Puertos de Montaña
Els Cortals d’Encamp, la meta de Andorra
La etapa andorrana de la Vuelta asalta Cortals d´Encamp
Aún hay gente que se pregunta si vale la pena visitar Andorra en verano, Els Cortals d´Encamp es una excusa.
En todo caso, seguro que no serán ciclistas.
Puede que sean turistas de invierno que se acercan al País de los Pirineos para efectuar sus compras y disfrutar del deporte de la nieve en sus pistas de esquí.
Pero para los que amamos el cicloturismo y nos consideremos sobre todo pirineístas, Andorra es mucho más y nos sigue emocionando y despertando esa parte de nosotros como cuando descubrimos por primera vez y en bicicleta los verdes paisajes de los Pirineos.
Después de superar uno de los puertos más duros de este pequeño país, por fin había alcanzado lo más alto a 2086 metros de altitud.
Allí me quedé sentado en actitud contemplativa más de una hora.
No hay nada que me guste más que alcanzar una cima con mi bici, serenarme y deleitarme con las panorámicas.
Solo, sin que nadie me moleste, perdiéndome en la inmensidad de estas cumbres, llevando mi mirada sin rumbo fijo en el horizonte, absorto, viéndolo todo sin fijarme en nada.
Ni que sean sólo cinco minutos.
Es el único espacio de tiempo en el que desconecto de la realidad y me convierto en un espectador más.
Un observador, un admirador y curioso soñador de esta cordillera atravesada por pistas que en pocos meses estarían repletas de esquiadores.
Pero ahora la vall d’Encamp, con su intenso y homogéneo color verde, era de mi propiedad y de todo el que había llegado hasta aquí con la libertad que da el moverse con la pequeña reina.
Ya en Els Cortals d´Encamp, me quedé un buen rato allí arriba.
Els Cortals d’Encamp, un entorno único por su belleza y singularidad, donde tradición y modernidad confluyen en sus bordes (casas rurales) con sus cortals (corrales, pastos cercados) rodeadas por campos y aromas de la tierra.
Pero a la vez también, a menos de cinco minutos del telecabina Funicamp, el acceso más rápido al dominio esquiable de Grandvalira.
Venía remontando la carretera en suave ascenso desde Andorra la Vella, visitando las empedradas calles del casco antiguo de la parroquia d’Encamp y su iglesia románica del siglo XI que pervive inalterable al paso del tiempo.
Sorteando rieras y travesías adormecidas me dejé invadir por el legado cultural y natural, histórico y arquitectónico de un lugar enclavado entre el ayer y el hoy.
Una experiencia que perduró en mí durante mucho tiempo en el recuerdo.
La escalada se endureció saliendo de Encamp, y de qué manera, al afrontar una rampa mantenida al 10%.
Las vistas entretenían mi esfuerzo aunque algunas curvas colgadas en la falda de la montaña hacían prever una ruta muy variada.
Toda esta primera parte de la empinada y dura cuesta se interrumpió brevemente al final del tercer kilómetro, donde pude recuperar el aliento.
Observé, escondido detrás de las ramas de los árboles del frondoso Bosc de les Llaus, el camino hacia el precioso Llac d’Engolasters.
El río Pardines que bajaba sin contemplaciones desde lo alto del collado, flanqueado por los postes del teleférico, me conducía en la escalada.
Iba sorteando serpentinas escarpadas, capillas a pie de carretera como la de Sant Felip i Sant Jaume y bordas hasta llegar a Els Cortals.
La pendiente aún se amparaba al 8%, pero yo me sentía acogido por la intimidad de las piedras y la madera que me acompañaban en mi relajado ascenso.
La sensación fue de haber viajado a finales del s. XIX, cuando estas casas refugiaban al centeno y los rebaños del frío invernal, hoy rehabilitadas en alojamientos con gran encanto.
De vez en cuando, afrontando alguna curva, podía echar la vista atrás para contemplar la beldad del valle y como, poco a poco, Encamp iba quedando abajo y al fondo, mientras observaba la caprichosa cinta de asfalto que se aferraba a la ladera.
Tan sólo unos momentos antes yo había pasado por allí.
La calma era total.
Sólo oía el jadeo de mi respiración y sentía los latidos de mi corazón mientras seguía admirando el entorno que destilaba encanto.
Descubría sensaciones inolvidables con la visión de nuevas bordas que intentaban mimetizarse en el paisaje y que me recordaban que estas tierras habían sido de los agricultores y los ganaderos que habían vivido en estas casetas cubiertas a dos aguas y que en aquel momento resplandecían bajo los rayos del sol.
Ya quedaba menos y la montaña ya empezaba a dar síntomas de rendición mientras afrontaba el penúltimo lazo que conducía directamente a la estación después de cruzar el breve, alegre y burbujeante arroyo hasta llegar a la confusa y gran roca en aquel lugar plantada para los amantes de la escalada.
Els Cortals d´Encamp ha entrado con todos los honores en la lista de cuestas irresueltas para cualquier cazador de puertos que se precie de serlo.
Su puesta de largo en la Vuelta y elevación a los altares fue gracias a un excepcional corredor como Mikel Landa que ni miró para atrás y, sin escuchar la voz que salía de su pinganillo, se quitó el maillot de gregario para convertirse en gran líder coronando en solitario.
Aquel día tardé en iniciar el descenso y apuré todo el tiempo del que disponía, ya que después siempre me queda misma la sensación de no saber cuándo poder volver a sentir esta indescriptible emoción.
Eso sí, bajaba con suficientes argumentos para explicar a los «no creyentes» que Andorra es un país para amarlo durante las cuatro estaciones del año.
Foto: www.ramacabici.com