hay que echar un vistazo al mapa, buscar esos mil lugares que tiene España para sacar «tapones».
Como se puede ver, las tres etapas citadas tienen un elemento en común: la determinación de los corredores por hacer algo interesante y atemporal. Un claro ejemplo es Alberto Contador, uno de esos ciclistas cuya presencia influía de manera decisiva en el desenlace, aunque no siempre le fuera favorable.
Bonus track entre las etapas de la Vuelta
Por cierto añadidle la etapa en la que Fabio Aru le remonta a Tom Dumoulin la Vuelta en Navacerrada.
También es importante resaltar que estas etapas se disputaron en días en los que la carrera venía de etapas durísimas, lo que dejaba al pelotón muy tocado.
Y es que, cuando la Vuelta presente en unos días las etapas de 2025, los relatos de esos días van a ser igual de importantes, o incluso más, que el propio recorrido.
Imagen: Luis Angel Gomez / Photo Gomez Sport
Ciclismo
Qué tarde la de Aprica, qué día el de Pantani e Indurain
30 años después aquella carretera hacia Aprica sigue soñando con el gran duelo entre Pantani e Indurain
Simpre leo y escucho mucho sobre Pantani, ese ciclista que, como ya hemos dicho muchas, nos hizo sentir cosas que pocos lograron transmitir. Sensaciones que comenzaron en un «kilómetro cero»: aquella etapa con Indurain en Aprica.
No es de extrañar que siga siendo un mito.
Lo que sucede con Pantani es casi esotérico, algo que escapa a la razón, una locura difícil de explicar. Conocemos su trágico final, y sabemos que el nudo de su vida estuvo marcado por el dopaje. Pero se le perdona. Se mira hacia otro lado, porque su magia todo lo puede. Créeme, lo he escuchado de viva voz de personas de su entorno, romañolos que no solo lo admiran, sino que lo idolatran.
Tan es así que la segunda etapa de este Tour de Francia, la que va de Cesenatico a Bolonia, será la «Etapa Marco Pantani». Y todos lo entienden, lo justifican… lo aplauden.
Es que fue tan fuerte lo que nos hizo sentir aquel día, aquel Pantani junto a Indurain camino de Aprica, que esa emoción flota por encima de todo lo demás.
Permitidme recordar aquel día: Todo sucedió un 5 de junio. El Giro de 1994 avanzaba por la bota de Italia, con el orden establecido tambaleándose.
Un rubio, un ruso llamado Evgeni Berzin, dominaba la carrera desde los primeros capítulos. Golpe en Campitello Matese, golpe en la crono llana de Follonica. Indurain, Miguel Indurain, batido en una prueba en solitario. Alarma.
Todo podía volver a su sitio en una etapa que atravesaba el corazón de los Dolomitas.
Veníamos de Merano, donde el día anterior un joven pero calvo ciclista, Marco Pantani, había ganado en solitario. El destino: Aprica. En el camino, tres colosos de altura decreciente.
Primero el Stelvio, entre pareces heladas e incipiente bruma sin más novedad que el desgaste invisible de los héores.
Luego en el Mortirolo, palabras mayores, estallaría todo.
Desde la base arrancaba Marco Pantani, el chico calvo del día anterior, el jovenzuelo que amenazaba con eclipsar a Claudio Chiapucci.
Con Pantani se fueron Armand De Las Cuevas, el boxeador frustrado, y Berzin, saltarín, rubio, maglia rosa.
Indurain, quieto atrás.
Pasan penosamente los metros, y el ritmo de Pantani es un rodillo.
Caía De las Cuevas, Indurain le superaba por detrás.
Cae Berzin, el yunke navarro le cazaría, lo maduraría y lo dejaría antes de la cima.
En el descenso Indurain va camino de encarrilar su tercer Giro. Alcanzó a Pantani, formando un frente común, con Nelson «Cacaíto» Rodríguez como testigo de aquella hazaña. Quedaba la tercera subida: la más sencilla, un trámite llamado Valico di Santa Cristina, antes de llegar a Aprica.
Pero el trámite se atragantó. Pantani atacó, e Indurain se derrumbó. Exhausto, seco, maltrecho. La ventaja que lo ponía en disposición de ganar el Giro desapareció.
Qué día aquel.
Imagen: Planeta Ciclismo
Ciclismo antiguo
Entre Heras y el Chava…
La de Heras y Chava fue la última gran rivalidad del ciclismo español
Hace 25 años, que si lo pensáis bien, no es tanto tiempo, el ciclismo español cambiaba de siglo con una noticia trágica: la muerte de Pedro González, el narrador de ciclismo anterior a Carlos de Andrés, quien por aquella época comentaba desde la moto mientras seguía a los ciclistas.
En lo deportivo, crecía una rivalidad que, en cierto modo, recordaba un poco a la de Bahamontes y Loroño, solo que ahora entre el Chava Jiménez y Roberto Heras.
El primero era más como el toledano, como Anquetil, salvando las distancias: más genio, de días inspirados, carismático y querido, ídolo de masas.
De hecho, sigo creyendo, a pesar de muchas respuestas en sentido contrario, que el Chava fue el último gran ídolo del ciclismo español, antes de la generación que habría de venir, con grandes éxitos, pero coexistiendo con los momentos más bajos del ciclismo debido a la mala prensa que generó la lacra del dopaje.
En el lado contrario al Chava, teníamos a Roberto Heras, un poco más Loroño, o Poulidor, si se quiere.
Castellano, más parco en la relación, querido también, pero más frío. El de Béjar fue, como ciclista y por palmarés, mejor que el abulense, pero, sin embargo, mucho menos recordado.
Un servidor, en aquellos días, estuvo enamorado de Roberto Heras, del primero, cuando corría para Kelme, justo antes de dejar sentado a Lance Armstrong en el Joux Plane y de que este reclamara su fichaje para el US Postal.
Entre Heras y el Chava, siempre fui del primero: más sólido, gran escalador, fondista y con un palmarés del que pocas veces he hablado porque, sinceramente, con todo lo que sucedió con la que es su cuarta Vuelta, quedé bastante hastiado.
Pero volviendo a la rivalidad, fue posiblemente la última gran rivalidad que hemos tenido en el ciclismo español, pues a Valverde y Contador, por ejemplo, aunque se han batido en mil terrenos, siempre los he visto como ciclistas muy diferentes. Incluso diría que, a veces, veo más choque —deportivo, digo— entre Juan Ayuso y Carlos Rodríguez.
Hace 25 años, el ciclismo español vivía de ese antagonismo que duró poco más, porque el Chava no podría seguir por mucho más tiempo.
Hoy, a Roberto Heras no se le ve mucho, pero tiene aureola de campeón y, cuando te cruzas con él por la montaña, se percibe toda la calidad que era capaz de desplegar en la carretera.
Imagen: Dorsal 51
Ciclismo
Superbagneres, la etapa más bonita del Tour 2025
Si hay una etapa del Tour 2025 que despierta recuerdos, es la llegada a Superbagneres.
Esta etapa, en pleno corazón de los Pirineos, tiene un encanto especial y se siente 110% Tour. Es una jornada que encaja con todo y con todos.
En un contexto de ciclismo que premia la montaña, resulta atractiva por ser otra llegada en alto más. Sin embargo, dejando de lado los números y estadísticas, no sé exactamente cuál es el desnivel positivo de la etapa ni me importa; lo que sé es que ya está bien marcada en mi agenda.
Superbagneres representa el repositorio clásico de los Pirineos, un encadenado que probablemente sea el más utilizado en la historia del ciclismo: Tourmalet, Aspin y Peyresourde. Sólo faltaría añadir el Aubisque para rizar el rizo.
En el ciclismo de los años 80 y 90, esta combinación era una fórmula ganadora, terminando en lugares icónicos como Luz Ardiden, Hautacam, Saint-Lary-Soulan o Val Louron.
Pero hoy volvemos a Superbagneres, una cima muy olvidada que, en las dos ocasiones previas en que estuvo presente antes del Tour 2025, siempre ofreció espectáculo.
Estos días, recordando la figura de Bernard Hinault, podemos decir que aquí, en Superbagneres, todo cambió.
Fue en el Tour de 1986: Hinault, vestido de amarillo y con una cómoda ventaja, quiso ir a por más en la segunda etapa pirenaica. La primera, con final en Pau, había sido para Perico Delgado, en plena batalla interna del equipo La Vie Claire.
Ese carácter suicida que caracterizaba a Hinault le pasó factura en Superbagneres. Su desfallecimiento marcó el inicio de 40 años de Tour sin victoria para un francés. Greg Lemond ya tenía tomada la medida.
Superbagneres volvió tres años después, en 1989, con una de las mejores actuaciones que recuerdo de Perico Delgado, luchando por recortar el calamitoso tiempo perdido al inicio del Tour en Luxemburgo.
Es curioso lo poco que se ha usado este puerto en el ciclismo profesional, pese a estar tan cerca de los grandes colosos pirenaicos. La última vez que lo recuerdo en competición fue en la Volta a Catalunya de 1996, en una jornada descafeinada por el dominio absoluto del equipo ONCE, con victoria del australiano Patrick Jonker sobre Alex Zülle.
En poco más de medio año, nuestros ojos volverán a posar su mirada sobre una de las cimas más singulares del ciclismo. Pese a su escasa aparición, siempre deja huella, como el Granon o Cauterets: lugares icónicos de los años 80 que han sido rescatados para el presente.
Imagen: A.S.O.
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